Toni Negri y Michael Hardt escribieron dos libros, Imperio y Multitud, guerra y democracia en la era del imperio, que recibieron grandes elogios en la mayor parte de los medios. El segundo libro es un intento de rectificar parte de la gran debilidad teórica, conceptual y empírica del primero. El trabajo original de Negri y Hardt tiene la virtud de no entender la historia estadounidense, de escribir un epitafio del imperialismo en momentos en que EE.UU. libra tres guerras coloniales y de disolver la estructura y los movimientos de clase en una "multitud" amorfa mientras tienen lugar grandes levantamientos de clase en la Argentina, Bolivia y Ecuador y una polarización de clase en Venezuela.
Las guerras coloniales estadounidenses en Yugoslavia, Afganistán e Irak y las amenazas de futuras guerras en por lo menos otros sesenta posibles "refugios terroristas" hablan de un imperio que se basa en el imperialismo. Casi un 75 por ciento de las quinientas empresas multinacionales (EMN) más grandes son propiedad de y tienen sede en EE.UU. y Europa, donde el Estado Imperial lucha para abrir mercados e impone condiciones favorables a la inversión. El estudio de las operaciones internacionales de las principales EMN demuestra que casi el 80 por ciento de las decisiones estratégicas sobre ubicación, tecnología e investigación se toma en las casas centrales de EE.UU. y Europa. Negri y Hardt sostienen que el imperio está disociado del imperialismo. La era de las guerras imperiales refleja una profunda miopía en la que la vocación de teorizar en términos abstractos impide a los escritores ver las realidades cotidianas. Su idea de un mundo de empresas multinacionales sin Estado es completamente bizarra: a través de la Organización Mundial del Comercio, las Rondas Comerciales Doha, el Banco Mundial y el FMI, los gobiernos estadounidense y europeos formulan a diario y de todas las formas posibles las reglas y estructuras que favorecen la posición de sus multinacionales.
Los conflictos actuales más significativos son las luchas de liberación nacional que tienen lugar, por ejemplo, en Venezuela, Irak, Afganistán y Bolivia. Al contrario de lo que sostienen Negri y Hardt, la "nación" y el "nacionalismo" no desaparecieron ni se volvieron irrelevantes. Además, el crecimiento del internacionalismo se relaciona directamente con la solidaridad de los movimientos del mundo con esas luchas nacionales.
El segundo libro de Negri y Hardt es un intento de superar las desastrosas falencias (teóricas y empíricas) de Imperio mediante la improvisación de circunstancias atenuantes (la Guerra), mediante la extensión del lapso en que el Imperio existe sin el imperialismo. Sin embargo, no dan ninguna prueba que pueda justificar esas proyecciones: lo que guía la política estadounidense, sobre todo en estos momentos de elecciones presidenciales, es una mayor intervención militar (Kerry) y más amenazas militares de "guerras preventivas" en los países de Medio Oriente (Irán). La "proyección" de las guerras imperialistas se basa en la estructura del capitalismo estadounidense, europeo y asiático, que cada vez es más dependiente y compite por recursos energéticos caros y escasos que controlan los países del Tercer Mundo. En la actualidad, más que nunca en su historia, los bancos EMN europeo-estadounidenses perciben un mayor porcentaje de ganancias e intereses como producto de su control de empresas y mercados extranjeros. La completa ausencia de todo análisis estructural profundo por parte de Negri y Hardt de la política de Estado y la economía de EE.UU., Europa y Asia reduce su nuevo esfuerzo intelectual a una frustrada defensa de su fracaso anterior. El lugar conceptual de la acción política y social no se encuentra en una "multitud" amorfa, sino en las identidades de clase, étnicas y nacionales y en la conciencia que emerge de marcos de contiendas políticas.
Para Negri y Hardt, lo que no es un "proletariado industrial" es simplemente una "multitud", ya que las clases desaparecen ya que en una coyuntura particular las clases no trabajadoras desempeñan un papel protagónico. Los mineros del estaño de Bolivia siguen desempeñando un papel político por más que muchos de los ex mineros devenidos agricultores de coca cobraron mayor protagonismo. Los trabajadores fabriles desocupados de Argentina fueron una fuerza importante en los grandes levantamientos de los últimos tiempos, estar "desocupados" no significa que "perdieron" una identidad de clase y se convirtieron en una "multitud". Incluso si "multitud" remite a grupos de activistas que trabajan de forma colectiva, la "diversidad" no hace desaparecer su historia de clase, su conciencia ni la especificidad de sus reivindicaciones en el interior de los movimientos.
La discusión sobre los orígenes intelectuales de la revolución de la independencia estadounidense —ellos atribuyen una mayor influencia a Spinoza que a Locke— no se funda en investigación académica. Su proclamación de un nuevo "régimen internacional" sobre el modelo de la ONU es surrealista dado el abyecto servilismo del Secretario General ante los intereses de EE.UU. en Irak y en cualquier otro lado. Los elogios de los semanarios masivos son comprensibles a la luz del rechazo que manifiestan los autores por el imperialismo y el conflicto de clase. Lo que resulta incomprensible es que los intelectuales críticos los lean tanto. ¿Es novedad o moda? Si los libros de Negri y Hardt pueden resumirse como una teoría en busca de realidad, entonces sospecho que la atención que prestan los intelectuales de izquierda a sus libros refleja una realidad en desesperada búsqueda de teoría.
Traducción de Joaquín Ibarburu