Al parecer, no todos los terrorismos son iguales. Pensábamos que ninguna causa, por justa que fuese, podía justificar el sacrificio de inocentes, el atentado ciego, la muerte absurda de civiles no combatientes. Y creíamos que la condena de ese vil método era válida tanto para los ataques del 11 de septiembre en Nueva York como para las explosiones de Madrid, de Estambul, de Jerusalén, de Riad, de Casablanca, de Bali, de Moscú o de donde fuere. En suma, que el repudio del terrorismo sólo podía ser universal. Sin excepciones de ningun tipo.
Pero resulta, a juzgar por lo ocurrido la semana pasada en Panamá, que no es así. Que Washington está estableciendo una muy nefasta distincion entre un terrorismo considerado como insufrible -el de Al Qaida y Osama bin Laden- condenado de manera unánime; y otro terrorismo que, porque ataca a regímenes que no tienen la simpatía de Estados Unidos, resulta más aceptable o menos odioso.
En Panamá, el jueves 26 de agosto, presionada por la Administración norteamericana, la presidenta saliente Mireya Moscoso (conservadora) aprovechó los últimos días de su mandato para indultar a uno de los más peligrosos terroristas del hemisferio occidental, Luis Posada Carriles, y a tres de sus complices, Gaspar Jiménez Escobedo, Guillermo Novo Sampoll y Pedro Remón Rodríguez.
Posada Carriles, de 76 años, tiene un espeluznante historial. Como mercenario entrenado por los servicios de inteligencia estadounidenses participó en el desembarco abortado de bahía Cochinos en 1961 contra la revolucion cubana. Se alistó luego en la CIA y se especializó en actos de sabotaje contra Cuba. En 1976, organizó un atentado contra un avión de la compañía Cubana de Aviación que explosionó en vuelo causando 73 muertos. Detenido en Venezuela consiguió evadirse y participó en una campaña de atentados con bombas contra hoteles de Cuba en 1997 que provocó, además de muchos heridos, la muerte de un turista italiano, Fabio di Celmo.
Junto con sus consortes, Posada Carriles había sido condenado por la Justicia de Panamá a ocho años de prisión por haber planeado, el 18 de noviembre del 2000, el asesinato de Fidel Castro haciendo estallar una bomba mientras el presidente cubano pronunciaba un discurso en el aula magna de la Universidad de Panamá en el marco de la Cumbre Iberoamericana.
Sus cómplices tampoco son ángeles. Gaspar Jiménez Escobedo, entre otros crímenes, asesinó al técnico pesquero cubano Artañán Díaz Díaz en México, y participo en la preparación de los atentados con bombas contra hoteles. Guillermo Novo Sampoll, además de haber colocado bombas en embajadas, aeronaves y embarcaciones, fue, al servicio de la DINA chilena, uno de los asesinos de Orlando Letelier, canciller del Gobierno de Salvador Allende, en un atentado realizado en Washington. Pedro Remón Rodríguez, entre otras fechorías, es el asesino, en Nueva York, del diplomático cubano Félix García Rodríguez, el 11 de septiembre de 1980, y del emigrado cubano José Eulalio Negrín.
Apenas indultados, estos forajidos se han apresurado a huir de Panamá. Posada Carriles ha hallado refugio en un país centroamericano por el momento desconocido, sin duda protegido por la CIA. Los otros tres, que poseen la ciudadanía estadounidense, volaron en aviones privados a Florida, donde gozan de protección oficial.
En la convención republicana que se celebra en Nueva York, el presidente Bush ha repetido que será implacable «contra el terrorismo internacional». Al mismo tiempo, en silencio y por razones electorales, amparaba en Miami a estos rufianes. Una nauseabunda demostración más del doble rasero y de la doble moral.
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