A lo que las autoridades egipcias llaman contención

Nueve muertos y al menos 430 heridos en El Cairo, según cifras oficiales. Resulta difícil permanecer indiferente al comprobar cómo mujeres y hombres egipcios son golpeados y torturados en plena calle.





Conozco a algunas víctimas de este último episodio de represión, entre ellos al activista Hassan Mahmoud. Arrestado ya en una acampada pacífica el pasado mes de julio, sufrió ayer una brutal paliza que pudo ser captada por una cámara.

En las imágenes se ve cómo las fuerzas de “seguridad” golpean a Hassan y a otra manifestante, a la que terminan despojando de parte de sus ropas. Después uno de los agentes comienza a disparar contra la multitud.



Es un vídeo que está siendo ampliamente difundido por Internet y por algunos medios de comunicación internacionales, pero que la televisión estatal egipcia ha censurado:





Otras víctimas de la represión de las últimas horas conocidas por muchos periodistas -por su implicación en la defensa de los derechos humanos- son Mona y Sanaa Seif, activistas contra los juicios militares a civiles y hermanas del bloguero Alaa, arrestado en la cárcel desde el 30 de octubre. Ambas fueron detenidas el viernes durante unas horas. Mona vio cómo un oficial abofeteó repetidamente a una mujer mayor exigiéndole que se disculpara por participar en las protestas.

Noor Ayman Noor, hijo del fundador del partido liberal El Ghad Ayman Nour y de la candidata Gamila Ismail, también fue golpeado por las fuerzas de seguridad, mientras protegía a otra joven manifestante. Este vídeo recoge el momento en el que es apaleado (minuto 00:50):





El periodista de Al Jazeera Evan Hill, también fue arrestado y golpeado. La lista de heridos contiene centenares de nombres y sigue creciendo.

Otros han tenido peor suerte, como el estudiante de medicina Alaa Abdel Hady. Murió el viernes. Tenía solo 21 años. Justo antes de unirse a las protestas escribió en su muro de facebook: “Voy a bajar y ver qué pasa. Que Dios nos ayude”.

Sus compañeros de facultad le homenajearon este sábado en una marcha hacia Tahrir. Las fuerzas de seguridad intentaron disolver la concentración.

Los médicos y enfermeras que atienden a los heridos en el hospital de campaña cercano a Tahrir también han sido desalojados por la fuerza.

El equipo de la cadena de televisión Al Jazeera ha relatado cómo varios militares entraron en su hotel, irrumpieron en su habitación y arrojaron sus cámaras y su teléfono satélite por el balcón.

Algunas calles del centro de El Cairo son una zona de guerra creada por el régimen militar que controla el país a base de represión e impunidad, el mismo que defiende las elecciones legislativas de estos días, que las supervisa, que las contamina.




Las fotografías y los vídeos tomados por los manifestantes, en un ejemplo de periodismo que traspasa la censura ejercida por algunos medios de comunicación egipcios, muestran la brutalidad de los agentes de “seguridad”.

En ellos se ve cómo los oficiales arrastran cuerpos de heridos, los patean, los golpean.





Son la prueba irrefutable de la cooperación de las fuerzas del “orden” con los llamados matones -baltageya, en árabe- , hombres vestidos de civiles que se encargan de realizar el trabajo más sucio. En los documentos gráficos aparecen atacando a los manifestantes junto a la policía militar, al lado, codo con codo.





Pero la televisión estatal, enemiga de la “revolución”, cuenta una realidad paralela, falsa, manipulada, en la que la policía y los militares son presentados como los agentes que salvaguardan la estabilidad frente a manifestantes enemigos de la nación.

“Nuestra equivocación en la revolución de enero y febrero fue no tomar y ocupar el edificio de la televisión estatal”, me han dicho varios activistas estos días, conscientes del daño que produce la manipulación informativa.

El muro de hormigón levantado por los militares hace un par de semanas en la calle Mohamed Mahmoud -escenario de los enfrentamientos de entonces- ya no es único. Las Fuerzas de Seguridad han construido otro en la calle Kasr El Aini, donde se concentra la batalla actual.

“Ya tenemos otro lienzo para grafitis”, decía ayer con humor amargo uno de los manifestantes. La defensa del optimismo frente a la adversidad es el arma que despliegan los activistas egipcios.

Las mujeres y los hombres que desean un Egipto libre viven horas de desesperación ante las últimas muertes, ante la sangre derramada. Aún así, muchos optan por mantenerse en la calle, por no regresar a sus casas.

El nuevo primer ministro, Kamal el Ganzoury, nombrado a dedo por el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas -ya fue primer ministro con Hosni Mubarak entre 1996 y 1999- niega la evidencia:

“Dije y reitero que nunca nos enfrentaremos a las manifestaciones pacíficas con violencia, ni siquiera con violencia verbal. Estoy comprometido con ello”, manifestó ayer.

Y en el estilo más goebbeliano, añadió: “Lo que tenemos hoy no es una revolución, es un ataque contra la revolución”.

Este último episodio de violencia tuvo su origen en la paliza que las fuerzas de seguridad propinaron el pasado viernes a uno de los participantes en la acampada levantada hace un par de semanas frente a la sede del Consejo de ministros, situada a dos manzanas de la plaza Tahrir. Tras ello, la sentada fue disuelta con violencia por las fuerzas de seguridad. Antes, según el gobierno, un grupo de manifestantes había intentado entrar en el Parlamento, situado en la misma calle.

La acampada pacífica -cuyo hashtag en las redes sociales de internet es #occupycabinet- tenía como objetivo protestar contra el nombramiento del primer ministro y el nuevo gobierno y exigir el procesamiento de los autores de las muertes de los manifestantes.

En ella vivieron y durmieron durante días estudiantes universitarios, intelectuales, activistas, artistas.

Era habitual que tras la caída del sol se acercara hasta allí algún músico para amenizar la velada con sus composiciones. El grupo Eskenderella tocó allí hace unos días y presentó su nuevo tema, dedicado a las víctimas de la calle Mohamed Mahmoud.

Como en tantas otras noches, se creó una atmósfera mágica, un micromundo de libertad ahora arrasado.

Un día más tarde el presentador de televisión Yosri Fouda, muy popular entre los revolucionarios, comenzaba su programa recitando las primeras estrofas de esa canción coreada en la acampada:

“ Érase una vez una ventana abierta; En ella un pájaro herido cantó una canción, después voló

Érase una vez otro pájaro herido en el hospital de la plaza que quería regresar con los revolucionarios

Tú que nos disparas, golpees lo que golpees, mates lo que mates, debes saber que los pájaros en el cielo son libres….”





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