Toni Negri, junto con su colega estadounidense Michael Hardt, acaban de publicar el último tomo de la trilogía que empezó con Imperio y siguió con Multitud. Se trata de Commonwealth. El proyecto de una revolución del común (Akal-Grupal, aparecido recientemente en España). En esta entrevista exclusiva con Ñ,
el pensador italiano se extiende, desde la ciudad de Padua, sobre las
condiciones de la producción cognitiva, la emancipación en un mundo
cooptado por el capital y sobre las figuras dominantes del hombre en el
universo contemporáneo.
-En la Argentina, durante su última visita, usted habló de emancipación. ¿Qué quiere decir esa palabra en el contexto global?
-En
principio, hubo una primera definición de emancipación vinculada con
una concepción individualista y universalista. Los orígenes de la
definición son de raíz iluminista pero muchas veces, el desarrollo de
ese iluminismo se encontraba con una escatología propia de su
universalidad.
-¿Cómo se entiende eso?
-Es
que la emancipación también implica una clave religiosa, de salvación.
El lazo entre emancipación y liberación es estrecho. Entonces, a pesar
de encontrarla en las filosofías actuales como nostalgia, el concepto
está relacionado con una relación social, en gran parte, agotada.
Prefiero no usar el término “superada”, porque no se sabe nunca cuando
algo se supera hacia dónde se va, Digo agotada. La emancipación es una
idea vinculada al predominio de formas de producción individuales en un
horizonte de organización capitalista que todavía no estaban
involucrados todos los sectores sociales. Entonces, la primera idea de
emancipación es individualista y universal, y abstractamente, se vincula
al desarrollo de la producción histórica y se presenta como una utopía,
con puntos escatológicos.
-Ahora es diferente.
-Sí.
El desarrollo del capitalismo involucra a la sociedad de forma total, a
todos los niveles. La cooptación de la sociedad por el capital no es
formal sino real. Es decir: todos los valores que la sociedad produce
son traducidos en valores de intercambio. Se introducen bajo la
categoría de la moneda. Operan al interior de pasajes financieros. Y
esos pasajes provocan una serie de transformaciones que incluyen la
composición técnica y política del conjunto de los sujetos. Se trata de
una modificación raigal que concierne al trabajo y a la producción. Y a
las formas de vida, a los modos en que los sujetos conducen sus vidas.
La configuración del trabajo cambió porque el trabajo cognitivo se
convirtió en hegemónico dentro del sistema productivo. La configuración
política cambia porque más que encontrarnos frente a masas, nos
encontramos ante una multitud de singularidades cohesionadas en la
tensión productiva y reproductiva de la vida social.
-Pero ¿es una época de transición?
-Sí,
pero el resurgir de la cooperación, que es técnicamente actual, también
podría ser políticamente actual. Se vive una situación de transición en
la que este devenir común del problema de la realidad productiva no se
articula todavía con un devenir común de la realidad política, de la
vida en la polis. En un universo laboral que no se vincula localmente
sino que se expande a toda la sociedad, corresponde una cierta
espacialización en la producción, la financiarización en la que se
computa o se mide el trabajo cognitivo. No existe otra medida del
trabajo cognitivo que no sea a través de los instrumentos financieros.
Las viejas categorías para medir el trabajo (estructuras espaciales como
la fábrica, o temporales, como la jornada laboral) se modifican.
Convencionalmente, se habla de “finanza de tiempo”.
-¿Es sobre este cambio que usted habla en su último libro?
-Entre
otras cosas. Sí puede decirse que reconociendo las determinaciones que
operan en el nuevo mundo del trabajo, es posible desplegar una primera
hipótesis respecto a la emancipación. Porque como tal, también ella está
cooptada por el capital. El problema de la emancipación no aparece como
un problema “ideal” sino como un problema práctico del pasaje del común
actual al común de la forma tecnológica, al común virtual de las formas
políticas.
-¿Podría extenderse sobre este punto?
-En
la actualidad, las fuerzas productivas están más avanzadas que las
relaciones de producción. Eso se constata todos los días. Es un problema
de educación y de costos. La crisis se presenta como una incapacidad de
las relaciones de producción (estatales, financieras, globales) para
contener la nueva productividad común. El mundo de las necesidades, del
deseo de los trabajadores, es la dimensión cognitiva. Y las finanzas,
sus formas, su viejo bloque, insisten con la capacidad de convertir la
ganancia en renta. Y es sobre ese retraso de las capacidades
capitalistas para organizar la riqueza producida donde se produce la
crisis.
-Sigue sin quedar claro…
-Mire, si se asume la existencia de un desequilibrio entre producción y formas políticas (el retraso de las formas políticas y su subsunción a las formas económicas) puede pensarse un sentido biopolítico para lo que decía, tomando, por ejemplo, los aportes que Michel Foucault brindó a las ciencias políticas. El concepto de biopoder como nueva representación de la soberanía se coloca al lado del contexto biopolítico, que debemos considerar activo. La vida política de cara al biopoder es la potencia susceptible de ser desplegada frente a ese desequilibrio.
-En otras palabras...
-En
otras palabras muestra en conjunto la potencia del tejido social y la
asimetría que presenta frente al biopoder capitalista. Cuando se habla
de emancipación, es válido tener presente esta asimetría. La
emancipación se propuso como un problema que debía tener una solución
jurídica, constitucional, pero en la etapa que atravesamos, conviene
aclarar que “el uno está dividido en dos”, según el viejo eslogan
maoísta. No lo digo en términos de reminiscencia, sino que el uno se
dividió en dos porque el concepto de poder y el concepto del capital han
sido siempre dos. El capital no existiría como orden, como comando, si
la fuerza de trabajo no fuera activa, si el trabajo no se presentara
como trabajo viviente. Cuando digo que “uno se divide en dos”, no estoy
diciendo que la ruptura de esa relación sea en términos absolutos. Sin
embargo, para que la relación exista, la obediencia debida al Estado o
la proporción de trabajo vivo debida al capital está hoy fuertemente
desequilibrada.
-¿Cómo se mide esa relación?
-Desde
el punto de vista jurídico. Porque el derecho también se convierte en
una medida, en una máquina que forma la relación entre Estado y
ciudadanía, entre capital y trabajo vivo. Lo que queda claro cada vez
más es que la política, a diferencia de lo que ocurrió en otras épocas,
después de la gran crisis de los años 30, por ejemplo, no logra
desarrollar una posición constituyente que esté al nivel de la historia
de los movimientos constitucionales. La misma definición de constitución
siempre fue una historia de mediaciones construidas alrededor de
relaciones mercantiles de intercambio, eso en el caso de las viejas
constituciones liberales. Y luego, en torno a la dialéctica
capital-trabajo, en el caso de las constituciones democráticas.
-¿Y hoy?
-Y
hoy, si esta transformación de la que hablamos, ocurrió (o está
ocurriendo), realmente se vuelve difícil imaginar qué mediación pueda
construirse alrededor de los procesos de financiarización que viven en
el corazón del capitalismo moderno. Y es difícil redefinir categorías
como democracia, soberanía nacional, representación, salario, ideología.
¿Cómo pueden conceptualizarse nuevamente estas relaciones fuera del
conocimiento de que los mercados financieros y globales son sede
eminente de producción autónoma politicidad y legalidad? El orden
ejercido por el capital financiero tiende a saltar las mediaciones
institucionales de las modernas democracias y se funda en el chantaje,
por el solo hecho de que las garantías, en última instancia, del goce de
los derechos esenciales, de la casa, la salud, la reproducción de la
vida y los mismos salarios dependen, en forma irreversible, de las
dinámicas y las continuas turbulencias del mercado.
-Entonces ¿para qué situar la emancipación una vez que se la define como proyecto constituyente?
-Estamos
viviendo situaciones en las cuales el problema constituyente está
puesto en términos muy concretos. En América Latina, se ha visto, sobre
todo en los 90, y ahora mismo, en la relación entre Estado y
movimientos, la configuración de una dinámica constituyente. Pero todo
ocurre en una situación en la que no se comprende cuál es la conclusión.
Es difícil considerar a los movimientos como otro poder frente al
Estado. El proceso Estado-movimiento se diluye en una relación en la que
no se entiende quién es el actor. Y se corre el riesgo de que el Estado
finja que los movimientos se transforman, cuando en rigor es el mismo
Estado quien crea esos movimientos: como imagen de su debilidad, y de su
incapacidad de síntesis.
-¿Qué significa emancipación como potencia constitucional? ¿Cómo puede definirse una emancipación a partir de esta crisis?
-Pongamos
sobre el tapete otra hipótesis. Se puede hablar de emancipación como
propuesta constituyente sobre un nuevo terreno espacial. Y una segunda
en la que cuenta la temporalidad, la tendencia a la cosa material. Es en
este punto donde se pone en juego la transición histórica que hemos
vivido después de la segunda mitad del siglo XX, de las transiciones
incumplidas (del fascismo a la democracia en Italia y en España, por
caso). En vez de una transición, se dio una superposición del modelo
neoliberal, pero también puede decirse otra cosa. En este tiempo se
discute cómo, después de 30 o 40 años, existen movimientos que expresan
la necesidad de la transición, en la que la pasión de democracia, que es
una pasión del común, destruye una serie de formalismos que bloquearon
el desarrollo constituyente de la emancipación. Es el caso de los
“indignados” de España, en Wall Street, Inglaterra, Alemania, y de forma
más tímida, en el movimiento estudiantil chileno. La vitalidad
argentina está cifrada en el hecho de que la transición no fue ocultada,
sino protagonista de este pasaje.
-¿Algo para agregar?
-Es
razonable preguntarse cuáles son hoy las figuras de subjetividad en
torno a las cuales gira la experiencia de la vida. La primera, es la del
endeudado. La transformación productiva descripta se asienta sobre un
movimiento que lleva del trabajo asalariado al trabajo precario. Pero si
se quiere, es acá donde emerge la base de una emancipación posible,
nuevas condiciones de biopoder y nuevas condiciones de lo biopolítico.
El trabajo precario (que es un trabajo cognitivo, en red, cooperativo)
aparece como un excedente de capacidad productiva. La figura del
trabajador precario pierde su autonomía bajo el capital, se convierte en
endeudado.
-Pero no es la única figura…
-La
otra es la del hombre mediatizado. Se está dentro del círculo de los
medios de comunicación, y también de lo que es la capacidad de construir
cooperación dentro de los medios. Pero también se está capturado. Ya no
es más la conciencia del individuo alienado, sino de aquel tomado por
el juego del poder. Está claro: la sociedad es extremadamente compleja,
los riesgos vienen por todos lados, pero el riesgo no es tal cuando se
convierte en miedo. De ahí la capacidad para responder al riesgo, a la
dificultad de la vida, poniéndonos en comunicación, defendiéndonos.
Piensen en la expansión de los sistemas carcelarios, lo que son los
procesos de exclusión para introducir miedo. Esto es el Estado moderno:
vive de la creación del miedo. La construcción del concepto de miedo
viene de una voluntad de dominio, no de asociación. La forma más
peligrosa es la del hombre representado. Porque se choca con el problema
de la emancipación. Las constituciones democráticas actuales y la idea
de representación que construyeron, son el peor enemigo. El hombre
representado es la suma del hombre endeudado, mediatizado y del
asegurado. En la representación, ninguno de los valores democráticos (la
emancipación, el devenir constituyente, la libertad) está garantizado.
-¿Y entonces?
-Es difícil. Para el hombre endeudado, existe una primera reacción: “Yo no pago la deuda”. Es el momento fundamental para comenzar a emanciparse políticamente. Es el rechazo a ser echado de mi casa porque no terminé de pagar un crédito. Es decir “quiero reapropiarme de esta riqueza común que fue construida sobre una base común”. Y se trata de pasar, después de ese rechazo, a lo que es una figura multitudinaria de rechazo dentro de una afirmación positiva: la deuda que “nosotros” tenemos se convierte en un hecho constitutivo de una sociedad un poco mejor. En definitiva, los problemas actuales de la emancipación tienen que ser pensados a partir de cómo representarnos. Esto no implica la repetición de fórmulas que sufrimos en el siglo pasado. Es un buen momento para plantear alternativas porque se nos escucha.
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Antonio-Negri-Commonwealth_0_724127596.html