04 de julio de 2012.- El pasado lunes 2 de julio, en horas de la tarde, se presentó un nuevo caso de abuso de fuerza por parte de integrantes del cuerpo de vigilancia de la UCV en contra de dos estudiantes y un egresado de esa casa de estudios, quienes esperaban el inicio de clases descansando en el área conocida como "Tierra de nadie" en las inmediaciones del Rectorado, y a quienes intentaron desalojar por una supuesta orden existente desde el mes de febrero que prohibiría la permanencia de estudiantes en la zona. Mónica Ortega, una de las estudiantes que resultó agredida y que fue testigo de la desproporcional y violenta acción, ha difundido a través de redes sociales su relato de los hechos y la denuncia de la situación, la cual hacemos del conocimiento público a continuación (resaltamos en el texto elementos importantes para comprender la situación):
Ayer nos sucedió, a dos amigos y a mí, algo sumamente curioso. Y si digo curioso es porque quisiera después de esto pensar que hay que indagar, investigar, asumir una actitud de detective ante tal acto de barbarismo ocurrido en una Universidad de nuestro país. Nada menos y nada más que en la Universidad Central de Venezuela. Después de haber comido mi respectivo menú Estudiantil en el cafetín de Faces, o sea, a eso de las 2.30 pm, me senté a reposar y a fumarme un cigarro en la loma del bosque, esa donde está la estatua conocida como “La llorona” (quizás sólo podía ocurrir un acto así frente a una mujer, sentada, llorando, como si con eso se mostrara que allí la justicia es ciega). A unos minutos de estar sentada me llamó mi compañera de carrera, Karem Fernandez, para decirme que estaba llegando a la universidad y que se reuniría con su tutora académica a las 3.30 pm, y que si nos podíamos encontrar para hablar un rato sobre los trámites para la defensa de nuestra tesis. Le dije que nos encontráramos en el sitio donde estaba sentada; a los pocos minutos llegó con su novio, Eduardo Rodríguez, egresado de esa misma casa de estudios por la Escuela de Antropología. Ambos se tomaban un batido de fruta, él de piña, ella de fresa. Estuvimos hablando unos minutos, cuando los vigilantes, que suelen a esa hora pedir los carnets estudiantiles a las personas que están por las inmediaciones de la universidad, se acercaban a cada grupo. Les comento que últimamente hacen eso todos los días, pero a las mismas personas les exigen el carnet una y otra vez, y que además, tienen un tono muy grosero y ofensivo para pedir el tan anhelado y único cartoncito plastificado, el carnet. Les cuento que días antes, estaba yo, en esa misma loma, acostada tomando una siesta, esperando a que se hiciera la hora para entrar a clases, y uno de los vigilantes me despertó de una patada para exigirme el carnet, yo entre el sueño y la rabia le dije que era un grosero, que cómo me golpeaba para pedirme un carnet. Mientras les contaba mi historia llegó uno de los vigilantes e hizo la pregunta acostumbrada: ¿son parte de la comunidad universitaria? Respondimos que sí, y el hombre nos pidió nuestra identificación, a lo que Karem se adelantó diciéndole que ella tenía vencido el carnet, y luego Eduardo le dijo que no lo tenía. El vigilante sin esperar que se le explicara más, dijo: tienen que desalojar el área inmediatamente. Entonces, Eduardo, como buen antropólogo, le preguntó al hombre que por qué se tenía que ir, qué donde decía en el reglamento interno de la Universidad que tenía que desalojar el área; el vigilante le respondió agresivamente que había una notificación desde febrero que decía que esa medida de seguridad estaba aprobada. Mi compañero le explica que tiene cuatro años graduado de la Escuela de Antropología y que no sabía nada de esas medidas, el vigilante le insiste en tono agresivo que si no tiene el carnet se tiene que ir, entonces Eduardo saca el carnet de su trabajo y el hombre le dice que allí eso no vale nada, y se le acerca en actitud amenazante. Yo le pregunté al hombre si era policía, porque se acercó a Eduardo, que al igual que Karem y yo estaba sentado en el piso, y comenzó a alentarlo para que se levantara; Eduardo saca su teléfono celular y se dispone a tomarle una foto al vigilante, cuando éste, de una patada, le tira el celular al suelo, agarra por la camisa a Eduardo, lo levanta y comienza a empujarlo para que se salga. Eduardo se negaba y se aferraba con sus piernas para que el hombre no lo sacara. Comenzaron a forcejear, pero de un momento a otro el vigilante pierde los estribos y comienza a darle golpes, patadas, y hasta rasguños, lo tira el piso, lo revuelca en el lodo que había por allí, y no le suelta la camisa. Tan aferrado estaba el vigilante a la chemise de Eduardo que no hubo manera de que lo soltara, ya para ese momento se habían aprestado en el lugar unos seis u ocho vigilantes, y tres de ellos tomaban a Eduardo por la barriga y lo jalaban para quitarle de encima al vigilante, pero éste no lo soltaba; así que yo, entre gritos, tomé el jugo de fresa que había quedado en el lugar donde estábamos sentados, y traté de echarle lo poco que quedaba del jugo a los ojos del vigilante a ver si con esto lograba que soltara a mi amigo. La fresa hizo su efecto (después de lo sucedido pensé que era muy curioso una estudiante defendiéndose con fresas, es así como nuestro súper-poder, eso me hizo recordar algunos versos de la canción: STRAWBERRY FIELDS FOREVER). El hombre se asustó, soltó, por fin, la camisa de Eduardo y se tocó en el cuello, donde había caído el jugo, para ver que era la sustancia. Entonces les exijo a los vigilantes que me llamen a una autoridad de la universidad, al jefe de ellos, o a algún encargado. Éstos comienzan a injuriarme, a burlarse, a decirme que me callara, muchos me insultaron, y hasta hicieron bromitas pesadas cuando les dije que iba a buscar a una autoridad. No escribiré el intercambio verbal que hubo entre ellos y nosotros, porque al final las palabras se las lleva el viento y porque ese no es el propósito de este texto. Después de eso subí al piso 1 del Rectorado y pedí hablar con una persona encargada para poner la denuncia del caso. Salió una señora y me dijo que esperara, a los minutos llegó Karem, y Eduardo que estaba y se veía bastante mal: camisa y pantalón roto, hombro dislocado, rasguños, moretones, y todo lleno de lodo. Cuando lo vieron nos hicieron pasar a una pequeña sala, y nos pidieron que hiciéramos un informe de lo que había sucedido, mientras esperábamos al Director de Seguridad. Llegó acompañado con otro hombre, y después de relatarles el caso, nos dijeron que teníamos que irnos de allí porque eso no le competía al Rectorado, así que nos montaron en una camioneta y nos llevaron, “supuestamente”, a la nueva sede de Dirección de Seguridad en el edificio de Metalurgia, pero sólo nos hicieron sentar en unos bancos enfrente del edificio. Llegaron los bomberos y le dieron “asistencia médica” (le pusieron una venda en el brazo) a Eduardo. Luego nos dijeron que el departamento legal ya no estaba trabajando y que no podíamos hacer nada, que fuésemos al día siguiente a poner la denuncia. Indignados, adoloridos, y apesadumbrados nos fuimos, mis amigos a buscar asistencia médica a un CDI, yo a la clase que tenía y que ya iba tarde.
He dejado pasar un día porque el shock de lo sucedido me dejó atónita. No sabía qué pensar. Entonces, surgen en mí unas cuantas preguntas y reflexiones acerca de este hecho. Primero: ¿qué entienden las autoridades, y los vigilantes universitarios, por, “ser parte de la comunidad universitaria? ¿Acaso un egresado deja de ser parte de la comunidad universitaria? ¿Un ex alumno de esas aulas, que pasó más de cinco años de su vida allí, no tiene derecho a sentarse a tomar un jugo en los espacios abiertos de la universidad? Ahora bien, ¿qué autoriza a un vigilante a maltratar física y verbalmente a unos profesionales que se están formando en dicha casa de estudio? Y por otro lado, ¿sólo un carnet me acredita para estar en la universidad? ¿No puede cualquier persona, de cualquier otra ciudad, e incluso de cualquier otro país, visitar un Patrimonio de la Humanidad? Veo con mucha tristeza e indignación que somos el micro-reflejo de un problema que trasciende las fronteras de la “casa que vence las sombras”, un problema que está en el alma de todos los humanos, la violencia ¿Cómo es posible que ahora, yo, me sienta temerosa de ir a estudiar porque los vigilantes me amenazaron con “entrarme a golpes”? y entonces otra pregunta nace: ¿no se supone que los vigilantes son los encargados de nuestra seguridad? Segundo: (y debí haber puesto esto de primero) una Universidad es para los Estudiantes, nosotros somos el corazón de la “casa que vence las sombras”, sin nosotros, ni profesores, ni obreros, ni vigilantes tendrían nada qué hacer. Nosotros, el futuro germen, las futuras semillas de una Nueva Nación, estamos formándonos en una universidad que dice ser democrática, pluralista, e incluyente. ¿Y cómo llamar, pues, este acto? Ciertamente se habían presentado hechos muy desagradables con la venta y el consumo de drogas de personas que no estudian allí. Pero por eso ¿van a quitarnos el derecho a los estudiante de estar en los espacios abiertos de la universidad? ¿ vamos a permitir que los vigilantes maltraten como se les da la gana a los estudiantes?
¡YA BASTA! De que los estudiantes seamos agredidos en el comedor, en los pasillos, en los espacios abiertos y en las oficinas administrativas por parte del personal universitario. ¡YA BASTA! De que seamos el eslabón más delgado de la cadena y tengamos que asumir una actitud pasiva por miedo a que nos raspen las materias, nos expulsen o nos abran un expediente.¡YA BASTA! De los atropellos, las mentiras, la falta de luz, la falta de materiales para sacarnos el carnet, y/u otros documentos. Esto por cierto es lo más curioso, ¡nos exigen un carnet que ni la misma universidad es capaz de asegurarnos que saquemos cada año o nueva inscripción!¡YA BASTA! De la violencia, del silencio mortífero a las injusticias, como dijo Ghandi alguna vez: Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena.
Con este texto sólo he querido poner de manifiesto mi indignación, mi dolor, mi molestia, porque llevo seis años estudiando en esta universidad -hasta puedo decir que desde que nací pertenezco a la comunidad universitaria porque fue allí donde mire por vez primera, pues nací en el Hospital Universitario de Caracas-, y no considero justo que un vigilante a las 3 pm me saque so-pretexto de no tener un cartoncito plastificado. Y ahora, ¿qué hacer? Si al Rectorado no le competen estos actos, y si la Dirección de Seguridad sólo nos sentó en una banquito a esperar que se hiciera más tarde y no levantaron informe alguno, ¿a quién acudir? Nos tocará entonces lanzar el grito lastimero de todo inocente, Oh! Y ahora ¿quién podrá defendernos? Y con eso esperar a que un grillo colorado se apiade de nosotros y haga justicia.