Que en una coyuntura política se pueda a echar mano como arma de ataque contra el gobierno la disminución de la provisión de productos de primera necesidad hasta crear un problema grave de escasez, significa que el Talón de Aquiles llega a los glúteos.
Han sido catorce años de claridad doctrinaria y de lucha por la soberanía y seguridad alimentaria, objetivo no logrado, cuya importancia la estamos sintiendo con rigor en este momento político, al percatarnos que sigue constituyendo una tronera en las murallas que protegen la Revolución Bolivariana. La crisis “política” actual, se generó por el trasvase de votos provocado, entre otras cosas, por el famoso “des-abastecimiento”, y se mantuvo y se mantiene por asentarse sobre todo en el problema “económico” que significa la persistencia de ese des-abastecimiento.
La importancia de esta situación, que desde hace rato trascendió lo meramente económico, puede medirse por su presencia relevante en los foros donde se genera análisis político, en los medios y, en general, donde se refleje el clamor (y el comportamiento “político”) de la gente que sufre el fenómeno. Sin embargo, todas las voces contemplan sólo la coexistencia con el fenómeno, la responsabilidad de su generación, su manejo como arma política y, sobre todo, la incapacidad del Estado para combatirlo eficazmente. Y el des-abastecimiento (ausencia de seguridad alimentaria e industrial) sobrepasa las fronteras de ese análisis, siendo necesario remontarse a su formación histórica.
Meternos en las honduras de tratar los aspectos que completan ese análisis, los que ayudan a explicar la existencia actual de ese flanco débil de la Revolución Bolivariana, trascienden las limitaciones de un artículo, pero intentaré a grandes trancos establecer algunos elementos de análisis.
Ni en la llamada “Venezuela agraria” se fue completamente autosuficiente en productos agrícolas para el consumo. La connotación de “agraria” la daba el sector exportador, que lo era, a cuya sombra surgió un tipo de producción agropecuaria y artesanal de apoyo, que lo hacía posible. Pero entre la atención económica que permitía una productividad de la producción exportable para hacerla competitiva, y la dada a los rubros de apoyo a esas exportaciones y a la producción de los dedicados al consumo interno, había una distancia considerable. Sabiendo acotarla debidamente, no debe sorprender la afirmación de que el conuco (sí, el tan vilipendiado conuco) y la micro propiedad agraria, fueron los responsables de la alimentación de Venezuela hasta épocas muy recientes. Cada ciudad tenía una periferia de conucos y pequeña propiedad, que la abastecía de alimentos, y todos conocemos las “características” de estas unidades de producción.
Desde la dominación española los registros de importaciones siempre contemplaron alimentos; claro, dirigidos a las clases privilegiadas, como sigue siendo (en la actualidad ¿qué proporción de los millones de dólares dedicados a la “importación de alimentos” corresponden a las “exquisiteses” que ya están llegando hasta a las tiendas de barrios y pueblos?). En la Venezuela agraria buena parte de las divisas generadas llegaban convertidas en alimentos: por ejemplo, desde finales del XIX en Los Andes cafetaleros se consumía sardinas, fideos, “spam” (peor que la carne en pote, se decía), jamones y embutidos de diferentes tipos, aceite de oliva, vinos y otros licores (brandy y coñac eran las bebidas preferidas por los andinos “acomodados”)… Pero además de las exquisiteces de entonces, a comienzos de siglo XX, por La Guaira se importaron papas, harina y otros productos de consumo común en cantidades considerables; y era que la ausencia de vías de comunicación impedía el traslado de las zonas del país productoras o con potencialidad para serlo, y eso continuo privando hasta la construcción de la Trasandina y sus ramales.
Cuando el país se convirtió en productor de dólares que la economía capitalista mundial debía recuperar con rapidez (Venezuela petrolera, que llaman), se abrieron definitivamente los canales de la importación de alimentos, que una local economía agraria “improductiva” y en quiebra no era capaz de aportar. Rubros que en zonas parecían competitivos, igualmente fueron desmontados por los extranjeros que llevaban en sí una alta productividad de origen; por ejemplo, en Los Andes, la harina “criolla” arrasada por la harina “del Norte”, y con ello se fue al traste el cultivo del trigo. La “crisis agraria”, sólo en parte producida por la explotación petrolera, se extendió de la agricultura de exportación hacia la agricultura de apoyo, vulnerando también la agricultura suplidora de alimentos. El tamaño del rebaño ganadero, el bajo costo de producción y también el reducido consumo per cápita salvó de esta hecatombe al sector cárnico.
El trasvase directo de recursos provenientes de la renta petrolera a la agricultura, que apareció como práctica en 1936, se incrementó desde los años sesenta, cuando comenzó a ser mella en la conciencia social la prédica permanente que la “izquierda” venía haciendo desde los años 30 sobre los efectos negativos del “latifundio” en la producción agrícola. Sin embargo, la reforma agraria del 61 fue un fiasco, los recursos inyectados en el sector agrícola mal utilizados, y se agudiza la exposición del país causada por una dependencia cada vez más marcada de la importación de alimentos, en años, hasta los que se consideraron siempre suficientes para suplir el mercado. Fue el panorama encontrado en 1999, desde cuando se le comienza a atacar teórica, política y económicamente.
Paralelamente debemos plantear lo que sucedió con la “agroindustria”, actividad del sector secundario generada por la necesidad de algunos productos agrícolas de ser transformadas para poder ser consumidas, o para que su consumo se masifique. Hasta los años 20 del siglo XX, el procesamiento de productos agrícolas se hizo de manera artesanal; desde entonces, comenzaron a aparecer procesos industriales, muy ubicados geográficamente, para la producción de lácteos, cárnicos, azúcar, grasas, pastas, bebidas… que no llegaron a abastecer sino parte muy reducida de la demanda nacional, prevaleciendo en la restante los procesos artesanales. Hubo que esperar hasta los años cincuenta para que el consumo de esos productos comenzara a generalizarse, aumento que tuvo una respuesta positiva de la producción industrial. Un aspecto que debe tomarse en cuenta en la agroindustria, es su dependencia de tecnología importada, igual que importados eran algunos de los insumos utilizados.
Otros aspectos de industria de alimentos, diversificada al cobijo de patrones de consumo extranjeros (los “comisariatos” de las compañías petroleras tuvieron algo que ver), lo trataremos más adelante, cuando veamos características y evolución de la industrialización que se dio, para explicar el des-abastecimiento de bienes industriales de consumo directo. También retrasaremos, por contemporánea a la crisis de esa industrialización, la explicación del abandono de producciones agrícolas, que comenzaron a ser suplidas por importaciones, y que comenzaron a ser retomadas recientemente, y las características más generales de la comercialización de los productos agrícolas.
Aún no hay explicaciones que satisfagan. Sólo hemos afirmado que la autosuficiencia alimentaria jamás existió; que la producción agrícola destinada al consumo urbano tuvo una bajísima productividad desde sus inicios; que el desplazamiento de rubros agrícolas de producción nacional por los importados que conllevaban una alta productividad comienza tempranamente, avanzando y arrasando en la medida que el mercado se ampliaba; que para los productos que necesitan una transformación para ser consumidos, prevalecieron los procesos artesanales, salvo algunos industriales muy focalizados geográficamente; que durante la democracia puntofijista, la presencia de un pensamiento político-ideológico sobre las causas que explicaban la baja productividad agrícola, no fue óbice para que la dependencia del país de los alimentos importados aumentara.
En el próximo artículo, además de plantear lo aplazado hace dos párrafos, examinaremos la situación agrícola e industrial heredada por el Gobierno Bolivariano, las transformaciones que se plantearon y ejecutaron, y la larga espera de resultados que aseguren la soberanía y seguridad alimentaria, para que no tengan más cabida maniobras políticas como la que puso en vilo la misma existencia de la Revolución Bolivariana y que aún estamos sufriendo. Nos veremos pronto, si es que cosas que estoy oyendo y leyendo por ahí sobre la Campaña Admirable, me lleven a revirar con el paréntesis consiguiente.