La domesticación del pensamiento

Siga la flecha. En una sociedad algorítmica, mutamos en robots. Muchos son los indicios. No busque respuestas al margen del sistema. Compórtese. Sea políticamente correcto. Seres acríticos, sin capacidad de juicio, incapaces de reflexionar, previsibles y pendientes de la voz del amo. Nos dan órdenes y las cumplimos rauda y velozmente. Cada vez que lo hacemos esperamos ser gratificados. El premio, a diferencia de los animales domésticos, son mercancías, coches, apartamentos, joyas, etc., o su equivalente general, dinero. Otras, el resultado es vanidad y orgullo. Ego contenido para señalar las diferencias de estatus y posición de clase. Nos complace el reconocimiento público. Ser los machos alfa de la manada o en su defecto el líder.

Con los animales, el proceso de domesticación sigue el mismo itinerario. Una orden cumplida, una recompensa. Es cosa de observar espectáculos en los parques acuáticos. Focas, delfines, orcas, obtienen, más o menos sardinas, en función del ejercicio realizado. Si por casualidad los animales domésticos alteran nuestra existencia, no hay rubor en someterlos hasta desfigurar su naturaleza. La castración, sin ir más lejos. Así, el propietario, dueño del animal, evita los cantos, aullidos o maullidos en periodo de celo. Los destruimos, a cambio les brindamos seguridad, un techo donde vivir y comida. Nos sirven de compañía, satisfacen nuestros deseos. Sólo les pedimos sumisión, y levantar la patita a la voz del amo.

¿Pero qué sucede si no cumple la orden? No hay que ser muy listo, el premio se convierte en castigo. La desobediencia se penaliza. Si las recompensas no surten efectos, el animal será declarado peligroso, no apto para vivir entre humanos. Mejor sacrificarlo. Como mucho se le perdonará la vida, pasando el resto de su existencia en una jaula, aislado y en condiciones miserables. Los ejemplos de castigos son variados, no haremos una lista, pero sabemos cuál es su función, crear miedo y violentar el cuerpo. Así, los vemos temblar cuando se les recuerda que defecar y mear en el salón está penalizado. Saben la respuesta, pero no han podido frenar sus instintos, la domesticación, tiene sus límites. Cada cierto tiempo, se les recordará quien manda para evitar indisciplinas, sublevaciones o malos comportamientos. Otro tanto ocurre con los seres humanos, temerosos de perder el empleo, se someten a vejaciones múltiples. Es preferible callar que levantar la voz. Amenazas, presiones, calumnias todo será utilizado como mecanismo represivo y de coerción.


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Marcos Roitman Rosenmann


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