La batalla comunicativa de la derecha mediática mundial, elaborada durante los últimos meses de la campaña no lograba su objetivo: desestabilizar, crear confusión y avalar la tesis de un fraude. Se creyeron sus propias mentiras. Su plan B contemplaba, perder por la mínima, cuestionar el triunfo del Polo Patriótico y la victoria de Hugo Chávez. La maquinaria estaba engrasada. España, Argentina, Estados Unidos, la Unión Europea se hicieron eco de un triunfo inexistente del candidato Capriles y pasaron a la ofensiva. Pero la realidad se mostró tozuda. La distancia en votos supera el millón en favor de Chávez: 8 millones 136 mil 964 y un porcentaje de 55.15 por ciento; mientras, Capriles obtiene 44.13 por ciento, 6 millones 499 mil 575 votos. Igualmente, la participación hace historia: 15 millones, situándose en 81 por ciento del censo electoral. La decisión del pueblo venezolano de prorrogar democráticamente el mandato a su actual presidente, Hugo Chávez, es incuestionable.
Ahora, las cifras cobran relevancia política. El análisis de Capriles fue decepcionante. Su reconocimiento de la derrota estuvo lleno de resquemor. La candidatura de Capriles sustentada a golpe de dinero, cargada de apoyo internacional de industriales, magnates y partidos políticos hermanos de todo el mundo fracasaba. Primero Justicia, partido donde milita Capriles, recibía un varapalo, menos votos que en las primarias. La consigna, votar abajo y a la izquierda, como rezaba el eslogan de los carteles publicitarios, señalando la casilla de Primero Justicia, se trasladó a la extrema derecha, recuadro genérico donde figuraba la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Los viejos partidos de la cuarta República, COPEI y AD, pueden renacer con la derrota electoral. Tienen organización, militancia y experiencia probada en los entresijos del poder.
Capriles perdió su oportunidad de nuclear a la oposición. Caricompunjido, envuelto en el chándal de la selección olímpica venezolana y con la mano en el corazón, se dirigió a los asistentes que aplaudían. Era su testamento político como presidenciable. La alocución estuvo llena de metáforas. Mantuvo el discurso de confrontación. Se apoyó en la idea de dos Venezuelas. Una identificada con su proyecto, y otra que tildó de oficialista y que vota otra cosa. De esa manera dejó caer que había ganado el monstruo. La Venezuela del futuro tendría que esperar. David volverá y derrotará al mal. La Venezuela del progreso triunfará. Sumaba 6 millones de votos de amor. Y en un tono mesiánico sentenció: El tiempo de Dios es perfecto; El tiempo ya llegará. Tarde o temprano obtendrán la victoria final. No hay tiempo para el desánimo. Su mensaje es claro. Él recibe los votos del amor, de la concordia y la paz. Hugo Chávez, cuyo nombre no mencionó, recibe los votos del odio, el enfrentamiento y el caos. Ocho millones de venezolanos están endemoniados, caminan erráticos. Aun así, Capriles dice que trabajará para todos los venezolanos, incluidos los oficialistas.
Mientras, desde el balcón del pueblo, en el palacio presidencial de Miraflores, ante miles de seguidores y tras cantar el himno nacional, Hugo Chávez felicitó al pueblo venezolano. Fue respetuoso, llamó al diálogo y el entendimiento y felicitó a la oposición por hacer público reconocimiento de la derrota y no llamar a la desestabilización. Definió, por contra, su triunfo, como la perfecta batalla democrática. Se congratuló de vivir en una Venezuela independiente y soberana. Tendió la mano sin dobleces a unos y otros. Y en medio de la noche festiva, dejó caer una frase para la reflexión. Se trata, dijo, de consolidar el socialismo democrático. Y para demostrarlo, y a pesar que en democracia suele ser costumbre que el candidato perdedor llame por teléfono dando la enhorabuena al candidato triunfante, fue Chávez quien tomo la iniciativa. Capriles no se dignó a tener ni un gesto que le dignifique en la derrota.
Hoy, la oposición venezolana deshoja la margarita. Capriles es pasado, no sirve a los intereses de la derecha venezolana. Su liderazgo, cuestionado desde dentro, amerita una salida sin sobresaltos. La carta a jugar ha sido nombrarlo candidato a gobernador por el estado de Miranda. Seguramente, ganará, ya no se enfrenta contra Hugo Chávez, y el voto se disgrega. El liderazgo del presidente se difumina y con ello se pierden votos. Entran en juego otros factores, propios de elecciones regionales. Seguramente, Capriles, a pesar de su juventud, acabará allí, su carrera política. La necesidad de la derecha de encontrar un nuevo liderazgo recién comienza, las elecciones de diciembre son un termómetro y habrá que estar atento a los nombres emergentes. La lucha interna será despiadada y sin cuartel. Nadie querrá perder posiciones. En esta lógica, Capriles, tiene una mínima posibilidad, en seis años, los daños colaterales le pueden devolver su áurea, pero no lo tendrá fácil. Será su peregrinar en el desierto.
Por otro lado, el triunfo de Hugo Chávez supone consolidar los cambios y apuntalar el camino. Las críticas sobre los comportamientos sectarios, la falta de crítica interna y el amiguismo deben ser resueltas ampliando las bases de la democracia participativa y controlando el proceso de toma de decisiones. Es hora de sumar voluntades, ganar pueblo y construir ciudadanía. Es la única manera que un triunfo electoral se transforme en un dique de contención a las prácticas desestabilizadores y el boicot interno e internacional que seguirá sufriendo la República Bolivariana de Venezuela. El futuro se encuentra en manos del pueblo venezolano, cuya opción, hoy o por hoy, se decanta por un proyecto de paz, independencia, dignidad y soberanía. En definitiva por levantar la bandera del socialismo democrático.