Quién piensa hoy en la revolución socialista. La inmediatez nos tiene capturados. Nuestra vida se pierde en los bancos y en los supermercados. No hay tiempo para la acción consciente. Pensar es un lujo, como el aceite de oliva. Leer, una forma de distracción. Estudiar, una oportunidad de ascender socialmente. Trabajar es un castigo. Todo mengua, la salud física y mental. No podemos ver más allá de nuestras narices. La revolución se perdió no solo a lo interno, en el entusiasmo, sino que se desvirtuó en el lenguaje, ahora cualquier disparate es revolución, como esa recompensa de 500 mil bolívares para los venezolanos que votaron y tienen el carnet de la patria. La revolución se degradó a un carnet, tanto ella como la patria. Nadie es capaz de ver el bosque. No hay visión binocular sino perspectivas de rana.
Para la mayoría de las personas pensar en política es pensar en las elecciones ¿Quién se va a ocupar de otra cosa? También las elecciones es tomar el camino fácil, viene con las alianzas inter capitalistas y la entrega del país a los viejos expropiadores de la sociedad. Buscar el “camino fácil del interés material como palanca impulsadora de un desarrollo acelerado” pero equivocado –denuncia el Che a los reformistas- termina por borrar la revolución socialista de nuestro horizonte.
La excusa que se da es en el lenguaje, se dice que ésta no es una revolución que copia otros modelos, que es “nuestra”, con un “nuevo modelo económico”. Pero la verdad es que el “nuevo modelo económico” es tan “nuevo” como viejo es el capitalismo, es el capitalismo presente, salvaje, depredador, inhumano, monopólico; y es que desde el gobierno ni siquiera se propone, aunque sea una quimera, realizarlo en sus formas primitivas, artesanales, más humanas. Las emprendedoras que promueve el Estado tienen sus días de “empresarias” contados, el capitalismo se las tragará una a una.
Y no hay ni una sola persona en el gobierno que reflexiones sobre estos asuntos teóricos y prácticos; que haga “control de daños”. Para ellos “decretar”, “nombrar”, “enumerar”, “invocar” lo es TODO; si se puede decretar, TODO está bien. Habría que preguntarle a Castro Soteldo, que es el único que habla de cosas prácticas y a veces teóricas, dónde se está construyendo ese capitalismo tan maravilloso y generoso que se ve en televisión, y qué tiene aquello de socialismo (“¿Y dónde está el socialismo Elías?”)
Se tomó el camino más fácil de todos los caminos posibles: legarle la responsabilidad de gobernar y crear consciencia al capitalismo, a sus “mecanismos”, a la tecnología capitalista, como es el caso del mentado Petro (lean el artículo de Julio Mosquera: Para comprender las criptomonedas (I)); transferirle a asesores oportunistas la responsabilidad de pensar y hacer políticas; abandonar el trabajo revolucionario de crear consciencia y planificar la economía (para satisfacer las necesidades de toda la sociedad) por el chantaje de las recompensas, de las cajas de comida, del dinero devaluado, y el bendito carnet o la “revolución” en el bolsillo; cambiar el poder popular por maquinarias electorales para buscar votos y resultados “electorales”, que a su vez sustituyen la acción consciente de la población.
Los mecanismos se convierten en un fin. La inmediatez y la improvisación sustituyen los fines políticos, los objetivos políticos, la estrategia de cambiar la sociedad capitalista egoísta e individualista, la propiedad privada de los medios de producción por otra socialista, de propiedad social de los medios de producción y con conciencia del deber social: sin una revolución así nunca se acabarán los males propios de la sociedad burguesa, la sociedad de clases.
La excusa de la “guerra económica” para justificar el fracaso reformista no refiere a un accidente dentro del capitalismo, como lo quieren hacer ver desde el gobierno, es la forma normal que tiene el capitalismo para sostenerse en el tiempo, la manera de someter a los trabajadores y a los más pobres a las necesidades más extremas y humillantes. La guerra que libran los ricos oligarcas todos los días para atar al resto de la sociedad a sus caprichos, es la guerra por los privilegios: no habría capitalismo si no hubiera una guerra sostenida en el mercado, en la conciencia, contra la naturaleza; económica, ideológica, policial, con el fin de contener o idiotizar a cientos de miles de desempleados, de hambrientos y enfermos.
El socialismo es acción consciente para acabar con la barbarie, no es una palabra vacía para adornar o disfrazar discursos vacíos.