Parafraseando el título del célebre cuadro de Kazimir Malévich podemos decir que la estética de la corrupción en Venezuela es rojo sobre rojo.
Ya no es posible echarle la culpa a nadie más. La corrupción es endógena al PSUV por voluntad propia. Es un arte que realiza con esmero. Una técnica de la ilusión, nada parece lo que es. Se desaparecen en la nada millones de dólares en un solo acto de mano. La ilusión de la ilusión. Que se lleva por delante toda posible ilusión de la población.
Siempre es un nuevo capítulo de una historia ya vieja. O como dicen los buhoneros de los vagones del Metro: "La misma película con otro protagonista".
Podríamos decir que la estética de la corrupción venezolana es una estética de lo sublime, pero el asunto es que ya no altera a nadie. Ya no sorprende, ni arrebata al espíritu cansado y agotado de la ciudadanía. Solo lo sume en la desesperanza.
Es una estética del horror, de lo feo. Espanta momentáneamente y nos llena de sobresalto. Pero siempre hay la esperanza de que ésta no es la peor noticia, mañana habrá otra más temible. Un pozo sin fondo. El padecer es pesado y largo.
La estética de la desesperanza. Una política y unos políticos hechos para eso. Para el desparpajo, para la desfachatez. Cuando es voz popular, desde hace tiempo, que ese tal es corrupto y corruptor nadie atiende. A los años aparece la noticia con gran despliegue y ya nadie se sorprende, porque todos sabían que era un ladrón.
La estética del desgaste. Acabar con el espíritu, con el sentido de vivir. Ha sido un arte esta práctica, se ha refinado destejiendo muy fino los hilos del alma de los venezolanos. Cada mentira, cada descaro tiene como fin borrar todo vestigio de vida.
La estética del aguante. Como contrapartida la ciudadanía vive en el estado permanente del aguante. Del aguante del hambre, de la miseria, del desengaño. Cada día es un aguante.
La manifestación estética de la perdida de la vida es constante. Se vive en un espanto. Ya no hay sobresaltos, porque la insensibilidad ciudadanía es un mecanismo de defensa.
El votante tiene una percepción cruda de la realidad. Por eso el discurso político cae en saco roto. Hace tiempo que no cree en el político, porque lo que le dice son mentiras. La estética de la mentira, muy refinada y practicada por los políticos.
El votante espera cualquier momento para cobrarse todas las injurias de esta estética roja sobre rojo. Sabe que el día llegará, tiene paciencia y resistencia. Lo han quebrado por todos lados, pero siempre hay un último aliento que todavía no se ha utilizado.
Ante la estética de la corrupción está la vida. Y ésta siempre se abre camino. El político parece que ha olvidado esto, el ciudadano se lo recordará.
Son muchos los capítulos inconclusos de esta estética nacional. Cada día se inaugura uno nuevo. Parece inacabable. Muchos quieren participar en esta estética desalmada. Hacen cola para ver quien participa de primero en el arrebato del botín.
Se anotan para ver si les llega el turno de poder robar. Nada los amedrenta ni les quita el deseo, porque saben que la impunidad es parte de este arte. Unos se duermen en los laureles, pero muchos deben haber aprendido a irse antes de que pierdan la bendición de quien los puso ahí.
Siempre se monta el mismo circo como parte de la estética de lo freaks, de la desmesura. Les gusta esa publicidad que parece más bien una invitación a ser parte de ese espectáculo.