No hay batalla final contra los pueblos.

Libia: ¿la batalla final de la OTAN?

La OTAN, en las últimas dos semanas, continúa por el camino de la guerra y la violencia cruel. Nada de silenciar su potencial bélico. Y de aceptar un alto el fuego y el fin de las hostilidades.

Terror extremo que avanza para destruir a Trípoli, al pueblo libio: intensificación de bombardeos y del apoyo militar, de inteligencia, mediático y logístico al ejército fantoche.

El proceso de negociación  de  la Unión Africana (UA)  ha topado con la intransigencia  de la OTAN: el diálogo entre las fuerzas sociales libias está seriamente truncado y las propuestas de paz acorraladas. La OTAN profundiza la guerra, abre un frente generalizado de guerra civil e intenta avanzar en sus planes de imponer, en el Norte de África, la geopolítica del imperialismo. Y dobles A Obama e Hilary conduce esa guerra:

Guerra abyecta,  del deshonor sin tregua: Palestina, Kosovo, Irak, Afganistan, Libia…  Guerra de una democracia impúdica, de aluviones de violencia desmedida y desbocada.

Los guerreristas confrontados con lo real de la guerra, no son más que un poderío militar   en bancarrota. Desde Hiroshima, lo real de la guerra está claro, los pueblos han establecido una ruptura radical con ese poder ignominioso de  destrucción y  muerte.

La OTAN supone que su solución militar (que no política) se decide en una batalla final. La invasión militar a Libia, en sentido estricto, es una guerra yerma e infructuosa

El poder global del capital es un poder obsceno que como dijo alguien en Irak, en el momento de la caída de Bagdad, “el ejército de los Estados Unidos por su descontrol no controla nada”. Pasó el tiempo y esa afirmación es mas cierta, verdadera  que nunca: lo que aparentemente se  vislumbró como un triunfo es una derrota abrumadora; el pentágono, y la casa blanca, no atinan la salida de su ejército desmoralizado y apabullado.

La abyección y vileza  de Abu Ghrabi indica que la “Tormenta del Desierto” y la invasión a Irak en 2003 que la violencia militar de Estados Unidos es duramente desafiada en Irak.

Violencia militar que es vapuleada en Afganistan.

La investidura del poder imperialista, efectivamente se desdibuja, su autoridad se desvanece en el mismo terreno que intenta revertir su decadencia. Ya es evidente que su supremacía militar no es suficiente para impedir su declive. Estamos muy lejos de aquella   potencia única e indiscutible que se visualizó a raíz de la implosión del socialismo real.

El fracaso de la guerra pura, de la doctrina del shock y de la estrategia del apaciguamiento a lo Kissinger, hay que relacionarlo con el revés en lo económico, es decir, con el creciente debilitamiento  de la hegemonía de los EEUU, a escala mundial. Todos sabemos de la ineficiencia y la ineficacia de la política de la liberalización o desregulación financiera y del descrédito de los organismos o instituciones financieras internacionales digitadas por el imperialismo. La debacle económica y las hondas desigualdades sociales horadan, y de qué manera, la credibilidad del desbocamiento neoliberal.

Nos estamos topando con una resistencia creciente, de diferentes órdenes y dimensiones,  al mundo monopolar, a la ultrapolítica y a las oleadas neoliberales. Las recientes rebeliones de los pueblos africanos están inscritas en la dirección de las luchas de Génova, Seattle, Sao Pablo, Quito, La Paz y Caracas.

La guerra asimétrica de los señores de Davos, la violencia cruel de los señores de la guerra, el poderío militar que se sostiene en un rearme contínuo,  permanente (tecnología militar de última generación siempre, bases militares por todos lados y presupuestos militares elevados progresivamente) y la guerra soberana (como dice Negri) o autónoma de los Estados Unidos,  es  la guerra a cualquier precio y por cualquier precio.

Hay que diseñar y luchar la paz que el Pentágono y la OTAN rechazan. Hay que parar la guerra de los Obama, Berlusconi, Cameroon y Sarkozy, y del emulo de la ONU. La izquierda anticapitalista, los gobiernos revolucionarios y democráticos los movimientos populares, los movimientos pacifistas, desde Viet-Nam, sabemos cómo hacerlo. Estamos obligados a ello.

No hay batalla final contra los pueblos. Lo que tiene su fin es la duda razonable.

fclugo50@gmail.com




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Francisco Cedeño Lugo


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