La masacre más cobarde de la historia

Hace 67 años, el 9 de marzo de 1945, a las 11:30 de la noche, comenzó el gran bombardeo incendiario al Barrio Obrero de Tokío, en el que casi sólo vivían niños, mujeres y hombres viejos, y terminó a las 3 a.m. del día 10. Al amanecer, 100,000 cadáveres calcinados cubrían las calles del pobre barrio.

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 Algunos de los cuerpos carbonizados. ¿Eran de soldados aquellos cien mil 

         cadáveres? No, en un 95% eran de niños, mujeres y hombres viejos.

       1-. LA CUADRILLA

Hace unos días, Barack Obama hizo unas declaraciones en las que, entre otras   cosas, dijo:

--I’m not bluffing when I say that we will attack Iran if it makes a single nuclear weapon (no estoy alardeando cuando digo que atacaremos a Irán si fabrica una sola bomba nuclear)

Bueno, pero ¡¿quién rayos le habrá dicho a este señor que él puede decidir qué países deben tener o no armas nucleares?! ¡¿Cómo es posible que el mundo acepte el poder omnipotente, tiránico, del gobernante de un país que sólo tiene el 4% de la población mundial y el 6% de las tierras emergidas del planeta?! ¡¿Quién diablos le habrá dicho a este Chicharito hawaiano que puede ser amo de este país y del resto de todos los países del mundo que tienen, en conjunto, 16 veces más territorio y 23 veces más habitantes que Estados Unidos?

Por su parte, la canciller ultra-sionista Hillary Clinton, gran benefactora de las funerarias y florerías de Arkansas y Washington DC, insistió, hace unos días, en lo mismo que ha venido diciendo desde hace meses:

 --Míster Assad must resign and get out of Syria or face the consequences (El señor Assad debe renunciar y marcharse de Siria o enfrentar las consecuencias)

Lo mismo que le había dicho hace un año a Muamar Gadafi… y ella tiene bastante experiencia en la aplicación de esas consecuencias.

Un cable de EFE, publicado antier por la prensa en español de Miami, dice lo siguiente:  

--El Secretario de Defensa, León Panetta, subrayó la importancia de que su gobierno trabaje, como si fuesen uno solo, con el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu en favor de un Israel seguro y soberano.

Es primera vez que un alto funcionario del régimen de Obama acepta que los gobiernos de Estados Unidos e Israel son uno solo, sugiriendo, además, que el soberano es el de Israel.

Insisto en que el régimen terrorista de Netanyahu atacará las bases nucleares de Irán y en que para ello tendrá el previo apoyo del Imperio, aunque después “critique” la acción, Toda esta disputa entre ambos gobiernos sobre el ataque a Irán es una cortina de humo para engañar o confundir al mundo.

Creo, asimismo, que de una forma o la otra, el Imperio y sus secuaces van a perpetrar alguna acción militar en Siria contra las fuerzas del gobierno. La desaparición de Bashir al-Assad es una prioridad del sionismo y el Imperio va actuar de acuerdo a los intereses del… soberano, como le llama Panetta.

Dejemos… por ahora las acciones terroristas del Imperio y sus aliados y vayamos al mayor crimen cometido por cualquier imperio de la historia.

2-. LA OBRA MAESTRA DEL TERROR

Jamás se ha producido un crimen mayor al que el Imperio perpetró aquella noche de marzo en Japón. No fue una acción de guerra, pues el cuartel general del Primer Ejército Japonés, el más importante del país, y el Palacio Imperial, en el que se encontraba Hirohito, no fueron impactados ni por una simple bala.

Fue, en el más estricto sentido del concepto, un macro-atentado terrorista en forma de ultra-bombardeo incendiario, la matanza más cobarde, más infame, más espeluznante, que recuerda la violenta historia de la especie humana, mayor que la de Hiroshima por el número de muertos –quemados vivos también-- que se produjo en una sola jornada.

A principios de marzo de aquel año 1945, los aviadores de guerra del Imperio ya habían asesinado a casi un millón de civiles inocentes en 64 ciudades de Japón. La venganza había sido en extremo desproporcional a la ofensa porque en el ataque a Pearl Harbor habían 2,345 militares que se hallaban en los barcos de guerra y las bases naval y aérea, y 57 civiles que trabajaban en ambas, no cientos de miles de niños, mujeres y viejos… en sus hogares, escuelas, guarderías, asilos, centros de trabajo, parques y hospitales.

El ataque a Pearl Harbor, tres años y tres meses antes, había sido perpetrado por oficiales de la fuerza aeronaval japonesa, no por el pueblo japonés, al que no se le consultó si quería o no que se atacasen las bases hawaianas ni si deseaba o no involucrarse en algo tan terrible como una guerra.

3-. EL ROBO DE HAWAI

Hay que analizar el ataque a Pearl Harbor no sólo desde el punto de vista de lo que aquella acción representó para la historia, o sea “un ataque a traición”, sino desde otros ángulos.

El Imperio no tenía --ni tiene-- derecho moral a estar en Hawai. En 1893, Hawai era un país libre, habitado por unos cien mil seres humanos y gobernado por una reina tan democrática y sensible que caminaba sola, sin escolta, por las calles de Honolulu y componía poesías y canciones que ella misma cantaba, acompañada de su pueblo, en los parques de la ciudad. El país no tenía ejército y la policía era muy pequeña, pues el delito era casi inexistente.

Varios empresarios, en su mayoría de Massachusetts, que tenían intereses en las industrias del azúcar y la piña, armaron a una banda de 300 delincuentes, asaltaron el poder del país, obligaron a la reina Liliukalani a huir a Filipinas y crearon una “república libre”.

Una escuadra naval del Imperio se situó frente a Hawai para apoyar a los terroristas en caso de que el golpe no tuviese un triunfo fulminante. Cinco años después, esta república “libre” se anexó al Imperio, como había hecho Tejas medio siglo antes.

Si se hubiera hecho un plebiscito en 1893, todo el pueblo hawaiano hubiera apoyado a su reina y rechazado a los bandidos que la derrocaron.

(Barack Obama, pues, no es ciudadano de Estados Unidos y ocupa inmoralmente la presidencia, no porque haya nacido en Kenya, como dicen sus enemigos, sino porque nació Hawai, archipiélago que el gobierno federal considera territorio estadounidense, ya que está organizado como Estado desde 1959, o sea unos años antes del nacimiento de Obama; pero, en rigor, es parte del Imperio, no del país)

Franklyn Delano Roosevelt y los altos mandos del Pentágono sabían que una escuadra japonesa se estaba aproximando a Hawai y que un ataque a Pearl Harbor era inminente, pues a principios de diciembre de 1941, la Inteligencia naval británica había descifrado el código secreto de la armada japonesa y había puesto el hallazgo a disposición del Pentágono (los jefes del Imperio dicen que lo descifró la Inteligencia naval yanki porque hasta en eso son arrogantes y mentirosos)

Al imponerle un estricto bloqueo marítimo, que era ilegal pues los dos países mantenían relaciones diplomáticas, el Imperio tenía que saber que a Japón no le quedaba otra alternativa que ir a la guerra, pues un país industrializado sin acceso a sus fuentes de energía y materias primas no podía sobrevivir. 

Roosevelt y los altos jefes militares no alertaron a las bases de Pearl Harbor porque necesitaban que Japón iniciara las hostilidades para justificar la entrada de este país en la guerra y ya no sólo contra Japón, sino contra los otros países del Eje. Al Complejo Militar-Industrial-Terrorista lo único que le interesaba era la guerra –y mientras más grande, o sea más asesina, mejor-- para que su gran industria bélica ganara una inmensa fortuna.

De haber seguido siendo Hawai un país libre y, sobre todo, de haber actuado Roosevelt como un gobernante sensato, no un feroz imperialista, aquel ataque japonés no se hubiera producido, pues la escuadra del Imperio en Hawai era más poderosa que la japonesa que se le acercaba y hubiese salido a su encuentro en alta mar, en cuyo caso los japoneses no hubieran podido perpetrar ningún ataque furtivo.

4-. EL BARRIO DE LOS POBRES

Al igual que en todos los otros bombardeos a Japón, el objetivo del de aquel 9 y 10 de marzo, no fue destruir fortalezas ni concentraciones de tropas ni puestos de mando; sino asesinar en el menor tiempo posible a la mayor cantidad de niños, mujeres y viejos para sembrar el terror más absoluto en la población de todo el país. El barrio comprendía un perímetro de 24 kilómetros cuadrados, seis de largo por cuatro de ancho.

En el área vivía un millón doscientos mil seres humanos. No eran soldados ni funcionarios del gobierno ni gente importante ni siquiera de la clase media: eran obreros o familiares de obreros que vivían en casas humildes y padecían el terror fugaz de la guerra y el perenne terror de la miseria.

Los soldados, de 16 a 62 años, estaban en los frentes de guerra y una parte de la producción industrial había quedado en manos de las mujeres, los niños de 15 años y menores y los viejos de 63 años y mayores que componían un 95% de las personas que vivían en ese barrio de la capital del país. El servicio militar japonés era obligatorio, entonces, para todos los hombres de 16 a 62 años de edad.

Las industrias eran dirigidas por hombres adultos, civiles y militares, pero éstos no formaban ni el 5% de las personas que aquella noche se hallaban en el barrio. Había muchas pequeñas industrias organizadas en las casas de los niños, las mujeres y los viejos. Las fábricas eran de ladrillo; las viviendas, de madera, plástico y papel.

A doce kilómetros se hallaba el Cuartel General del Primer Ejército Japonés, protegido por cuarenta mil soldados y cientos de altos oficiales. A siete kilómetros, estaba el Palacio Imperial, en el que aquella noche se encontraba Hirohito.

5-. LA BARBARIE

La inmensa masacre comenzó a las 11 y media de la noche del día 9 y concluyó a las tres de la madrugada del día 10.

330 superfortalezas B-29 perpetraron aquella gran matanza de inocentes. La primera oleada estaba formada por doce aviones Pathfinders que creó un círculo de fuego alrededor del barrio obrero para que los cientos de aviones que llegaran después lanzaran sus bombas dentro del área señalada. Un rato después, decenas de aviones tanques lanzaron miles de galones de gasolina.

Entonces llegaron los B-29 que lanzaron 1,665 toneladas de bombas incendiarias, entre ellas las M-18 y las E-46, éstas expandían el fuego a 35 metros del punto de explosión. Cuatro escuadrones aéreos tuvieron la misión de volar a muy baja altura para ametrallar a las pobres gentes que trataban de escapar del gran anillo de fuego.

La misión del Imperio era asesinar, asesinar, asesinar, asesinar, asesinar asesinar, asesinar, asesinar, asesinar, asesinar, asesinar con candela, asesinar con calor, asesinar con humo, asesinar con bombas, asesinar con balas, supremamente asesinar … y no soldados, sino niños, mujeres y viejos.

Avivado aun más el incendio por los fuertes vientos de cuaresma, de unos 45 kilómetros por hora, el barrio obrero se convirtió en una inmensa hoguera, en el fuego más asesino que haya existido en la historia de la humanidad, con temperaturas cercanas a los 1,000 grados centígrados, que se podía ver a 240 kilómetros de distancia.

Los pilotos terroristas vomitaban por el intenso olor a carne humana quemada: ellos eran los terroristas menores porque los grandes terroristas -los que no sólo no hicieron nada para evitar la guerra, sino que la aceleraron– estaban, a buen resguardo de la lejana candela, en la Casa Blanca, el Pentágono y Wall Street… o asoleándose en Palm Beach, arrullados por la suave eufonía de las olas de espuma al llegar a la orilla.

A las 11 y media de la noche de Tokio, cuando comenzó el bombardeo, eran las 9 y media de la mañana del mismo día en Washington. Roosevelt estaba en la Casa Blanca, sentado ante su buró de la Oficina Oval, con su cigarrillo y su boquillita de ámbar en la boca y sus pequeños lentes montados al aire y sus cabellos siempre bien peinados y sus tersas manos sin sangre visible, esperando las noticias de lo que él mismo había ordenado cuando el general Curtis LeMay, al mando de las operaciones aéreas que atacaban las ciudades de Japón desde hacía varios meses, le pidió unos días antes que autorizara la monstruosa masacre a través del Ministro de Guerra, Henry Lewis Stimson.

Al concluir la matanza, a las tres de la madrugada del día 10, a unos 18,000 kilómetros de distancia, iba a dar la una de la tarde del día 9 en Washington. Roosevelt se hallaba aún en la Oficina Oval, y Stimson, en su despacho del Pentágono. Sonó el teléfono, alguien llamaba desde las Islas Marianas. Al recibir el informe, se dibujó una suave sonrisa en el magro rostro envejecido del Secretario. Éste llamó, entonces, a Roosevelt. La historia no recoge la expresión del mandatario al recibir la excelente noticia.

Al amanecer, 270,000 pobres viviendas estaban reducidas a cenizas y, sobre ellas o a su alrededor, yacían más de 100,000 cadáveres carbonizados. Unos 50,000 seres humanos murieron unas horas después o en los días siguientes y semanas siguientes. Más de 300,000 sufrieron quemaduras, muchas de ellas graves. Más de un millón perdieron su hogar.

Del total de muertos, unos 50,000 eran niños ☼


carlos.rivero@att.net



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Carlos Rivero Collado


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