Las vueltas que da el mundo. Los cambios que se producen. Hace 50 años, exactamente el 4 de mayo de 1962, a muy tempranas horas de la tarde, dos jóvenes estudiantes, casi niños, se prepararon para dirigirse al liceo “Miguel José Sanz”, de Maturín. Nunca llegaron a pensar, dos horas después, que sus nombres quedarían registrados como protagonistas en las luchas históricas de liberación de los pueblos latinoamericanos, y en especial, del venezolano. Hoy son héroes, son los mártires de Maturín. Esa tarde, las hienas que administraban el país, bajo el ropaje de AD y COPEI, para beneficio del imperialismo norteamericano, para beneficio de la oligarquía instalada en Venezuela y para el suyo propio, se ensañaron contra un pueblo inerme, desarmado, que combatía con su voz al grito de ¡Cuba sí, yankis no!, o ¡gringos go home!, ¡Viva la Liberación nacional! o ¡Fuera yankis de Venezuela!.. Ello lo combinaban con algunas piedras de terrenos baldíos.
Y los “bravos defensores del imperio, de la oligarquía, del dinero”, disfrazados con el ropaje de la democracia, con un acto de traición a la Nación venezolana, encabezadas por esa bestia asesina llamada Rómulo Betancourt, llegaron al poder por la vía del voto, del engaño y sobre el partido policlasista, AD. En la plaza de El Silencio, en 1958, Betancourt ratificaba su propuesta de pan, trabajo, libertad y soberanía. Al cierre de campaña, se dirigió al país, juró que iría a gobernar para el pueblo, a desarrollar una economía que favoreciera a los pobres, con principios de soberanía nacional y de defensa de nuestros recursos para beneficio de todos, a construir una Venezuela próspera, democrática y libre. Ese gran bolsas, desarrolló su teatro electorero, y creó las bases para que durante más de 40 años fueran desfilando distintos nombres, caras, grupos y partidos, pero una misma finalidad, la entrega de nuestros recursos al imperialismo y la negación extrema de nuestra soberanía. Los nombres de esos criminales: Leoni, C.A. Pérez, Lusinchi, Caldera y Herrera.
Aún resuenan en mis oídos lo acontecido con Cuba, en relación al complot que USA desarrolló en la VII Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos, en San José de Costa Rica, el 22 de agosto de 1960. Se perseguía aislarla, a través de una mafia de gobiernos títeres, de sirvientes prestos a confirmar la agenda del gobierno de USA. Su objetivo: expulsarla de dicho organismo. Se acusaba a Cuba de ser marxista-leninista, de poseer un régimen totalitario, dictatorial, y de ser enemiga y “mal ejemplo” para las democracias del Continente. De permitir la intromisión de potencias extracontinentales (URSS y China continental) en América. En efecto, nuestro Ministro de Relaciones Exteriores, para entonces, el urredista Ignacio Luis Arcaya, se negó a votar por y firmar el acuerdo de condena a Cuba desde la OEA. Arcaya dio un enérgico y valiente discurso en respaldo a ese país y destacó el derecho a la autodeterminación de los pueblos, a tener relaciones diplomáticas y comerciales con los países que quisieran; y, propuso una declaración condenatoria sobre la injerencia de potencias tanto extracontinentales como intracontinentales, en clara alusión al imperio gringo. Desde Venezuela, un Betancourt pleno de histeria ordenó su destitución para designar como firmante a una figura títere, gris, como todos los títeres que, por supuesto, cumplió a cabalidad su papel de sirviente: Marcos Falcón Briceño. No era de extrañar, allí estaba metida la conducta monroiana de USA, “América para los americanos”, todo para nosotros los gringos y nada para los rusos o chinos, ni para los pueblos del Abya Yala. Posteriormente, en 1962, USA logró “la victoria” de expulsar de la OEA a todo un pueblo digno, soberano e independiente, como Cuba, en una reunión efectuada en Uruguay.
Ello retumbó en el pueblo venezolano, que siempre ha sentido una gran simpatía y profunda admiración hacia la Isla, hacia Fidel, al Ché, a los barbudos guerrilleros que se erigían en esperanza y ejemplo para los pueblos latinoamericanos. Aún se recuerdan las grandes muestras de solidaridad que manifestó Venezuela entera hacia aquellos hombres que abandonaban felicidad, familia y tranquilidad, en aras de un ideal, para adentrarse en las montañas de la Sierra Maestra, para combatir la dictadura batistiana, impuesta, vaya, qué casualidad, por el gobierno terrorista de USA, “la defensora de las democracias”, de los derechos humanos. Todavía se recordaba la visita grata de Fidel a Caracas, el gran mítin, realizado el 23 de enero de 1959, a escasos 22 días del triunfo de la Revolución. Los primeros años de la Revolución Cubana. Su lucha verdadera y permanente por los pueblos, por la especie humana. Un gran modelo para América Latina, El Caribe y los países del Tercer Mundo. Aún recordamos el excelente trabajo teórico, histórico, constructor de vínculos entre países, de ese gran cubano, primer embajador de Cuba en Venezuela, a raíz del triunfo de la Revolución, Francisco Pibidal, autor de la tesis “Bolívar, precursor del anti-imperialismo en América.”
Pero volvamos al tema, nuestros estudiantes, obreros, campesinos, sentían la Revolución Cubana, aún no se había desarrollado a plenitud desde los medios esa campaña satanizante y de desprestigio contra ella. Aún no se difundía aquello de que “los comunistas comían muchacho relleno”. Las manifestaciones en pro de la Revolución, en defensa de Cuba, brotaban en todo liceo, en cada universidad. Ese 4 de mayode 1962, también era el momento del Carupanazo. Los estudiantes salieron a protestar por las masacres ocurridas pues se asesinó masiva e impunemente, se colocaron en paredón a grupos de revolucionarios y luchadores y se ametrallaron en masa. La brutal orden betancouriana, eco del departamento de estado y la CIA: masacre y arrase total. Es una historia que está pendiente para su estudio y debe ser divulgada, al igual que el nombre de los asesinos, para que se conozca la realidad de los hechos, de sus protagonistas. Como siempre, ante un hecho político de ciertas dimensiones, lo del Carupanazo se informó, pero con censura previa, con filtros de información que convenía al gobierno de Betancourt y con números de masacrados por debajo de la realidad. Se tergiversó la realidad, como ocurrió con El Porteñazo, Yumare, Cantaura y Carorabo.
José Rafael Guerra, nacido en 1942. César Alberto Millán, en 1943. El primero de 19 años. Con 18 el segundo. Alberto, a primeras horas de la tarde, ya estaba en el liceo. La fuerza estudiantil buscaba expresar su solidaridad con el movimiento de Carúpano, del que se comentaba la horrible masacre cometida por el gobierno de Betancourt. Lo hizo sin armas, pero con gran responsabilidad, con sus conciencias, con movilizaciones, con consignas y banderas de libertad. El sitio de concentración era el liceo. Doña Epifania Silva Sifontes, tuvo un presentimiento sobre su hijo José Rafael que le sacudía el alma, trató de detenerlo, pero cómo se detiene el compromiso con el destino, con la lucha por los pueblos, con la organización revolucionaria. Con mucha tristeza le vio partir, y sólo atinó a darle su bendición. A las dos horas oyó disparos y exclamó con fuerte grito: ¡Acaban de matar a mi hijo! Y cayó en desmayo. ¡Instinto o intuición de madre!
La Revolución se hace porque hay chacales, hombres adinerados que no saben qué hacer con sus fortunas, salvo almacenarlas en cuentas bancarias, bienes, compañías, comercios, industrias, bancos, fundos y haciendas. Su finalidad: acrecentar la fortuna. Para apagar reclamos de sus conciencias muchos pasan su vida borrachos, con los mejores licores. No obstante crean un sistema ideológico, cultural y represivo, que justifique la injusticia, la explotación, la desigualdad económica. Para ello contratan sirvientes y les llevan a cargos políticos y públicos para que sirvan como cuidadores, custodios de esas fortunas. Si alguien es rico fue porque tomó gran parte de la riqueza que le corresponde a un pueblo, explotó a ese pueblo. Bien por vía de la corrupción y el robo a los tesoros públicos o por vía directa de la plusvalía. Toma por la fuerza lo que corresponde a todo el país, aprovechándose de su necesidad, del hambre de ese pueblo. Organiza el poder y la represión para que se le garanticen propiedades, lujos, y su costoso tren de vida. Y a ese pueblo, engañado por diversos instrumentos: medios de difusión, ideología, cultura, educación y religión, le hacen creer que su existencia tiene como finalidad legitimar esos capitales en pocas manos, que debe ser pacífico, no reclamar o protestar, pues la división entre pobres y ricos ha sido establecida por dios, quien escogió a los miembros de cada sector. Que su destino es ser pobre en esta vida, para después “gozar eternamente” el cielo.
El revolucionario no come estos cuentos de legitimación de clase. José Rafael Guerra y César Alberto Millán mostraron conductas revolucionarias. Como dirigentes liceistas se enfrentaron al monstruo, expresado en cuerpos represivos: Digepol, PTJ, Guardia Nacional, Ejército, Policía municipal, las bandas armadas de AD. Éstas, ya para entonces, con un largo prontuario de asesinatos. Por orden de la dirigencia de AD se trajeron campesinos del pueblo de Viboral y Cachipo, en camiones del Ministerio de Obras Públicas (MOP) y del Instituto Agrario Nacional (IAN). Los dotaron de armas de fuego, grilletes y cabillas. Las bandas armadas fueron trasladadas hasta la casa de AD, ubicada al lado del Liceo “Miguel José Sanz”. ¿A quién se le ocurriría la brillante idea de tal cercanía? Con tales bandas armadas, dirigidas por un tal Bermúdez y estimuladas por Alfaro Ucero, organizaron el asalto al Liceo desde la mañana del 4 de mayo de 1962. La dirigencia de AD previamente, en la casa del partido, llenó a aquellos hombres con una combinación de ron y pólvora, conocida como “la bombita”. De allí partieron borrachos, envalentonados y armados hacia el Liceo, a primeras horas de la tarde. Eran aupados por dirigentes de AD.
En uno de sus laboratorios, arrinconados los dos estudiantes casi adolescentes, como si fuesen enemigos de alta peligrosidad, los asesinos, integrantes de las bandas armadas, dieron rienda suelta a su bestialidad. Los estudiantes fueron golpeados salvajemente con la bola metálica de los grilletes, agredidos sin misericordia, y en la soledad de aquel salón, ofrendaron sus vidas en aras de un ideal. Destrozados quedaron sus cuerpos. Los rufianes no sólo asesinaron a dos jóvenes, sino a dos esperanzas para la construcción de una patria nueva. Pero no a sus ideales, que desde el pasado nos acompañan. Hubo además 27 heridos, entre ellos 7 profesores Tan brutal asesinato mostró lo que se denunciaba: la cara de una dictadura disfrazada de democracia, de un régimen de terror que pregonaba a los cuatro vientos el respeto a los derechos humanos, en especial el derecho a la vida. Durante la agresión asesina, otro criminal, Antonio Alfaro Ucero, hermano del “diente-roto Luis, gritaba a las bandas armadas: “échenles plomo a los estudiantes porque son sus enemigos, aprovechemos el carupanazo para darles un escarmiento.” Mientras, el asesino Rómulo Betancourt, destacado sirviente del imperio, afirmaba en Caracas que: “se le encogía el corazón de angustia con el tableteo de las ametralladoras en la alta madrugada, frente a la inmolación de la juventud.” Bestia cuyo enfrentamiento contra la dictadura perezjiminenista la hizo “valientemente” desde el exilio dorado.
Gloria a César Alberto Millán y a José Rafael Guerra, ejemplos de la juventud venezolana y latinoamericana, mártires de Maturín, a los 50 años de su ofrenda.
Por los Derechos Humanos, Contra la Impunidad. Castigo para sus asesinos.
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