El 13 de mayo de mayo de 2013, en un artículo “
como testigo, nos preguntamos:¿Existe un abogado, ciudadanos venezolanos, como Hans Litten, que acuse formalmente en un tribunal de la República Bolivariana de Venezuela, a Capriles Radonsky, Leopoldo López, María Corina Machado, José Ramón Medina, Alberto Quirós Corradi y Julio Borges?
¿Existe un juez, con la hidalguía y honorabilidad, de la que careció el magistrado Ohenesorge, para declarar culpable a Hitler, que enjuicie penalmente a los líderes neofascistas?
Y hoy, añadimos:
¿Tienen los líderes de la escalada fascista, contra la patria y el pueblo venezolano, el privilegio de la impunidad?
¿Es que acaso, Leopoldo López, María Corina y Antonio Ledezma, no pueden ser formalmente acusados, enjuiciados y declarados culpables?
I
Una y otra vez, la elite imperial y los grupos oligárquicos han, descartado toda posibilidad de acuerdo político que establezca un conjunto de criterios y normas, orientadas a definir una alternativa de solución democrática a la conflictividad que está instalada en la dinámica política y social de la sociedad venezolana. Y se ha posicionada, en el espacio político de la derecha, un liderazgo político y un sector social de naturaleza fascista, en contra de la posibilidad de una salida de naturaleza democrática. Entonces, hay que avanzar en estrategias e iniciativas políticas-sociales, para desarticular y derrotar a la hegemonía fascista de la oposición. Un acuerdo político que descarte la violencia y el escenario de la guerra civil, depende del proceso de construcción de una mayoría democrática como un contenido esencial de la Revolución Bolivariana. Y por tanto, de la idea política de Chávez.
El alcance del neofascismo hay que calibrarlo. Todo indica que no se trata de un hecho episódico o coyuntural. No hay que desestimar este hecho político (peligrosamente) desequilibrante de las relaciones políticas y sociales, que las sociedades capitalistas (y en especial, las de Europa occidental) no han sido eficaces, para reducirlo y erradicarlo: las sociedades occidentales (“democráticas”) llevan en su seno este horror totalitario, y cohabitan con el mismo. Cohabitación que va más allá de la consideración del fascismo y de la actual escalada neofascista como un “elemento político-ideológico extraño” a la democracia liberal. El fascismo, en sí mismo, es un enclave específico del proyecto civilizatorio occidental y de la lógica del capital: es un imperativo de la reconfiguración o reinvención de la democracia, deslindarse de la idea del fascismo (y del neofascismo contemporáneo), en tanto, un efecto pasajero y circunstancial de determinada coyuntura histórica, o como una moda política de “exaltados” con síntomas patológicos.
Quizás el fascismo sea “la verdad interior” y el propio exceso del sistema capitalista y la democracia liberal, exceso que las diferentes modalidades políticas, de dominación del poder del capital, vanamente intentan conjurar. En sentido estricto, el fascismo y el neofascismo contemporáneo, son el alcance directo (político e ideológico) de la imposibilidad (de las burguesías y oligarquías) de posicionar una alternativa “armoniosa” que modere generosamente los antagonismos sociales que la dinámica del capital exacerba. Por ejemplo: el estilo piadoso de Bill Gates con eso del “capitalismo sin fricciones” que corre parejo con la invasión masiva e intensiva, vía Internet y el ciber-espacio, de la vida.
En un artículo José Vicente Rangel (consecuente demócrata, defensor del dialogo político y del reconocimiento de los adversarios, si lo hay entre nosotros) argumenta que: “…he sido comprensivo con ciertas actitudes del pasado. Salvo en circunstancias muy especiales, he tratado de olvidar hechos bochornosos, en los que participaron dirigentes políticos con relevancia en el presente. No para olvidar o echar un manto de silencio sobre la felonía que incurrieron, pero si para facilitar la recomposición de la relación personal y social, indispensable para la creación de un clima menos tenso, fluido que permita coincidir si es necesario o discrepar, pero en forma civilizada.”
José Vicente, confrontado con la “intolerancia” del bloque opositor y los grupos oligárquicos, ha arribado a la siguiente conclusión: la sociedad venezolana, los gobiernos revolucionarios, se han topado con “el déficit de una oposición democrática”, con la real carencia de una voluntad democrática opositora que posibilite o asegure la convivencia y gestión pacífica del conflicto entre el chavismo y la oposición, sobre la base del respeto absoluto de soberanía del pueblo venezolano.
La cuestión política que obstaculiza y paraliza el acuerdo político democrático, es que la “derecha política inteligente” (como diría Rigoberto Lanz), no emerge como un hecho político real y se instala, con perfil propio, en la dinámica política de la sociedad venezolana. No emerge, como auto postulación propia de un sector o del conjunto de la derecha política; tampoco se visualiza como expresión de los intereses de la derecha económica: es decir, la oligarquía (integralmente) es suficientemente deficitaria, en términos democráticos. Entonces, la demanda o exigencia del gobierno revolucionario, (que a partir de una política de responsabilidad) reconoce la necesidad una oposición democrática, desde Chávez a Maduro, continúa siendo un legítimo reconocimiento de la voluntad del pueblo venezolano, que la oligarquía luce incapaz de asumir.
Tal como dice José Vicente Rangel: “Confieso que se trata de un drama”. El análisis de ese drama es de vital importancia, para la construcción de la mayoría democrática, desde la perspectiva o la política de reconfigurar la sociedad venezolana en base de una nueva puesta en común de la vida y del principio del poder del pueblo. Y en este espacio está presente, la eficacia de un conjunto de prácticas e intervenciones políticas, las cuales no pueden quedar en las sombras o desapercibidas.
El drama en cuestión, que de ninguna manera es un secreto, es el alcance de políticas y estrategias querelladas.: dos discursos políticos absolutamente extraños, sin medida común, sin diálogo que asegure cualquier síntesis consensual. Y en este caso, no se trata de la oposición o contradicción entre dos argumentaciones políticas, sino del radical desacuerdo. He allí, como ya sabemos, la naturaleza de la huella del conflicto. Ese es el envite serio que confronta la sociedad venezolana: la construcción de una mayoría hegemonizada por el neofascismo o una mayoría hegemonizada democráticamente, por el chavismo.
El talante democrático de las dos esquinas políticos-ideológicas están en cuestión y en juego: se decide, al margen de la retórica, la estructuración democrática de los vínculos sociales y de la envestidura de la sociedad venezolana. La tensión entre el contenido político del discurso chavista y de la oposición, es el tope que puede conducir al “terror revolucionario” o al neofascismo, sino media el agenciamiento político y democrático de la querella. Y en ese borde, frente a la militarización de la política de talante neofascista, la alternativa del chavismo no puede ser la militarización de su política y de la política. La idea de no militarización de la política, tiene el sentido particular de Gramsci en el contexto de la política contra el nazismo: “sólo la política crea la posibilidad de la maniobra y el movimiento”.
Y en este punto, es necesario precisar y afirmar, así como demostrar, desde el chavismo, que no tenemos en absoluto miedo a la ultrapolítica de la oligarquía y la elite imperial. Y ese “no le tenemos miedo”, para ser radical, exige “no imitar los métodos de lucha de las clases dominantes, para no caer en fáciles emboscadas”. Radicalidad que supone, la decisión inquebrantable de batirse en cualquier terreno: por eso, hay que dar un paso adelante y enjuiciarlos por sus crímenes, de guerra de todos los matices. Estamos obligados a evidenciar “que el cambur verde mancha”.
Ahora bien: ¿la ausencia de una oposición democrática indica la imposibilidad efectiva del agenciamiento democrático del conflicto político? ¿Es inevitable, el extremo de una confrontación violenta, el desarrollo de fuerzas políticas y militares que definan la salida o desenlace de una guerra civil? Después de todo, y en gran medida, la salida neofascista, depende de si la oligarquía y la elite imperial consolidan victorias políticas decisivas. En la direccionalidad de abordar esta cuestión, veamos cierta aproximación de la relación entre política y violencia. La teoría del adversario político, se plantea “Aun sabiendo que no hay una solución racional al conflicto que es el resultado de las contradicciones capitalistas…, las partes antagónicas se ponen de acuerdo sobre los principios éticos-políticos que organizan su asociación política, para la gestión pacífica de los antagonismos políticos”
Los supuestos del adversario político, constituyen una posición que no resiste una confrontación con los hechos, con el curso real de los conflictos políticos. No obstante, tomar nota de ese registro (de la carencia de respaldo empírico que avale el agonismo político), no indica negarse a explorar, desde ópticas y estrategias políticas revolucionarias, la superación de la política del enemigo (o si se prefiere del esquema violencia-contra violencia). El diseño de las estrategias políticas en cuestión, se enfatizan por la finalidad crucial de la naturaleza democrática de la Revolución Bolivariana: revolución pacífica, pero no desarmada; con la fortaleza de derrotar políticamente (en cualquier terreno, terreno que siempre será político) el envite de la derecha política y del neofascismo; y construir el socialismo mediado por el poder del pueblo. La alternativa política del chavismo, implica un espacio en tensión permanente y jaqueado constantemente por la política imperial y oligarca, que intenta derrotar la Revolución Bolivariana por las “malas”, al viejo estilo de la “política del enemigo”.
La Revolución Bolivariana (dotada de control amplio del poder y el gobierno, con significativo poder popular y sensible mayoría democrática) está obligada a desarrollarse en una confrontación directa con el pulso y el reto neofascista. Y en extremo, se reducen las posibilidades de gestión democrática y pacífica del antagonismo político: no obstante, la política democrática y de paz del chavismo debe afirmar las estrategias e instrumentos políticos para desestructurar y derrotar la violencia y la extrema violencia que intenta cercar, atrapar y vencer la Revolución Bolivariana. Como sostiene Balibar: “No puede haber formas de acción política que no sean una manera de recrearla allá donde está permanentemente amenazada de extinción”.
Para la pertinencia y viabilidad de la política democrática y de paz, es imperioso reconocer el componente de exceso del poder, y de la democracia. Y ese exceso tiene que ser asumido por el chavismo, ya que la política democrática es un muro flexible e inflexible a la violencia misma, a la violencia propia de la política. El poder que asegura la vigencia del texto constitucional y su acatamiento, siempre está acompañado de un gesto que es de naturaleza discrecional. Es decir, todo ejercicio del poder y del Estado tiene que asumir ese exceso, ese gesto, aún el caso de una revolución pacífica, de una revolución fundada en el ideal de la paz. Por definición, la política, no puede eludir el exceso democrático, exceso que no podemos confundir con el terror democrático o revolucionario.
El poder, no puede afirmarse directamente, a sí mismo, como una desnuda violencia. La violencia no define la integralidad de la vida humana. Hay que recusar esa violencia desbocada que “destruye la textura simbólica de la identidad del sujeto”: la violencia de la destrucción irracional constituye un elemento esencial del mundo sin sentido de la lógica del capital global, mundo donde “…los conflictos sociales quedan privados de la lucha política y se vuelven tan anónimos como las catástrofes naturales”.
Quizás sea necesario, retomar la delimitación de los porqués efectivos en el desplazamiento y sustitución de la oposición democrática por las fuerzas neofascistas. Las condiciones de posibilidad, a escala mundial y nacional-mundial de la socialdemocracia han desaparecido: es altamente improbable que emerja, en Venezuela, una oposición democrática de derecha al chavismo. Son consistentes, las variadas señales que evidencian la crisis terminal del modelo keynesiano (del capitalismo con bridas). No es suficiente, con demostrar teóricamente (o discursivamente, al estilo de Stiglitz, etc.) que las leyes del mercado no funcionan, que el neoliberalismo no es la alternativa capitalista que conjura y supera la crisis del capital global. Tampoco es suficiente con evidenciar “la crisis humanitaria” y ecológica, para asegurar un futuro “promisorio” a la socialdemocracia.
A raíz del derrumbe del “Muro de Berlín” y del colapso del socialismo real, apologistas de la eternidad del capital (y cierta izquierda desencantada y resignada) pronosticaron el advenimiento de una hegemonía capitalista benévola u un capitalismo benigno, de corte aterciopelado. Esas expectativas (que como tal ya se desvanecieron) se auto-justifican en la apreciación del capitalismo victorioso que había derrotado (para siempre) al socialismo. La Tercera Vía (Anthony Giddens, Carlos Fuentes, Cardozo… se olvidaron de esa quimera) fue un vano intento de salvaguardar los restos del naufragio socialdemócrata. La claudicación del partido social demócrata alemán (SKP), y la defenestración de Oskar Lafontaine, significan la derrota histórica y emblemática de los partidos socialistas europeos. Derrota que se vislumbra, cuando Francois Mitterand capitula, a comienzos de la década de los ochenta, frente a la primera oleada neoliberal francesa. Los gobiernos de Blair, Gordon Brown, Clinton, Obama, Mitterand, Hollande y Zapatero, hicieron posible las dos derechas neoliberales, la demócrata neoliberal y la neoliberal conservadora. He allí el drama real de lo que queda de los partidos AD y Copey: los discursos y declaraciones recientes de sus principales voceros contra el neoliberalismo, etc., no pasaron la prueba del ácido de los grupos oligárquicos y la elite imperial. Y por ello, desasistidos del poder del capital, una vez más se amparan en la oposición que hegemoniza, otra vez, las fuerzas neofascistas.
El posicionamiento de una política de extrema derecha hegemonizada por un bloque político-social de naturaleza neofascista, significa un fuerte desafío al proceso de construcción democrática de mayoría nacional y de la mismísima naturaleza democrática de la nación. El asalto neofascista, constituye un proyecto político e ideológico orientado a la construcción de una mayoría contra revolucionaria, o con la suficiente fuerza política para, además obtener triunfos políticos-electorales significativos, dotarse de la potencialidad que derrote el proceso de transformación revolucionaria de la sociedad venezolana. Si bien, es cierto que el conjunto de la sociedad venezolana tiene una cultura democrática consolidada: que la idea política de Chávez reafirma esa cultura con contenidos radicales y novedosos; y que somos como nación un pueblo sensiblemente extraño a la violencia política: no podemos descartar que estamos ante a una embestida neofascista de gran calado y envergadura.
Ahora bien, la problemática construcción de la mayoría democrática por el chavismo, no remite, de manera fundamental, al análisis de una ambigua y compleja preferencia electoral del pueblo venezolano. Tal cual aquella lectura del país dividido en dos mitades y que toma cierta fuerza, a raíz de los resultados de las elecciones presidencial de abril del 2013. Desde nuestra perspectiva, cinco cuestiones constituyen la centralidad del análisis:
Primera. La naturaleza política del proceso de construcción de la mayoría, esto es, “la calidad” de la política que configura, democráticamente, la mayoría hegemónica. Y la posibilidad de construcción política de la mayoría democrática, no puede pensarse, ni consolidarse, al margen de las causas estructurales y políticas que acicatean el desempeño democrático de la Revolución Bolivariana.
Segunda. La emergencia del neofascismo, de una fuerza neofascista (un hecho político inédito) en la sociedad venezolana. El asalto neofascista, plantea en sí mismo una verdadera negación del “acuerdo democrático” , de la “gestión” democrática de los conflictos sociales y políticos presentes en la sociedad venezolana: no vivimos un tiempo “ligth”, y no debemos lamentarnos, ni espantarnos porque así sea.
Tercera. La posibilidad cierta, de que la oposición se descarrile por la alternativa de la violencia y la guerra civil. La elite imperial y sus operadores políticos, han asumido la política de posicionar un dispositivo (político-militar) que puede desarrollar la capacidad real de “desestructurar la Revolución Bolivariana”. Y ese dispositivo político exige asumir la problemática relación entre el chavismo y la guerra, y/o la violencia. Relación que en la actualidad está condicionada por el papel de la guerra en la conformación del nuevo orden mundial proyectado por la elite imperial.
Cuarta. El fascismo (y en general las contra revoluciones) es una consecuencia directa de una revolución fallida: la contra revolución es la alternativa de la derecha política, ante períodos de auge y victorias de luchas obreras y populares. Política de derecha que define los conflictos políticos y sociales (la lucha de clases) en términos de una guerra civil entre clases. Y en ese sentido: “El fascismo reemplaza literalmente a la revolución… su ascenso es el fracaso de la izquierda, pero simultáneamente una prueba de que había un potencial revolucionario, una insatisfacción que la izquierda no pudo movilizar."
Quinta. La cuestión radical de la hegemonía como un proceso continuo, la hegemonía se construye permanentemente y el proceso hegemónico produce fuertes desplazamientos de su contenido y de la relación de fuerzas global y coyuntural. La hegemonía no se refiere, de manera esencial, a la generación de consensos (el problema no es tan simple); sino que remite a la lucha de clases, a las políticas orientadas a la construcción democrática de la mayoría.
II
Retomamos el juicio de Hans Litten contra Hitler:
El abogado Hans Litten acusa, en pleno ascenso del fascismo y desbordamiento de la violencia nazi, a miembros de un comando de asalto del partido NZPD. El objetivo de Litten, con su acción legal, es demostrar la participación de los líderes fascistas, y en especial de Hitler y Goebbels, en los planes y acciones desarrolladas por las bandas armadas fascistas.
El 8 mayo de 1931, Litten logra que Hitler sea llamado como testigo en el juicio a la banda fascista “Sturm 33”. Benjamin Carter Hett relata ese episodio en su libro “El hombre que humilló Hitler”. Litten, en su en su calidad de “El representante legal de la acusación particular” contra la unidad de asalto fascista “Sturm 33”, interroga a Hitler acerca de su responsabilidad y la de los dirigentes nazis, en “acciones violentas deliberadas y asesinatos premeditados”. Y Hitler presenta una declaración, usualmente fascista, “El partido nazi rechaza la violencia”.
En el inicio del juicio, el juez Ohenesorge formula dos preguntas a Hitler: ¿Sabe usted de la existencia de Sturm 33? ¿Conoce usted a sus líderes? Y las respuestas, como siempre, son fascista: “Absolutamente imposible que en el partido nazi exista una sección de asalto… rechazo de la manera más tajante los métodos violentos…los nacionalsocialistas son absolutamente legales y respetuosos de la Constitución de la República de Weimar y cualquier intento de llegar al poder contraviniéndola conduciría a un innecesario derramamiento de sangre… significaría faltar a la confianza que sus seguidores han depositado en su líder”.
Hans Litten tenía un caso rigurosamente estructurado contra Hitler, Walter Stennes (organizador y responsable de los comandos de asaltos) y Goebbels. Hitler había publicado un artículo en el cual recriminaba a Stennes fallas relacionadas con la responsabilidad asignada, incumpliendo las instrucciones del partido nazi, de formar y adiestrar las unidades de asalto del partido nazi. A pesar de ese hecho, de ese artículo de prensa, Hitler se niega aceptar que Stennes tiene “ese compromiso con el partido”, repreguntado por Litten y agarrado totalmente en falta, declara, siempre en talante y lenguaje fascista "no sabía que un día, a causa de esa expresión, me vería crucificado por un abogado…Las SA tienen prohibido recurrir a la violencia o provocarla".
En el curso del juicio, Litten apela a declaraciones públicas de Goebbels, (para colocar en falta y en evidencia a Hitler y a los líderes nazis) tales como: “Al enemigo hay que volverlo pulpa”. Y presenta un artículo del jefe de propaganda nazi, en el cual sostiene la idea de que si los nazis son derrotados en las elecciones parlamentarias y se cerraba es vía legal para tomar el poder, los nazis: “Marcharemos contra este Estado. Entonces nos atreveremos a asestar el último gran golpe por Alemania; de revolucionarios de la palabra pasaremos a ser revolucionarios de la acción. ¡Entonces haremos la revolución! Entonces mandaremos al diablo a los parlamentarios y fundaremos el Estado sobre la base de los puños alemanes y los cerebros alemanes".
A pesar de las pruebas presentadas, del coherente alegato de Hans Litten, el Juez Ohenesorge no declara culpable a Hitler. No hubo sistema jurídico como plataforma institucional que contribuyese a detener y derrotar el ascenso y triunfo del fascismo. Y con Hitler en el poder, Litten padece una serie de encarcelaciones, es objeto de torturas y muere en el campo de concentración de Dachau. Litten, a pesar de la consolidación del fascismo y ya Hitler en el poder, se negó abandonar Alemania (él fue uno de los primeros detenidos cuando Hitler llega al poder). Según el testimonio de un camarada de Litten, su respuesta ante esa idea y recomendación sostuvo que “Millones de trabajadores no pueden irse…así que debo estar aquí también”
Lo cierto, la auténtica verdad es que Litten no sólo puso en evidencia, con pruebas incontestables, a Hitler, y presenta testimonios fehacientes de su participación y complicidad en la organización y realización de las acciones violentas de los comandos de asaltos del partido nazi. Lo esencial de su acusación es que demuestra, en ese juicio y otros más, que los nazis ya habían decidido instalar una época de violencia cruel en Alemania. Y que Hans Litten obliga, al fhürer (el cinismo fascista de siempre) a buscar el frágil y deleznable amparo en su declaración de lealtad y fidelidad a la Constitución de la República de Weimar. Y quizás la derrota que realmente importa en la vida de Litten y la de nosotros (exactamente en la vida de la humanidad) es que Hitler llegase al gobierno o al poder, por medio de elecciones en el contexto de un escenario político saturado de violencia nazi. La pregunta se impone ¿Cómo es posible que tal horror aconteciese?
III
Después de la invitación del presidente Maduro al diálogo y la toma de acuerdos sobre iniciativas en materia de seguridad y la política de pacificación; después que se asomaron indicios del resquebrajamiento de la hegemonía fascista: los grupos oligárquicos y sus operadores políticos asumen su drama de “déficit democrático”: la “agenda” de Alberto Quirós Corradi es relanzada con fuerza: “en Venezuela no podemos permitir que el gobierno vaya más allá de donde está hoy…Convenzámonos de que aquí no habrá negociación…Los dos sistemas son incompatibles y no pueden coexistir. En lo político lo que se requiere es presión de adentro y de afuera, lo cual con el desabastecimiento, la falta de divisas y la inseguridad producirán un estado de ingobernabilidad que obligará al gobierno entregar el poder y correr. Lo que falta son varios “empujoncitos”. Desde la semana pasada, Leopoldo López, María Corina y demás, se explayan en acciones y discursos fascistas: tal cual Hitler, en calidad de testigo. Impunes y desbocado, lanzados por el atajo y los recovecos de la violencia y el terror, intentan tomar la iniciativa política y ampliar sus frentes de lucha, en base de la toma terrorista de la calle.
Y a “todas estas”: hay que avanzar unidos, codo a codo y decididamente, desde el movimiento popular y las políticas que el presidente Nicolás Maduro desarrolla, para fortalecer la mayoría democrática que ya derrota al neofascismo y a la extrema derecha. Estamos obligados a rebajarle el copete a los fascistas de nuevo cuño.