El discurso y la práctica de la Revolución Bolivariana se ha caracterizado por un gran sentido de respeto al ciudadano, en todo lo que tiene que ver con sus deberes y derechos, sueños y anhelos. En este sentido no hay variaciones ni desviaciones desde la promesa inicial de quien a la postre se ha convertido en inspirador de pueblos, convertidos en millones, que hoy siguen luchando a la largo de nuestra América por dejar en el pasado el pesado fardo de injusticias.
Los millones de habitantes de esta América acumulan miles de años de todo tipo de humillación, explotación y sacrificios perversos. Este amplio y todavía rico territorio ha sentido desde la llegada de los primeros invasores el más feroz saqueo de sus materias primas, para que su mayoría siga en una constante y penosa lucha por la sobrevivencia.
Ocurre que cada vez que surgen liderazgos y gobiernos decididos a enfrentar todo este cuadro de injusticias, se presenta también el eterno capataz del “patio trasero” a poner calificativos y decidir por la vía de la fuerza nuestro destino.
Así, de la manera más descarada y grosera decapitan gobiernos que no les son afectos. Asesinan a los líderes y humillan sus pueblos con sus grandes maquinarias de guerra. Ahogan así las voces de justicia y quienes desde el corazón de nuestros pueblos surgen para reivindicar sueños libertarios.
Con todo y sus sangrientas maneras de acabar con gobiernos progresistas y revoluciones, a esta altura deben saber muy bien que no podrán torcer el destino y la decisión de una América indómita y rebelde.
La constante intimidación, sus decretos guerreristas contra pueblos indefensos y el diario ataque de su maquinaria mediática que genera el terrorismo sicológico no han sido mella para los millones de habitantes de América y el mundo que conocen muy bien la condición depredadora del imperialismo norteamericano.
De manera que a sabiendas de los grandes logros sociales y políticos de la Revolución Bolivariana, guiada primero por Hugo Chávez y ahora por Nicolás Maduro, nuestro pueblo sabrá sobreponerse y comprender a la perfección que a quien Mao llamó “tigre de papel”, es efectivamente un imperio sin alma, inhumano, descarado, provocador de constantes guerras que dejan a su camino pueblos desolados y sumidos en la más espantosa tristeza.
Que no nos vengan los imperialistas del norte y sus aliados internos con el cuento de que nuestros gobiernos son violadores de los derechos humanos, a sabiendas que todos los días luchamos por hacerlos realidad. En este caso Venezuela y su gobierno es un excelente ejemplo.