Construcción del imperio y asesinato masivo

Introducción
Los holocaustos conllevan el exterminio a gran escala de un gran número de civiles no combatientes durante un largo periodo de tiempo, esponsorizado sistemáticamente por el estado. Este exterminio se basa en la identidad de clase, étnica, racial o religiosa de las víctimas. La violencia es el precedente de todos los holocaustos de los siglos XX y XXI, violencia por parte del estado o de la sociedad civil contra los pueblos víctimas. Antes de los holocaustos, algunos sectores importantes de la sociedad estatal y civil suelen expresar su oposición a la violencia contra estas víctimas. No obstante, una vez que los autores de los holocaustos consiguen hacerse con el poder estatal, son capaces de neutralizar, silenciar, reprimir y cooptar a los que previamente eran oponentes.
Varios teóricos han intentado explicar el holocausto (o los holocaustos) centrándose exclusivamente en un caso particular, el exterminio de grandes sectores de las comunidades judías por parte de la Alemania Nazi en Europa occidental, central y oriental. Desde un punto de vista metodológico, al centrarse en el caso particular de los judíos en Europa, el enfoque no funciona empíricamente, ya que no sirve para explicar los holocaustos anteriores, coetáneos o posteriores perpetrados contra otras víctimas de Europa, Asia y América Latina.
Son sobre todo, pero no exclusivamente, los académicos judíos los que hablan acerca de la «singularidad» de las víctimas judías de los nazis. Al hacerlo se burlan de los datos históricos y justifican las cuantiosas compensaciones monetarias [2] y el ejercicio de la expansión colonial en Palestina y otros lugares de Oriente Medio. Y lo hacen aplicando las mismas técnicas que utilizaban los opresores nazis: prácticas de culpa colectiva, legislación basada en la raza, tortura masiva legalizada y limpieza étnica.
Crítica a la «singularidad» del Holocausto Judío
Los holocaustos modernos no comenzaron en los siglos XX y XIX con las prácticas genocidas inglesas, norteamericanas y belgas que tuvieron lugar en la India, ni en el oeste de los Estados Unidos, ni en el momento en que el Congo atestiguó sus raíces premodernas [3] . Si bien es cierto que existen grandes diferencias entre los holocaustos de los siglos XX y XXI, estos comparten una fuerza conductora subyacente: la construcción imperialista o la respuesta a los que retan al imperio.
Las declaraciones de «singularidad» del Holocausto Judío-Nazi (HJN) se basan en algunos argumentos frágiles que pueden ser desmontados de un modo rápido y sencillo.
Los que solo hablan del HJN, fundamentan sus argumentos en la cantidad de muertes: 6 millones de judíos [4] . Exactamente el mismo tiempo tardaron los nazis y sus aliados en exterminar a 20 millones de civiles soviéticos, la mayoría rusos [5] . Del mismo modo los japoneses exterminaron a 10 millones de chinos entre 1937 y 1942 [6] . Durante la ocupación y el bombardeo masivo de EEUU en Indochina [7] y Corea [8] perdieron la vida entre 3 y 4 millones de civiles (en cada sitio). No tiene ninguna validez argumentar que el Holocausto judío es superior en cuanto al número de víctimas y por lo tanto «singular».
La segunda justificación de la singularidad del HJN es el papel del estado en el proceso de exterminio sistemático de víctimas judías. Al igual que el anterior, este argumento carece de validez histórica. Durante el periodo de decadencia del imperio otomano, el gobierno de los Jóvenes Turcos introdujo una política de exterminio masivo que desencadenó genocidio del pueblo armenio entre 1915 y 1917, en el cual se registraron más de un millón y medio de víctimas [9] . Del mismo modo, al amparo de la política de «contra insurgencia» estadounidense durante los bombardeos masivos (Vietnam, Laos y Camboya) fueron asesinados más de 4 millones de civiles. Las políticas de tierra quemada dirigidas por EEUU en América Central durante la década de los ochenta, provocaron el asesinato sistemático de más de 200.000 indios mayas y la destrucción de más de 250 comunidades rurales [10] . Asimismo, el embargo estadounidense contra Iraq entre 1991 y 2003, que había sido planeado científicamente, así como su invasión y ocupación (desde marzo de 2003 hasta hoy) dejaron un número de muertes infantiles superior a 500.000 entre los años 1991 y 2000, y más de 200.000 muertes civiles desde la invasión [11] .
Otros defensores de la singularidad del HJN acuden a la ideología racial y exterminadora, olvidando la tan asentada base racial de las políticas genocidas de Japón contra China, los regímenes títere en América Central y las virulentas y racistas campañas de exterminio contra los mayas, por citar sólo algunos ejemplos ilustrativos.
Algunos historiadores judíos como Goldhagen, se apropian de los métodos historiográficos nazis para afirmar la tesis de la «singularidad» sobre la base de la culpabilidad del conjunto del pueblo alemán y su historia [12] . Esta propaganda, proclamada por un profesor de Harvard, pasa por alto el hecho de que los nazis obtuvieron tan solo el 37,3% de los votos en julio de 1932, y perdieron casi un tercio del electorado en noviembre de 1932, justo antes de asumir el poder [13] . Goldhagen pasa por alto que más de un tercio de los alemanes (sobre todo obreros) votaron a los candidatos socialistas-comunistas, que se oponían firmemente a los nazis y apoyaban los derechos de los judíos [14] . En términos históricos, el argumento resulta incluso más débil. Antes de la década de 1920, los movimientos que se mostraban abiertamente antisemitas, los líderes de opinión y los políticos, estaban excluidos de la vida política alemana. Además, es obvio que el argumento ignora el «alto nivel cultural» alemán basado en la tolerancia, el cual incluía a muchos judíos y contribuyó en gran medida a la herencia cultural en la música, las ciencias, la literatura y la filosofía.
Por ultimo, la noción de culpa colectiva de toda la sociedad civil se niega a reconocer que la primera y mayor redada política de los nazis acabó con decenas de miles de alemanes, la mayoría comunistas, sindicalistas y militantes antifascistas, todos ellos exterminados en los primeros campos de concentración, incluidos Buchenwald y Baden-Baden. El argumento posterior a los hechos se basa en la falta de resistencia abierta por parte de los alemanes una vez que el régimen terrorista hubo consolidado el poder. Este argumento tenía poco que ver con la «aquiescencia» alemana del antisemitismo, y se acercaba más a la efectividad de la represión estatal.
Pero, aun en el caso de que casi el 50% de la sociedad civil alemana consintiese o incluso apoyase (sería muy dudoso asumirlo) el genocidio estatal, no se trata de un caso aislado. De hecho, el exterminio de un número de eslavos tres veces mayor fue apoyado en la misma proporción (los «científicos» nazis encargados de la higiene racial consideraban que los eslavos eran similares a bestias, infrahumanos destinados a trabajar hasta morir). Sectores importantes tanto de la sociedad civil turca como de la curda participaron en el asesinato y saqueo de los armenios. En el caso de EEUU, la mayoría de la sociedad reeligió al presidente Reagan tras declarar públicamente su apoyo al dictador guatemalteco Rios Mont, que había exterminado al pueblo maya. Una mayoría abrumadora de la sociedad «civil» israelí financia y sirve a la colonización militar y al desposeimiento de 4 millones de palestinos en el Holocausto Palestino-Israelí [15] . La sociedad civil de Japón en conjunto apoyó la masacre de Nanking y sus secuelas.
Es insostenible argumentar que el único vínculo entre los nazis y la sociedad civil fuese el exterminio de los judíos, más aún si atendemos a la mirada que se esconde tras los ojos cegados de una historiografía predispuesta. Es tan abrumadoramente obvio, que uno necesita indagar en la «sociología del conocimiento» en lo que respecta a la singularidad del Holocausto Judío: ¿a qué fines políticos y económicos sirve en cuanto al aumento actual de poder de Israel? El uso y abuso de la historia, concretamente en el caso de la singularidad del NJH, conlleva una serie de consecuencias extremadamente perjudiciales para la perpetración del Holocausto Palestino.
La manipulación de la cuestión de las víctimas del holocausto ha contribuido de un modo desproporcionado en la influencia que los grupos de presión pro-israelíes ejercen para asegurar que tanto EEUU como la UE financien la limpieza étnica del pueblo palestino. Las explicaciones etno-raciales de los holocaustos, incluida la que se basa en la «culpa colectiva», puede ser sustituida rápidamente por la del «castigo colectivo» de familias, comunidades y pueblos, que no guardan relación alguna con las ofensas alegadas a víctimas únicas convertidas en poderes regionales. Una muestra evidente de ello está en la mentalidad de muchos expertos del terrorismo israelíes y judíos, quienes profesan saberlo todo acerca de la «Mente Árabe».
Crítica a las explicaciones psico-culturales
Aquellas explicaciones del holocausto basadas en el «comportamiento masivo irracional» o, de un modo más general, en la «psicología masiva», obvian el punto central de la manipulación de las élites, anclada en el estado, en la economía y en la sociedad civil. En ninguno de los holocaustos de los siglos XX y XXI las masas se encontraron en condiciones de iniciar, organizar y dirigir los holocaustos. Sin embargo es cierto que fueron algunos sectores de las clases bajas los que desarrollaron las políticas, llegando en algunos casos a beneficiarse directamente de los destrozos de los campos de concentración. En primer lugar, los holocaustos son actividades estatales que aprovechan cualquier actitud contradictoria de la población (prejuicio contra el grupo objetivo), y la instrumentaliza para crear una cohesión con la élite expansionista, o con políticas imperialistas.
Las clases dirigentes que apoyaron los holocaustos esponsorizados por el estado no lo hicieron llevados por un odio de clase u odio étnico irracional, sino simplemente porque el holocausto es un modo de legitimar la idea de dominio incondicional del estado, así como la base de la explotación económica en los mercados interior y exterior. De hecho, los determinantes psicológicos y culturales de los «holocaustos» están fundamentados en los grandes intereses económicos y geopolíticos imperialistas del estado. No hay ningún atributo cultural o psicológico «singular» bien asentado en las sociedades que fomentan el holocausto. Hay muchas culturas paralelas compitiendo, y multitud de psicologías. Bajo el imperativo de la expansión del estado imperial, que cuenta con el respaldo de las instituciones religiosas, partidos políticos y medios de comunicación influenciados por el estado, principalmente (pero no solo) las masas de población manipuladas tienen un papel activo en el proceso de asesinato masivo.
Defender las explicaciones culturales y psicológicas de los holocaustos sirve para distraer a la población del papel central que tienen la política imperialista y el estado. Centrarse exclusivamente en la ideología es un modo de pasar por alto el marco social en que se nutren, financian y apoyan las funciones de la ideología genocida. Desechar las bases políticas y económicas fundamentales, los imperativos de la conquista imperialista y la necesidad de cohesión interna, así como los holocaustos en proyecto, no sirve para materializar. Por otra parte, las estructuras imperialistas permanentes favorecen la recurrencia de los holocaustos, como se ha podido comprobar durante los cuatro holocaustos principales de los siglos XX y XXI en los que entraba en juego el imperialismo estadounidense: la ejecución de 4 millones de coreanos (1950-1953); 4 millones de indochinos (1960-1975), 300.000 mayas en Guatemala (1980-1983), y cientos de miles de iraquíes (1991-2002) y (2003-presente).
En su lucha por la conquista imperial, las élites del holocausto crean colaboradores en determinadas clases sociales, que se benefician directamente. Los terratenientes y campesinos turcos y curdos se apoderaron de la propiedad armenia. Los doctores alemanes tomaron posesión de las prácticas y los puestos de sus colegas judíos, a los que asesinaron. Las élites empresariales japonesas se hicieron con las compañías mineras de Manchuria. Los militares estadounidenses saquearon las inestimables antigüedades y riquezas de Asia. El saqueo y desposeimiento de víctimas a gran escala producen relaciones verticales entre la élite del imperio y los sectores menos representativos de este, creando de este modo una realidad pasajera mediante la cual el pueblo se involucra en el genocidio colectivo.
Aquellos que se ocupan de reclutar colaboradores entre las víctimas son los organizadores de los holocaustos. Los alemanes formaron la «policía judía (kapos)» y los «concilios» para preparar el holocausto, y los soldados ucranianos y rusos blancos prepararon el terreno para el Holocausto Ruso. Japón formó «regímenes títere» mientras acababa con la vida de decenas de millones de chinos. Los jefes estadounidenses de los regímenes títere, Sygman Rhee en Corea y Diem en Vietnam, servían de fachada política mientras sus países eran devastados por bombarderos B52 con millones de toneladas de explosivos, napalm y venenos como el agente naranja, que acabaron con la vida de millones de personas. En algunos casos, los holocaustos son operaciones conjuntas de las élites y las clases altas, que se sienten amenazados por las víctimas. Así por ejemplo, en Guatemala, los especialistas en asesinatos masivos de EEUU e Israel se unieron a las élites guatemaltecas (descendientes de europeos blancos) y emprendieron una masacre que acabó con toda la población india; se hicieron con sus tierras, y las distribuyeron, formando parte todo ello del proceso del holocausto.
En resumen, los holocaustos tienen una estructura muy bien fundamentada, están multiestratificados y arraigados en un gran número de colaboradores y beneficiarios de los estratos inferiores. Más que acontecimientos que engloben a toda la sociedad, son procesos de arriba abajo, en los que el estado tiene un papel dominante para asegurar la cohesión interna necesaria para la expansión externa.
Explicaciones alternativas del Holocausto
Explicar los holocaustos a partir de las nociones de «culpa colectiva cultural» o fenómeno «psicosocial», resulta empíricamente insustancial o, a lo sumo, derivado y parcial. La mayor carencia de estas explicaciones es la falta de comprensión de la dinámica estructural del imperialismo.
Una relación íntima y profunda con el imperialismo es común a todos los holocaustos de los siglos XX y XXI, ya sea una conquista externa o una «cohesión interna» orientada hacia la construcción imperialista. Aunque no todos los holocaustos nacen del imperialismo (algunos nacen de acumulaciones de capital «interno», la colectivización forzosa de Stalin entre 1929 y 1934), desde el siglo XIX hasta hoy todos los imperialismos han derivado en holocaustos.
Holocausto, cohesión e imperialismo
El HJN es una clara muestra de cómo una élite dirigente hace víctima a una minoría para crear una cohesión de clase, desviando a las masas de los conflictos internos de trabajo-capital y de los costes reales o potenciales de las políticas imperialistas. En lugar de centrarse en la explotación capitalista, la élite dirigente orientaba el descontento de los trabajadores y las clases medias hacia los banqueros y capitalistas judíos. Esta propaganda resultaba especialmente efectiva en profesiones como la medicina o pequeños comerciantes, en las que existía una competitividad muy intensa entre judíos y no judíos, especialmente por los puestos y los beneficios del mercado. El paso de la exclusión intensificada y la discriminación étnica a la práctica del genocidio coincidió con la expansión masiva militar, económica y política, y con la conquista que tuvo lugar entre finales de los años treinta y principios de los cuarenta. A medida que aumentaban los costes de la construcción imperialista, crecía también la necesidad de distraer a la población mediante la perpetuación del asesinato masivo. De forma paralela al HJN, la conquista imperial de grandes áreas de Europa Occidental (y en especial de Rusia), produjo un holocausto aún mayor, el asesinato de treinta millones de eslavos y la esclavización de muchos millones más que fueron incorporados a la máquina de guerra imperialista-capitalista.
El holocausto acompañó a las conquistas imperialistas japonesas y al régimen colonial en China desde finales de los años treinta hasta 1945. El asesinato sistemático de millones de campesinos, tenderos, obreros y profesores chinos (es decir, todas las clases excepto las élites colaboradoras), fue una forma extrema de desposeimiento colonial de propiedad y de vida, que sirvió de motor a la construcción imperialista, y de subsidio y mantenimiento de la lealtad entre las masas japonesas dentro del país [16] .
Los holocaustos tuvieron lugar como resultado de los desafíos revolucionarios masivos a dirigentes impopulares de regímenes títere, que minaban las pretensiones de la invencible dominación imperial. La intervención militar de EEUU y la ocupación de Corea e Indochina en apoyo a los regímenes fallidos, condujeron al asesinato de ocho millones de víctimas civiles y a la destrucción total de grandes áreas de la economía mediante el bombardeo masivo genocida y la guerra química, que convirtieron las áreas industrializadas en escombros, diezmaron las tierras de cultivo, y causaron daños genéticos a largo plazo en las generaciones posteriores. Sin embargo, y a pesar de la magnitud y el alcance de los campos de concentración, no se consiguió vencer a las armadas populares de liberación nacional. A la cohesión interna se unía una profunda purga política de los disidentes estadounidenses sobre la sociedad civil y el empleo público, sobre todo durante el Holocausto Estadounidense en Corea. Sin embargo, los elevados costes humanos en lo que respecta a la pérdida de soldados imperiales estadounidenses y los disparatados gastos (si no al holocausto en sí), forzaron a los dirigentes imperialistas a firmar un armisticio [17] .
Cuanto mayor sea el tamaño, la efectividad y la popularidad de los movimientos de liberación nacional y la amenaza a los dirigentes de los regímenes títere, más probable será que los poderes imperiales recurran sistemáticamente a los asesinatos masivos y a la guerra total. A medida que los legisladores desarrollan visiones estratégicas integradas, en las que se considera al imperio dependiente de la seguridad de cada dirigente títere en cada nación, más probable será que se aplique la estrategia de la «guerra total», la cual oblitera las líneas entre civiles y combatientes, las economías de subsistencia y las industrias de guerra [18] .
Los imperios se construyen en torno a redes, cadenas de suministro, materias primas y explotación laboral, avanzadas militares, y dirigentes títere. Cuentan con el apoyo de los ejércitos imperiales y de sus defensores nacionales, según indica el complejo de superioridad de la «nación dominante» sobre sus sujetos coloniales. Los holocaustos imperiales son consecuencia de las amenazas a las «redes globales», pero no están necesariamente relacionados con las ganancias económicas inmediatas que se obtienen en un emplazamiento de ejecución determinado. A esto se debe que los holocaustos no se puedan explicar mediante un simple análisis del balance de costes-beneficios, de pérdidas y ganancias económicas. Por ejemplo, todos los poderes imperiales llevan a cabo algo que ellos describen como asesinatos masivos ejemplares de civiles, para provocar la rendición, la sumisión, el desposeimiento y la obediencia ante el régimen imperial. El asalto militar masivo perpetrado por EEUU en Iraq fue llamado con gran acierto «conmoción y sobrecogimiento». En Rusia los nazis desarrollaban políticas de tierra quemada. El dirigente clientelar Rios Mont, al amparo de EEUU, obliteró cientos de pueblos de los mayas en Guatemala. Los asesinatos ejemplares de palestinos provocaron que millones de personas huyeran de las tierras que posteriormente fueron ocupadas y explotadas [19] .
Cuando los poderes imperiales se involucran en el horror del holocausto, justifican sus crímenes en nombre de una «causa sagrada» que reposa sobre «la mayor y más noble misión histórica». De otro modo es de suponer que la repugnancia que inspiran sus actos podría arrojar algunas dudas entre los ejércitos imperiales. El HJN se entendió como un modo de «liberar» al pueblo alemán de los tentáculos de la «conspiración judía»; por su parte, la conquista y el Holocausto Ruso se entendió como una forma de «crear un espacio vital para el espíritu libre de los alemanes». El holocausto estadounidense en Asia fue presentado como «la liberación del pueblo del yugo del totalitarismo». El Holocausto Palestino-Israelí fue y sigue siendo descrito como el modo de «enviar al pueblo judío a su Tierra Prometida». Todos los holocaustos imperiales se describen y justifican en nombre de una falsa «liberación nacional», en la que los dirigentes imperiales se hacen cargo del «pueblo elegido», bien por Dios, por la historia o por la genética.
La desintegración de los imperios provoca holocaustos. Estos son instrumentos de los intentos de «reconstrucción nacional» destinados a proporcionar «sangre nueva» para acabar con los dirigentes en decadencia y las minorías «privilegiadas». El genocidio turco-armenio (1915-1917), perpetrado por los «Jóvenes Turcos», es un ejemplo clave de «revitalización nacional» de un imperio en decadencia llevado a cabo mediante el holocausto contra los supuestos «separatistas». Asimismo, se puede decir que el HJN fue en parte el resultado de la derrota y el desmembramiento del Imperio Alemán, y el intento de los nazis de culpar a las traiciones («judías») internas.
En resumen, el imperialismo se basa en el consenso interno y la cohesión social para movilizar a una nación entera hacia las guerras externas y la conquista, especialmente en aquellos lugares donde las grietas de clase son más agudas. Una guerra u holocausto contra las minorías étnicas internas sirve para desviar el descontento de la lucha de clases hacia las guerras étnicas e imperialistas. Los holocaustos reposan siempre sobre una ideología de «regeneración moral», y el exterminio masivo sirve para intensificar la idea de «pueblo moral» que castiga al pueblo «degenerado» o inferior. Los mitos acerca de las afirmaciones exclusivas que se basan en religiones «populares» o «imperativos históricos» se instrumentalizan en aras de la construcción del imperio moderno.
Por qué el imperialismo deriva en holocausto
Por naturaleza, el imperialismo conlleva el desposeimiento y adquisición de recursos económicos, mano de obra, dominio político y económico, y territorio [20] . La construcción del imperio es un proceso que requiere asesinatos masivos y «diplomacia» para asegurar la aquiescencia de la elite y la aquiescencia internacional. Los holocaustos internos se pueden entender como un tipo de «acumulación primitiva de capital» que sirve para aprovechar los recursos económicos de una minoría victimizada, y la posterior transferencia de estos a las élites que dirigen las conquistas imperiales. En lo que respecta a los holocaustos imperiales transnacionales, la incautación de bienes, territorios, y el saqueo de bienes agrícolas, minerales e industriales, conduce al empobrecimiento general, refugiados, a un «superávit de fuerza de trabajo» masivo y a la aparición de enemigos potenciales. Las decisiones del holocausto tienen como objeto la reducción del exceso de población provocado por las requisiciones económicas y el saqueo, mediante la aniquilación física de los reclutas reales y potenciales de la guerrilla de los desarraigados.
En este contexto el imperialismo se enfrenta a una gran contradicción. Por un lado, emprende un holocausto para desposeer a millones de personas; por otro, necesita explotar a los trabajadores y proporcionar sepoys, que sirven para mantener vivos los ejércitos de ocupación imperial. Esto se soluciona explotando a los pueblos conquistados como si fuesen esclavos, con mano de obra barata, o acabando con la vida del excedente de población «no obrera». En la mayor parte de los casos, el «holocausto» es un proceso paralelo al exterminio masivo y los trabajos forzados. En aquellos casos en los que la actividad del holocausto ha llegado a agotar la mano de obra local, o en los que ha surgido la resistencia de las masas, frecuentemente el poder imperial-colonial ha recurrido a la importación de mano de obra, bien a la fuerza, bien procedente de otras regiones conquistadas con salarios bajos.
Los holocaustos como objeto de estudio de la modernización y la construcción imperialista
Desde el primer holocausto del siglo XX (el genocidio armenio en Turquía), los asesinatos masivos se han considerado parte del proceso de modernización y unificación de una nación, basado en la violencia estatal. En la consecuente «limpieza étnica» de todas las minorías del antiguo Imperio Otomano se siguió una lógica republicana secular en la que los militares asumían el papel de defensores del ethos «modernista» frente a los enemigos «imaginarios» disfrazados de minorías [21] .
El mito de la fundación y justificación del Estado de Israel sirvió para afirmar que Palestina era una «tierra sin pueblo» y los judíos un «pueblo sin tierra»; un mito que se convirtió en una profecía de autorrealización (y útil en sí misma), ya que los judíos israelíes estaban expulsando a la fuerza a millones de árabes palestinos de las tierras ocupadas [22] .
Se sigue justificando el Holocausto Palestino-Israelí por la existencia de un estado judío democrático, aunque exclusivista, que mantiene unos vínculos excepcionales con una red mundial de élites modernas caracterizadas por su riqueza y su éxito financiero [23] . La interacción del comportamiento del holocausto con una modernidad asentada en unas redes globales muy densas resulta muy famosa entre las élites imperiales que se empeñan en reconstruir los imperios de Oriente Medio, sobre todo entre los civiles militaristas de EEUU.
El HJN fue una manifestación más de la dinámica modernidad industrial, que se aprovechó para llevar a cabo la conquista imperial: la tecnología superior alemana y los grandes avances científicos se basaron en la cohesión interna promovida por el antisemitismo desde dentro, y por el antieslavismo desde fuera. El resultado: un «doble holocausto», las campañas de exterminio de judíos por una parte, y de rusos-eslavos por otra. La destrucción histórica e irreversible de la izquierda y sus organizaciones de masas fue una condición previa esencial para toda la dinámica de expansionismo del Holocausto Nazi.
Los imperialistas «tardíos» como Alemania, Japón o EEUU, han mostrado la misma tendencia a llevar a cabo guerras genocidas y campañas de exterminio de tal magnitud que se pueden equiparar a un holocausto. A excepción de Japón, una sociedad homogénea en lo que a etnias se refiere, los estados donde el imperialismo fue tardío emprendieron campañas de exterminio genocidas a gran escala contra varias minorías internas diferentes (indios y afroamericanos en EEUU, judíos en Alemania). De este modo crearon una cohesión nacional, así como el complejo de superioridad racial necesario para llevar a cabo las conquistas imperialistas y los holocaustos (Alemania contra los eslavos, EEUU contra Asia y contra los indios de América Central).
El Holocausto Japonés en China culminó con la infame “Violación de Nanking”, en la que fueron violados y asesinados brutalmente más de 300.000 chinos en cuestión de días, en el año 1938. Esto fue precedido y seguido inmediatamente del exterminio sistemático, dirigido por el estado, de más de 7 millones de civiles chinos de todas las edades y clases sociales. A pesar de que en el Holocausto Chino-Japonés hubo un número de víctimas aún mayor que en el Holocausto Judío, hay dos razones que explican la inexistencia de monumentos, fundaciones y compensaciones millonarias en conmemoración del Holocausto Chino-Japonés: la ausencia de un grupo de presión fuerte a favor del holocausto en Occidente, y la coincidencia con la realineación de Occidente y Japón contra la República Popular China. Es obvio que las afirmaciones auto convincentes de los publicistas judíos acerca de la singularidad del HJN han contribuido a la expansión de la amnesia colectiva.
El ascenso de EEUU a la posición de poder imperialista dominante estuvo directamente relacionado con los holocaustos «tricontinentales» o múltiples, en Asia, EEUU en Corea (1950-1953) y EEUU en Indochina (1961-1975); en el sur de África con los holocaustos proxy (Angola, Mozambique y Congo-Zaire) entre 1961 y la década de los noventa; en América Central (1979-1990) y en Oriente Medio (Iraq 1991-2006) [24] .
Por cuestiones metodológicas, hemos excluido el exterminio estatal que supusieron los bombardeos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, y la campaña de exterminio proxy en Indonesia en el año 1966, que provocó la muerte de más de un millón de supuestos sindicalistas desarmados, miembros del partido comunista, afiliados y sus familiares. El recuento de víctimas del «imperialismo tardío de EEUU» es comparable al de sus predecesores japonés y alemán: cuatro millones en Indochina, cuatro millones en Corea, incontables millones en el holocausto perpetrado en las regiones del sur de África, más de 300.000 en los holocaustos proxy de América Central (200.000 mayas en Guatemala, 75.000 en El Salvador, 50.000 en Nicaragua, 10.000 en Honduras, y 10.000 en Panamá, -los últimos mediante una invasión militar directa-) e Iraq – más de 700.000 y en aumento. Las estrategias empleadas por el imperialismo estadounidense conducen directamente a los campos de concentración del holocausto, porque no existe distinción alguna entre las víctimas civiles y militares. Esto se debe a que la resistencia del imperio estadounidense se construye sobre creencias muy arraigadas y extendidas, sobre los intentos deliberados de conquista imperialista para diezmar la gran reserva de apoyos en la resistencia, de suministradores de comida e información.
Una de las explicaciones de la multiplicación de los holocaustos propias del “imperialismo tardío” es que estos tienen lugar en un contexto histórico más resistente a revivir el dominio colonial-imperial. Es decir, las naciones que nacen de los movimientos masivos anticoloniales que previamente se habían apartado claramente del imperialismo europeo y japonés, están mejor preparadas tanto social como política y militarmente para hacer frente a los nuevos abusos imperialistas de EEUU. La ideología y la cultura antiimperialista y nacionalista están muy arraigadas en las naciones poscoloniales desde mediados del siglo XX en adelante, y se diferencian radicalmente de las sociedades feudales-mercantiles conquistadas por los poderes imperialistas europeos a finales del siglo XIX y principios del XX. El desposeimiento y la desarticulación de sociedades en las que la movilización nacionalista o socialista es muy elevada, requieren un uso mayor y más extensivo de los métodos utilizados en los holocaustos. Ya no basta con asesinar o exiliar a unos cuantos miles de líderes. Ahora poblaciones enteras pueden ser «ejemplos», o, como dicen los mongers («comerciantes de problemas») israelíes con respecto a los palestinos desde la elección democrática del gobierno de Hamás, «tienen que asumir los costes», a saber, asaltos militares y asesinatos de civiles diarios, y bloqueo sistemático de comida y medicamentos, lo que desemboca en un estado de malnutrición generalizada [25] .
Los avances tecnológicos en la maquinaria de exterminio masivo no determinan la frecuencia de los holocaustos, si bien es cierto que aceleran el proceso. Los holocaustos que requieren mucho trabajo –como el Holocausto Chino-Japonés en Nanking- pueden llegar a ser tan mortales como las cámaras de gas de alta tecnología, de capital intensivo de la Alemania Nazi, o el bombardeo masivo de ciudades en Corea, Indochina e Iraq. Aún así, es cierto que la alta tecnología acelera el proceso de exterminio y disminuye la posibilidad de que las «flaquezas humanas» (compasión, mala conciencia) debiliten el camino hacia la ejecución. Los holocaustos son una fuente de incentivos para evaluar, experimentar y aplicar nuevos procesos de exterminio en situaciones en tiempo real. Por ejemplo, EEUU experimentó con armas nucleares en campos de batalla mediante el uso de uranio debilitado en las dos guerras del Golfo y en los Balcanes.
El holocausto perpetrado por Israel tiene todas las características sustantivas de los holocaustos citados anteriormente: uso del terror estatal a gran escala y a largo plazo; desposeimiento de más de 4 millones de palestinos; reclusión forzosa de más de 3 millones de palestinos en guetos; segregación racial y étnica, separación en todas las esferas de la justicia, propiedad, transporte y movilidad geográfica; derechos civiles basados en «lazos de sangre» (linaje maternal); tortura legalizada o cuasi legalizada y uso sistemático del castigo colectivo; una sociedad altamente militarizada propensa a emprender continuamente asaltos militares en las comunidades vecinas de Palestina y en otros estados árabes; asesinatos unilaterales extraterritoriales y extrajudiciales; rechazo crónico y sistemático del derecho internacional; una ideología de guerra permanente y paranoia internacional (hay «antisemitismo» en todas partes) y una ideología de superioridad étnica (el «Pueblo Elegido») [26] .
Tanto en la práctica del terrorismo estatal masivo como en sus justificaciones legales-ideológicas de los asesinatos de oposicionistas, del desposeimiento masivo y de las reivindicaciones de la superioridad de las Leyes de Israel en relación con las normas de derecho internacional, el estado israelí cuenta con todas las cualidades que caracterizan a los autores de los holocaustos. El gueto palestino, los campos de concentración para miles de supuestos «militantes», la destrucción de los fundamentos económicos de la vida diaria, los desalojos masivos forzosos, la limpieza étnica sistemática; todo ello conforma el patrón de los holocaustos presentes y pasados.
El Holocausto Estadounidense en Iraq (HEI) es un proceso vivo que desde hace 16 años (1990-2006) nos proporciona un ejemplo clarísimo de exterminio sistemático planificado por el estado, de tortura y destrucción física, diseñado para des-modernizar la sociedad secular en desarrollo y convertirla en una serie de entidades basadas en la guerra de clanes, la guerra tribal, del clero o étnica, carente de autoridad nacional o de una economía viable.
La magnitud y el alcance de las políticas de exterminio de EEUU en Iraq garantizan al cien por cien que se trata de un holocausto: 500.000 niños muertos como resultado de un bloqueo económico asesino durante la Administración Clinton (1992-2000) y alrededor de 250.000 muertes más entre 2003 y el presente año 2006 [27] . El holocausto estadounidense fue aprobado abiertamente por el principal arquitecto de la política desarrollada, la Secretaria de Estado Madeline Albright, que, al verse frente a la magnitud y el alcance del número de muertes infantiles durante el bloqueo económico devastador (1991-2992), declaró «ha merecido la pena». El bombardeo indiscriminado de blancos civiles en las dos guerras del Golfo, pero sobre todo en la segunda, llevó a la destrucción total de toda la infraestructura civil. En el futuro, el uso sistemático generalizado de proyectiles de uranio tendrá consecuencias mortales para muchas personas. El uso sistemático de la tortura y el asesinato masivo de cientos de miles de civiles ha sido documentado en profundidad y se considera justo entre los oficiales superiores del régimen Bush y la mayoría de los componentes de ambas cámaras en el Congreso [28] .
En lo esencial, nada separa la campaña de extermino estadounidense de los holocaustos anteriores, excepto el hecho de que todo el mundo lo ve mientras sucede. El HEI es un holocausto vivo: sucede ante los ojos y los oídos de miles de millones de espectadores. Aunque es cierto que la repugnancia global ante cada revelación particular es un hecho compartido, también lo es la «aceptación pasiva». El holocausto se convierte en una actividad rutinaria: brigada de la muerte, asesinato masivo fomentado por los capataces imperiales… se reduce a un recuento de víctimas diario, inmunizando a la comunidad mundial ante el horror de un Holocausto vivo.
Holocaustos: situación posterior y herencias turbias
A excepción del HJN (Holocausto Judío-Nazi) y probablemente el HCJ (Holocausto Chino-Japonés), el resto de los autores se han salvado de enfrentarse a procesos judiciales internacionales. Un tratamiento diferenciado unido a la impunidad general conforma el resultado de los avances militares y el poder político. Los holocaustos nazi y japonés fueron derrotados; EEUU, Turquía e Israel no fueron vencidos militarmente, o al menos no hasta el punto de que un tribunal internacional pudiese llevarlos a juicio. Incluso en el caso de los nazis, aparte de los pocos líderes del régimen nazi, casi todos los representantes de medio y bajo rango fueron exonerados con el tiempo; posteriormente, muchos de ellos alcanzaron el éxito profesional en el mundo de la economía y la política. Y no pocos científicos y otros profesionales nazis fueron reclutados por los gobiernos de EEUU y Alemania Occidental para ocupar diferentes puestos estratégicos. En el caso de Japón, tuvo lugar un proceso paralelo en el que los ejecutores del holocausto fueron perseguidos primero, y posteriormente recuperaron posiciones de poder. Esto sucedió sobre todo después de que EEUU y sus aliados presentaran sus políticas globales contrarrevolucionarias, encarnadas en la «Guerra Fría», una mala denominación dados los ataques militares de EEUU sobre Corea e Indochina. De hecho, los autores del Holocausto Japonés jugaron un papel principal cuando respaldaron los holocaustos de EEUU en Corea e Indochina poniendo a disposición de EEUU bases militares, suministros y apoyo logístico tras la Segunda Guerra Mundial.
Han tenido lugar varios tribunales no oficiales de los que se ha hecho mucho eco, en concreto el Tribunal Bertrand Rusell del Holocausto Estadounidense en Indochina. Sin embargo, su relevancia fue meramente simbólica, ya que carecían de mecanismos para hacer cumplir sus veredictos a los culpables. Ninguno de estos tribunales recibió un trato adecuado en los medios de comunicación, ni siquiera se mostró una ligera admisión de remordimiento o culpa por parte de los autores. Y esto fue así incluso después de los cambios del partido en el poder. En otras palabras, existe un consenso sistemático entre los perpetradores de que sus acciones tienen justificación, con lo cual cualquier noción de «norma de derecho» se considera un desastre.
De hecho, la ONU es cómplice de ello: estuvo implicada activamente en el Holocausto Estadounidense en Corea; es incapaz de intervenir en el Holocausto Palestino-Israelí, y además facilita apoyo institucional al Holocausto Estadounidense en Iraq. Si el sistema judicial internacional solo ha sido capaz de poner en manos de la justicia a los grandes perpetradores del Holocausto Nazi, la relación a nivel nacional es igualmente vergonzosa. En Japón, el Régimen Koizumi continúa rindiendo homenaje a los criminales de guerra del pasado (las principales autoridades viajan cada año al Yoshikuni Shrine), los libros de texto japoneses ofrecen una versión “blanqueada” de los crímenes de guerra. Esta nostalgia del holocausto continúa envenenando las relaciones bilaterales con China, aunque sólo a nivel simbólico-diplomático, ya que las relaciones económicas entre China y Japón siguen prosperando.
Del mismo modo, a excepción de Francia, ningún otro país occidental ha condenado oficialmente la masacre turca-armenia o la negación de Turquía a reconocer su responsabilidad. A pesar de los muchos israelíes que fueron víctimas del Holocausto Nazi, Israel niega el genocidio turco-armenio, y no permite a los armenios que realicen representaciones académicas de su genocidio en ninguno de los foros, conferencias, publicaciones o museos dedicados al Holocausto. Esto resulta especialmente irritante, ya que hubo un tiempo en que Jerusalén acogió a miles de supervivientes del genocidio armenio. De hecho, Israel tiene un pacto de estrategia militar especial con aquellos que niegan el genocidio armenio. Y lo mismo es aplicable al apoyo que EEUU muestra a favor de los turcos que niegan el Holocausto, donde a pesar de la presión tan fuerte que ejerce la comunidad armenia-americana e incluso el respaldo sustancial del Congreso, el Ejecutivo ha bloqueado cualquier condena oficial del genocidio.
En lo que respecta a los holocaustos perpetrados por EEUU en Asia, Washington siguió imponiendo un bloqueo económico brutal, concretamente en Corea del Norte e Indochina, que conllevó la «autosuficiencia forzosa», así como en el caso de Camboya, incitando al régimen de los Jemeres Rojos a llevar a cabo un éxodo forzoso y mortal desde los centros urbanos, un caso de «holocausto conjunto» entre Washington y los Jemeres Rojos.
Con la conversión de las élites de Indochina al capitalismo, y teniendo que enfrentarse a la impunidad internacional por los crímenes de guerra cometidos por EEUU, la reconciliación de EEUU y Vietnam, carente de justicia, se hizo norma. Es curioso que las políticas de liberalización hayan derivado en una nueva explotación imperial de mano de obra barata a través del mercado y no mediante invasiones militares.
En lo que respecta al holocausto en América Central, no ha existido ni la menor intención de emprender procesos penales internacionales. Como mucho, el antiguo presidente de EEUU, Bill Clinton, en una apología «proforma» expresó el «apoyo» de EEUU a su régimen títere en Guatemala. Los regímenes implicados, clientes de EEUU, son descendientes directos y beneficiarios de los holocaustos estadounidenses en América Central. Después de destruir el tejido social y minar la economía local mediante la guerra y el libre comercio; después de desmovilizar a las guerrillas, América Central es una región de campesinos desarraigados, refugiados convertidos en inmigrantes internacionales o criminales, gobernados por políticos cleptócratas y por la oligarquía empresarial. Los supervivientes de América Central y los familiares de las víctimas del holocausto estadounidense, no ven ningún futuro en su país, un país devastado, desposeído de tierras y empleo, y en consecuencia deciden huir a América del Norte. En el presente año 2006 tienen que enfrentarse una legislación muy represiva contra los inmigrantes, a la criminalidad masiva, el desposeimiento, el encarcelamiento y la deportación.
El Holocausto Palestino-Israelí es un proceso vivo que va cobrando velocidad: asaltos militares diarios; ejecución de líderes y asesinato de civiles; extensión continuada de las colonias; falta de reconocimiento de los líderes palestinos elegidos, y, sobre todo, bloqueo total de la economía, los alimentos básicos y los medicamentos, es decir, emplean las estrategias de «cercado de guetos» al estilo nazi y el «hambre hasta que se rindan». La poderosa e influyente voz del grupo de presión judío tanto fuera como dentro del gobierno estadounidense, asegura la impunidad de Israel y la complicidad de EEUU y la Unión Europea [29] .
Desde el holocausto estadounidense en Indochina hasta el presente, la ejecución de políticas propias de los holocaustos llega hasta el público a través de los medios de comunicación e Internet, a pesar de las campañas propagandísticas oficiales que difunden los medios de comunicación de masas. La complicidad de los sectores de la sociedad civil y los medios de comunicación privados al defender los regímenes del Holocausto en sistemas políticos que no son totalitarios, requiere la reconsideración de la relación entre dictadores, sistemas electorales y holocaustos.
Conclusión
Después de este repaso de los holocaustos de los siglos XX y XXI, es evidente que casi ninguno de los grandes crímenes contra la humanidad conduce a la justicia. Muy al contrario, el legado internacional está caracterizado por la impunidad y lo más parecido a la reincidencia. El informe es claro: la impunidad estadounidense tras el Holocausto Coreano dio pie a los holocaustos en Indochina, América Central e Iraq. La limpieza étnica de palestinos perpetrada por Israel entre 1947 y 1950 provocó nuevas guerras de conquista, desposeimiento de tierras, ocupación colonialista, guetización y la progresión hacia la «solución final» de la expulsión total. La negación del genocidio turco-armenio reforzó la limpieza étnica del pueblo curdo en toda la región de Anatolia. Estos crímenes contra la humanidad no son simples artefactos utilizados por dirigentes psicópatas o fenómenos derivados de tradiciones autoritarias, porque, como ya hemos visto, hay tradiciones que compiten, diferentes «psicologías nacionales» e ideologías enfrentadas.
Las ofensivas imperialistas que buscan la cohesión interna y la conquista en el extranjero ponen en un primer plano el comportamiento del holocausto, son los desencadenantes, la fuerza motriz de los holocaustos. Y es precisamente porque los poderes imperiales ponen en práctica el imperativo de que no son castigados y en la mayoría de los casos a fecha de hoy aún no han reconocido sus crímenes. Cada vez se condena a menos poderes por menos crímenes. Por el contrario, cuanto mayor es el imperio y el poder, más común es aplicar la ley de la impunidad y la negación.
Los intelectuales occidentales no reconocen los múltiples holocaustos de los siglos XX y XXI, pero esto no se debe a la falta de datos accesibles ni a la falta de conocimiento de los hechos, ya que los actos del genocidio son públicos, los cuerpos están esparcidos en lugares públicos, la destrucción rodea a cualquier observador, y los instrumentos del genocidio son financiados públicamente. Lo que falta es disposición para enfrentarse a la realidad de que los gobiernos, los estados, son los responsables de los holocaustos; a la realidad de que los regímenes que han elegido, están participando en el terrorismo masivo; de que sus medios de comunicación de masas privados mienten y encubren sistemáticamente lo actos del genocidio; y de que grandes sectores de la «sociedad civil» son críticos impotentes o colaboradores cómplices.
La mayoría de los intelectuales de las sociedades imperiales son incapaces de comprender la magnitud y la gravedad de los crímenes que se cometen en su nombre. En lugar de ello, describen los holocaustos como «guerras entre estados», y se refieren a ellos como «la Guera de Corea», la «Guerra de Indochina», la «Guerra de Iraq», o peor aún, «las guerras por la democracia» u otras falsificaciones monstruosas por el estilo. Las extrañas «guerras» en las que toda la población civil –millones- está a favor de la otra parte, en las que toda la destrucción sucede en el país ocupado y todos los desposeídos son objetivos de los constructores del imperio.
Hay resistencia; se asesina a soldados imperiales; se ataca a las armadas títere; se destruyen instrumentos de guerra (helicópteros y acorazados). En el Gueto de Varsovia, la resistencia luchó y consiguió acabar con las tropas de asalto nazis. Los luchadores del bando de Liberación Vietnamita acabaron con la vida de 58.000 invasores, además de 500.000 heridos. Fallujah (Iraq) resiste; Jenin (Palestina) resiste… algunos de los que niegan el holocausto se aferran a estos actos de resistencia heroica y a los supervivientes que salen arrastras de los escombros como prueba de las sospechosas afirmaciones que defienden que los campos de concentración y la limpieza étnica no son prácticas genocidas, sino «actos de guerra»… pero olvidan añadir que ¡es una guerra total contra todo un pueblo!
Después de repasar los holocaustos de los siglos XX y XXI, es evidente que no son casos aislados perpetrados por un pueblo o régimen maligno particular, sino prácticas comunes, repetitivas, que recurren con una frecuencia periódica. La impunidad del holocausto se ha convertido en norma, se ha incorporado en el vocabulario eufemístico de los historiadores convencionales, e incluso revisionistas, como «guerras», «conflictos», «cruzadas» y «tragedias» en lugar de auto criminal reincidente a gran escala. No existen mecanismos internacionales efectivos que pongan ante la justicia a las élites del holocausto; tan solo contamos con tribunales organizados por los poderes imperiales para poner a prueba a los adversarios vencidos, como es el caso de la ocupación de Yugoslavia, Iraq y Panamá.
Las nuevas élites capitalistas que surgen entre el pueblo víctima (como en Indochina) están más que dispuestos a perdonar y olvidar los crímenes del holocausto a cambio de una moneda fuerte y una posición privilegiada en el mercado mundial.
Mientras los procesos judiciales internacionales sean inoperantes, solo una serie de revoluciones populares podrá llevar ante los tribunales al menos a los títeres y colaboradores de los autores del Holocausto. Dependemos de la derrota final del estado imperial para que sea posible la existencia de un tribunal internacional de justicia que consiga que los autores del holocausto respondan de sus crímenes.
http://laberinto.uma.es
[1] Traducción hecha para Laberinto por Eloísa Monteoliva García, miembro de ECOS (traductores e ínterpretes por la Solidaridad)
[2] Finkelstein, Norman. The Holocaust Industry (London: Verso 2000)
[3] Davis, Mike. Late Victorian Holocausts (London: Verso 2001)
[4] Bauer, Yehuda. A History of the Holocaust (New York: Franklin Watts 1983; Bard, Mitchell. The Complete History of the Holocaust (California: Green Haven 2001)
[5] Dallin, Alexander. German Rule in Russia, 1941-45 (London: MacMillan, 1957); Salisbury, Harrison. The 900 Days: The Seize of Leningrad (NY De Capo Press 1969); Mayer, Arno. Why Did the Heavens Not Darken: The Final Solution in History (NY: Pantheon Books 1988)
[6] Fenby, James. Generalissimo: Chiang Kai-Shek and the China He Lost (London: Free Press 2003)
[7] Acerca de Vietnam ver Fitzgerald, Francis. Fire in the Lake: The Vietmanese and the Americans in Vietnam (New York: Little, Brown and Co., 1972); Herman, Edward. Atrocities in Vietnam: Myths and Realities (Pilgrim Press: 1971); Chomsky, Noam and Herman, Edward. The Washington Connection and Third World Fascism: The Political Economy (Boston: South End Press 1979), Ch. 5; Falk, Richard. Crimes of War (New York:RH Press 1971); The Dellums Committee Hearings on War Crimes in Vietnam, (NY: Vintage 1972); acerca de Camboya ver el Center for Genocide Studies (Yale Univeristy). La página web dice: Para los puntos de bombardeo de EEUU, los atributos de cada uno de ellos se presentan en forma tabular, es decir, fecha de bombardeo, situación exacta, número y tipo de avión en cada salida, carga del bombardeo y tipo de ordenanza, naturaleza del blanco deseado, y valoración de los daños del bombardeo. (…en) 13.000 pueblos en Camboya; los 115.000 objetivos de los 231.000 bombarderos que sobrevolaron Camboya en entre 1965 y 1975, lanzando 2,75 millones de toneladas de municiones; 158 prisiones dirigidas por el régimen de Pol Pot de los Jemeres Rojos entre 1975-1979, y 309 cementerios masivos con un total de 19,000 fosas; y 76 emplazamientos realizados después de 1979 en conmemoración de las víctimas de los Jemeres Rojos. El director del Genocide Center, Ben Kierman, caracterizado por una perversidad que nadie posee en la academia, en su debate acerca del genocidio no es capaz de incluir el asesinato y la mutilación perpetrada por EEUU contra millones de camboyanos. Se centra tan solo en el régimen de Pol Pot. Basándose en esta visión tan selectiva del genocidio, se aseguró un puesto de titular en la Yale University, su centro ganó un premio de distinción y una generosa financiación por parte de George Soros y la Coca Cola Corporation.
[8] Acerca de Corea ver John Gittings and Martin Kettle, “US and S Korea Accused of War Atrocities”, Guardian. January 18, 2000; Bruce Cummings, The Origins of the Korean War, Vol.I, Vol II. (Princeton, New Jersey: Princeton University Press 1981, 1990). Según los datos publicados en la Unión Soviética, el 11,1% del total de la población de Corea del Norte (1.130.000 personas) fue asesinado por las fuerzas aéreas y de tierra estadounidenses. En toda Corea fueron asesinadas más de 2.500.000-3.000.000 de personas, y se destruyó el 80% de instalaciones industriales y públicas, tres barrios donde estaban situadas las oficinas gubernamentales, y la mitad de las viviendas. Entre junio de 1950 y mayo de 1953, los generales estadounidenses Eisenhower y McArthur, los presidentes Truman y Eisenhower, y el Jefe de Personal Adjunto (Mando Militar) consideraron el uso o recomendaron utilizar armas nucleares contra Corea. Según Gittings y Kettle, aparte de los miles de refugiados que fueron asesinados por oficiales del ejército de EEUU, «en el bombardeo estadounidense al final de la guerra fueron asesinados muchos más civiles coreanos, en concreto durante el bombardeo de saturación de Pyongyang (capital de Corea del Norte) en 1952».
[9] Richard Hovannisian (ed). The Armenian Genocide: History, Politics, Ethics (St. Martin’s Press NY 1992); Richard Hovannisian, ed. Remembrance and Denial: The Case of the Armenian Genocide (Detroit: Wayne State University Press 1999)
[10] Patrick Bell et al. State Violence in Guatemala 1960-96 (AAAS, Washington DC 1999); Amnesty International Report: Guatemala (1982, 1983, 1984 London); Thomas Melville, Through a Glass Darkly: US Holocaust in Central America (Xlibris Corporation 2005); Kent Ashabranner Children of Maya (NY Dodd Mead 1986). Guatemala Nunca Mas: 4 Tomos, Officina de Derechos Humanos Arzbipado 1998.
[11] Les Roberts, et al, ‘Mortality before and after the 2003 invasion of Iraq: cluster sample survey. Lancet Vol. 364, no. 9445; Oct.31, 2004.
[12] Daniel Goldhagan, Hitler’s Willing Executioners: Ordinary Germans and the Holocaust (New York, Knopf 1996)
[13] Ver Thomas Childer, The Nazi Voter: The Social Foundations of Fascism in Germany 1919-1933 (Chapel Hill, North Carolina: University of North Carolina Press 1983) sobre todo pp 264-266.
[14] En las elecciones de noviembre de 1932 los nazis obtuvieron el 33,1% de los votos; los comunistas y socialistas el 37,3%, Childer op cit.
[15] El Holocausto Palestino-Israelí ha sido bien documentado por Edward Said, Politics of Dispossession: The Struggle for Palestinian Self-Determination(NY Vintage 1995).Benny Morris, The Birth of the Palestinian Refugee Problem: 1947-49 (Cambridge, Cambridge University Press 19987). Felicia Langer, With My Own Eyes, (Ithaca: Ithaca Press 1975). Naseer Hasan Aruri, Palestinian Refugees (London: Pluto Press 2001); Ilan Pappe, Israel/Palestine Question: Rewriting History (London Rutledge 1999); Edward Said, The Question of Palestine (NY Vintage Press, 1979); Maxine Rodinson, Israel: A Colonial Settler State (Monad Press: NY 1973); Walid Khalidi, ed. All That Remains (Institute of Palestine Studies).
[16] Iris Chang, The Rape of Nanking (London, Penguin 1997).
[17] Según el Pentágono de EEUU, el número de víctimas estadounidenses en la Guerra de Corea ascendió a 54.246, de los cuales 33.686 murieron en combate y otros 8.142 fueron registrados en la lista de ‘Perdidos en combate’.
[18] Durante la Guerra de Corea, Douglas McArthur ordenó a las Fuerzas Aéreas Estadounidenses que «destruyesen todos los medios de comunicación, las instalaciones, fábricas, ciudades y pueblos» situados al sur del río Yalu en la frontera con China. Cita disponible en www.brianwillson.com/awol/koreacl.html
[19] Ver Benny Morris op cit. Según Edward Said, op cit 4 millones de palestinos se han convertido en refugiados, y casi 2 millones viven en los territorios ocupados por el ejército israelí. Según el Observatorio de Derechos Humanos de Palestina, desde la Segunda Intifada Israel ha llevado a cabo más de 300 ataques militares en los territorios ocupados cada semana, provocando un elevado número de muertes, cientos de heridos y prisioneros; ha demolido más de 10.000 casas, y destruido miles de acres de tierras de cultivo. En respuesta a las elecciones democráticas de Palestina en 2006, Israel impuso un bloqueo total de comida, bienes sanitarios y bienes de urgencia en los territorios ocupados, poniendo en peligro la vida de más de dos millones y medio de palestinos.
[20] James Petras, Henry Veltmeyer, Luciano Vasapollo y Mauro Casadio. Empire with Imperialism (London: Zed Press 2005)
[21] Hovanassian, op cit
[22] Said, op cit
[23] James Petras. The Power of Israel over the United States (Atlanta: Clarity Press 2006)
[24] Acerca del Holocausto Estadounidense en Iraq ver el informe de la escuela Johns Hopkins School of Public Health Epidemiologists, Les Roberts et al, ‘Mortality before and after the 2003 invasion of Iraq: cluster sample survey.’ Lancet Vol. 364, no. 9445; Oct.31, 2004.
[25] Ver los números de la publicación israelí en lengua inglesa Haaretz, pertenecientes al periodo comprendido entre febrero y junio 2006, que analizan las políticas de bloqueo israelí y los efectos catastróficos de este en la salud y la nutrición de los palestinos. Los principales grupos de presión sionistas en EEUU, los presidentes de las principales organizaciones judías y AIPAC, son defensores incondicionales del Holocausto Palestino-Israelí, y respaldan el bloqueo y los asesinatos diarios de civiles palestinos perpetrados por las fuerzas especiales israelíes.
[26] Ver Ilan Pappe, Israel/Palestine Question: Rewriting History; E. Said, Politics of Dispossession. Op cit.
[27] Acerca del Holocausto US-Iraq ver Lancet. Op cit; Anthony Arnove (ed), Iraq Under Siege: The Deadly Impact of Sanctions and War (Boston: South End Press 2002); Alex Cockburn and Jeffery St. Clair, Imperial Crusades (California: Counterpunch 2004).
[28] El conocimiento público extendido globalmente del uso sistemático de la tortura y el asesinato masivo de EEUU para conquistar Iraq, es el resultado de la difusión llevada a cabo por una amplia red de páginas web, e incluso por algunos medios de comunicación de masas. Ver, por ejemplo, las páginas web en lengua inglesa: informationclearing house.info; commondreams.org, counterpunch.org, entre otras.
[29] James Petras, The Power of Israel Over the United States, op cit


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James Petras


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