Advertencia: El título de estas reflexiones procede de una de las pocas certezas que tienen los pueblos Yukpa: “Lo que tenemos que hacer, lo haremos en la presidencia de Hugo Chávez Frías o no lo haremos jamás.”
Comparto esa creencia. En estos momentos en que la alta conflictividad entre algunas comunidades Yukpa y algunos hacendados registrada en la zona durante todo el año 2008, con particular intensidad durante los meses de julio, agosto y septiembre, indujo al Presidente Chávez a exigir públicamente a la Comisión Nacional de Demarcación de Tierras y Hábitat Indígenas el acelerar decisiones en cuanto a la Demarcación Territorial de los pueblos Yukpa, las reflexiones que siguen pretenden contribuir al apuntalamiento de ese conjunto de procesos de recuperación que están pendientes. Recuperación de hectáreas de tierras planas para las comunidades Yukpa, por un lado, y de sentido de futuro para los veintiséis millones de venezolanas y venezolanos que no queremos cargar sobre nuestras conciencias el exterminio definitivo de los pueblos Yukpa. Mucho menos en pleno proceso revolucionario bolivariano.
Es muy cierto que los actores principales de estos procesos de recuperación son los pueblos Yukpa, pero no es menos cierto que es a todo el pueblo de Venezuela a quien le pertenece esa lucha y quien heredará sus resultados.
Los contendores dialécticos de estas líneas de reflexión, los ganaderos de Perijá organizados en GADEMA, FEGALAGO y, finalmente, en FEDECAMARAS, quienes me han acusado por prensa, radio y televisión como instigador de ocupaciones de haciendas y miembro de las FARC, no tendrán de mi parte respuestas agresivas pero tampoco ocultamientos. Ni he instigado ocupación de hacienda alguna ni soy miembro de las FARC. Si quieren acusarme de algo, acúsenme de pretender, como en efecto pretendo, que la historia que se les enseñe a los alumnos y alumnas del año 2009 en las escuelas públicas y colegios privados como parte del programa oficial de enseñanza diga que durante el siglo XX, y hasta bien entrada la segunda mitad, los pueblos originarios que habitaron ancestralmente la sierra de Perijá fueron diezmados por fuego de ametralladora desde el aire (en el lado venezolano) y con cianuro revuelto en la sal que dejaban en sus picas o vías de comunicación a fin de que se envenenaran (en el lado colombiano). Todo ello para posibilitar el despojo de sus tierras planas y producir así la Perijá que hoy existe con toda su carga de injusticia.
1.- Cuatro etnias aborígenes pueblan la sierra de Perijá desde tiempos ancestrales. Son, de sur a norte, los Barí, los Yukpa, los Japreria y los Wayúu. De estas cuatro etnias, dos pertenecen al tronco Aruaco (los Barí y los Wayúu) y dos al tronco Caribe o Kariña (los Yukpa y los Japreria).
En la etnia Yukpa confluyen un conjunto de familias diferentes unidas por una lengua: el Yukpa. Entre otras mencionaré a los Pariríes, los Irapas, los Schaparus, y los Guaxamas. Por eso se habla de “los pueblos Yukpa”.
Toda esa diversidad nos habla de complejidad. Para aproximarse a la situación de los pueblos Yukpa y de la sierra de Perijá en su conjunto, no ayudan mucho los simplismos ni los reduccionismos. Son necesarias actitudes que reconozcan la mirada Yukpa, lo que implica de entrada que uno, yo en este caso, me reconozca en su perspectiva como “guatía”, esto es, como no-Yukpa.
La lucha histórica de los pueblos Yukpa por la defensa y recuperación de sus territorios ancestrales es, en estos precisos momentos, una complejísima negociación entre la “nación Yukpa” y la “nación Guatía”, o sea nosotros, los no-Yukpa, al interior de la República Bolivariana de Venezuela, pues a eso es a lo que nos obliga los reconocimientos expresos que hace la Constitución Nacional Bolivariana en el Capítulo VIII, referido a los derechos de los pueblos indígenas.
2.- Como si parecieran pocas las complejidades mencionadas podemos añadir las de zona fronteriza, desplazamientos poblacionales provenientes de Colombia como resultado de la constante violencia generada por el ejército colombiano y los paramilitares por un lado, y las guerrillas de las FARC y el ELN por el otro, cultivos ilícitos, rociamientos desde el aire con glifosato, narcotráfico, sicariato, deforestación erosión, sedimentación de los cuerpos de agua, amenaza permanente de explotación carbonífera, en fin, Perijá, además de un problema de Estado, que lo es en toda la extensión de la palabra, es un problema de los veintiséis millones de venezolanas y venezolanos. Las cosas que están en juego signan el futuro de todas y todos, y no sólo el de los pueblos Yukpa.
3.- No es posible entender la confrontación de intereses que presenciamos sin intentar una recuperación histórica de los hechos que esta vez incorpore la memoria de los Yukpa. Si de algo trata este asunto es del futuro. Se trata de que en el futuro jamás se repitan los procesos de exterminio físico y despojo territorial que en el siglo XX fueron auspiciados por las ideas de “progreso” y “desarrollo”, cosas éstas que, según la “sociedad civilizada” del Zulia de principios del siglo XX, eran imposibles si el territorio era ocupado por unos “indios salvajes y bastante flojos” que no hacían nada con él.
A lo largo de este material me referiré a un texto del P. Félix María de Vegamián, Misionero Capuchino, titulado Los Angeles del Tucuco 1945-1970. Quiero aclarar un punto antes de citarlo extensamente para luego proseguir mi reflexión. No cito a este autor porque me parezca bueno lo que hizo. Todo el avasallamiento cultural de Occidente, con sus procesos compulsivos de castellanización y cristianización y su consiguiente destrucción de los valores culturales Yukpa están narrados por este misionero capuchino con el mismo candor con el que hace tres siglos y medio Fray Pedro Simón redactó las tropelías de la invasión ibérica en las Noticias Historiales de Venezuela. Ambos son practicantes de esa moral cínica que piensa “pobrecitos salvajes” y además se cree muy buena por ser tan caritativa.
La razón por la que me parece un documento histórico de incalculable valor es porque en su condición de testigo, el P. Vegamián narra descarnadamente los procesos de exterminio físico y despojo territorial de que fueron objeto los pueblos Yukpa en el siglo XX. Dejémosle la palabra:
“En los orígenes del Vicariato no era noticia rara la de peones de hacienda flechados por los indios, generalmente en la región de Perijá y algo por el Distrito Colón. De lo que no se habla ni en la prensa ni en las tertulias caseras y de barrio es de los ataques a mano armada contra los bohíos motilones, ni del incendio de sus ranchos, ni del robo de sus siembras, ni menos de los indios sacrificados a tiros para obligar a los supervivientes a huir a los riscos de la sierra y dejarles libres los terrenos que ocupaban, donde poder crear nuevas haciendas o agrandar las existentes. De esos procedimientos tan humanos, tan pacíficos, tan patrióticos, tan cristianos no nos habla la historia. Tenemos estudios sobre los criollos flechados por los indios y curados en los hospitales de Maracaibo, pero no de los baríes que sucumbieron en el corazón de las selvas a tiros de fusil o ráfagas de ametralladoras, por el crimen de defender con tanto arrojo y valentía sus vidas e intereses y sus familias.” (pag. 625)
“La invasión de tierras indígenas, por lo menos a partir de 1937, se cebó en la zona motilona, que se extendía por los ríos Apón, Río Negro, Santa Ana y oeste del Yasa, superficie de unos 3000 kilómetros cuadrados, como para fundar 600 haciendas de 500 hectáreas cada una.
Han tratado de justificar esa conducta alegando que para qué habían de tener los indios tanto terreno desaprovechado, sin cultivarlo para provecho de nadie.” (pag. 626)
En relación con algo tan significativo como experiencias previas en demarcación de territorios indígenas, el P. Vegamián informa que durante la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez se decretaron las llamadas ZIR, que inicializaba Zonas Indígenas Reservadas. En la entrada de la comunidad de Tucuco todavía puede verse una valla en la que está identificada aquella zona como una ZIR. En todo caso es interesante saber lo que los terrófagos del momento hicieron con aquella demarcación. Volvamos al texto del P. Vegamián.
“Los precedentes cerros quedan todos dentro de la “ZIR”, aunque algunos hacendados hicieron tanto caso de la demarcación que arrancaron las placas metálicas que la señalaban, las tiraron al río o al monte o las cambiaron de sitio por su cuenta sin que nadie los llamase al orden.” (pag. 16)
“La avaricia insaciable e incontenible de los terratenientes vecinos es tal, que no se ha contentado con despojar a los indígenas de sus tierras planas, situadas entre la primera y la segunda fila de sierras, sino que ha ido penetrando por el cauce del río y apoderándose de las faldas de los cerros que forman ya parte del cañón mismo. Para lograrlo con más disimulo dan provisiones y prestan alguna herramienta a los indios para que tumben el monte como para éstos y luego lo hacen sembrar de yerba y se quedan con él, anexionándolo a los terrenos que ya tienen ocupados por sus potreros” (pag.20)
“Grupo Kamaranchón-Ayapaina
Ocupan la cuenca del río Atapsi, que mapas criollos llaman indebidamente y sin distinción “Ríonegro”, cuando sólo debería llamarse así, a lo sumo, después de la hacienda “Maracay” que es cuando sus aguas dan en ennegrecerse por los sedimentos que arrastran. Los indígenas le llaman Atapsi desde tiempo inmemorial. Este grupo ha tenido que fusionarse, replegándose los de Kamaranchón hacia Ayapa, desde que el Gobierno abrió la ZIR (Zona Indígena Reservada) para que se cebara la voracidad insaciable de los terratenientes en los terrenos de los indígenas.” (pag.73)
Creo que la cita del P. Vegamián nos lleva a concluir que no es posible reparar un daño que, hoy por hoy, se desconoce. El Estado de la República Bolivariana de Venezuela, por la mediación de sus poderes ejecutivo, legislativo y judicial, está constitucionalmente obligado a reparar un daño que debe asumirse como tal por el conjunto de la sociedad venezolana o, mejor dicho, por el conjunto de la nación “guatía”. El primer despojo es el territorial, luego viene el más grave, el despojo de la memoria. La negación del derecho a tener historia.
¿Podrían los hacendados organizados en GADEMA, FEGALAGO, y, finalmente, FEDECAMARAS, desmentir al P.Vegamián? ¿Tienen ellos otra versión de lo ocurrido? Y si como todo pareciera probarlo, eso tan horrible fue lo que pasó, ¿cómo proceder en consecuencia?
No sigamos sin aclarar que el uso de la palabra “motilón” en el texto del P. Vegamián alude por igual a baríes, yukpas y japrerias, o sea, los indios de Perijá. Motilón es un ejemplo de la mirada reduccionista de la cultura occidental intensamente practicada por los misioneros.
Ahora bien, con el objeto de concluir mis reflexiones sobre el texto citado, que nadie crea que esta es mi versión de lo que yo llamaría la memoria Yukpa. Lamentablemente la memoria Yukpa no está redactada. No ha habido una Comisión de la Verdad, como las hubo en Argentina con ocasión de las investigaciones de violaciones a los derechos humanos tras la caída de la dictadura militar (dignamente presidida por Ernesto Sábato) o en Suráfrica tras el fin del Apartheid, que realice el trabajo de reconstruir-reconocer los hechos como único camino a la reparación del daño, en lo poco que esto es posible; que vaya de comunidad en comunidad recogiendo los testimonios de los que vivieron el exterminio y el despojo, y de sus hijos y nietos que lo están sufriendo. Ni Fiscalía General ni Defensoría del Pueblo se han abocado a la construcción de un expediente a pesar de las constantes denuncias de las comunidades Yukpa de atropellos, vejámenes y amenazas por parte de hacendados de la zona, confirmándose el criterio de acuerdo al cual lo peor no fue lo que hicieron, sino que además lo que hicieron no exista, no aparezca en la historia.
Este es el testimonio de un misionero capuchino, que nos recuerda la imagen y el significado de Fray Bartolomé de Las Casas, cuya versión de lo ocurrido tiene la virtud de explicar lo que Perijá es hoy de una manera muy nítida.
4.- Establecida claramente la perspectiva desde la que miro la situación de los pueblos Yukpa, pretendo asumir ahora las consecuencias reales de los procesos históricos. Esto es, asumir ese principio del análisis político (que parece una verdad de Perogrullo y no lo es) de acuerdo al cual las últimas condiciones modifican a las primeras.
De las comunidades Yukpa que para 1960 defendían con arcos y flechas sus territorios de hacendados y compañías petroleras, que iban cómoda y elegantemente desnudos, que habitaban en viviendas colectivas similares a los shabonos y churuatas de los indios de la Orinoquia y la Amazonía; a las comunidades Yukpa en las que casi todo el mundo tiene teléfono celular, las mujeres manejan en motocicletas de un lugar a otro por las carreteras, las prendas de vestir más comunes son el blue-jean y la franela de algodón y la fantasía más extendida entre los hombres es tener un camión 350; no han pasado cincuenta años. Sería perfectamente posible entender el aturdimiento de un pueblo que haya sido sometido en tan corto tiempo a una colisión cultural de esa magnitud. Sobre todo recordando que esa colisión fue lo que le pasó a los que sobrevivieron. Muchos no supieron de la tal colisión cultural porque murieron antes defendiendo sus tierras.
En el seno de ese aturdimiento, los pueblos Yukpa intentan reivindicar la identidad Yukpa confrontada con el hecho, contradictoria y desigualmente asumido, de su propia modernidad; entendida ésta no sólo como el contacto y la convivencia con la cultura “guatía”, sino como la definición de un futuro en el que categorías que anteriormente eran totalmente ajenas, como por ejemplo la noción de estar y formar parte de un territorio mayor llamado Venezuela, que además de territorio era algo a lo que se pertenecía junto a los “guatías” y que se llama República Bolivariana de Venezuela, pasan ahora a ser centrales, constitutivas.
Mis diferencias, respetuosamente expresadas en las oportunidades que he tenido, con algunos de los criterios que se manejan en la Comisión Nacional de Demarcación de Tierras y Hábitat Indígenas (CNDTHI en lo sucesivo) tienen aquí su origen. ¿Desde dónde miramos el problema? Para la CNDTHI la etnia indígena que está más avanzada en cuanto a la demarcación territorial son los Japreria, que están culminados en un 90%. Después están los Barí con un 75 % y los Yukpa con un 70%, y finalmente están los Wayúu con tan sólo un 5 % de avance respecto de los objetivos trazados por la CNDTHI (datos para el mes de julio de este año). No se entiende bien cuáles son los objetivos trazados, pero el pueblo wayúu le ha impuesto a dos estados nacionales, el colombiano y el venezolano, la existencia de la Península de la Guajira, que es lo más cercano a una demarcación de Tierras y Hábitat que yo conozca. Si estoy en Paraguaipoa estoy en La Guajira, si estoy en Uribía estoy en La Guajira, más allá del hecho que la primera población esté en Venezuela y la segunda en Colombia. El reconocimiento territorial conquistado por el pueblo wayúu es mucho más profundo que el porcentaje que la CNDTHI ha considerado. No por casualidad el pueblo wayúu es el más numeroso de todos los pueblos indígenas colombo-venezolanos, y el que más ha preservado sus criterios de vida y sus prácticas culturales. Por eso llamo a considerar la situación incorporando la mirada indígena. Los Japreria, recluidos en la hacienda que les compraron, no creen que esté casi lista su demarcación territorial en la medida en la que reivindican su derecho a estar en el espacio de la presa Tres Ríos que era donde vivían ancestralmente. Pareciera que estamos viendo la tarea desde la perspectiva del funcionario que tiene que terminar la tarea encomendada y no del pueblo indígena que está reconstruyendo a la vez que su memoria, su territorio.
Por eso sostuve, cuando pude hacerlo, la conveniencia de no mezclar la reivindicación concreta de hectáreas concretas por parte de comunidades Yukpa como las de Jaráramo, Marakunaka y Ataphe, que se encuentran en el mismo espacio ocupado por la Hacienda Medellín, o comunidades como Chaktapa y Guamo que se encuentran en el mismo espacio ocupado por las Haciendas Tizina, Brasil y Cusare, o el caso de la comunidad de Neremu que se encuentra en el espacio ocupado por la hacienda del mismo nombre; con la demarcación territorial del hábitat Yukpa porque esto último es totalmente otra cosa mucho más compleja. No digo que lo primero sea sencillo y a ello me voy a referir inmediatamente; digo que el reconocimiento del territorio y hábitat Yukpa incorpora muchos aspectos que van más allá de la tenencia colectiva y el usufructuo de unas determinadas hectáreas para las prácticas tanto migratorias, entre las tierras planas y las zonas montañosas, como de producción para el sustento y la manutención del proceso de crecimiento de las diferentes comunidades.
La Demarcación Territorial es un conjunto de acuerdos, o mejor dicho “entendimientos” para utilizar la expresión del Presidente Chávez el 12 de octubre de este año. Respondiendo a una pregunta sobre la situación de los pueblos Yukpa, el Presidente Chávez contestó que estaba en desarrollo un proceso de “entendimientos” que no había concluido.
Para dar a entender cuáles son las áreas de esos entendimientos podríamos decir que, por ejemplo, además de ser territorio ancestral Yukpa, para la nación Yukpa obviamente, para la nación “guatía”, o sea, nosotros, Perijá es también frontera. Frontera con otra cosa, también “guatía”, que se llama Colombia. Para los Yukpa, tanto del lado colombiano como del lado venezolano, Colombia y Venezuela es un asunto de “guatías” que se dirime al interior de su territorio ancestral. Pero eso debe quedar entendido. La complejidad no ha terminado. Como el agua que se produce en la sierra de Perijá es esencial para el futuro de la República Bolivariana de Venezuela toda, no solo para las naciones Yukpa, Barí, Japreria y Wayúu, que por supuesto forman parte de ella, sino también para los “guatías” no sólo del Estado Zulia, sino de toda Venezuela, lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer en la Sierra de Perijá es algo que debe dejar tanto a la nación Yukpa ( y a las otras naciones indígenas ya mencionadas) como a la nación “guatía” satisfechos. “Los “guatías les diremos a los Yukpa: ¡No a la malanga! Y los Yukpas nos dirán a los “guatías”: ¡No al carbón! Y así sucesivamente.
Existen muchas otras áreas de entendimiento a las que este material no puede atender, como el de la expectativa láctea y cárnica que la nación “guatía” tiene del espacio geográfico de Perijá para garantizar su soberanía alimentaria, por poner sólo un ejemplo, pero abonan todas a la idea de acuerdo a la cual la Demarcación de Territorio y Hábitat no es otra línea más sobre el mapa, sino un proceso de entendimientos progresivos.
En cambio la reivindicación de comunidades que estaban ocupadas por haciendas, desde la perspectiva Yukpa, o la protesta de haciendas que estaban invadidas por comunidades Yukpa, desde la perspectiva de algunos “guatías” que son hacendados, era un problema que se inscribía en el anterior, el de la Demarcación Territorial, pero que implicaba una negociación en otra escala mucho menor. Quiero concluir con una profundización sobre esta situación, pero creo pertinente incorporar primero unas ideas sobre la coyuntura electoral del 23 de noviembre.
5.- Hay un aspecto de esta reflexión que toca el hecho electoral zuliano, en lo que a la situación Yukpa, y a la situación de los pueblos indígenas del Edo. Zulia en general, se refiere: Pablo Pérez, el candidato de Manuel Rosales a la Gobernación del Zulia, es el candidato de los ganaderos, de los hacendados, no porque lo diga yo sino porque ellos mismos se encargan de decirlo, y Gian Carlo Di Martino, el candidato de Chávez a la misma posición, es el candidato de los indios, no porque lo diga yo sino porque ellos mismos también se encargan de decirlo. Los hacendados están contados. No son muchos. Los ganaderos son ricos y los ricos son pocos. De aquí al 23 de noviembre no van a ser muchos más. Todo depende entonces de cuántos sean los indios. Si los indios son uno a uno, una a una, los Barí, los Yukpa, los Japreria, los Wayúu, los Añú, entonces habría cierto peligro. No porque los hacendados sean muchos más que los indios, sino porque hay muchos que quieren ser hacendados sin importar a cuántos indios haya que explotar para eso. Y también, no hay que olvidarlo, porque a los indios los diezmaron. Pero si los indios son todos los que reconocemos que mientras agredamos el ancestro indio nacional no tendremos futuro alguno, los que creamos que es tiempo de hacer justicia con quienes siempre fueron condenados por el delito de estar en esas selvas, en esas montañas, en esos ríos desde siempre. Si los indios son todos los que queremos formas alternativas de vida a este capitalismo salvaje que mercantiliza la naturaleza y la depreda; si los indios son todos los que queremos que no siga existiendo la palabra bracero para designar esclavo, doméstica para decir esclava. Si indios e indias sintamos todas y todos que somos en algún espacio del alma más o menos evidente, entonces el candidato de los ganaderos, de los hacendados, no tendría ninguna oportunidad y Gian Carlo Di Martino, el candidato de los indios, sería el próximo gobernador del Estado Zulia.
Más allá de que hagamos cierta en los hechos esta afirmación que hago, es necesario reconocer que para el conjunto de los objetivos que tienen planteados los pueblos indígenas del Estado Zulia, es definitorio el espacio político que configura el proceso revolucionario bolivariano. De ahí el título del presente texto.
6.- A lo largo de todo este material he tratado conscientemente de destacar lo verdaderamente complejo del asunto que tratamos. Abrir un espacio real, o sea, de tierras planas, que posibilite la vida futura de los pueblos Yukpa no son conchas de ajo para, vamos a decir, los pueblos “guatía”, o sea nosotros. No es un asunto que tengamos que asumir porque seamos muy buenos y muy caritativos y entonces nos preocupamos por los pueblos Yukpa, sino porque se nos va la vida en ello. Porque nuestra esencia vital como pueblo, que incorpora la diferencia que los pueblos Yukpa representan, quedaría letalmente disminuida si lo Yukpa ya no fuera, ya no existiera, si desapareciera.
Y al mismo tiempo abrir ese espacio implica reconocer, por decirlo de alguna manera, los destrozos de la colisión cultural de la que hablábamos. Por ejemplo, las comunidades Yukpas se agrupan por referencia al Centro Piloto al que pertenecen. Pregunté muchas veces qué era eso de Centro Piloto y no conseguí respuesta. Los Yukpa no eran, evidentemente, los que habrían proferido la palabra “piloto” y del lado “guatía” nadie reivindicaba la palabrita en cuestión. Ni los misioneros, ni institución gubernamental alguna. Hasta que me di cuenta que era la historia repitiéndose. El Centro Piloto era una versión siglo XX del Cercado de Indios con los que conquistadores y colonizadores “reducían” a las poblaciones indígenas en el siglo XVI. Una de las características de las diversas familias Yukpa es la dispersión (muy propia de los pueblos Caribe). Tal parece que como dispersos eran incontrolables y no civilizables, los Centros Piloto son las agrupaciones de comunidades Yukpa desde las que se impulsa un proyecto civilizatorio del cual han sido designadas referencia, o sea, experimento piloto de transición de la cultura Yukpa o salvaje, a la cultura “guatía” o civilizada.
Hasta que no nos demos cuenta de la profundidad del daño infligido a los pueblos indígenas de Perijá, nos será imposible intentar repararlo en la mínima medida que esto es posible.
Esto no es sencillo. Quien piense que el problema se resuelve comprándole haciendas a los indios tendrá que confrontarse con la dura realidad de acuerdo a la cual, la extrema dispersión y desunión en la que hoy están, la gran cantidad de recelos que los dividen, el modo traumático en el que desde Caracas se apoyan unos liderazgos en contra de otros, hace que el resultado sea que no existe una organización sólida, participativa y representativa, que las dos cosas son necesarias, con la autoridad suficiente para recibir esas hectáreas de tierra plana a nombre de lo que hemos llamado la nación Yukpa, en las condiciones que esas tierras tendrían que tener las cuales están claramente previstas en la Constitución Nacional Bolivariana: inalienables, imprescriptibles, inembargables e intransferibles. Que este argumento no sirva para retardar la comprensión por parte del Gobierno Bolivariano sobre la necesidad de disponer legalmente de las tierras que serían objeto de RECUPERACION por parte de las comunidades Yukpa. Ese primer paso es necesario y los retardos sólo contribuirán a su enmarañamiento. Después, eludiendo las tentaciones inmediatistas de decretos y firmas, el Gobierno Bolivariano debe trabajar para que continúe el complejo proceso de articulación de los pueblos Yukpa y con los pueblos Yukpa, de modo que se posibilite el inicio de proyectos y el seguimiento de los mismos a fin de que la recuperación territorial de lo que siempre fue suyo coincida con formas de integración a la vida de la República Bolivariana de Venezuela que, respetando y fortaleciendo la identidad Yukpa, reivindicando su diferencia, su obstinada forma de no ser como nosotros, los guatía, haga posible en el seno de la profunda diversidad que nos caracteriza, la unión con la que soñó Bolívar.
Para el logro de estos objetivos, más que algunos antropólogos me preocupan algunos generales que no tienen empacho en proclamar bien duro, como para que los oiga todo el mundo, que los Yukpas son unos bachacos inservibles, dañinos, que sólo sirven para vender la tierra a los colombianos y que son responsables de la deforestación de Perijá. Esos criterios, esas actitudes sí que dificultan las tareas que están pendientes.
Sí hay vandalismo Yukpa. Yo lo he visto. Pero no le doy la lectura que le dan estos generales. Es una actitud que pareciera decir que lo que rezaba aquella consigna:
Sin Justicia para todos, no habrá Paz para nadie.
Termino solidarizándome con los colectivos de estudiantiles, de Derechos Humanos, movimientos artísticos y otros, gracias a cuya solidaridad la lucha de los pueblos Yukpa es hoy por hoy una lucha nacional. Solidaridad que quiere hacerse muy concreta con las personas sobre las que pesan imputaciones y amenazas de juicio que nada tienen que ver con la justicia.
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