Millones de seres humanos, muchos de ellos en el albor de su juventud, perecieron en el turbulento escenario de la segunda guerra mundial.
PEOR suerte corrieron nuestros hermanos hebreos que indefensos y atrapados en medio del conflicto bélico, de forma selectiva y sistemática fueron exterminados por los nazis. Espeluznante drama sin precedente en la historia, personifica hasta el día de hoy la madre de todos los dolores en la conciencia del ser humano.
Sin duda, una huella imborrable, como imborrable es lo que acontece hoy a sesenta y tantos años de aquel holocausto, ahí mismito frente a nuestras propias narices, en la Franja de Gaza, de la sufrida y desplazada Palestina, que pareciera que el impío destino le está cobrando los platos rotos de lo que una vez le aconteció a nuestro hermano pueblo semita.
El huracán del odio, la venganza y el ataque desproporcionado a un pueblo que por las buenas o por las malas tiene que aceptar un intruso en su casa, que no solo le invade, también le agrede en lo físico y moral. Aquellas imágenes esqueléticas de nuestros hermanos judíos en los campos de exterminios, a estas alturas aun permanecen ancladas en la mente, como un negro pasaje que ensombrece la carta cabal y principio de toda la humanidad. Tal vez todo este triste acontecer en la Franja de Gaza, sobre todo de niños cruelmente masacrados por el injustificado y atroz borbandeo a una población civil, y con el vil accionar de las fuerzas israelíes, quién puede decir que no altera la serena quietud de las cenizas de auschwitz en su santo reposo, con la sublime esperanza y el eco de su grito silencioso, de que jamás hombre o mujer de esta tierra, en el futuro tuvieran que lamer la amarga hiel en carne viva, alma y espíritu, como a ellos les tocó vivir tan semejante desgracia
Sin ir muy lejos, he aquí un dato preciso para sintetizar con palabras sencillas la complejidad profunda de tan vulnerable tema.
Reza el refrán: “La culpa no es del ciego, es de aquel que le dio el garrote”, ya saben ustedes a quién me refiero con respecto al estado judaico y a su tutor, quién este ultimo se salió con la suya al lanzar su ultima dentellada, salpicando del rojo púrpura inocente, las áridas tierras que con sus desgastadas sandalias en los tiempos bíblicos, recorriera “El Buen Pastor”.
Sin embargo el otrora errante pueblo judío, que en una ocasión atravesó el desierto en busca de la tierra prometida, hoy conforma el estado de Israel, negar su existencia sería una posición absurda desde todo punto de vista, ellos legitimaron ese derecho que también les pertenecen, como el derecho de Palestina a refundarce sobre un estado soberano. La escabrosa encrucijada no radica en el estado de Israel como tal, si no, de que forma compartir un espacio con sus hermanos de palestina, esta complejidad coyuntural determina con o sin razón tan lamentables acontecimientos y esa anhelada paz sería letra muerte en la borrosa línea de una página. Si ambos bandos tomados de las manos y con la visión clara que les regala el siglo XXI no abren las ventanas que les permitan aun con sus diferencias de toda índole, otear la inmensidad de una hermosa tierra para compartirla y disfrutarla en franca armonía, no conozco otra opción viable, de lo contrario pasarían muchas lunas y con ello el eterno conflicto, a pesar de los pañitos calientes de la inepta ONU llena de desidia y total alcahuetería.
Son tantas las contradicciones en el avatar de la vida que sin darnos cuenta, se nos van días preciosos, matándonos unos con otros, por extensiones de tierras que nos pertenecen a todos por igual. Pero el cementerio que es infinitamente pequeño en comparación, allí todos cabemos y en santa PAZ.
Julio.cesar.carrillo@hotmail.com