Introducción
Después de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos quedó como la gran potencia hegemónica. Siendo el principal país capitalista del mundo, su producción representaba casi un tercio del producto bruto global. Así, también ascendió cada vez más en su pedestal de consumo, llegando un momento en que el mismo se hizo frenético, superando hondamente su capacidad de producción. Consumir más de lo que se produce es insostenible. Con solo el 4% de la población mundial, hoy día consume un cuarto de la riqueza planetaria. Esa asimétrica situación contiene el germen de lo que ahora está sufriendo; el país fue basando su prosperidad en una medida artificial: hizo depender la economía mundial de su moneda, el dólar. Ese hiperconsumo generó una deuda impagable, que obliga a ser financiada por el resto de países, a los que domina militarmente con 800 bases instaladas en el planeta.
La Unión Soviética cayó, pero su heredera, la Federación Rusa, junto con China, están buscando generar un mundo desligado de la divisa estadounidense. Washington sigue manteniendo su hegemonía en base a sus monumentales fuerzas armadas, pero su declive es irremediable. En ese marco aparecen los BRICS, cuestionando la hegemonía del dólar, acelerando así su futura caída. Y en ese mismo marco aparece Donald Trump con su nuevo mandato, munido de una super motosierra dispuesto a emprenderla contra quien sea con tal de mantener la hegemonía que la clase dominante estadounidense va viendo perder día a día.
La gran potencia
Estados Unidos de América, hoy por hoy la potencia más desarrollada del planeta en todos los niveles -en lo económico, lo científico-técnico, lo cultural, lo militar- lenta pero inexorablemente comienza su decadencia. No está derrotado, ni mucho menos. Al contrario: hará lo imposible para evitar su caída, por eso este momento de la historia es muy peligroso.
Este país, que sin dudas tuvo un crecimiento fabuloso en un par de centurias desde los primeros anglosajones que llegaban a esa "tierra de promisión" en el siglo XVII, luego de masacrar o confinar en infames reducciones -virtuales campos de concentración- a las poblaciones originares de América del Norte, robando territorios a México (casi la mitad de su país) y explotando esclavos africanos traídos en barcos negreros para trabajo forzado en sus plantaciones, pasó a ser la economía más grande del planeta, desbancando a Europa como "metrópoli". Su arrogancia, que también creció sin par, lo hizo sentir portador de un supuesto "destino manifiesto", nación encargada de llevar la "libertad" y la "democracia" hasta los últimos confines del planeta. Hipocresía descarada. ¿Qué hacen en cada región del mundo donde sientan sus reales? La clase dominante de esa potencia se sintió con la capacidad de operar en cualquier parte del mundo como si fuera su propia casa, robando, saqueando, masacrando, imponiendo su voluntad. La llamada Doctrina Monroe, de 1823, lo deja ver: "América para los americanos", que puede entenderse como "todo el continente americano, desde Alaska hasta la Patagonia, para beneficio del gran capital estadounidense, sin que nadie ose discutirlo".
El modelo de vida que generó el capitalismo más desarrollado, del que Estados Unidos es su principal exponente, dio como resultado un sujeto y una ética insostenibles. El nuevo dios pasó a ser el consumo, la adoración de los oropeles, la veneración cuasi religiosa del "poseer" cosas materiales. En nombre del "progreso", medido siempre en términos de posesión de "cosas" (vehículos, casas, electrodomésticos, indumentaria, la cantidad interminable de productos que ofrece la industria moderna, servicios de los más variados, y un largo etcétera -hoy día también estupefacientes-), el sistema capitalista sacrificó pueblos enteros -no solo los originarios de América del Norte como hicieron los anglosajones, sino los de otras latitudes, exterminándolos o esclavizándolos- así como destruyó el planeta Tierra, al que se consideró solo una cantera para explotar sin límites, sin medir consecuencias a futuro. Si toda la humanidad consumiera como lo hace la población estadounidense, en unos días se acabarían los recursos naturales del globo terráqueo. En Estados Unidos todo es consumir y botar a la basura, dejarse llevar por la novedad, buscar con voracidad el poseer cosas.
"Lo que hace grande a este país es la creación de necesidades y deseos, la creación de la insatisfacción por lo viejo y fuera de moda" (Dichter: 1964), expresó el gerente de la agencia publicitaria estadounidense BBDO, una de las más grandes del mundo. Magistral pintura de cómo funciona el capitalismo en su punto máximo de desarrollo.
Ahora, como se expondrá más adelante, esa supremacía está puesta en entredicho. El ocaso de la gran potencia, lenta pero irremediablemente, ya ha comenzado. De todos modos, su clase dirigente, que se siente dueña y dominadora del mundo, se resiste a la caída. Como animal herido se defenderá de cualquier modo, llegando a la locura militarista más envenenada para intentar mantener sus privilegios, pudiendo apelar a la monstruosidad de una guerra nuclear. Donald Trump, con un estilo de matón de película de western, arrogante, abusivo como el que más, es el encargado de buscar ese retorno a una grandeza que se va esfumando.
De hecho, en la reunión del Grupo Bilderbeg del año 2022, realizada en Washington -con anillos de seguridad radicalmente impenetrables- se filtró la agenda que se abordaría. Por supuesto que no las conclusiones finales, pues eso es un absoluto secreto de los poderosos que manejan el mundo o, al menos, buena parte del mundo. En esa filtración pudo saberse que entre uno de los temas a tratarse figuraba la "gobernabilidad global post guerra nuclear". Si esto es así, no hay dudas que en las cabezas de quienes toman las decisiones que afectan a toda la humanidad (por supuesto, el mito de la democracia se hace mil pedazos con esto, pues la gente votante solo cumple con un rito casi sacralizado de emitir un sufragio cada cierto tiempo, lo que no influye en lo más mínimo en la marcha de las cosas globales), la idea de una guerra nuclear limitada está presente, es una "hipótesis de conflicto", como se dice en la jerga militar. La ultra conservadora Fundación Heritage, por ejemplo, hacedora del programa de gobierno que ahora está implementando paso a paso este hijo de una escocesa llegado a primer mandatario -dato curioso, ¿verdad?: un hijo de inmigrante corriendo a otros inmigrantes- lo contempla en su visión global. ¿Guerra nuclear limitada? ¡Dios nos libre!
Dicho de otro modo: para evitar su caída, el gran país imperial está dispuesto a cualquier cosa, incluso a un conflicto de esa magnitud (guerra con armas atómicas "tácticas", por supuesto; no las "estratégicas" -misiles con varias cabezas nucleares, cada una de ellas 30 veces más potente que las bombas arrojadas en Japón sobre población civil no-combatiente al final de la Segunda Guerra Mundial-, lo cual equivaldría al final completo de la humanidad toda).
En Latinoamérica, su "natural" patio trasero según la tristemente famosa doctrina Monroe recién mencionada, los países de la región están mal, y sin perspectiva de notoria mejoría en lo inmediato, porque Washington defenderá ese territorio como su principal bastión ante el avance de otras alternativas (China y Rusia, que comienzan a disputarle crecientemente la hegemonía mundial). Es por eso que controla esos países con más de 70 bases militares de alta tecnología y la IV Flota Naval merodeando el Caribe y el Atlántico Sur, y una intromisión continua y descarada en sus asuntos internos. El supuesto control del narcotráfico es solo una estratagema perversa muy bien implementada. Se preguntó irónicamente: ¿por qué en Estados Unidos no hay golpes de Estado? Porque allí no hay embajada yanki…
Gendarme del mundo
"Somoza es un hijo de puta, pero es ‘nuestro’ hijo de puta". Si es cierto que un presidente, como el entonces Franklyn D. Roosevelt, pudo decir tamaña barbaridad en referencia al dictador nicaragüense Anastasio Somoza, títere de Washington en el país centroamericano (frase de la que no hay un registro constatable, supuestamente pronunciada en 1939), ello deja ver de cuerpo entero qué es lo que significa el Estado al que representa. Pero así no la hubiera proferido, el sentido de la expresión no desmiente la posición de Washington; dicho rápidamente: ese país es un matón que se siente dueño del mundo, impune, ensoberbecido, y puede decir y hacer lo que le plazca de la forma más groseramente impune. Trump representa eso llevado a la enésima potencia.
En realidad, ese es el papel que viene jugando Estados Unidos ya desde hace largos años, desde inicios del siglo XX, llevado a un nivel máximo luego del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando queda como potencia global hegemónica, con una Europa totalmente destruida y una Unión Soviética que, aunque ganadora -la verdadera fuerza triunfante del conflicto-, estaba seriamente golpeada (25 millones de muertos y el 75% de su infraestructura devastada).
Con una abominable demostración de fuerza -totalmente innecesaria en términos militares, puesto que Japón ya estaba derrotado y presto a firmar su rendición- al lanzar en forma despiadada armas atómicas sobre población civil indefensa (Hiroshima y Nagasaki), Washington intentó demostrarle al mundo, y básicamente a su archirrival ideológico, la Unión Soviética, que el poderío del Tío Sam no se discutía.
Ese poderío, y su presuntuoso espíritu de dominación planetaria, han hecho que esté presente -directa o indirectamente- en todas las guerras que se han librado en el siglo pasado y en lo que va del presente. La pregunta que se hiciera el presidente George Bush hijo en alguna oportunidad: "¿Por qué nos odian?", tiene una muy fácil respuesta: ¿quién puede amar a un matón arrogante? En todo caso, se le teme; y en lo profundo, por supuesto que se le odia. ¿A título de qué esta potencia se arroga el derecho de ser el sheriff mundial? Mucha gente en distintas partes del mundo festejó -quizá en silencio, por temor- cuando en el 2001 cayeron las Torres Gemelas en Nueva York. Eso dice mucho y responde la pregunta del ex presidente.
Desde su impune sitial de hegemón universal se permite decidir quiénes son los "buenos" y los "malos" (cual mediocre película hollywoodense), siempre según sus interesados criterios. Sus misiles son "buenos", pero no lo son los de Norcorea o los de Irán. Su supuesta lucha contra el narcotráfico -la DEA es el principal cartel del mundo- le permite certificar o descertificar a quienes lo "hacen bien" o no. Su vara para medir los derechos humanos en otros países es patética: cuando le convienen -como el referido "hijo de puta" de Somoza- los dictadores son "defensores de la libertad"; cuando ciertos personajes o procesos no le convienen, son autoritarios y antidemocráticos -la lista es interminable; para simplificar: cualquier cosa que cuestione su dominación es un atentado a la "libertad" y la "democracia"-. En Estados Unidos, que se autoproclama defensor por antonomasia de estas "sublimes" cosas, la defensa de los derechos humanos tiene un aire de parodia: mientras prepara militares latinoamericanos para torturar más eficientemente y encarcela a su población afrodescendiente, se llena la boca hablando pomposamente de esto porque, por ejemplo, está prohibido "violar la intimidad" de alguien preguntándole en una entrevista de trabajo su estatus civil, si está casado o es soltero. Si eso es defender los derechos humanos, entonces la frase de Einstein se agiganta: "Tengo certeza de dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Bueno… de la primera no tanto".
Su grado de perversión es realmente desopilante. Se vanagloria hablando de derechos humanos y libertad, siendo el principal violador de ambas cosas en todo el mundo, llegando a colmos como, por ejemplo -solo para graficarlo con un par de casos, pero muestras similares hay en cantidades industriales- financiar al Vaticano -a través del papa Juan Pablo II- para desestabilizar la Polonia comunista en la década de los 80 del siglo pasado, propiciando así la desintegración de los países socialistas del este europeo. O financiar al grupo islámico fundamentalista Al Qaeda, en Afganistán, para golpear a la Unión Soviética: "Crearles su propio Vietnam a los soviéticos", declaró en su momento el Secretario de Estado Henry Kissinger. "¿Qué significan un par de fanáticos religiosos si eso nos sirvió para derrotar a la Unión Soviética?", agregó petulante uno de los principales ideólogos de la ultraderecha norteamericana Zbigniew Brzezinsky.
"Occidente, dirigido por Estados Unidos, dice llevar libertad y democracia a otras naciones. Esa democracia es superexplotación, y esa libertad es esclavitud y violencia. Esa democracia es hipócrita hasta la médula" (Putin, en Colussi: 2024), pudo decir sin ambages el presidente ruso Vladimir Putin. No hay dudas que su posición de matón jactancioso, principal poseedor de fuerza bruta y con un arsenal descomunal -800 bases militares diseminadas por toda la faz de la Tierra con tres millones de soldados acantonados listos para combatir- le otorgan esa posibilidad de sentirse dominador. Pero ¿hasta cuándo?
Si hablamos de violaciones a los derechos humanos, este país es el principal agente violador. Pero otro grande, no matón impositivo como Estados Unidos, aunque igualmente poderoso, la República Popular China, también emite informes circunstanciados sobre la situación de derechos humanos dentro del país americano. Los resultados de esas investigaciones son demoledoras, patéticamente demostrativas de la hipocresía en juego: el imperio estadounidense es un fenomenal violador: por su racismo visceral (el Ku Klux Klan sigue actuando impertérrito, y la población afrodescendiente muestra los peores índices socio-económicos del país); por un engañoso sistema electoral donde no existe el voto directo, sino una amañada maniobra que permitió, por ejemplo, en las elecciones del año 2000, darle el triunfo a George Bush, robándoselo a Al Gore (a quien luego le dieran un Premio Nobel de la Paz como "consuelo"), manejo mafioso y nada transparente que no pudo ser cuestionado por ningún observador internacional (porque en la potencia del norte no se permiten intromisiones molestas, no necesita ser observada por nadie); la pauperización creciente de enormes masas de población que son arrojadas a la pobreza extrema (alrededor de casi un millón de homeless en la indigencia), sin ningún mecanismo de Estado para solventar el fenómeno; la crisis imparable de consumo de estupefacientes (300 muertes diarias por sobredosis), que convierten las adicciones en un terrible problema de salud pública, demostrativo de la honda crisis ético-cultural que vive su población, básicamente su juventud, que solo puede escapar del agobio de la cotidianeidad de esta manera enfermiza; la entronización de la violencia como marca dominante del país (matando indios un par de siglos atrás, robándole medio país a México, arreglando todo a balazos, permitiendo la venta libre de armas de fuego letales en cualquier tienda), lo cual se ve expresado en las continuas masacres provocadas por "desequilibrados" que se sienten Rambos, actuando como sus idolatrados personajes de películas, íconos de la violencia reinante, ejecutando a sangre fría a civiles desarmados como en un videojuego (o como se hizo en dos ciudades japonesas en 1945). Todo ello, sin hablar de la sangrienta sucesión de intervenciones militares que Washington realiza en todo el mundo, fomentando golpes de Estado (sangrientos o los ahora llamados soft, suaves: revoluciones de colores, guerra jurídica, manejo de netcenters creando guerra comunicacional), inmiscuyéndose en los asuntos internos de sus "socios", manipulando políticamente las cosas a su conveniencia, realizando intervenciones armadas o alentando grupos paramilitares, militarizando el mundo, con campos de concentración clandestinos (por ejemplo, la base de Guantánamo en Cuba), atacando de forma impiadosa y sanguinaria cualquier acto que cuestione su hegemonía.
Comenzó la decadencia
Ahora bien: los imperios caen. Es una constante en la historia de la humanidad. Todas las civilizaciones tienen luces y sombras; todas florecen, crecen y luego se van apagando. Es la dialéctica humana. Todos los imperios, en su momento de esplendor, tienen cosas maravillosas; y al mismo tiempo contienen los fermentos de su decadencia. Porque, inexorablemente, todos caen. China, Persia, Roma, los incas, los mayas, fueron imperios resplandecientes por siglos o por milenios; pero cayeron, se extinguieron. El imperio otomano duró 700 años; el mongol, el de mayor extensión de tierra continua en la historia: 200 años. También dos siglos duró el dominio azteca en lo que hoy es México, pero cayó derrotado a manos del invasor español. El auge de los mayas, en el sur de México y buena parte de Centroamérica, duró 1,500 años, y luego se extinguió; el de los etíopes 700, y finalizó. El Occidente cristiano y capitalista fue dominante por 500 años, ya a nivel planetario, desde el Renacimiento hasta hoy. Gran Bretaña, con el mayor imperio de ultramar jamás conocido, duró alrededor de una centuria -la "Reina de los mares", con colonias en los cinco continentes- pero pasó. Estados Unidos, el imperio más poderoso de la historia, con un desarrollo científico-técnico fabuloso que logró una hegemonía planetaria, el único que tuvo la osadía de utilizar armas nucleares contra población civil no-combatiente como burda demostración de fuerza ante sus rivales, fue el hegemón por un siglo, y ahora hace lo imposible por detener su caída. Pero está cayendo, lentamente sin dudas, pero ya comenzó su declive.
Los tiempos se acortan cada vez más, y no hay "razas superiores" que se erijan en dominadores absolutos y eternos. Si Europa, y luego Estados Unidos, dado que las tecnologías del momento les permitieron su expansión planetaria, se sintieron "dueñas del mundo" en un sentido literal, eso está terminando. Gran Bretaña, la otrora super poderosa majestad que impuso el inglés como lengua franca en todo el mundo, es hoy una dependencia de Washington, su sumiso perro faldero. Europa imperial, la "culta" y "refinada" Europa (el "jardín florido" en medio de "la jungla", como repugnantemente lo expresara en pleno siglo XXI Josep Borrell, alto funcionario de la Unión Europea), colonialista, sanguinaria y racista como nadie, ahora ya envejecida, se arrodilla ante Estados Unidos, imitándolo en todo, temblando ante su poderío (452 bases norteamericanas en el Viejo Mundo; ni una sola de Europa en territorio estadounidense). Y ahora, dado los acontecimientos de la guerra de Ucrania y la actual presidencia de Trump, pasando a ser de socia, una enemiga, castigada con aranceles. Todos los imperios pasan, todos. "Todo pasa, todo fluye", enseñó el filósofo Heráclito en el luminoso imperio griego hace 2,500 años, cuna de la civilización occidental. Grecia hoy languidece y vive de sus recuerdos, endeudada hasta los tuétanos con el Fondo Monetario Internacional. Al igual que Egipto, que por milenios fue la cultura más avanzada del planeta legándonos maravillas arquitectónicas que aun en la actualidad sorprenden, hoy es un país empobrecido que vive en muy buena medida del turismo para mostrar "la grandeza pasada".
¿Por qué Estados Unidos está cayendo ahora? Porque desde hace ya largos años empezó a consumir más de lo que produce, porque su voracidad sin límites lo ha ido llevando a una situación insostenible. Ese consumo desaforado ocasiona deuda; gastar más de lo que se puede es un despropósito, algo insostenible en el largo plazo. Un ciudadano término medio de ese país utiliza en promedio 150 litros de agua diarios para todas sus necesidades, mientras que un similar en el África sub-sahariana emplea solo entre uno y dos litros. ¿Qué puede justificar esa loca y asimétrica injusticia? Absolutamente nada; solo lo explica un voraz afán de poderío desmedido, sin límites, en nada solidario -aunque oficialmente se declare cristiano, por tanto, movido por el "amor al prójimo"-.
Esa deuda que viene arrastrando de años -fiscal, interna y externa- es técnicamente impagable, porque no existe respaldo real a esa gigantesca masa de dinero: 36 billones de dólares, equivalente al 124% de su PIB (superando los niveles posteriores a la Segunda Guerra Mundial). Hay allí burbujas financieras que, tarde o temprano, estallan. La primera economía mundial presenta severos problemas: una decena de bancos ha quebrado en los últimos cinco años, y ahora se anuncia que otros sesenta están al borde de la bancarrota. Desde hace décadas se habla de la peligrosa "burbuja" en la que vive el país, con una intrincada mezcla de factores: una moneda sin respaldo real que comienza a ser seriamente atacada por los BRICS y el proceso de desdolarización en marcha, una deuda exorbitante técnicamente imposible de ser honrada, la extrema volatilidad de la Bolsa de Valores, un abultado déficit en la balanza comercial con los países asiáticos. Cuanto más pasa el tiempo, más se acumulan esos problemas y más aumenta la posibilidad de una implosión, es decir, la posibilidad de que la burbuja reviente. Varios Premios Nobel de Economía han advertido ese peligro.
Pues bien: ese consumismo desmedido es insostenible, inconducente. Con un 4% de la población mundial, Estados Unidos consume el 25% de la riqueza global. ¿Quién paga eso? De momento, el resto de la humanidad. Por eso esa gran potencia saquea, expolia, impone su fuerza bruta. Su moneda, el dólar, vale porque unas monumentales fuerzas armadas la sostienen, con alrededor de 800 bases militares diseminadas a lo largo y ancho del planeta, y armamento nuclear que nos transforma a toda la humanidad en sus rehenes. Pero los tiempos están cambiando.
El petróleo, elemento vital para la economía de todos los países, es una clave para entender estos fenómenos. Su comercialización, al menos hasta la fecha, se ha manejado en dólares, los llamados "petrodólares". Esa moneda, impuesta por el imperialismo estadounidense, es la que rige las petro-transacciones internacionales. Cuando algunos países (Irán, Irak, Corea del Norte, Libia, Siria) manifestaron su alejamiento de la zona dólar para pasar a otras monedas (euro, rublo, yuan, yen, cesta combinada de divisas) en su comercio internacional, básicamente el petróleo, fueron declarados miembros del "eje del mal", supuestamente por apoyar al siempre impreciso y nunca bien definido "terrorismo". Está claro: Washington tiembla (¡y tiembla mucho!) cuando ve que su moneda puede perder valor. O, dicho en otros términos, cuando ve que su reinado puede empezar a caer. Para la geoestrategia de la Casa Blanca perder la hegemonía del dólar para las transacciones petroleras marca el principio del fin de su supremacía. Es por eso que quiere asegurarse a toda costa las reservas petroleras mundiales (al menos la mayor cantidad) para no verse sujeta a un comercio donde no es Washington el que pone las condiciones. Pero esa caída, mal que le pese a Washington, ya comenzó: para el 2000, el 71% de las reservas mundiales de todos los bancos centrales estaban expresadas en dólares; 20 años después bajaron a 58%. Su reinado comienza a resquebrajarse. La parafernalia interminable de ataques de Estados Unidos contra Venezuela no tiene en lo más mínimo la intención de defender un sistema de democracia occidental ni ir contra una supuesta dictadura; tiene como único objetivo manejar las reservas de oro negro que se encuentran en ese país caribeño, las más grandes del mundo, con 305,000 millones de barriles. Las cosas, sin embargo, cambian.
Sombras sobre el imperio
Sin ser claramente una propuesta socialista al modo clásico, la aparición de los BRICS (originalmente Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, hoy ampliados a diecinueve miembros, con China y Rusia liderando, ahora con una lista de espera de, al menos, otros treinta que desean incorporarse (¿también la Unión Europea luego de los aranceles impuestos por Washington el "día de la liberación"?) está marcando un freno a la hegemonía del área dólar. De hecho, la red SWIFT (siglas de Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication -Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales-, red interbancaria global que permite las transacciones entre países, siempre regida por el dólar) se ve seriamente cuestionada ahora por mecanismos similares que están implementando los BRICS, alejándose de la divisa estadounidense; por ejemplo, el sistema de pagos CIPS de China (Cross-Border Interbank Payment System), el servicio de mensajería financiera SPFS de Rusia -Система передачи финансовых сообщений (СПФС) -Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros-) y otras alternativas al sistema SWIFT regenteado por Estados Unidos. 159 países ya han anunciado su interés por entrar en estos nuevos sistemas, dejando atrás el dólar.
"Otros miembros del bloque BRICS -India, China, Brasil y Sudáfrica- también están desarrollando activamente monedas similares, por lo que la interacción entre los países del BRICS no se hará esperar. (…) La digitalización de las divisas nacionales debería impulsar el comercio internacional, proporcionando una alternativa fuera del sistema financiero dominado por Occidente y centrado en el dólar estadounidense y su restrictivo entorno de sanciones" (Goncharoff en Demyanchuk: 2023), destacó el economista de origen estadounidense, ahora radicado en Rusia, Paul Goncharoff, director de investigación de criptomonedas de Dezan Shira & Associates en Moscú. De hecho
"Estados Unidos cuenta con una participación especial en el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuyos Estados miembros poseen una cantidad "equilibrada" de votos en función de su posición relativa en la economía mundial. Washington disfruta del 17,69 % (grandes economías como China y Japón tienen menos del 5 %) y, como todas las decisiones claves deben contar con un apoyo del 85 % en la Junta de Gobernadores, técnicamente el país del Norte es el único con derecho a veto" informa Hedelberto López Blanch (2024). Los organismos financieros de Breton Woods, el FMI y el Banco Mundial, son brazos operativos de la gran banca mundial privada, básicamente la estadounidense.
El mundo unipolar que comenzó a construirse luego de la caída de la Unión Soviética y la desintegración del campo socialista europeo entre fines de los 80 y comienzos de los 90 del pasado siglo, con la hegemonía total de Washington en aquel momento, está dando paso ahora a un tablero mundial con varias cabezas. Sin dudas, el desarrollo militar de la Federación Rusia (evidenciado en todas las guerras en que participó últimamente de las que salió ganadora: Chechenia, Osetia del Sur, Siria, Ucrania, con un poder bélico similar -¿o superior?- al del Pentágono), y una República Popular China que no deja de asombrar con su portentoso desarrollo científico-técnico que está dejando atrás al capitalismo occidental (imparable en numerosos campos, siendo líder indiscutible en diversas materias estratégicas, generando numerosos "momentos Sputnik" (período de mayor ansiedad, temor y terrible sorpresa en Estados Unidos tras el lanzamiento del satélite soviético Sputnik 1 el 4 de octubre de 1957) que dejan estupefacta a la Casa Blanca: un sol artificial producto de la fusión nuclear que generaría energía limpia infinita, la computadora cuántica más rápido del mundo, trenes de alta velocidad que dejan atónitos, obras de ingeniería tan osadas que ni Le Corbusier hubiera podido imaginar, inteligencia artificial y robótica impresionantes, tecnologías 5G y 6G para las comunicaciones únicas en el mundo, investigación espacial que ya comienza a superar a rusos y estadounidenses, un vehículo interplanetario en viaje hacia Júpiter, misiles hipersónicos que apabullan al Departamento de Estado norteamericano, hasta un medallero en los últimos Juegos Olímpicos de París donde, sumando las preseas obtenidas por Taiwán y Hong Kong (que Pekín sigue considerando parte de su territorio nacional), dan ganador al gigante asiático), evidencian que el siglo XXI muy probablemente no sea "Un nuevo siglo americano", como pedían los estratégicos Documentos de Santa Fe de los halcones del gran imperio del Tío Sam de fines del siglo XX. ¿Está llegándoles su hora como potencia hegemónica unipolar? Todo indica que sí.
El avance chino
China comunista -en realidad, la única China, pues Taiwán es una "provincia rebelde" mantenida políticamente por Estados Unidos y que, según dice Pekín, tarde o temprano volverá a ser parte del único país chino que existe- está conduciendo en muy buena medida la marcha de la humanidad, mientras Estados Unidos, que en su momento fue la locomotora del desarrollo global, está luchando -sin poder vencer- contra el estancamiento y la parálisis. Tanto su infraestructura general como su panorama político abren dudas sobre su futuro, pues ha perdido la dinámica de otros tiempos.
China avanza a pasos agigantados construyendo un futuro radiante, con tecnologías que no dejan de asombrar, manteniendo estándares sociales para su numerosísima población de alta calidad. De eso no caben dudas. Si se compara con Estados Unidos, el gigante asiático produce 13 veces más acero, 20 veces más cemento, representa el 50% de la elaboración del acero mundial y el 50% de los productos químicos, el 50% de los barcos del que navegan por los mares del planeta, fabricando tres veces más autos que el país americano, aportando el 67% de los vehículos eléctricos del mundo.
Está demostrando, por arriba de todos los otros países del mundo, poseer una enorme creatividad e inventiva para resolver problemas, al tiempo que es muy respetuosa de otras culturas -cosa que jamás hizo el matón estadounidense, imponiendo a la fuerza su american way of life-. Al mismo tiempo, no deja de posicionarse como una superpotencia militar, lista para enfrentarse con cualquiera, con una tecnología bélica que ya igualó, y en algunos casos superó, a Occidente, incluido Estados Unidos. Si se compara la cantidad de muertes ocasionadas por la pandemia de Covid-19 en ambos países, los números hablan por sí solos: Estados Unidos, con 330 millones de habitantes, registró 1,125,000 occisos (afrodescendientes y latinos en lo fundamental), en tanto que China, con casi 1,500 millones de población, tuvo alrededor de 122,000 decesos. El tratamiento que recibió esta enfermedad deja ver el modo de relacionamiento de las autoridades con su población (no olvidar que Trump, durante su primer mandato, que coincidió justamente con el desarrollo de la pandemia, recomendó usar inyecciones con agua de lejía como método clínico -sic-).
Como señaló Luis Méndez Asensio al analizar el fenómeno de este fabuloso ascenso: "El ejemplo chino nos incita a una de las preguntas clave de nuestro tiempo: ¿es la democracia sinónimo de desarrollo? Mucho me temo que la respuesta habrá que encontrarla en otra galaxia. Porque lo que reflejan los números macroeconómicos, a los que son tan adictos los neoliberales, es que el gigante asiático ha conseguido abatir los parámetros de pobreza sin recurrir a las urnas, sin hacer gala de las libertades, sin amnistiar al prójimo". Evidentemente su modelo político le está funcionando. Y mucho. Su opuesto al otro lado del Pacífico, parece que no tanto.
Para hablar de aspecto político, Estados Unidos siempre se ha arrogado ser el líder de la democracia. Realmente, hace reír eso. Para muestra, el actual presidente, Donald Trump, quien técnicamente es un reo convicto, juzgado y sentenciado por más de 20 ilícitos, incluyendo dos delitos federales muy graves: intento de golpe de Estado en 2021 y manejo ilegal de documentos oficiales secretos de seguridad nacional, por los que, apelando a nada transparentes manipulaciones jurídicas, no cumplió pena alguna y, pese a ello, pudo asumir la presidencia en el país que se jacta de ser el paladín universal de la democracia, la libertad y la no-corrupción. Valga agregar que todos los agentes judiciales que llevaron adelante esos juicios contra Trump (del partido Demócrata, en general), hoy están siendo cesanteados. ¿Y la democracia y la libertad?
El país americano, que por años fue la principal economía del globo, sigue teniendo un PBI nominal (es decir: el valor de los bienes y servicios a precios de mercado producidos durante un período de tiempo) más grande, seguido por China. El avance del gigante asiático hace que ese producto pronto pueda equipararse; pero si el PBI se mide según el criterio de Paridad de Poder Adquisitivo -PPA- (el poder de compra real de la población), China supera a Estados Unidos. De hecho, China ha desplazado a la otrora gran economía americana como el principal socio comercial de la mayoría de países del mundo. Su proyecto de Nueva Ruta de la Seda intenta trabajar sobre la máxima de "ganar-ganar", en tanto Washington solo esquilma a los que llama "socios". Para muestra elocuente de ello, lo que expresara con total naturalidad Colin Powell en el 2002, entonces Secretario de Estado de la administración Bush cuando la potencia del norte intentaba poner en marcha un proyecto de libre comercio panamericano, el ALCA -Área de Libre Comercio de las Américas-, que no prosperó como tal, pero que fue reemplazado por tratados bilaterales que obtuvieron el mismo beneficio: "Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas estadounidenses el control de un territorio que va del Ártico hasta la Antártida y el libre acceso, sin ningún obstáculo o dificultad, a nuestros productos, servicios, tecnología y capital en todo el hemisferio." Dicho en otros términos: un continente cautivo para la geoestrategia de dominación de Washington basada en el saqueo institucionalizado de materias primas, recursos naturales, mano de obra barata y precarizada e imposición de sus propias mercaderías en una zona de reinado del dólar.
Los asiáticos están superando a Estados Unidos en volumen de producción y presencia en la economía global en términos de cosas tangibles, reales -mercaderías, productos industriales, infraestructura constatable, produciendo el 30% del PBI mundial- mientras el imperio estadounidense vive, cada vez más, del servicio de la deuda externa de otros países a los que tiene sometidos, de las finanzas (economía intangible sin ningún correlato con la realidad, economía ficticia, amparada en su propia moneda, el dólar y, finamente, en su poderío militar, en buena medida ligada a la narcoeconomía). En la economía norteamericana y, por tanto, en su proyecto de país, aparecen considerables nubarrones, como una inflación que crece, desocupación, sistema financiero con problemas insolubles, una infraestructura que no se moderniza al paso que lo está haciendo China, y una enorme desindustrialización, que lo hace muy dependiente del resto del mundo.
Ese traslado de muy buena parte de su parque industrial a otros países, aprovechando la mano de obra barata de "países de mierda", como dijera Trump -sic-, logró exorbitantes ganancias para sus corporaciones multinacionales, pero a costa del empobrecimiento de su propia masa trabajadora. Ese proceso de "deslocalización" -eufemismo por decir: "traslado buscando mejores condiciones de explotación"- dio como resultado la lenta pero inexorable caída de su potencialidad industrial. La ciudad de Detroit es el ejemplo por antonomasia. La que algunas décadas atrás fuera el centro mundial de la producción de automóviles, que nucleaba todas las grandes empresas de capital netamente norteamericano con casi tres millones de habitantes, ahora es una ciudad fantasma, con apenas trescientos mil pobladores, con fábricas cerradas, entre pandillas y calles sin luz. ¿Por qué? Porque lisa y llanamente el capital no tiene patria, no tiene nacionalismos sentimentales. Si los accionistas de la General Motors, la Ford Motor Company o la Chrysler encuentran que les es más lucrativo montar sus plantas industriales en cualquier enclave del Tercer Mundo dejando en la calle a sus propios trabajadores estadounidenses, no tienen ningún reparo en hacerlo. Y de hecho, eso es lo que han hecho.
La República Popular China, con su particular modelo de "socialismo a la china", estudiando a profundidad la experiencia soviética de la que saca conclusiones y con una perestroika que no se la ha ido de las manos, ha superado con creces la calidad educativa de su población en comparación con la norteamericana (piénsese en Homero Simpson como el exponente medio de Estados Unidos, o el mismo presidente, un ignorante machista y fanfarrón sin mayor refinamiento, visitador de prostitutas y transgresor continuo de las leyes). El país asiático gradúa cuatro veces más estudiantes de STEM (acrónimo en inglés que significa "Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas") que los que gradúa Washington. Sin ningún lugar dudas, la inventiva científico-técnica de China está en plena expansión, contrario a lo que sucede en su archirrival. Cada intento norteamericano de frenar el desarrollo asiático -por ejemplo, intentando cerrarle camino con los semiconductores- encuentra una sorprendente respuesta creativa, innovadora, haciendo aparecer continuamente "momentos Sputnik" en la administración de la Casa Blanca.
"Hacer a Estados Unidos grande de nuevo" (Make America great again) ha sido la consigna con que Donald Trump volvió a la presidencia por segunda vez, ahora con mucha más fuerza que anteriormente, con un partido republicano a su medida, y dispuesto a tomar venganza de los demócratas. Ahora bien: la sola formulación de la frase que lo llevó a la Casa Blanca ya deja entender que, en estos momentos, el gran país del norte dejó de ser tan grande como antes. Es decir: es un reconocimiento implícito de su declive. La nueva administración está intentando revertir a toda máquina ese proceso de caída. Aunque parece ser que el remedio puede resultar peor que la enfermedad. Los recientes aranceles universales pueden traer más recesión e inflación, en todo el mundo, pero también en Estados Unidos. Es por eso que, en una acción totalmente antipopular, viendo las reacciones de la población ante la debacle económica que se viene, llama a "no tener pánico", lo cual da a entender que el pánico ya está instalado; de ahí las protestas. "Las políticas disruptivas de Estados Unidos han sido reconocidas como el mayor riesgo para las perspectivas globales durante todo el año. Es probable que el efecto de esta subida de impuestos se agrave por las represalias, una caída en la confianza empresarial estadounidense y las interrupciones en la cadena de suministro", afirma Bruce Kasman, jefe de asesores financieros del banco de inversión JP Morgan & Chase Co., la entidad crediticia más grande del país y una de las mayores empresas financieras del mundo.
Por su parte Larry Fink, mandamás del enorme fondo de inversión BlackRock, dijo recientemente en su intervención en el Economic Club de Nueva York que "la mayoría de los CEO’s con quienes hablo creen que Estados Unidos ya está en una recesión". La más grande economía capitalista del orbe presentando los mismos problemas que aquellos países a quienes Washington, por décadas, ha estado hostigando. El mundo está cambiando; y cambiando de forma acelerada. La reciente medida tomada por Trump con los agresivos aranceles impuestos a medio planeta, está muy en entredicho si funcionará como reactivación de la alicaída economía norteamericana. Exultante, tal como es su histriónico estilo, el mandatario dijo que el día en que se implementaban era "el día de la liberación". El Wall Street Journal, hablando en nombre de las grandes multinacionales y el mundo de las finanzas, por el contrario, calificó la acción como "la guerra comercial más estúpida de la historia".
Por lo pronto, con recortes a diestra y siniestra en la administración pública -llevados a cabo por alguien que ya comienza a ser depreciado por buena parte de la ciudadanía estadounidense por su altivez insoportable: el multimillonario sudafricano Elon Musk, mano derecha de Trump- con bravuconadas varias que tensan la cuerda -cambiar el nombre al golfo de México, por ejemplo-, más un intento desesperado de hacer volver la industria deslocalizada a terreno del país a través de los abusivos aranceles impuestos al resto del mundo, está en entredicho que eso reavive algo que ya entró en declive. La actual presidencia de Donald Trump es un postrer gesto heroico para detener la caída. Pero no parece estar lográndola.
Las protestas a lo interno del país no se han hecho esperar. Ya son muchas las manifestaciones anti Trump que se vienen sucediendo, pues el intento de volver a la grandeza del pasado, impulsado esta política histriónica y avasalladora del mandatario, se está llevando por delante a la población, a la misma población votante. En las numerosas protestas que ya se vienen sucediendo a lo largo y ancho del país, el ingenio popular habló a través de los carteles: "Saca tus pequeñas manos de la seguridad social, los beneficios para los veteranos, los almuerzos de los chicos, los datos privados, las bibliotecas, la ciencia, los derechos LGBTQ+, la libertad de expresión, los inmigrantes, los trabajos, nuestras carteras, nuestros cuerpos, el Centro para el Control de Enfermedades, otros países, la libertad de mercado". Las primeras y mediáticas deportaciones con grilletes y tratamientos como criminales a quienes se deportaban, ya pasaron. Eso fue parte del espectáculo propagandístico, para mostrar que el presidente sí cumplía lo prometido en campaña. Aclárese que deportó solo unos miles, en forma muy peliculesca; es absolutamente imposible expulsar -tal como lo prometió- a 12 millones de indocumentados, que son quienes mantienen el trabajo en el agro, y en las ciudades con servicios y la construcción. Sin dudas Trump está hablando en nombre de la tecno-oligarquía de Silicon Valley, con una propuesta ultra nacionalista versus los sectores globalistas de Wall Street y el complejo militar-industrial. ¿Guerra civil a la vista? ¿Se podrá repetir el balazo de John Kennedy? La tensión a lo interno sube muy rápidamente.
¿Cae la potencia yanki?
Como cualquier imperio de la historia, Estados Unidos creció, llegó a su cenit y termina durmiéndose en los laureles. ¿Qué lo hará caer? Su deuda externa, como dijimos, es técnicamente impagable, y población y gobierno viven siempre endeudados, consumiendo más y más en un ciclo interminable. De todos modos, alguien paga ese desenfreno: de momento, el resto del mundo. Pero su moneda, el dólar, ya no tiene respaldo real. Los circuitos financieros del país tomaron el control y su capitalismo va teniendo menos base real, porque no se asienta en una producción material, como sí tienen los BRICS+, y fundamentalmente China y Rusia. El resguardo de sus fuerzas armadas comienza a ser puesto en entredicho porque, aunque impulsa guerras por doquier que terminan favoreciendo su hegemonía (la venta de armas es uno de sus grandes negocios), un conflicto abierto con sus rivales (China y Rusia) es impensable, porque no habría ganadores, dado el poder destructivo que tienen esas potencias. La destrucción mutua está asegurada si se utilizan armas atómicas estratégicas.
Todo indica que el país americano no caerá por los misiles nucleares rusos o chinos. Nadie quiere ese enfrentamiento, y los esfuerzos se encaminan decididamente a impedir un conflicto real con armamento nuclear a gran escala entre las potencias. Son otros los elementos que están obrando para su declive, los cuales ya están en marcha y, todo indica, sin frenos a la vista. Ese hiperconsumo desmedido, los problemas sociales acumulados que estallan como el racismo de supremacismo blanco contra la población no-blanca, polarización económica extrema como cualquier país tercermundista (ricos exageradamente ricos y asalariados en lenta caída), guerra civil (recuérdese el intento de toma del Capitolio durante la primera presidencia de Donald Trump, a cuyos actores el nuevo mandatario exculpó ahora), consumo infernal de estupefacientes: todo eso es el caldo de cultivo para lo que estamos viendo, el final del dominio occidental del mundo y, especialmente, el ocaso de su gran potencia. Su cacareada "democracia" es un vil engaño, un maquillaje que oculta una realidad de explotación inmisericorde, un arrebato de violencia sin parangón que se justifica en un presunto "destino histórico" que, en realidad, nadie le atribuyó.
En los años 60 del pasado siglo apareció la Operación CHAOS, mecanismo encubierto de la CIA para neutralizar toda protesta juvenil. Téngase en cuenta que en aquel entonces el movimiento hippie, que rehusaba el consumismo capitalista, justamente por ese motivo representaba un peligro para su economía, y el pacifismo que enarbolaba en medio de la guerra de Vietnam iba en contra del papel hegemónico que el complejo militar-industrial impulsaba (que le valió un balazo en la cabeza al presidente John Kennedy, que osara intentar cuestionarlo). De esa cuenta, la explosión masiva de consumo de drogas pasó a ser un hecho siempre creciente, en tanto mecanismo de adormecimiento. Como correctamente apunta Isaac Enríquez Pérez: "Es conveniente para las mismas estructuras de poder y riqueza que los jóvenes vivan presa de las adicciones y permanentemente drogados a que se despojen de su social-conformismo y muestren su inconformidad ciudadana por los cauces de la praxis política y la organización comunitaria." (Enríquez Pérez: 2021)
La cuestión es que ese consumo imparable, nacido de una artera estrategia de control social, y que luego se disparó en forma exponencial, evidencia un malestar de fondo. Shannon Monnat, de la Universidad de Siracusa, Nueva York, comentó que "el aumento de los trastornos por consumo de drogas en los últimos 20 a 30 años es un síntoma de problemas sociales y económicos mucho mayores (…) Las soluciones para combatir nuestra crisis de sobredosis de drogas solo serán efectivas si abordan los determinantes sociales y económicos a largo plazo que están en la base". (Monnat: 2021)
Todos los indicadores muestran que Estados Unidos, que en la tercera década del siglo XXI continúa siendo sin dudas una gran potencia mundial, ha iniciado su decadencia. Cómo seguirá el próximo ordenamiento global es imposible predecirlo. La posibilidad de una gran guerra devastadora con armas atómicas, si bien nadie la desea, está presente. Probablemente con la aparición de los BRICS ampliados y un nuevo sistema desvinculado del dólar, la hegemonía de Washington decaiga. Nada autoriza a pensar que se convertirá en un país paupérrimo, derrotado; su multifacético desarrollo augura cuotas de prosperidad, quizá no de la misma manera que décadas atrás, pero sí manteniendo altos niveles de consumo. De todos modos, como centro político-militar de la humanidad marcando el ritmo, es muy probable que desaparezca. Pareciera que marchamos hacia un mundo multipolar, donde más países pueden tomar la voz. ¿Preámbulo del socialismo quizá? La historia no está escrita; se sigue escribiendo.
________
Bibliografía
Acosta, L. (2024) Mundo BRIC: El proceso mundial de desdolarización se acelera. Con los BRICS y «es ya irreversible». Disponible en: Mundo BRIC: El proceso mundial de desdolarización se acelera – Correo de los Trabajadores (cctt.cl)
Allison, G., Kiersznowski, N. y Fitzek, C. (2022). The Great Economic Rivalry: China vs the U.S. Belfer Center for Science and International Affairs, Harvard Kennedy School. https://www.belfercenter.org/sites/default/files/pantheon_files/files/publication/GreatEconomicRivalry_Final_2.pdf
Altamira, J. (6 de noviembre de 2024). El retorno de Trump y el retroceso histórico del imperialismo norteamericano. Política Obrera. https://politicaobrera.com/13000-el-retorno-de-trump-y-el-retroceso-historico-del-imperialismo-norteamericano
Bernays, E. (2016). Propaganda. Cómo manipular la opinión pública en democracia. Buenos Aires: Libros de Zolzal.
Borón, A. (2002). Imperio & Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri. Buenos Aires: CLACSO.
______ (2008). Socialismo del Siglo XXI. ¿Hay vida después del neoliberalismo? Buenos Aires: Editorial Luxemburg.
Borón, A., Amadeo, J. y González, S. (2006). La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas. Buenos Aires: CLACSO.
Brzezinsky, Z. (1998). El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. Buenos Aires: Paidós.
Castronovi, A. (2024). Multipolaridad, socialismo y descolonización del mundo. Disponible en: https://geoestrategia.es/noticia/42308/politica/multipolaridad-socialismo-y-descolonizacion-del-mundo.html
Colussi, M. (Compilador) (2013). Sembrando utopía. Crisis del capitalismo y refundación de la Humanidad. Versión electrónica disponible en: https://gazeta.gt/wp-content/uploads/2019/10/Sembrando-utop%C3%ADa.-Crisis-del-capitalismo-y-refundaci%C3%B3n-de-la-Humanidad.pdf
_____ (2024). ¿Por qué Estados Unidos no se va … a su casa? Disponible en: https://firmas.prensa-latina.cu/2024/08/15/por-que-estados-unidos-no-se-va-a-su-casa/
De León, M. (2022). El Antropoceno en Crisis y otras tantas Pandemias y Misceláneas. Ibukku, LLC.
Demyanchuk., A. (2023). Las monedas digitales del BRICS podrían ser una tumba para el SWIFT y el dominio del dólar.
Dichter, E. (1964). Handbook of consumer motivation. New York: Mc Graw Hill.
Enríquez Pérez, I. (2021). El crimen organizado como engranaje del capitalismo. Disponible en: https://rebelion.org/el-crimen-organizado-como-engranaje-del-capitalismo/#:~:text=Es%20conveniente%20para%20las%20mismas,pol%C3%ADtica%20y%20la%20organizaci%C3%B3n%20comunitaria.
Figueroa Ibarra, C. (2010). ¿En el umbral del posneoliberalismo? Guatemala: F&G Editores.
Fukuyama, F. (1992). El fin de la historia y el último hombre. Madrid: Ed. Planeta.
Han, Byung-Chul. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.
Harvey, D. (2005). El ‘nuevo’ imperialismo: acumulación por desposesión. Buenos Aires: CLACSO.
Katz, C. (2006). El porvenir del socialismo. Caracas: Monte Ávila Editores.
______ (2008). Las disyuntivas de la izquierda en América Latina. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg.
López Blanch, H. (2024). Swift de los BRICS entrará en funcionamiento. Disponible en: https://www.elciudadano.com/portada/swift-de-los-brics-entrara-en-funcionamiento/08/17/
Marche, S. (2022). The Next Civil War: Dispatches from the American Future. Avid Reader Press / Simon & Schuster.
Marx, C. (1975). El Capital. Crítica de la economía política. Tomo I. México: Siglo XXI.
Monnat, Sh. (2021). Estados Unidos registra el mayor número de fallecidos por sobredosis de drogas de su historia. Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-59328151
Reinhart, C. y Kogoff, K. (2009). Esta vez es distinto: Ocho siglos de necedad financiera. México: Fondo de Cultura Económica.
Roberts, M. (2025). La última andanada de Trump ¿El Día de la Liberación? Disponible en: https://rebelion.org/el-dia-de-la-liberacion/
Robinson, W. (2007). Una teoría sobre el capitalismo global: producción, clases y Estado en un mundo transnacional. Bogotá: Ediciones Desde abajo.
Rodríguez Gelfenstein, S. (2019). China en el siglo XXI. El despertar de un gigante. Caracas: SRG Ediciones.
Toffler, A. (1980). La Tercera Ola. Bogotá: Plaza & Janes S.A. Editores.