El más impertinente, insensato y estéril calificativo que puede tener un docente universitario es el de “metodólogo”, así tenga estudios de cuarto nivel en el área. Un metodólogo se piensa así mismo conocer del “infierno y el cielo”, portador de una verdad absoluta y adivinador de aquellas verdades que no entiende pero que él intuye que conoce simplemente por el hecho de haber aprendido a revisar un Manual o una normativa de orientación de métodos para enfrentar procesos de investigación científica.
Si se va a un concepto racional del término, el metodólogo sería ese personaje que conoce de métodos y que en el marco de ese conocimiento está impregnado de la capacidad de reconocer normas y principios que la academia genera con la intención de ayudar a los investigadores y estudiantes, en la elaboración de sus trabajos científicos. Es decir, son esquemas metódicos de ayuda, algo así como los peldaños de una escalera para que quien los use pueda darle dirección y sentido a su interés de indagación científica. No es una norma para segregar, excluir o sentenciar la capacidad o no de investigación de quien funge de investigador, aunque esa es la actuación y espíritu del que se autocalifica o califican de metodólogo.
En este sentido, valga destacar la postura del Dr. José Padrón, quien de manera taxativa expresa que “…no se debe asumir los textos de orientación metodológica, es necesario que cada investigador desarrolle de manera libre y creativa su capacidad lógica e intuitiva para enfrentar una investigación…”. Y así mismo mi amigo el Dr. Fidias Arias expone: “…el conocimiento implica una relación entre dos elementos esenciales: sujeto y objeto. Entendido el sujeto como la persona que busca, obtiene o posee el conocimiento; y el objeto como el hecho, fenómeno, tema o materia que el sujeto estudia…” Para él, la construcción de saberes obedece a una postura personal, o colectiva, según sea el caso, hacia fronteras del conocimiento que no han sido abordadas anteriormente y a las cuales no se llega con pre-juicios, menos aún, con normas impuestas y tuteladas. Quizás ese marco férreo del protocolo de investigación sea pertinente para algún tipo de investigación aplicada, pero no para todas las investigaciones.
A todas estas, el metodólogo tiende a ser presentado en la academia como el erudito en procesos de investigación, pero comete errores garrafales como el de considerar que la “estadística” es un método de investigación, cuando la realidad es que es una herramienta de apoyo en la elaboración heurística de un estudio. Así mismo, se deja guiar por indicaciones superficiales sobre los modelos de fichaje de textos o referencias bibliográficas, adhiriéndose a lo que establece el Sistema de la Asociación de Psicólogos Americanos (APA), pero pareciera que solamente se deja orientar en lo que le muestra la normativa institucional y no en lo que aparece reflejado en el compendio de normativas del Sistema APA, en donde se sugiere varias formas para encarar las citas y demás indicaciones de estilo que hagan la tarea de orientar y mejorar la presentación de un trabajo científico. El error se presenta cuando se quiere imponer una sola cara de las indicaciones y se le cuarta al investigador o estudiante la posibilidad de ser creativo e innovador.
Pero la figura del metodólogo existe, está ahí, como la del Doctor (se le llama doctor a médicos y abogados, solamente por el hecho histórico de serlo, no porque tengan ese título en la mayoría de los casos), se le atribuye mayor importancia de la que realmente tiene. El asunto se agrava cuando el docente-universitario se cree esa charada y comienza a pensar y actuar como lo que él considera es un metodólogo, es decir, un sabelotodo de metodologías y técnicas de presentación de Trabajos de Grados o Tesis.
¿Qué figura es la que necesita el ambiente académico universitario en ese renglón conocido como metodologías y técnicas para la elaboración de trabajos científicos? Se necesita la figura de un docente-universitario epistemólogo, es decir, con dominio en la teoría del conocimiento y en las diversas manifestaciones del conocimiento en el espectro de situaciones problemas que en las diversas disciplinas del saber universitario se van presentando como opción de investigación. Debe ser un formador de criterios, de orientación del saber en el marco lógico del proceso de investigación científica que parte de premisas perceptuales, subiendo hacia una postura aprehensiva, proponiendo soluciones teórico-prácticas en el ámbito de lo comprensivo de la realidad abordada, y sometiendo a una valoración integradora todo aquello descubierto o hallado, que permite llegar a una aproximación cercana de esa verdad que está en el contexto donde se indaga y estudia.
El docente-universitario, en este aspecto, que le toca cumplir tareas en el ámbitos de las asignaturas relacionadas con las metodologías o técnicas de construcción de Trabajos de Grados o Tesis, tiene que asumir su responsabilidad desde la condición de contemplación y reflexión de cada uno de los temas a los cuales sus estudiantes le piden opinión, siendo lo más universal en su visión de mundo y respetando la creatividad e individualidad como esos estudiantes perciben que deberían tratar el objeto o evento de estudio. No debería enredarse en imponer sus conflictos internos cargados de egolatría, soberbia y autosuficiencia; debe comenzar por comprender que su tarea es la de guiar por un camino lógico y auténtico, esas investigaciones que surgen no de él, sino de estudiantes y personas que tienen puntos de vista heterogéneos, así como valores totalmente distintos de quien funge de facilitador.
En una palabra, es necesario deslastrarnos de esa academia obtusa, elitista, segregadora, racista, engreída, distorsionadora, traidora y falsa; esa academia que ha hecho posible que los profesionales tenga un nivel de competencia desleal, que no haya consciencia social y que nuestra cultura siga siendo extraña para las nuevas generaciones. Hay que motivar la transformación universitaria desde las personas, no desde las instituciones; lo que tenemos herido a muerte en la academia es el recurso humano profesional al que se le ha permitido enlodarse en su fantasía megalómana, cuando deberíamos haberlos formados para ser pensadores cercanos a la esencia de los hombres y no a sus flaquezas.