Columna Prestes, 10mo Disparo.

¿Son posibles hoy las revoluciones democráticas? una reflexión a propósito del 11-S

El 11 de septiembre de 1973 un cruento golpe militar cierra la vía chilena al socialismo impulsada por el presidente Salvador Allende y el gobierno de la unidad Popular. La efeméride se conmemora en estos días, precisamente con el reciente derrocamiento, por obra del Senado, de la presidenta brasileña Dilma Roussef y el fin del gobierno del Partido de los Trabajadores; así como con la intensificación, a más no poder, del asedio político y económico al gobierno de la Revolución Bolivariana en Venezuela. Ante este aparentemente “eterno retorno” de los acontecimientos, se ha hablado del fin de un “ciclo progresista” en América Latina, algo así como el inevitable carácter truncado de las experiencias democráticas que se plantean la transición a sociedades más igualitarias y justas. El recuerdo del trágico desenlace de la experiencia chilena y en la actualidad, el avance del golpismo y de la política de recolonización del continente, hace que se cuestione la viabilidad de las transiciones pacíficas al socialismo. ¿Pero qué es lo nos enseñan estas experiencias del pasado y el presente?

-Los pueblos pueden movilizarse y cuestionar seriamente el poder político de la burguesía.

Las victorias electorales como la de Allende en 1970, han demostrado que fuertes movimientos populares pueden sobreponer su voluntad por la vía de la democracia liberal (electoral y representativa). El gran problema no es si se puede o no lograr la instalación de un gobierno popular o progresista por el camino de las elecciones, sino que así como su existencia depende de la movilización popular igualmente su conservación y continuidad es una cuestión que atañe al movimiento de los pueblos. El caso brasileño nos mostró los resultados de depositar toda la confianza en las maniobras a lo interno de la institucionalidad sin tomar en debida cuenta el papel de la movilización del sujeto colectivo.

-La toma del gobierno no es sinónimo de la toma del poder.

Hasta qué punto entendía esto Allende será eterna materia de debate, pero lo cierto es que su gobierno mostró como ningún otro, dado su radical llamado al socialismo desde un inicio, que el gobierno sólo constituye uno de los muchos comandos de poder en la sociedad burguesa. El estado es mucho más amplio que el gobierno y fuera de él se encuentran los poderes económicos y culturales, los poderes materiales y espirituales, del capital. A inicios del gobierno popular chileno los militares se presentaban institucionales, los medios imparciales, los intelectuales apolíticos, la sociedad civil y la opinión pública eran independientes y la economía se encontraba separada de la política. Para 1973 ya todos estos factores habían colaborado para detener el avance del pueblo, se había caído todas las caretas ideológicas. Paro empresarial, desabastecimiento y especulación, campañas de calumnias, manipulación social, cultural y religiosa, atentados terroristas, asesinatos selectivos y finalmente golpe de estado, ejecuciones, torturas y desapariciones.

-Los gobiernos tienen un carácter irremediablemente defensivo, tienden a enredarse en las crisis y contradicciones del capitalismo.

El gobierno de Allende debió de navegar un mar de contradictorias correlaciones de fuerza, de alianzas y coaliciones, para lograr los para nada despreciables logros de su gobierno y defender las conquistas del movimiento popular. Y es que un gobierno siempre estará constreñido por los límites de una legalidad (como ideas, orden y fuerza) que conserva el orden de la explotación capitalista y la legitimidad emanada de ella.

Ser gobierno en el marco de la democracia formal, implica pasar a ser parte activa de la vieja sociedad, una parte a la que específicamente le cabe la responsabilidad de mediar las inevitables y antagónicas contradicciones de la sociedad del capital. Las crisis del capitalismo afectan principalmente a las naciones dependientes y las masas empobrecidas, pero la cultura liberal que separa lo económico de lo político, lo nacional de lo mundial, responsabiliza de todo malestar a los gobiernos. Así un gobierno progresista se ve en la paradójica situación de tener que asegurar la tranquilidad y el orden de la sociedad burguesa para mantener la legitimidad. Y muchas veces terminan por cargando el pesado fardo de la crisis del capital. La radicalización es una tarea de los momentos difíciles en los que debe prevalecer la fe en el pueblo.

-La burguesía y el imperialismo no toleran ningún reto a su poder.

La posibilidad de las revoluciones democráticas también se ve mediada por la presión externa del sistema-mundo capitalista, de la correlación de fuerzas mundial. El aislamiento de Chile fue un punto de honor para el imperialismo que deseaba disuadir cualquier intento de imitar su planteamiento socialista. Parecidamente ocurre hoy en Venezuela. Y es más, al agudizarse la crisis mundial ya no es sólo el problema de las transformaciones revolucionarias la que incomodan al imperialismo, sino que ya hoy se encuentran prohibidos, y estigmatizados como peligrosos, autoritarios y “comunistas” todo tipo de intento reformista, o incluso conservador, que no se plieguen a la barbarie de los sacrificios humanos a favor de las tasas de ganancias de reducidas minorías.
-Sólo el movimiento popular posibilita las ofensivas revolucionarias.

El alarmante paralelo de la guerra económica en medio de la crisis del capitalismo, que se observa entre el caso chileno y el venezolano nos muestra como los agentes políticos y económicos pueden converger para castigar las aspiraciones de liberación de los pueblos. Pero la comparación nos da también ejemplos de cómo la repuesta más eficaz devino de la organización popular y la construcción, a partir de ella, de nuevas formas de gestión económica, económica y social. Los cordones industriales, consejos comunales y juntas de abastecimiento chilenas son un ejemplo de impostergable análisis para sus homólogos venezolanos del tiempo presente, pues pasando por encima de los limites institucionalistas estas experiencias ponían la lucha en su centro, tocaban los verdaderos puntos delicados como la propiedad burguesa, la toma de decisiones sociales, la democracia del trabajo y el rol de la mujer. El gran tema de hoy, como lo fue en 1973, es el Poder Popular.

Sin duda las revoluciones democráticas son posibles. Toda verdadera revolución constituye un radical llamado a la acción para las mayorías explotadas y excluidas. Pero su condición de posibilidad parte de que la movilización inicial se mantenga y expanda, que la participación salga del ámbito de masa de maniobra electoral y desate las fuerzas creadoras que le permitan, en medio de las inevitables marchas y contramarchas, construir el camino de su liberación. Hoy la guerra y la crisis económica que se desarrolla sobre los países dependientes, es la crisis del capitalismo, es esta la oportunidad para desatar una revolución también en las relaciones de producción, es hora de avanzar, como bien señaló el comandante Chávez, puede ser pacífica, e implica la paz para el pueblo, pero no puede estar desarmada y menos sin protagonismo popular.



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