Crisis Energética

La intensidad de una verdad: la importancia de la emergencia energética para afrontar el colapso del capitalismo fosilista

"En la fase actual de descomposición del sistema dominante, las contradicciones internas ocultan las externas"[i]

Miguel Amorós

En una reciente viñeta de El Roto un encorbatado le decía a otro encorbatado al oído: "¡Esto se cae!"; a lo que el otro, que parecía ser su jefe, respondía: "Bueno, pero que parezca un éxito". Alguien en las redes sociales hizo una curiosa modificación; el primero le dice al segundo: "Señor, ¡el sistema colapsa por falta de energía de alta densidad!" y el otro le espeta: "Bueno, digamos que estamos combatiendo con éxito el cambio climático". Nada resume mejor la estrategia tramposa de greenwashing adoptada por los gestores del desastre para afrontar la recta final del capitalismo fosilista. Aunque la percepción de los de abajo sea la de que, ante los recientes acontecimientos la Alta Dirección mundial no sabe por dónde avanzar, es evidente que hay en marcha un plan burocrático de gestión sostenible de la debacle industrial. Tal burocratización del desastre en marcha no sólo necesita impedir la autogestión y la autoformación popular sino prepararse para apaciguar la ola de conflictos generalizados, revueltas e insurrecciones incontroladas que se avecinan. Pareciera que lo que se pretende desde los poderes económico-financieros es crear confusión. Sin embargo, toda esa papilla de informaciones contradictorias por parte de organismos oficiales parece que tiene que ver más con la lógica que rige la propia rivalidad entre industrias y empresas privadas sometidas a la lógica de la competencia que con una estrategia planeada previamente; es lo que está sucediendo con todo lo relacionado con la información que circula en los medios masivos acerca de las vacunas contra la covid-19. Más que generar confusión -confusión que, por cierto, les viene muy bien para hacernos creer que ya no existe una verdad en la que apoyarse- quienes gestionan el desastre prefieren recurrir a la habitual difusión de mentiras por parte de las grandes maquinarias de manipulación. Claro que ante aquellas realidades que ya son imposibles de ocultar, como la destrucción de la biosfera, por ejemplo, es necesario erigir una serie de mentiras que vengan al rescate, como es el caso de la remediación tecnológica, es decir, la fe en que la tecnología de alto nivel nos salvará de cualquier catástrofe que se nos ponga por delante. Pero para que embustes como estos se implementen fácilmente en nuestra subjetividad y nuestro inconsciente colectivo, éstos han de adquirir proporciones míticas. O dicho de otro modo: se ha de extremar el carácter mítico de la mentira, pues el miedo a las ficciones supera el miedo a lo real; es la lógica del contra-mito, del mito contrarrevolucionario. Por eso en los medios de entretenimiento masivos el miedo se dirige a determinados terrenos del pensamiento mágico: apocalipsis zombi, impactos de inmensos meteoritos en el planeta o invasiones alienígenas que se solucionan con grandes migraciones a otros planetas o mediante incomprensibles terraformaciones. La última declaración de Jeff Bezos es un buen ejemplo de esto: "Tenemos que ir al espacio para salvar la tierra"[ii]. El enigma de la efectividad del mito se explica en que éste escapa al binomio verdad-mentira. Es más: lo supera, hasta el punto de que el mito es hoy en día más incuestionable y sólido que lo obvio. Supera también el propio pensamiento, pues el mito se erige como ensoñación colectiva, a pesar de vivir, según afirman muchos postmodernos, en los tiempos de la postverdad.

Pero para consolidar el mito tecnolátrico no es suficiente con recurrir a la mentira; además de tapar verdades con mentiras, a quienes gestionan el desastre, en ocasiones, no les queda más remedio que echar mano de otras verdades menos peligrosas y, de esa forma, disimular otras verdades más problemáticas y embarazosas. Y hemos llegado ya a ese punto. Quiero decir que para acometer determinadas reestructuraciones sistémicas hay verdades que el poder económico y burgués debe hacer aflorar para dejar a otras en un segundo plano, y utilizar aquellas como falsa justificación. Algunas de estas verdades aterradoras, que bien podrían ser las causas de un posible y cercano colapso del capitalismo termo-industrial, son por todos conocidas: el envenenamiento de la naturaleza; la degradación del medio vital por culpa de la actividad industrial y minera; el aumento de epidemias; el agotamiento de las reservas de agua y de tierras cultivables; el ecocidio, con la pérdida de biodiversidad, la deforestación o el propio calentamiento global. Y es bien sabido que quienes gestionan el desastre del sistema capitalista termo-industrial en las últimas décadas han ido aceptando e incluso integrando en sus discursos algunas de estas verdades.

Pero de entre todas esas verdades hay una a la que debemos prestar especial atención, y que curiosamente es la que más ocultan los medios masivos de comunicación y de entretenimiento, aunque he de reconocer que en las últimas semanas algunos de estos medios sí que han empezado a hablar tímidamente de ella: el descenso energético. Recordemos que en 2010 la AIE (Agencia Internacional de la Energía) reconoció en su informe anual que el pico del petróleo convencional se había producido en 2005, es decir, que a partir de ese año la producción de millones de barriles diarios de petróleo había empezado a descender. A partir de entonces se fue produciendo un lento goteo de noticias, informes y declaraciones oficiales que venían a confirmar ese descenso energético. Por si eso fuera poco, esta misma agencia internacional, en su informe de octubre de 2020, advirtió que si continuábamos con el actual escenario de escasa inversión, la producción de todos los hidrocarburos líquidos que se asignan al petróleo podría decaer en un 50%. Otros organismos institucionales y la mayoría de las grandes petroleras venían a confirmar esos datos y previsiones a corto plazo; en septiembre de 2020 British Petroleum admitía que la producción de petróleo ya no remontaría, en 2021 Shell reconocía que su producción había llegado al máximo y que a partir de entonces solo decrecería, y la francesa Total, por su parte, advertía que el mundo podría encontrarse con un déficit de suministro de 10 millones de barriles de petróleo por día para 2025. Más recientemente Igor Sechin, el presidente de Rosneft, afirmaba que "en los últimos años el incremento de las reservas de petróleo y gas se encuentra en mínimos históricos", para añadir que "ya hoy se observa cierto déficit de recursos" y advirtió "del riesgo de un grave déficit de petróleo y gas si no aumentan las inversiones"[iii]. Curiosamente, a pesar de que el descenso energético haya sido reconocido por agencias gubernamentales y por los grupos privados petroleros y gasistas más importantes del planeta -por no hablar de las numerosas llamadas de atención por parte del movimiento ecologista a lo largo de la segunda mitad del siglo XX- ese descenso en la disponibilidad de energía es la verdad que menos brilla, de la que menos hablan los medios de comunicación de masas y la menos presente en los centros educativos, públicos o privados.

Teniendo bien claro que no conviene dejarlo todo en manos del determinismo energético sino de otros factores importantes, no podemos obviar que infinidad de procesos económicos, sociales, lúdicos y relativos a las mercancías se sustentan sobre una base material: los combustibles fósiles, y no está de más recordar que en todo el mundo más del 80% de la energía, tanto la eléctrica como la asociada al transporte y la industria, proviene de los combustibles fósiles. No está de más recordar que muchos de los llamados avances en la historia han conllevado un incremento energético considerable; el nacimiento de la mayoría de imperios ha sido soportado por una gran disponibilidad de recursos energéticos como la esclavitud animal y humana, el carbón vegetal y mineral, el gas o el petróleo; y, de igual modo, numerosas crisis económicas, declives de grandes imperios, grandes conflictos inter-burgueses, el colapso e incluso la desaparición de muchas civilizaciones o determinados periodos caracterizados por un retorno al oscurantismo, al autoritarismo y a la represión en general, han tenido detrás una crisis energética, que, a su vez, ha repercutido principalmente en el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases medias, bajas y excluidas de la población. Este agotamiento de recursos esenciales para la perpetuación del propio sistema es uno de los rasgos principales de la realidad presente. De hecho, las consecuencias inmediatas de ese descenso –a diferencia del cambio climático, que aún no ha hecho notar sus consecuencias más negativas-, así como el reparto desigual de la energía que va quedando disponible, ya son más que visibles; pensemos en la pobreza energética de las familias más desfavorecidas, el encarecimiento de la electricidad o la subida del precio de la gasolina. Cualquier forma de afrontar el catastrofismo ha de tener muy en cuenta esa verdad base, que está limitando energéticamente, ya en el presente, numerosos procesos económicos y sociales. Es sobre esta verdad, la del descenso energético, sobre la que podemos ir agregando todas las demás verdades y así entenderlas mejor.

Sabemos que las verdades ganan y pierden insignificancia en función de quién posea los medios de comunicación y las maquinarias de construcción de conocimiento; sus dueños pueden convertir una verdad en significante o insignificante según les convenga. Da igual que la propia ciencia oficial confirme la verdad del descenso energético si desde el aparato académico, los mass media y medios de entretenimiento no se la exhibe. Da igual que cada vez más y más divulgadores comenten, hablen o informen de ella como hacen divulgadores y activistas incansables como Antonio Turiel, Yayo Herrero, Antonio Aretxabaleta, Carlos Taibo, Corsino Vela, Miguel Amorós, Pedro Prieto o Jorge Riechmann en asambleas vecinales, centros educativos, librerías asociativas, talleres rotativos o incluso en redes sociales. Sin grandes soportes mediáticos, sin poderosas maquinarias de expresión y sin sofisticadas instancias de creación mítica no se puede entender la intensidad de esa verdad pues, obviamente, tales medios están en manos de aquellos que prefieren ignorarla. De ese modo, las verdades que quedan sepultadas entre infinidad de informes, tablas y datos estadísticos se desactivan; se convierten en verdades recónditas que cuesta distinguir. Como ejemplo propongo al lector que bucee en el informe de la AIE de 2010, en sus más de 700 páginas, para encontrar esa pequeña gráfica en la que se muestra la verdad del declive en la producción de millones de barriles diarios de petróleo convencional desde 2005. Podría decirse que esta verdad tiene algo de fantasmal, en el sentido de que no pasa a formar parte de la opinión pública ni de los conocimientos de las clases medias, bajas y excluidas, ni por supuesto logra materializarse en los estados de ánimo, los deseos, las actitudes, el pensamiento y lo peor, las ensoñaciones y esperanzas de toda esa población. Por desgracia ya no es mentira aquello que impide acceder a lo verdadero sino lo que se llena de insignificancia. Ya no es falso lo que limita lo verdadero sino lo que torna en insignificante. Y una verdad insignificante podrá seguir siendo verdad pero será irreal en sus efectos. La visibilidad de la verdad es, entonces, más importante que la verdad misma.

Ahora bien, ¿por qué este empeño en ocultar el descenso energético por parte de los círculos académicos y los medios de comunicación y entretenimiento de la burguesía? Por un lado esta verdad no sólo pone en riesgo la actividad industrial, sino que cuestiona todo un sistema mercantil extractivista asociado a éste. Por otro lado, a la comprensible hipocresía de las petroleras por ocultar esta cuestión -recordemos que durante las últimas décadas, tanto las grandes corporaciones petroleras y gasistas como los altos responsables políticos no han hecho nada por reducir las emisiones de dióxido de carbono- se suma el reciente oportunismo de convertir ese cinismo en un falso giro hacia el ecologismo; recordemos igualmente que tal giro se produce casualmente en el momento en que la producción de hidrocarburos ha dejado de ser rentable. Además, el descenso energético es una verdad que cuesta asumir; es un proceso psicológico que tiene mucho de conversión religiosa. Y es esperable que los miembros de las clases bajas y excluidas no participen voluntariamente de la asunción de ese descenso energético cuando están viendo cómo la gran industria,  las clases altas y las élites en general de sus propios países siguen consumiendo combustibles fósiles sin control, incluso para poner en marcha y sustentar las salvíficas energías renovables, que paradójicamente son subsidiarias de aquellos.

¿Qué consecuencias tiene desconocer esta verdad? Cuando se trata de describir el escenario actual se corre el riesgo de que determinadas emergencias sepulten, tapen o disimulen a otras. Por tanto, debemos ser cautos a la hora de relacionar e interconectar todas esas verdades que he enumerado anteriormente. La crisis climática, por ejemplo, es una verdad que se está usando para esconder el descenso forzoso de la producción de millones de barriles diarios de petróleo, y se está utilizando de paso para acostumbrarnos y convencernos de que participemos voluntariamente en la reducción de la quema de combustibles fósiles, algo a lo que, queramos o no, insisto, estamos ya condenados. Los responsables de las grandes petroleras justifican de ese modo su gradual desinversión en la industria del petróleo apoyándose en la necesidad de frenar el cambio climático. He aquí un claro ejemplo de cómo una verdad tapa a otra, y cuando eso sucede la verdad que queda oculta torna, como dije, en verdad inactiva. Lo ha señalado recientemente, en su muy recomendable blog, Antonio Turiel, un incansable divulgador de esta verdad-base y al que sorprendentemente durante los últimos meses algunos pocos programas televisivos y radiofónicos de gran repercusión han dado cabida: "¿La razón de este descenso anunciado de la producción de petróleo? La fuerte desinversión de las compañías petroleras desde 2014. ¿Dejaban de invertir las petroleras por compromisos en la lucha contra el cambio climático? No; dejaban de hacerlo porque se estaban arruinando buscando más petróleo, porque no queda petróleo rentable"[iv]. Lo mismo podría decirse de las limitaciones de movilidad venideras; el paulatino descenso de viajes en avión, por ejemplo, se ha achacado también a las limitaciones de tránsito impuestas por la pandemia de la covid-19, cuando aquellas, en el fondo, tienen más que ver, de nuevo, con la escasez de petróleo, pues bien sabemos que hoy por hoy la energía que mueve la industria de la aviación es insustituible por cualquier otro recurso energético que no sea el petróleo. Recordemos de paso que más del 95 por ciento del transporte mundial se realiza con derivados del petróleo y que dada su alta densidad energética así como su fácil almacenaje, no es sustituible por las llamadas energías renovables.

Otra verdad que está brillando bastante en la actualidad es sin duda la irrupción del Sars-Cov-2. Mediante otro astuto juego de trilero a esta verdad se le achaca el encarecimiento de la energía. Nos están haciendo creer que la pobreza energética es causada por la pandemia de la covid-19. Todos los periódicos y telediarios se han llenado de noticias como esta: "La Covid sube la factura de la luz en España y ya son más de 3,5 millones los que sufren pobreza energética"[v]. Pero como bien afirma Antonio Turiel: "Desengáñense: Esto no va de la pandemia. No porque la crisis sanitaria de la covid se pueda considerar resuelta; es que no es el factor más importante ahora mismo. (…) De lo que va esto es de transición energética. De lo que va esto es de la adaptación económica para hacer sobrevivir el actual sistema industrial y social en una situación en la que la energía no va a ser abundante"[vi]. Una cosa es que el coronavirus haya acelerado el declive estructural en las inversiones petroleras y otra bien distinta que sea su causa principal. Cuando desde los altos cargos políticos o desde grandes medios de comunicación se nos habla de que la vida que conocimos ya no volverá a ser igual, como hiciera por ejemplo Pedro Sánchez cuando afirmó que: "No podemos volver a la economía como estaba antes de la covid-19"[vii]; o Gideon Lichfield, quien el 24 de marzo de 2020 publicó un artículo titulado "Aceptémoslo, el estilo de vida que conocíamos no va a volver nunca", en MIT Technology Review, lo hacen aprovechando el contexto de pandemia mundial, sin referirse a las limitaciones energéticas venideras. Ante eso, como bien apuntara Miguel Amorós hace ya varios años, antes incluso de la irrupción del coronavirus: "conviene considerar la crisis energética como un marco general y un horizonte temporal que condicionará cada vez más el acontecer social con el chantaje consabido de o la energía o el caos sin por lo tanto determinarlo completamente"[viii].

La cuestión energética, por tanto, ayuda a entender mejor la estrategia adoptada por quienes gestionan el desastre, estrategia que por cierto alcanza su máximo grado de desfachatez cuando comprobamos que las compañías que ahora invierten en la estafa de las llamadas energías renovables, son las mismas que durante décadas han estado emitiendo gases de efecto invernadero sin ninguna limitación. No hay más que consultar cuáles han sido los destinatarios del fondo Next Generation EU del Plan de Recuperación de Europa, creado en teoría para afrontar la pandemia covid-19 y la transición ecológicaEstán aprovechando la situación de pandemia y la urgencia por afrontar el cambio climático para desviar dinero público hacia el sector privado. Es más, la élite industrial y financiera están justificando toda una reestructuración sistémica con esas dos excusas pero sin reconocer que es la paulatina escasez de combustibles fósiles baratos y no su voluntad de emitir menos gases de efecto invernadero, la que les está obligando ahora a acometer tales cambios estructurales. Y es que habría que ser muy ingenuo para creer que la desinversión en combustibles fósiles por parte de las grandes petroleras se deba a su repentina concienciación ecológica y no a las limitaciones geológicas que impiden la extracción y procesamiento de esos combustibles de forma económicamente rentable. Pero lo más perverso no es sólo que los verdaderos causantes del ecocidio se vayan a ir de rositas sino que encima queden como salvadores de la biosfera. Así es como se construye un relato oficial que elimina del sistema de ecuaciones el parámetro energético, de modo que se teje todo un entramado confuso de verdades y medias verdades mediante el cual se hacen irreconocibles las verdaderas causas que impulsan la reestructuración actual y los cambios radicales en nuestro modo de vida. Si los y las de abajo nos creemos ese relato del giro generoso hacia economías sostenibles por parte de los grandes grupos petroleros y gasistas, las luchas que podamos emprender irán, sin que nos demos cuenta, en esa misma dirección y por tanto no apuntarán a los verdaderos responsables del desaguisado. Gritarle a Repsol, por ejemplo, que abandone del todo el consumo  de combustibles fósiles es, en el fondo, hacerle un favor pues compañías como esta ya lo están haciendo, pero obligados por cuestiones que tienen más que ver con la dinámica de los fluidos geofísicos que con el cambio climático y su mitigación.

¿En qué puede ser útil visibilizar esa verdad e integrarla en el pensamiento y la cultura de masas actuales? No estoy diciendo que deban desatenderse o quitársele importancia a procesos como el cambio climático, el ecocidio en marcha o las nuevas pandemias, sino que debemos incluir en la ecuación la emergencia energética para entender las limitaciones externas inmediatas. Por un lado la cuestión energética evidencia la gran mentira del crecimiento económico infinito al establecer una relación directa entre abstracciones como el PIB y el consumo de petróleo barato. Por otro lado, la emergencia energética nos alerta de forma muy precisa de que nos hallamos ante el fin de las sociedades industriales modernas y que además ese descenso energético al que estamos abocados nos conduce a cambios extremadamente radicales, difíciles de imaginar –comparables quizá en algunos aspectos a las formas de vida de una Baja Edad Media-, en nuestro modo de vida actual, incluso aunque tal devenir se produjese en un contexto revolucionario en el que las clases sociales hubieran desaparecido. Por tanto, cuantificar esa escasez energética nos ayuda a imaginar de forma concreta cómo la paulatina reducción del consumo de combustibles fósiles irá influyendo en la reducción de las comodidades que la ciudadanía occidental ha ido disfrutando durante estas últimas décadas. Por ejemplo, pensar en términos de personas esclavas energéticas es una buena herramienta teórica para entender los escenarios venideros en los que, a corto plazo, veremos encarecerse el precio de la electricidad, la gasolina y los bienes de primera necesidad, y en los que, a largo plazo, las clases bajas y demás excluidas no dispondrán de coches, calefacción, de móviles de última generación y ni tan siquiera de conexión a Internet. Esto es esencial para no caer en la trampa de la tecnolatría y en la creencia de que nos espera un futuro lleno de aparatos tecnológicos a nuestro servicio y comodidades, en realidad inviables. Integrar en nuestro pensamiento esas limitaciones nos ayudará a desvincularnos del pensamiento tecnolátrico, tan difundido hoy en día desde los medios masivos de entretenimiento y comunicación, para sustituirlo por un nuevo pensamiento ecotópico. Asimismo, que los movimientos populares consideren la emergencia energética en toda su crudeza contribuye a que éstos afronten cuanto antes la cuestión acerca de cómo repartir esa escasez por venir, en el sentido de que ese descenso energético se produzca en condiciones de equidad y de justicia. También servirá para preparar la lucha contra la dominación por venir, que bien podría adoptar la forma de un nuevo ecofascismo o de regímenes neofeudales que gestionen de forma terrible y autoritaria el racionamiento en el uso o consumo de recursos, bienes o servicios futuros. A eso apunta la reforma de la Ley de Seguridad Nacional que prepara el Gobierno.

Todo lo dicho hasta ahora podría invitar al pesimismo y la parálisis, pero el hecho de que las sociedades actuales estén condenadas a afrontar cambios radicales puede servirnos como ventana de oportunidad para salir cuanto antes del capitalismo, verde o no verde, y la lógica mercantil que lo sustenta. Ahora bien, es esencial hacerlo sin caer en la trampa de las vías reformistas o las transiciones verdes, que lo único que harían sería persistir, bajo otra máscara, en el extractivismo, el consumo agónico de los últimos combustibles fósiles y una acumulación de capital desesperada por parte de las clases privilegiadas, con sus conflictos interburgueses asociados. Y en ese proceso la educación no escolar y no estatalizada, la autonomía, la autoorganización y el apoyo mutuo tendrán mucho que decir; y a un nivel ecotópico podrían servirnos de ejemplo las comunidades descritas en obras como La vía de la simplicidad de Ted Trainer o La próxima revolución de Murray Bookchin. Por tanto necesitamos, ahora más que nunca, como bien afirma Anselm Jappe un "gran esfuerzo de clarificación teórica"[ix] y este ejercicio de clarificación empieza por asumir y mostrar esa verdad relativa a la escasez energética y de recursos minerales que ya se nos está echando encima y de la que ya hemos empezado a ver sus primeros efectos. Hagamos brillar entre todos, entonces, esta verdad para interrelacionarla con las otras y poder así entender los grandes problemas a los que nos enfrentamos. A eso he tratado de contribuir humildemente con este artículo.

Vicente Gutiérrez Escudero es licenciado en Ciencias Exactas y profesor de Educación Secundaria en un centro público en el ámbito científico-tecnológico.

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[i] Miguel Amorós, Salida de emergencia, Ed. Pepitas de Calabaza, Logroño, 2012, p. 154.

[ii] Luis Pablo Beauregard, «Jeff Bezos, una fortuna fuera de este mundo», www.elpais.es, 4 de julio de 2021. https://elpais.com/economia/2021-07-04/jeff-bezos-una-fortuna-fuera-de-este-mundo.html

[iii] «Rosneft avisa del riesgo de un "grave déficit de petróleo y gas" si no aumentan las inversiones», EFE, www.eleconomista, 6 de junio de 2021.

https://www.eleconomista.es/empresas-finanzas/noticias/11255690/06/21/Rosneft-dice-que-hay-que-prepararse-para-el-aumento-de-la-demanda-de-crudo.html

[iv] Antonio Turiel, «El legado de Santa Bárbara», 17 de febrero de 2021 https://crashoil.blogspot.com/2021/02/el-legado-de-santa-barbara.html

[v] I. P. Nova, «La Covid sube la factura de la luz en España y ya son más de 3,5 millones los que sufren pobreza energética», 18 enero de 2021. https://www.elespanol.com/espana/20210118/covid-factura-esprevista ana-millones-sufren-pobreza-energetica/551945421_0.html

[vi] Antonio Turiel, «El legado de Santa Bárbara», crashoil.blogspot.com, 17 de febrero de 2021.

[vii] Silvia Ayuso, «No podemos volver a la economía como estaba antes de la covid-19», 28 de octubre, 2020.

[viii] Miguel Amorós, Salida de emergencia, Ed. Pepitas de Calabaza, Logroño, 2012, p. 158.

[ix] Anselm Jappe, Crédito a muerte. La descomposición del capitalismo y sus críticos, Ed. Pepitas de Calabaza, Logroño, 2011, p. 49. Traducción del francés de Diego Luis Sanromán.

 



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La fuente original de este documento es:
Viento Sur (https://vientosur.info/la-intensidad-de-una-verdad/)



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