Acerca de los cinco Molinos por derribar…
1. f. Conjunto de normas, papeles y trámites necesarios para gestionar una actividad administrativa: la burocracia oficial exige documentación compulsada.
2. Complicación y lentitud excesiva en la realización de estas gestiones, particularmente en las que dependen de la administración de un Estado: con tanta burocracia, le atenderán cuando no lo necesite.
3. Conjunto de funcionarios públicos: no le gustaba ser miembro de la burocracia por su consideración social.
Ineficiencia:
f. Incapacidad para lograr un fin empleando los mejores medios posibles: no siempre eficacia es sinónimo de eficiencia.
Ineficacia
f. Inapacidad para obrar o para conseguir un resultado determinado.
Reformismo:
m. Tendencia o doctrina que procura cambios y mejoras en una situación, sin soluciones radicales: reformismo político.
Corrupción:
Es el mal uso público (gubernamental) del poder para conseguir una ventaja ilegítima.
Quizás arrancamos de una manera poco
ortodoxa, apelando una noción muy básica, pero aclaratoria en torno a
ciertos conceptos que usamos a diario para definir lo que consideramos
los principales males y contradicciones que enfrenta la Revolución
bolivariana. Se trata de salir de la formulación aparente, de la cáscara
que envuelve, quizás el asunto más trascendental de la fase actual por
la cual transita el proceso bolivariano, y adentrarnos en el contenido
político e histórico de de tales afirmaciones.
Pero antes es
necesario despejar un poco el escenario. En este texto se trata de
escudriñar en los males que llevamos dentro, en las carencias y
debilidades de proceso revolucionario bolivariano, que han ido cobrando
relevancia en la medida que se convierten en contradicciones que trancan
el paso a los avances del Poder Popular. Sin embargo, no podemos
olvidar ni por un segundo, que nuestro proceso se desarrolla enfrentando
directamente al Imperio norteamericano y a la oligarquía cipaya
venezolana. Que Venezuela bolivariana representa el sueño y la esperanza
de millones de pobres de América Latina y el Mundo, que es una bandera
que empuñan a lo largo y ancho del planeta los que aman la dignidad, la
libertad y la justicia.
Nuestra lealtad al proyecto histórico que se
encarna en el liderazgo del Presidente Chávez es indestructible, porque
allí se encuentran depositadas las energías populares, la vitalidad de
las pasiones de millones de mujeres y hombres que dejaron de ser
anónimos y echaron a andar.
La crítica revolucionaria como arma
del cambio radical, intransigente en la defensa de los principios y de
los intereses de los excluidos de siempre, pero humilde y sencilla a la
hora de la autocrítica, a la hora de reconocer errores, en el afán de
ser un pedacito más de la construcción de la Patria buena que nos dejara
como herencia a realizar el Padre Bolívar.
Vamos pues a
tomar “el toro por los cachos…”
La burocracia y el
burocratismo no se remiten exclusivamente a representar un mal que
pudiera describirse como un elefante blanco que entorpece la acción
cotidiana de la gente, que vuelve todo trámite engorroso, lento y hasta
humillante. No, el problema es muchísimo mayor y representa quizás uno
de los desafíos más grandes que enfrente el movimiento revolucionario a
escala planetaria. La burocracia ha tendido a conformarse, sobre todo al
calor de los últimos 100 años del desarrollo social, en un complejo
entramado que vive y existe para sí. Más allá de la clase que esté en el
poder, esta burocracia se ha ido configurando como un eslabón
principalísimo de intermediación de la sociedad. Podríamos arriesgarnos
inclusive en afirmar que ha secuestrado o expropiado diversos espacios
del estado, principalmente en su dimensión pública, para servirse de
ella en aras de reproducirse y mantener el “stau quo”. Una vieja
película italiana “un burgués pequeño-pequeño” la retrata brillantemente
cuando estaba aún en pañales.
La burocracia y su expresión
cotidiana, el burocratismo se sirven en el caso de la Revolución
bolivariana de la caricaturesca estética Rojo-rojita, para cubrirse de
un manto ideológico que no posee, o más bien si lo posee, pero es el
radicalmente opuesto a los cambios revolucionarios que pregona la
subversión del viejo orden imperante, la ruptura de la verticalidad del
poder oligárquico-burgués y la imposición del Poder Popular Socialista.
El burocratismo es enemigo acérrimo y antagónico de los cambios
histórico-culturales, aunque aparezca fogosamente retratado en marchas y
movilizaciones electorales, y sin duda, hará todo por frenar cualquier
intento por democratizar el espacio de la toma de decisiones públicas,
por quebrar el dominio autocrático. No se trata de entender el
burocratismo como un sólido bloque consciente y organizado, que
racionalmente defiende una forma de organización social determinada, su
resistencia se halla enclavada en lo profundo de su composición
genética, en su ADN más primitivo, que lo lleva a reproducir desde la
práctica cultural cotidiana la expropiación del poder formal (y del
social), desconociendo y combatiendo los poderes y saberes populares que
emergen al calor del proceso revolucionario.
En el caso del
burocratismo venezolano presenta una serie de particularidades que
refuerzan su grado de cohesión enanjenante. Podemos resaltar algunas de
las principales:
1.- el carácter de la renta
petrolera.
2.- el peso de los empleados públicos en
el universo del trabajo. (El estado como principal generador de empleo)
3.-
la deforme construcción del estado venezolano. ( Distribución
geográfica, concentración urbana, inexistencia del mismo en amplias
zonas de la periferia.)
4.- las políticas expansivas
de gasto público y social.
5.- el alineante patrón
de consumo.
El burocratismo encontró en la transición del “rentismo
capitalista” al “socialismo rentístico”, el
ambiente propicio para desarrollarse en plenitud. En la cabeza
dirigencial de la mayor parte de los jerarcas del gobierno, el
socialismo es una expresión discursiva parcial (para muchos
inentendible), que no tiene coherencia con la práctica social cotidiana.
Se remite a símbolos, consignas, frases repetidas y sloganes. Se
produce por lo tanto una disociación entre el lenguaje público y el
lenguaje privado, entre el discurso público y la vida privada.
Lo
que se ha dado en llamar “boliburguesía” o “boligarcas,” más allá de
reproducir la creatividad popular, expresa una contradicción que entraña
enormes riesgos y potencialidades. Cuando una sociedad como la nuestra,
vive la lucha de clases en el alto grado de expresión durante un tiempo
prolongado, saltando de coyuntura en coyuntura, debe asimilar grandes
experiencias en lapsos temporales muy limitados. Décadas de combate se
sintetizan, con el riesgo de que su sistematización se vea obviamente
limitada, y ello supone, que si bien un amplio sector del Pueblo ha ido
acogiendo el discurso “Socialista” sus basamentos sean aún
superficiales, y que para la mayor parte del mismo, el experimento
histórico actual, esté en completa tela de juicio. Es decir, estamos
dispuestos a lanzarnos a probar este socialismo del siglo XXI, pero si
fracasa este modelo, fracasa el meollo, el contenido global de la
propuesta revolucionaria, y ese es un grandísimo riesgo. Si bien el
reformismo representa un peligro de claudicación, de generar espacios
que transen los cometidos estratégicos del proyecto revolucionario, es
infinitamente más riesgoso el nefando papel del burocratismo. A veces
estos se juntan y retroalimentan, sobretodo porque el burocratismo
siempre preferirá reforma a revolución, y en muchos de sus enclaves
soñarán con la restauración del domino del capital transnacional, pero
no todo reformismo es asociable al burocratismo.
Pero vamos más
allá, la burocracia y su expresión cotidiana; el burocratismo en
Venezuela a diferencia de otros procesos que tienen que luchar con los
mismos males, está ligado hasta ahora indisolublemente más allá del
estado, a la política. Y esto es inevitable, por lo que hemos comentado
infinitas veces. La falta de tradición del movimiento obrero venezolano,
la debilidad de las orgánicas políticas de la izquierda durante el
siglo pasado, su desapego de las grandes masas, en fin, el
“estado-partido” remplaza equivocadamente la ecuación históricamente
necesaria: Estrategia revolucionaria-partido-pueblo.
El problema
se incrementa cuando la burocracia afila los dientes, y siente que
estas condiciones generales son las óptimas para su desarrollo y
dominio. En ese momento aferra las uñas en aras de mantener la situación
creada, de fortalecer su poder y reproducir su carácter de casta.
Entonces
comienzan a darnos a dos manos. La clásica burocracia engordada al
calor del “Socialismo rentístico”, nos abofetea a diario a través de la
expresión de los inservibles servicios públicos, el transporte masivo:
un desastre, la electricidad: un desastre, el agua potable: un desastre,
las telecomunicaciones: un desastre, y no paramos más. Los servicios no
sirven, discriminan como siempre a los más pobres, y los trabajadores
de los mismos, no asumen la rectificación necesaria. En algunos casos,
porque no les interesa más que gozar de los beneficios del empleado
público y en otros, los mayoritarios, por que las gerencias
“rojo-rojitas” están “en otra”, usufructuando para sí y sus entornos de
la mágica relación con el poder.
Algunos incluso sanamente
divagan por los laberintos teóricos de “la conciencia del deber social”
mientras sus huestes obreras ven resquebrajarse las columnas diarias de
la sobredosis ideológica, en el rostro cotidiano de la gerenciación
enajenada, autócrata, despótica y sobretodo patronal.
Cuando los
trabajadores pretenden asumir un rol autónomo ideológicamente, cuando
muestran pujanza y vitalidad se intenta por todos los medios cooptarles
por tal o cual ministerio, por tal o cual espacio de poder local o
regional, por una misión, en aras de ganar puntos ante el
Comandante-Presidente y de domesticar cualquier intento “anárquico” de
organización social. Así se cierran las puertas, se nos etiqueta, se
nos margina incluso, se nos persigue. Cuántas veces se le ha acusado a
dirigentes “díscolos” o independientes de estar infiltrados o de estar
al servicio de la contrarrevolución? Nada extraño, allí opera el
racional sentido y el subjetivo instinto de sobrevivencia de los
burócratas todopoderosos.
Ahora, vamos despejando un tanto el
entorno. Qué sucede con los históricamente aptos para emprender la
tarea de vanguardizar los cambios sociales?
Es en Venezuela
bolivariana la clase obrera, la llamada a liberarse a sí misma y consigo
al conjunto de los explotados?
Cómo y desde dónde se conforma
el Bloque Popular Revolucionario (BPR) o la Fuerza Social Revolucionaria
(FSR) que emprenderá conscientemente las tareas de la liberación social
y nacional?
Continuamos despejando…
No
todos los trabajadores son obreros. Ni por ser obreros son “puros
y están libres de pecado”. Dejémonos de teologismos y de
paradigmas eurocentristas, de la absolutista racionalidad
judeo-cristiana. La clase obrera es quizás la más complicada en estos
días en el cuento de la liberación.
Los pueblos originarios, el
movimiento campesino tienen mayor facilidad de comprender el rol que
ocupan en la cadena que alimenta al capital trasnacional, entre otras
cosas por su ubicación geográfico-cultural. El movimiento obrero en
particular y los trabajadores en general, tienen que romper una doble
cadena dominadora, la de la venta de su fuerza de trabajo manual e
intelectual, y la del patrón de consumo que les ahoga. Los pobres
habitantes mayoritarios en los espacio geográfico-sociales urbanos son
la fuerza mezcladora de la pluriculturalidad y de la multietnicidad que
nos caracteriza, cómo cabe su fuerza organizada en el campo popular
bolivariano? Ya llegaremos por ahí.
Retornamos al campo de los
trabajadores. Este concepto da para mucho, sobre todo por la
postmodernidad en boga.
Los empleados públicos viven de una
manera diferente la explotación con respecto a su par obrero, ya sea
metalúrgico, de la construcción o el propio trabajador de a pie en PDVSA.
Es más fácil concebirse un peldaño arriba de “los pata en el suelo”, y
así aspirar a la silicona y “el doce años” que consume el jefe, el
gerente, el que está en la mesa servida del reino. Al carro, el plasma y
el blackberrie. El demoniaco “patrón de consumo” hace estragos.
En
todo este enredado entramado alienante, uno de los problemas mayores es
que nuestros gerentes han sido designados jefes políticos, y por tanto,
parte de la concatenación ideológica, así como nuestros alcaldes,
nuestros gobernadores y ministros. La burocracia en pleno ungida
dirección y conducción, nada más y nada menos que de una revolución
socialista! (que debiera conducir el proletariado según los manuales
no?)
La pobreza teórica no puede dar para tanto. No será fácil
invertir la ecuación y colocar al tan mencionado pueblo pobre en un
sitio que no sea la base de la pirámide, esto entre otras cosas, porque
el gustillo del poder genera adicción, explota las apetencias
individuales y en aras de “reemplazar transitoriamente” al pueblo
organizado mientras este madura, asesinamos sin ternura alguna el sueño
de la revolución bolivariana.
Porque entre otras aptitudes, la
burocracia y el burocratismo estrangulan las pasiones, cercenan las
subjetividades al negar en lo cotidiano la realización de las
expectativas de los pobres y de los excluidos. De tanta cachetada diaria
la gente se cansa. De tanta desvergüenza y de tanto sinvergüenza. Lo
peor es que con el tiempo se olvida la rabia, se esfuma la arrechera y
se impone la resignación, y si ello sucede retrocedemos al punto de
partida.
Volvamos a ciertas premisas estructurantes:
En
la ruptura con el neoliberalismo y su afán privatizador que reinaban
sin cortapisas hasta la llegada del Presiente Chávez al gobierno, el
estado central ha ido cobrando un peso estratégico cada vez mayor en el
plano estratégico de la economía, pero en una dirección que aún queda
muy lejos de la parada de socialismo revolucionario, se halla en la
encrucijada de la instalación preponderante de empresas capitalistas de
estado, por mucho socialista que le pongan de apellido hasta los
cochinos de PDVSA agrícola.
De otra parte se amplificó
geométricamente la cantidad de empleados públicos que pasaron de cerca
de un millón y medio en 1998 a cerca de cuatro millones y pico en el
2010.
Pero que hay detrás de esta estatización masiva? Habrá alguna
base teórica que esté alimentando la idea de generar “proletariado
emancipador” concluyendo ciertas tareas propias del desarrollo del
Estado nacional burgués? Esto de cierto modo nos retrae al reformismo
del siglo pasado de aquella izquierda que sustentaba darle tiempo a la
burguesía para que cumpliera con su misión histórica. Si es así “estamos
pelando bolas”. Esta estatización (muy particular enfoque de la
nacionalización) multiplica geométricamente la burocracia a quienes
ubica en una “gerencia socialista” que nadie sabe explicar cuál sería su
carácter anti-capitalista, porque eso sería ser socialista no?
En
estas benditas gerencias los obreros, los campesino brillan por su
ausencia, por ejemplo en el caso de Agropatria, es decir los que son “objeto
de la Revolución” no están capacitados para dirigir, ni
conducir la transición al modo de producción que les sería inherente.
Cómo,
cuándo y desde dónde cambiarían entonces las relaciones de producción?
Quien se apropia en teoría ahora del plusvalor en las empresas
estatizadas sería el conjunto del Pueblo, pero esto es realmente así? Y
qué sucede con las relaciones laborales al interior de la empresa? Es el
comité de trabajadores quien controla y dirige la producción? Tienen
los trabajadores alguna capacidad y potestad de ejercer la contraloría?
Quién y cómo se fija el salario? Cómo y desde que piso ético se
construye una cultura del trabajo?
No está para nada escrito que vaya
a ser más fácil trascender desde el capitalismo de estado al socialismo
del siglo XXI.
La burguesía ha expropiado históricamente a los
pobres, se ha apropiado de los bienes y recursos de todos para su propia
satisfacción, los ha convertido en su propiedad privada.
La
expropiación que ejerce el estado de los bienes de los ricos no
necesariamente pasa a ser patrimonio de todos.
Que el estado asuma su
control estará condicionado siempre por la naturaleza de clase de dicho
estado, y ello determinará finalmente su orientación estratégica. Y ya
sabemos que aún prevalece la esencia del viejo estado burgués.
Para
que los recursos expropiados pasaran efectivamente a ser patrimonio
popular, se requiere entre otras cosas un alto grado de conciencia
social del Pueblo pobre. Una larga batalla en la conciencia de las
mayorías, una dura experiencia organizativa, de movilización y combate
reivindicativo. Esta amalgama de hechos y sucesos no es posible de
suplantar desde las esferas del estado y el gobierno, ello más bien
tiende a generar pasividad y distanciamiento de la base popular que debe
ser el dínamo y motor de la lucha revolucionaria. Es la antítesis del
sujeto histórico, es una fórmula distante y contradictoria con respecto
al Poder Popular.
Parece ser que la creencia sobre la cual descansa
gran parte del discurso presidencial acerca de la “transferencia”
de Poder al Pueblo es una utopía plagada de buena intención, pero
imposible de materializar. La burocracia y el burocratismo no apostarán a
su suicidio colectivo así de gratis, nadie entrega sus privilegios sin
resistencias. Basta ver el caso de la oligarquía venezolana y el mundo
de los ricos, que no sólo se defienden a como dé lugar, sino que
contraatacan.
El Pueblo Pobre tiene que apropiarse del
Poder, y para ello sus grados de conciencia, de organización y
de movilización deben acrecentarse sin pausa y sin tregua. Debe
expropiar el Poder que tiene la vieja clase dominante, pero
también debe hacerse con los espacios de poder que el gobierno
bolivariano ha logrado conquistar.
Gobierno que debe hacer realmente
suyo, y no como sucede hasta ahora que el Pueblo está subordinado a la
gestión del gobierno.
En este caso vale la pena adentrarse en la
situación del PSUV porque este “nonato” aparece mezclado en una
indefinición estructural, fue creado en aras de convertirse en el
instrumento de vanguardia de la revolución bolivariana, y aún
aprendiendo a gatear le ha tocado estrenarse en la dura actividad
coyuntural que caracteriza a la revolución bolivariana, y desde tan
chiquito ha ido recibiendo todas “las malas influencias” del entorno. Se
le ha mezclado con el gobierno y el estado, sin definir los límites de
acción de cada uno, haciendo de ello un revoltijo del cual burócratas y
funcionarios han hecho un festín. Se le ha llevado a un límite peligroso
que amenaza seriamente su supervivencia. Entre maquinaria electoral,
trampolín para el ascenso social, espacio de cogollos y entramados de
grupos y personalismos, ha puesto en tela de juicio sus posibilidades de
hacerse creíble como instrumento de combate de los pobres en pos de su
liberación social y nacional.
Está “ad portas” de convertirse en
una superación transitoria del Movimiento V República, y por tanto de
agotar aceleradamente su ciclo de vida.
Las bases populares deben
asumir la lucha por la disputa de su dirección y conducción de manera
decidida. La confluencia y construcción de una corriente revolucionaria
en su seno que dispute abierta y honestamente su hegemonía es crucial.
La acción consciente y común en aras de transformarle en un acerado
ariete clasista y combativo. Sin partido revolucionario no hay práctica
revolucionaria posible. En gran parte los destinos de la revolución
bolivariana se juegan en la cancha de la construcción del partido
revolucionario. De mantenerse por el camino que va, sólo tendría vida
como el Partido del estado y del gobierno, una suerte de PRI “bolivariano”
que nace mocho e impotente para cumplir con las tareas revolucionarias
para la cual fue ideado.