“La política consiste en tener cada mañana un oído de discípulo para que los que mandan, manden obedeciendo”. Enrique Dussel

La revolución de los zombies

El marco de la revisión, rectificación y reimpulso revolucionario que hoy marcan el accionar político dentro del proceso de cambios que lidera el Presidente Hugo Chávez, ha generado el espacio para reflexionar acerca de las condiciones en las cuales se ha venido realizando la praxis dentro del aparato del Estado y, en nuestro parecer, el panorama no es nada alentador, siendo éste uno de los aspectos que, por su centralidad, no sólo debe ser ampliamente debatido y discutido en el seno de la sociedad, sino que también deben tomarse en consideración las propuestas que de tal debate se deriven, en tanto esa estructura constituye uno de los puntos débiles de la revolución.

En mi parecer, la discusión quizá deba comenzar con lo más visible: La actuación de los funcionarios que hoy tienen cargos de responsabilidad dentro del gobierno. Con pesar vemos cómo muchos de esos compatriotas, una vez toman posesión del cargo, se olvidan por completo del colectivo que les apoyó para llegar hasta allí, siendo incapaces de contestar una llamada telefónica o un correo electrónico. Muchísimo menos se atreven a conceder una audiencia. Pareciera que ello les rebaja, en tanto les recuerda de dónde salieron.

Quienes se han visibilizado a partir de su ejercicio como académicos no lo han hecho mejor. Muy por el contrario: Han utilizado su liderazgo dentro de los espacios de las universidades como trampolín político de proyección extramuros y luego “no tienen tiempo” para conversar con sus compañeros que poco tiempo atrás constituían su plataforma política y electoral, quienes por supuesto acaban por no formar parte del equipo de trabajo del otrora colega, amigo y camarada y ahora funcionario de alto nivel.

Terminan haciéndolo incluso peor que en la Cuarta República, en tanto los adecos “no dejaban morir” a sus compañeros de causa. Ahora en la Quinta, donde aparentemente estamos siendo partícipes de un proceso de cambios, la solidaridad con quienes persiguen los ideales de la revolución está ausente, prefiriéndose, por encima de la competencia técnica y el compromiso revolucionario, a aquéllos que son más diestros en la lambizconería y el arribismo, siendo capaces de vender sus “ideales revolucionarios” por un salario elevado y demás comodidades derivadas del burocratismo estadal que lamentablemente aún no hemos logrado corregir.

La ineptitud, la improvisación y la falta de continuidad en las políticas públicas son la consecuencia de esta cultura contrarrevolucionaria. En cuanto asumen un cargo, desmantelan todo lo ya existente, sin que medie en ello ningún proceso valorativo de lo adelantado por la gestión precedente. Es un eterno “quítate tú pa’ poneme yo”. Y lo peor es que de ello no se derivan proyectos y planes que, en el largo plazo, puedan conducir a la consolidación del proceso, excepción hecha por supuesto de las iniciativas del Presidente. Por esa vía, sólo llegamos al estancamiento.

De estos espacios está  excluida cualquier posibilidad de crítica. Criticar constructiva y sustantivamente la actuación de cualquier funcionario o ente público, se ha convertido en un pasaporte seguro hacia el descrédito, la injuria y la calificación como “escuálido” o “contrarrevolucionario”, pues se entiende que ésta, en lugar de fortalecer al proceso (particularmente si se hace desde dentro), lo debilita ante la opinión pública. Quien se atreve a despertar del estado zoombie derivado del encanto mass mediático, debe enfrentarse al aislamiento al que lo somete el poder luego de tan osada actuación. Así se garantiza que nadie critique demasiado, en tanto estén dopados bajo el influjo del aparato informacional del Estado. El objetivo es hacer parecer que todo marcha perfectamente. 

Creo que es iluso creer a estas alturas, que la gente no se da cuenta de las malas gestiones de gobierno o de la inadecuada implementación de las políticas públicas si ello no es reseñado en los medios de comunicación, sean estos tradicionales o alternativos. Y este “modo de hacer” no sólo limita fuertemente la capacidad de realizar ajustes estructurales dentro de la praxis revolucionaria, sino que además, constituye una forma solapada de subestimación del pueblo, a quien apenas visualizan como “masa votante”, en lugar de “pueblo con poder”, el único motor verdadero de la revolución.

De este modo, acaba por imponerse una visión plenamente utilitarista de los otros, asumiéndolos en la práctica como meros tontos útiles, necesarios exclusivamente para garantizar el ascenso al poder, o acaso como mero relleno en los actos públicos televisados, para vender la falsa idea de que tienen algún poder de convocatoria; una posición, que a todas luces es profundamente contraria a cualquier ideal revolucionario.

Estos comportamientos explican en mucho el alejamiento de los compatriotas y camaradas que hoy sufren los efectos de la decepción producto de los maltratos y utilitarismos a los que fueron sometidos en determinado momento. Ciertamente, el compromiso revolucionario no puede estar mediado por los beneficios personales, pero tampoco puede utilizarse eso como excusa para justificar las vejaciones e injusticias que a diario se cometen dentro del aparato del Estado, que cada día resultan más “normales” y “comprensibles” para quienes ostentan el poder.

Resulta que en su eterna subestimación al pueblo, parecen no haberse percatado que ese pueblo despertó. Ya no son zombies que ellos puedan manipular y controlar como simples marionetas. Es un pueblo que cada día exige más fiscalización, más eficiencia y verdadero compromiso revolucionario; que ha entendido que quienes están en esos cargos no son necesariamente revolucionarios sino trepadores de oficio que finalmente el proceso terminará por decantar. Esa es la esperanza que reina en el pueblo llano que, afortunadamente el burocratismo infecto no ha logrado quebrantar y que al final es lo que garantiza el liderazgo del Presidente Chávez y la continuidad del proceso mismo.

Creo que ha llegado la hora de asumir como pueblo una actitud más protagónica, construyendo equipos de trabajo en el marco del poder popular que permitan no sólo solventar las problemáticas más sentidas de las comunidades, sino también socavar definitivamente al burocratismo y a sus defensores.

(*) Profesor Universitario-UCV

pedro_garciaa@yahoo.es


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Pedro García Avendaño (*)


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