Algunas de las luchas sociales más inspiradoras de 2011 han puesto la democracia en los primeros lugares de la agenda.
Aunque surgen de condiciones muy diferentes, estas movilizaciones -desde la insurrección de la primavera árabe hasta las luchas de los sindicatos en Wisconsin, desde las protestas de los estudiantes en Chile hasta aquellas en Estados Unidos y Europa, desde las revueltas en Inglaterra hasta las ocupaciones de los indignados españoles y los griegos en la plaza de Syntagma y, finalmente desde la ocupación de Wall Street hasta las innumerables formas de rechazo a nivel mundial a lo largo del mundo – comparten, primero que nada, una posición de rechazo: ¡Basta ya con las estructuras neoliberales!
Este grito conjunto no es solamente una protesta económica, sino también una demanda política, contra las falsas formas de representación. Ni Mubarak ni Ben Ali, ni los banqueros de Wall Street, ni las elites de los medios, ni aún los presidentes, gobernadores, miembros de los parlamentos y otros funcionarios electos -ninguno de ellos nos representa. La extraordinaria fuerza de rechazo es, por supuesto, muy importante, sin embargo deberíamos ser cuidadosos y no perder la pista -entre medio del estruendo de las demostraciones y conflictos- del elemento central que atraviesa la protesta y la resistencia. Estos movimientos también comparten la aspiración acerca de una nueva forma de democracia, expresada en voces algunas veces tentativas e inciertas, y en otras explicitas y llenas de fuerza. El desarollo de esta aspiración es uno de los hilos que estamos ansiosos por seguir en el año 2012.
Un foco de rechazo que todos estos movimientos deberán confrontar, incluso aquellos que recientemente han derrocado a dictadores, es la insuficiencia de las estructuras democráticas modernas, particularmente en sus sistemas de trabajo, propiedad y representación. En esta estructura, primero que nada, el trabajo remunerado se constituye en la llave de acceso al ingreso y a los derechos básicos de ciudadanía, una relación que desde hace tiempo ha funcionado pobremente para aquellos que se encuentran fuera del mercado laboral formal, entre ellos los pobres, los desempleados, las mujeres trabajadoras mal remuneradas, inmigrantes y otros. En la actualidad, no obstante, todas las formas de trabajo se han vuelto más precarias e inseguras. Aunque el trabajo, por supuesto, continúa siendo la fuente de bienestar en las sociedades capitalistas, lo es crecientemente fuera de las relaciones con el capital y por lo común fuera de relaciones de trabajo estables. Como resultado, nuestra estructura social requiere todavía del trabajo remunerado para acceder a todos los derechos en una sociedad en la que ese tipo de trabajo existe cada vez menos.
La propiedad privada es el segundo pilar fundamental de la estructura democrática. Por su parte los movimientos sociales actuales interpelan no sólo a los regímenes globales y nacionales de gobernanza neoliberal sino también de modo general al régimen de propiedad. El régimen de propiedad no solamente mantiene las divisiones sociales y las jerarquías sino que genera algunos de las más poderosos vínculos (por lo común conexiones perversas) que compartimos tanto entre nosotros, como en nuestras sociedades. Así todo, la producción social y económica contemporanea tiene cada vez más un carácter común, que desafía y excede los vínculos de propiedad. La habilidad del capital para generar ganancia está declinando, dado que está perdiendo su capacidad empresarial y su poder de administrar la disciplina social y la cooperación. Por su lado, la forma de acumulación del capital se realiza cada vez más a través de rentas, que comúnmente están organizadas en instrumentos financieros, a través de los cuales captura el valor que se produce socialmente y de manera ralativamente independiente de su poder. Sin embargo, cada instancia de acumulación privada reduce el poder y la productividad de los comunes. La propiedad privada se está transformando -todavía más- no sólo en un parásito sino también en un obstáculo a la producción y al bienestar social.
Finalmente, un tercer pilar de la estructura democrática, y -como ya hemos señalado- objeto de antagonismo creciente, descansa en el sistema de representación y su atribución de establecer una gobernanza democrática. Poner un punto final al poder de los representantes políticos profesionales es uno de los eslóganes de la tradición socialista que podemos reafirmar de todo corazón en nuestra condición contemporánea. Los políticos profesionales, en conjunto con los líderes de corporaciones y la elite de los medios de comunicación, llevan a cabo una función de representación extremadamenet débil. El problema no es tanto que los políticos sean corruptos (aunque en muchos casos esto sea cierto), sino que la estructura constitucional aísla los mecanismos políticos para la toma de decisiones de los poderes y deseos de la multidud. Cualquier proceso real de democratización en nuesras sociedades debe atacar la falta de representación y las falsas pretensiones de representatividad que se sitúan en el corazón de su estructura.
Reconocer la racionalidad y la necesidad de la revuelta a lo largo de estos tres ejes y de muchos otros, que animan muchas luchas de hoy, sin embargo, es, sin embargo, sólo el primer paso: el punto de partida. El calor de la indignación y la espontaneidad de la revuelta tienen que organizarse a fin de poder perdurar y construir nuevas formas de vida, formas sociales alternativas. Los secretos para continuar son tan difíciles de encontrar como lo es la importancia de encontrarlos.
En cuanto al terreno económico, necesitamos descubrir nuevas tecnologías sociales para producir libremente en común y para distribuir equitativamente el bienestar compartido. ¿Cómo pueden nuestras energías productivas y deseos acoplarse y aumentarse en una economía que no esté fundada en la propiedad privada? ¿Cómo pueden la asistencia y los recursos sociales básicos proveerse a todas las personas en una estructura social no regulada y dominada por la propiedad estatal? Debemos construir relaciones de producción e intercambio tanto como estructuras de asistencia social que esten construidas para y sean adecuadas para los comúnes.
Los desafíos en el terreno político son igualmente peliagudos. Algunos de los eventos y revueltas más innovativos e inspiradores en la última década han radicalizado el pensamiento y la práctica democrática ocupando y organizando el espacio, como la plaza pública, con estructuras y asambleas participativas, manteniendo estas nuevas formas de democracia por semanas o meses. De hecho, la organización interna de los propios movimientos ha estado constantemente sujeta a procesos de democratización, esforzándose por crear estructuras de red de participación horizontal. Las revueltas contra el sistema político dominante, sus políticos profesionales, y sus estructuras ilegítimas de representación no apuntan a restaurar un sistema representativo legítimo imaginado con referencia al pasado, sino a experimentar con expresiones de expresión democrática: democracia real ya (en castellano en el original). ¿Cómo podemos transformar la indignación y la rebelión en un proceso constituyente que perdure? ¿Cómo pueden los experimentos en democracia constituirse en poder constituyente que invente una alternativa de sociedad que sea realmente democrática, y no pasen a ser solamente democratizaciones de barrios y espacios públicos?
Para confrontar estos temas, nosotros -en conjunto con muchos otros- hemos propuesto posibles pasos iniciales, como por ejemplo, estabecer un ingreso garantizado, el derecho a ciudadanía global, y un proceso de reapropiación democrática de los comunes. Pero no creemos que nosotros tengamos todas las respuestas. Más bien, estamos estimulados por el hecho de que no estamos preguntándonos solos. Estamos confiados, de hecho, en que aquellos que están insatisfechos con la vida que ofrece nuestra sociedad neoliberal contemporánea, indignados por sus injusticias, rebelados en contra de sus poderes de imposición y explotación, y anhelan una forma alternativa de vida democrática basada en el bienestar común que compartimos -ellos, proponiendo estas preguntas están logrando sus deseos, inventarán nuevas soluciones- que aún no podemos imaginar. Estos son algunos de nuestros mejores deseos para 2012.
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