La devaluación es un golpe al salario


El valor de la moneda está en correspondencia con la capacidad industrial y agroindustrial interna que produzca los bienes que en ella se consuman. La falta de una industria y agroindustria nacional que satisfaga nuestras necesidades es sustituida con el recurso de las importaciones. Pero importar requiere de divisas que el mercado mundial acepte, o en su defecto, medios de cambio a los que éste les reconozca algún valor. El bolívar, que es nuestro medio de cambio con el cual transamos el intercambio de bienes y servicios, no sirve en el mercado mundial si no es en forma de su valor de cambio más conocido, el dólar.

Para una economía como la nuestra que importa el 80% de lo que consume –antes que hacerlo con una producción nacional al menos a la mitad–, el valor del dólar como medio de intercambio es el que termina rigiendo los valores con los que se tranzan en el mercado nacional bienes y servicios. Por más valores oficiales que se impongan al bolívar respecto del dólar como mercancía de intercambio, su valor real estará supeditado a la disponibilidad para adquirir todo lo importado o al valor nacional de su producción efectiva valuada en bolívares. Esto último no ocurre y lo primero se torna ya insuficiente.

Disponemos de las divisas que el petróleo nos deja, pero como fuente de ingresos no han servido para que el país disponga de una industrialización adecuada que a partir de ellas transformen materias primas e intermedias en bienes que necesitemos. ¿Cuántas veces hemos escuchado de la necesidad de transformar aguas abajo el acero, el aluminio, otros minerales, el gas o el petróleo para no tener que comprar afuera lo que otros países producen a partir de ellas? ¿Cuántas de hacer productivas para una agroindustria estable nuestras tierras ociosas en manos del latifundio? Del petróleo entonces disfrutan en mayor medida los que ejercen el poder económico en el Estado, las miserias las recibimos a cambio los asalariados en forma de explotación a nuestra fuerza de trabajo o como misiones devaluadas que preservan una distribución social mayoritaria de la riqueza a favor de una minoría social, la burguesía. En la quinta república, como en la cuarta, lo que se sigue preservando es a los dueños del capital.

El gobierno bolivariano se planteó corregir tal entuerto sin afectar las relaciones de producción existente, o mejor dicho, sin afectarle el provecho de la riqueza nacional a la minoría social que controla la economía, esto es, sin tocarles el capital. Con un rimbombante uso de la palabra “socialismo”, en nada cambió las relaciones sociales existentes que impiden disponer de una industrialización o una agroindustria propia que suministre los bienes que necesitamos. Suficiente renta ha producido el petróleo para acometer tal objetivo pero eso sólo podría haber sido posible imponiéndose sobre la minoría social que lo usufructúa acumulándolo como capital. Tal posibilidad no la puede acometer el nacionalismo o la pequeña burguesía en el marco burgués del Estado, es el papel que deben encarar los explotados desde su propio gobierno, el de los trabajadores. Hoy, cuando las divisas provenientes del petróleo le son escasas al gobierno bolivariano, los que disponemos de un salario, o de una pensión, o de una beca-misión, nos los desvalorizan abruptamente con una nueva devaluación oficial del 47%. Terminamos pagando nosotros la crisis que los capitalistas han creado.

La excusa del gobierno bolivariano es que debe satisfacerle las divisas a la burguesía para que siga importando, y también a la banca mundial con el pago de la deuda externa y su servicio de intereses –otra forma de importación pero mucho más costosa–, pero con más bolívares por dólar a disponer para el gasto público a cambio del petróleo vendido. Se recurre entonces a la devaluación como una máquina de hacer bolívares sin destinar las divisas hacia una producción nacional imprescindible y necesaria, a la par, los bienes importados terminan costando más a lo interno porque la especulación del comercio jamás reduce precios, y como guinda del postre, los asalariados terminamos pagando más IVA por todo lo que compremos que no esté exento del mismo.

El bolívar fuerte, más bien bolívar débil, como se observa, no tiene con qué respaldarse. En el capitalismo nuestro sustento de vida la alcanzamos a través de las mercancías (productos) y servicios, comprados con los bolívares adquiridos como pago (salarios) por el trabajo que realizamos, si la moneda como intermediaria vale menos, nuestra capacidad para poder adquirir lo que necesitamos merma de forma equivalente, por lo tanto nuestro problema es cómo hacer para respaldar el salario y así cubrir nuestras necesidades básicas. Nuestra prioridad, con la mayor urgencia, es restituir el poder adquisitivo mermado con la devaluación, y aún así nos quedarnos cortos porque ya era bastante inferior a la canasta básica familiar que no podemos satisfacer con un mísero salario mínimo.

Las leyes que nos favorecen son las que no se cumplen, las efectivas son las que impiden que podamos tener un salario que cubra nuestras necesidades. Nuestro problema es cómo contrarrestar eso. Echar a andar la economía para beneficio de los venezolanos que producimos tiene que ver con nuestras relaciones de producción, correspondientes o enmarcadas en una sociedad capitalista, y la alternativa de cambio no reside en que se cumplan las leyes ni tampoco otras medidas económicas como el aumento de las tarifas de los servicios públicos: agua, luz, gas, teléfono y transporte; y de la gasolina.

La gasolina, un privilegio para nosotros que la producimos para nuestro consumo y exportamos el excedente, es el combustible esencial para que funcione el transporte de carga y de pasajeros, individual y colectivo. Un aumento, en respuesta al desequilibrio en que se encuentra la economía como consecuencias de las relaciones de producción capitalistas, terminará afectado aún más el salario.

El transporte como servicio es catastrófico, las dificultades que atentan contra una salida favorable a los que lo padecemos tienen muchas ramificaciones, pero nada que ver con el precio de la gasolina; peor aún, su aumento repercutirá en hacer del servicio de transporte, además de encarecerlo, más catastrófico. El poder de las empresas fabricantes de vehículos de pasajeros, camiones y gandolas es inmenso, he ahí el escollo principal. Es un monumento al despilfarro que tras más de 50 años la industria automotriz lo siga siendo como meros ensambladores e importadores de los insumos (material CKD).

Un aumento en el precio de la gasolina sería una vía para destinar hacia pingües negocios capitalistas los recursos de este subsidio que hace el gobierno Los combustibles alternativos a la gasolina, como el gas o el diesel, requieren cuantiosas inversiones para producirlos y distribuirlos. Más lejos estamos para invertir en otras fuentes menos contaminantes como la electricidad a manera de combustible para automóviles.

Solo el control de los trabajadores sobre la industria petrolera haría que la producción de gasolina se revirtiera para beneficio de los trabajadores y el pueblo que poco o nada tiene, por ahora consigamos con la lucha un aumento general de sueldos y salarios en respuesta al retroceso económico por la devaluación.

DEBEMOS TOMAR LAS CALLES PARA IMPONER UN AUMENTO GENERAL DE 50% EN LOS SUELDOS Y SALARIOS

DEBEMOS TOMAR LAS CALLES PARA IMPONER UN SALARIO MÍNIMO IGUAL AL VALOR DE LA CESTA BÁSICA FAMILIAR

DEBEMOS OBLIGAR A PAGAR A LOS CAPITALISTAS LOS COSTOS DE LA CRISIS QUE HAN CAUSADO


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Roberto Yépez


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