El Capital: Crítica de la economía política es una obra de Karl Marx escrita a mediados del siglo XIX que expone el modo de producción capitalista –o la lógica de la forma social capital, si se prefiere. Como es bien conocido, lo explica como un modo de producción basado en la producción de plusvalor, que es la diferencia entre el valor mercantil de la fuerza de trabajo y el valor que ésta puede producir en un tiempo dado: diferencia apropiada por la clase capitalista. Esta forma histórica (la forma del capital) domina tanto el proceso de producción como la sociedad y la vida: las organiza y controla de manera generalmente creciente.
A menudo se dice que El Capital es una obra compleja, y en verdad lo es. Su complejidad deriva del hecho que es una obra científica, y la ciencia sólo existe cuando hay un problema cuya solución no es inmediata. Indudablemente este es el caso en el modo de producción capitalista que, pese a su extensión casi planetaria hoy día, oculta su funcionamiento esencial o interno. El problema que le presenta el sistema capitalista al científico no es fácil de resolver. El funcionamiento del sistema no se oculta por ser diminuto (en cual caso se podría hacer visible con el microscopio), ni por estar recubierto por una superficie dura (en cuyo caso se podría comprender tras un atrevido viaje al centro del mundo capitalista, a la Julio Verne). Más bien el escondimiento se produce socialmente por el propio sistema capital a través de un proceso de auto -ocultación que genera apariencias falsas e ilusiones fetichistas que invierten la realidad.
La relación entre apariencia y esencia, realidad e idea, fenómeno y noúmeno es tan vieja como la filosofía griega, pero uno de sus aspectos –la trabada relación del sujeto con el objeto o cosa– es más específico de la filosofía moderna, en especial de la filosofía alemana. La tradición que culminó en G.W.F. Hegel tomó como su gran problema explicar cómo la cosa pasa a ser algo que enfrenta al sujeto . A su manera Marx se ocupa de este mismo problema en El Capital: ¿Cómo es que el capital (por no hablar de esas otras “cosas” que son la mercancía o el dinero), si bien es una relación social, se nos presenta como una cosa ajena, antagónica? ¿Cómo es que esta emanación nuestra se ha vuelto un monstruo: un monstruo que, como el que hizo Frankenstein, se ha vuelto contra su propio creador?
El Capital como operación discursiva
Frente al “auto-ocultamiento” que es inherente al propio sistema capitalista, Marx pone en acción un proceso discursivo: una producción discursiva del conocimiento que interviene en las concreciones fetichistas de la cotidianidad. Así pues, pese a la pretensión de los manuales “marxistas”, el método de exposición que emplea Marx no se puede tratar como una cáscara separable de la verdad que persigue. Por este vínculo entre contenido y forma, la obra de Marx tiene mucho más en común con una obra literaria, como la Odisea de Homero (el ejemplo es de Karel Kosik) o un cuento detectivesco de Edgar Allan Poe, que con los manuales con su presentación taxidérmica al estilo de un museo de historia natural.
Cerramos este punto sobre lo imprescindible de la operación discursiva en Marx recordando que Louis Althusser criticó hace años la idea de que el objeto del marxismo se presta a una lectura inmediata –idea que el teórico francés identificó con el legado cristiano y sus promesas de revelación epifánica [1]. Althusser y sus colaboradores en el seminario que dedicaron a El Capital en los años 60 llevaron a cabo un análisis riguroso del despliegue discursivo y el papel de la “lectura” y la “escritura” en el trabajo científico de Marx. Añadimos sólo, como nota caucionaría en cuanto a la tradición althusseriana, que no se puede perder de vista que el discurso de Marx es más subversivo que fundacional; interviene de una manera desestabilizadora en las concreciones discursivas de la sociedad capitalista.
¿Es posible retomar la operación discursiva que se lanzó con El Capital y así tratar los tres tomos que concibió Marx como punto de partida para un discurso vivo? Este sería un reto importante para el encuentro ¿Para qué sirve El Capital?: intentar, a partir de nuestro temario triparto (Orden, Método, Vigencia) poner en acción en el presente –pese a tantas resistencias, censuras, y olvidos inocentes o intencionales– la operación teórica y crítica que inició Marx hace ciento cincuenta años.
El valor: una respuesta sin pregunta
Propongo dedicar lo que queda de este breve ensayo a la caracterización, a manera algo exploratoria, de la operación discursiva que se inició con El Capital – libro que, precisamente por iniciar una secuencia todavía abierta en el discurso, marca un antes y un después en la reflexión sobre la sociedad humana. Lo haré a partir de dos ejemplos que aparecen temprano en el Tomo I.
Empezamos con un par de frases del capítulo I, parágrafo 4, “El fetichismo de la mercancía y su secreto”, en que Marx comenta sobre los descubrimientos de la economía clásica. Lo sorprendente del comentario de Marx es que apunta no a la falta de respuesta por la parte de los economistas clásicos que estudiaron la relación entre trabajo, valor y precio, sino a la carencia de interrogación. Efectivamente, sus antecesores tuvieron la respuesta en sus manos (“el valor lo produce el trabajo”), pero no lograron formular la pregunta más reveladora:
La economía política ha analizado, indudablemente, aunque de un modo imperfecto, el concepto de valor y su magnitud, descubriendo el contenido que se escondía bajo estas formas. Pero no se le ha ocurrido preguntarse siquiera por qué este contenido reviste aquella forma [énfasis mío, C.G.], es decir por qué el trabajo toma cuerpo en el valor y por qué la medida del trabajo según el tiempo de su duración se traduce en la magnitud de valor del producto del trabajo [2].
En las líneas que siguen, Marx observa que los economistas aceptan sin cuestionar “formas que llevan escrita ( geschrieben ) en la frente su pertenencia a una formación social donde el proceso de producción domina al hombre”. Con esta figura rica en resonancias bíblicas, Marx indica que la ceguera de los economistas equivale a tomar como natural lo que tiene escrito sobre sí su pertenencia a una sociedad específica.
Tomemos en serio esta pregunta de Marx, que no es una pregunta retórica: ¿Por qué se reviste el trabajo de esta forma –la forma del valor– en nuestra sociedad? Llegando al final del Tomo I descubrimos que lo que condiciona al reino capitalista del valor es la acumulación primitiva –esto es, en cierto sentido, por lo que los economistas no quisieron preguntar–: el proceso que despoja a los productores de sus condiciones de trabajo, que conduce a la formación del trabajo abstracto. Este despojo esta detrás del dominio del trabajo abstracto y del valor que vivimos en el presente.
No es de poca importancia que Marx apunte a la cuestión de la lectura o no de un signo; efectivamente, los economistas clásicos no formularon una pregunta frente a un signo. Son como los médicos antes de Freud, que no vieron en el paciente histérico un acertijo que los interrogaba.
El marco para entender el plusvalor
Consideremos ahora, como segundo ejemplo, la totalidad de la primera sección del Tomo I. Estas cien páginas se dedican a la formulación de una pregunta que interroga sobre el origen del plusvalor con un alto grado de precisión: ¿Cómo se genera valor sin trabajar (plusvalor) en una sociedad en la que el valor viene del trabajo y se intercambia por sus equivalentes? Gracias al conjunto de categorías que Marx desarrolla en estas páginas –que aclaran la relación entre el trabajo y el valor, y el funcionamiento del intercambio– veremos que el problema que se plantea no tiene solución ni en el dominio de la circulación ni en la producción, sino en el puente que se forma entre las dos a través del negocio con una extraña mercancía: la fuerza de trabajo.
¿Cuál es la operación discursiva aquí? Como indica Engels en el prólogo del Tomo II, no es que los científicos anteriores ignorasen la existencia del plusvalor. Muchos de ellos, Adam Smith, David Ricardo y hasta el pobre Karl Rodbertus, se lo habían encontrado: lo que les faltó fue el marco conceptual para interrogarlo [3]. Podemos afirmar que, como en el ejemplo anterior, la operación discursiva de Marx busca intervenir con anterioridad teórica a la respuesta que se ha ofrecido en el discurso dominante, apuntando a una interrogación ausente, reprimida [4]. Al formular la pregunta, Marx aisla con precisión el problema del plusvalor para una sociedad regida por la ley de valor. Con este paso desestabilizador del discurso anterior –que ahora entra en crisis–, el texto de El Capital devela como el plusvalor constituye la trabazón interna de nuestra sociedad, pero a la vez muestra su carácter de forma históricamente contingente.
Podemos decir que la operación discursiva que hemos identificado al examinar brevemente estos dos momentos del libro de Marx –llamémosla criticar o poner en cuestión – equivale a la historización de la modernidad capitalista (esto en la medida en que no caigamos en una definición empiricista o metafísica de la historia como sucesión uniforme de presentes en un tiempo vacío). Si la tendencia del capitalismo es a naturalizar, congelar y fetichizar el modo de producción capitalista y sus categorías, la naturaleza crítica del texto de Marx pone en evidencia la historicidad radical de las formas concretas que rigen la actualidad. Esta operación discursiva permite sacudir la actualidad mostrando que su configuración capitalista está basada en una concreción histórica y contingente, que reprime y excluye una multiplicidad de alternativas civilizatorias.
Más allá de concepciones específicas y posiblemente caducas de cómo ha de ser la revolución socialista (e.g. un acontecer fechado), El Capital es una obra revolucionaria porque muestra con su discurso que la actualidad capitalista encierra, en latencias que subsisten tras las formas históricas del modo de producción, una promesa incumplida. Esta promesa es la superación posible del capitalismo en direcciones que pueden restaurarle al ser humano el conjunto de facultades, y a la sociedad la convivencia en condiciones de abundancia que la concreción capitalista mantendrá siempre inalcanzable.
La lectura activa de El Capital hoy día –proyecto que implica poner en acción la operación discursiva que inició Marx, y así leer entre las líneas de la sociedad capitalista la otra modernidad o el otro mundo que es posible– puede caracterizar la ambición más atrevida del encuentro "Para qué sirve El Capital" .
Notas
[1] Louis Althusser. Para leer El Capital (México: Siglo XXI, 1969): 21-22.
[2] Karl Marx, El Capital: Crítica de la economía política (México: Fondo de Cultura Económica, 1999): 44-5.
[3] Engels compara el plusvalor con el oxígeno, porque la ciencia anterior a Lavoisier lo “produjo” sin tener un marco concepcual para precisar lo que se había encontrado. Prólogo al Tomo II de El Capital: Crítica de la economía política (México: Fondo de Cultura Económica, 1999): 18-19.
[4] Louis Althusser en Para leer El Capital resalta la operación discursiva de Marx al apuntar a “una pregunta no enunciada” en la obra de sus antecesores. Sin embargo, la influencia estructuralista (por no hablar de las condiciones generales de la posguerra en Europa que favorecieron un Marx más cientificista que revolucionario) hace que Althusser dirija rápidamente el gesto crítico de Marx a la fundación de una nueva ciencia (con algo de afinidad con el estructuralismo).