La radicalidad de Syriza y la apuesta política radical por Syriza, ha concluido.
Yanis Varoufakis, estratega fundamental del proceso de negociación con la troika y la eurozona, compara la aceptación del memorando con el “Tratado de Versalles”. Y Slavoj Zizek, quien puso y pone en la agenda política su pesada y consistente fuerza argumental del lado del pueblo griego y de Syriza, prefiere la caracterización de “Tratado de paz de Brest-Litovsk”:
“…Varoufakis justificó su voto en contra de las medidas impuestas por Bruselas, comparó el acuerdo con el Tratado de Versalles... Aunque su paralelo es correcto, yo preferiría otro, el tratado de Brest-Litovsk entre la Rusia soviética y Alemania…el gobierno bolchevique cedió a las indignantes demandas de Alemania…que les dio un respiro para fortalecer su poder y esperar. Y lo mismo pasa con Grecia, no estamos al final, la retirada griega no es la última palabra… la crisis golpeará de nuevo, en un par de años, si no antes, y no sólo en Grecia. La tarea del gobierno de Syriza es prepararse para ese momento…”
Ambas apreciaciones son erróneas. Y la equivocidad no radica en obviar la mediación por la guerra, tanto el Tratado de Versalles como el acuerdo de paz de Brest-Listosvk. Esto es, que la capitulación de Syriza no resulta, directamente, de un conflicto bélico:
Efectivamente no puede obviarse que Grecia está bajo el asedio de un riguroso asalto económico, y amenazada por fuerzas militares que obedecen a la estrategia imperial de “guerra y sistemática permanente”.
En las apreciaciones de Varoufakis gravita la crítica de Keynes al Tratado de Versalles, reconocida por Lenin, en un encuentro de la Internacional Comunista:
“Sabemos que las deudas de los principales Estados europeos han aumentado, de 1914 a 1920, no menos de siete veces. Citaré una fuente económica… Keynes…autor del libro “Las consecuencias económicas de la paz”… participó en las negociaciones de Versalles… Ha llegado a conclusiones que son más tajantes, más evidentes y más edificantes que cualquiera otra de un revolucionario comunista, porque en estas… hace un cuadro monstruoso, bestial y feroz. Keynes ha llegado a la conclusión de que con el Tratado de Versalles, Europa y el mundo entero van a la bancarrota. Keynes ha dimitido; ha arrojado su libro a la cara del gobierno y ha dicho: Hacéis una locura…”
Keynes identificado con la salvación del capital (escala mundial, pero particularmente en Europa) presenta la objeción siguiente:
“Si nos proponemos que, por lo menos durante una generación, Alemania no pueda adquirir siquiera una mediana prosperidad… si deseamos que Alemania sea empobrecida y sus hijos se mueran de hambre y enfermen, y que esté rodeada de enemigos…rechacemos todas las proposiciones generosas, y particularmente las que puedan ayudar a Alemania a recuperar…su antigua prosperidad material…Si tal modo de estimar a las naciones y las relaciones de unas con otras fuera adoptado por las democracias de la Europa occidental, entonces, ¡que el Cielo nos salve a todos! Si …aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará.”
En esta valoración, Lenin coincide con Keynes. No obstante, para él lo que se decide en la Primera Guerra Mundial, (“la primera guerra imperialista”…“una guerra de rapiña”…), es la re-distribución del poder mundial y la definición de la potencia capitalista hegemónica que “recibiría, conjuntamente con sus aliados, la posibilidad y el derecho de saquear, oprimir y explotar toda la Tierra”.
Desde esta perspectiva, la cuestión es el conjunto de mediaciones entre la guerra inter-capitalista y la revolución. O si se prefiere entre “La nueva época de guerras imperialistas, el desastre de la Primera Guerra Mundial, las revoluciones y el derecho de los pueblos a la autodeterminación”. Y ese es el gesto leninista que cuenta: reinventar, en una coyuntura determinada, la posibilidad real y efectiva de la revolución.
“Lo que hizo Lenin, es lo que deberíamos hacer en la actualidad…Simplemente significa ser autorizados a empezar a pensar y actuar de nuevo”.
No es suficiente con establecer un paralelismo entre potencias capitalistas, que dirimen su rivalidad en el campo de la guerra y las luchas de los pueblos europeos, y ese es el caso específico de Grecia, contra el poder del capital global. Las dos contradicciones y situaciones históricas no admiten asimilación alguna.
La visión de la capitulación de Syriza, desde el Tratado de Versalles posibilita emplazar la perspectiva política del ya insostenible europeísmo de izquierda y establecer el objetivo de configurar “un movimiento europeo para democratizar la zona euro”: y descartar la alternativa de un movimiento popular, anticapitalista y radicalmente democrático. Retomaremos, luego, esta cuestión.
La idea de Zizek es contradictoria en sí misma, “Hay un riesgo de que la capitulación de Syriza sea solamente eso y nada más, permitiendo el completo reingreso de Grecia a la UE como un humilde miembro en quiebra, de la misma manera que existe un riesgo de que el Grexit se convierta en una catástrofe a gran escala…Lo que uno teme no es sólo la perspectiva de más sufrimiento por parte del pueblo griego, sino también la perspectiva de otro fiasco que desacreditará a la izquierda en los próximos años...”.
Presentada su advertencia, Zizek supone que Syriza tiene el alcance de dirigir la política radical que asegure el diseño y la ejecución del “plan B”, que hasta ahora ha descartado como su opción política. Zizek, después de todo, concede demasiado con su expectativa de que, a pesar no solamente de la capitulación (o traición como la califica Varoufakis en un gesto por demás significativo), sino del contenido político- ideológico de Syriza, estamos ante una versión del Tratado de paz de Brest-Litovsk.
No apelaremos al parangón entre Alexis Tsipras y Lenin, tampoco a la correlación bolcheviques-Syriza. Y menos al detalle, de que la revolucion de 1917 constituye una relación de poder que resulta de un proceso insurreccional. La debilidad e insuficiencia, se decide en un punto: la diferencia radical que tiene por fuente la ética de la responsabilidad política.
Alex Callinicos, plantea la cuestión de ¿Tiene Lenin algo que decir a la izquierda en el siglo XXI? Presenta su argumentación, con base del énfasis en un conjunto de propuestas teóricas, ya dadas en Zizek, que visualizan a Lenin como referencia de la política de la responsabilidad, en tanto, no elude “culminar el cambio desde la actividad subversiva”. Y desarrolla la idea que sigue.
1. Las mediaciones entre ética y política, traducidas con base de las relaciones entre medios y fines (registro insuficiente y desmedido, ya que la cuestión radical no es la adecuación entre los fines y los medios) imposibilitan dar cuenta del universo de consecuencias (implícitas y explícitas) resultantes de estrategias, tácticas y acciones políticas.
2. La izquierda radical no pueden eludir “las consecuencias reales y los objetivos de la acción política.”. Nunca es demasiado, la insistencia en el “Por Ahora” de Hugo Chávez.
La relación medios-fines enfatiza un resultado futuro o inmediato (el fin planteado y deseado), la política radical no se justifica y legitima, en tal lazo y derivación. La capacidad y potencialidad subversiva y democrática, se decide con base de la política de la responsabilidad. Permítase apelar a una figura política que significa parteaguas por excelencia, en esta encrucijada.
1. La democracia no es un fin a lograr por la política radical. Es su punto de partida, su principio regulador. La cosa no es que vamos a lograr la democracia, sino que ya somos democráticos, para que la democracia sea nuestro “por venir”, desde el presente:
2. En política (a despecho de los supuestos amos del saber de cómo se hacen, correcta y certeramente, las revoluciones), la toma de decisiones suelen derivar en situaciones diferentes a los objetivos planteados. E incluso, como bien sabemos, dan lugar a “resultados indeseados”.
Asumamos, directamente, porque no se impone la homologación con el “Tratado de Paz de Brest-Listoksv. Desde la entrada se sabía que: los “matones” de la eurozona no permitirían “el mejor acuerdo posible y aceptable para el pueblo griego”; el pueblo griego no había decidido, democráticamente, salir de la eurozona, y, menos aún, había optado calarse una nueva avanzada neoliberal. Desde la entrada, es demasiado evidente que la coyuntura política, para nada aseguraba ganarle el pulso a la troika.
Empero, los supuestos políticos vigentes en Syriza, definen un punto de partida inexistente (la fuerza argumental de sus planteamientos económicos, contradicciones en el interior de la troika, la comprensión de la tragedia griega por la eurozona, etc.), para luego retirarse con la investidura de un realismo político impresentable, deslegitimando el acto político del referendo y el empuje del pueblo griego hacia la izquierda.
En la coyuntura rusa, está establecida una situación similar a la griega, que Lenin diagnostica como “precaria y penosa”: la revolución rusa emerge en una situación de ruina económica y de guerra imperialista (la Rusia zarista aliada con Francia e Inglaterra, en conflicto bélico directo con Alemania, y entrampada en una guerra ya perdida).
La situación militar constituye una herencia, que Lenin asume de acuerdo con la política “debemos lograr la paz, a toda costa”, que demanda la retirada de Rusia de la guerra; desmovilizar el ejército zarista; y construir nueva fuerzas militares (el Ejército Rojo).
La recuperación económica constituye el segundo objetivo clave; y el tercero, la realización de elecciones (que por cierto, no son ganadas por el partido bolchevique).
En términos de la paz, los bolcheviques (ya en el poder, tomado el poder), no eluden o descartan que se trata de una “situación precaria y penosa”, y asumen, en esas condiciones, la propuesta de un “Armisticio” a sus aliados, para poner fin a la “guerra imperialista”; y ante el rechazo de Inglaterra y Francia, asumen negociar, separadamente, con Alemania
“La primera decisión del poder soviético fue la aprobación del Decreto sobre la paz… “a todos los pueblos en guerra y a sus gobiernos entablar inmediatamente conversaciones con vistas a una paz democrática y equitativa”. Decisión base del acuerdo que Lenin califica como “un cruel Tratado”.
¿Y CUÁL ES LA DIFERENCIA?
La diferencia radical con la capitulación de Syriza, consiste en que no se elude el hecho de que Alemania impondría sus rigurosas e inclementes condiciones: entonces, hay “que desechar las ilusiones y prepararse para la lucha”. “Preparación”, que de ningún modo es un “plan B”, sino el propio PLAN.
El realismo político estriba, en que el “Tratado de Paz” firmado, exige, desde el comienzo: asegurar y establecer la autonomía política de la revolución rusa, su perfil propio, desconectándola de los bloques capitalistas en guerra.
En este gesto leninista, son evidentes los principios que sustentan el desarrollo teórico de Callinicos acerca de la pregunta ¿Tiene Lenin algo que decir a la izquierda en el siglo XXI?:
1. La política mediada por la ética de la responsabilidad...
2. “…la mejor teoría, está incapacitada para agotar la situación por muy correcta que sea.”. De esta manera, si el análisis político es suficiente en la teoría debe ser suficiente en la práctica, y en este sentido, toda derrota política es una derrota teórica.
El presente artículo, no tiene alcance, para desarrollar los ejes que orientan la respuesta de Callinicos, acerca de Lenin y el siglo XXI:
La importancia del análisis estratégico del capitalismo
La especificidad y centralidad de la política
La cuestión de la organización política
Nos limitamos a presentar ideas precisas acerca de la alternativa de un movimiento popular, anticapitalista y radicalmente democrático, confrontado con la lógica del capital global y la política del neo-keynesianismo y el europeísmo de izquierda. Tomemos como referencia un reciente artículo, acerca de la situación griega, de Santiago Alba Rico, el mismo resume las tesis políticas fundamentales del realismo político pragmático de Syriza y demás:
Estamos en un mundo, y una Europa, post-revolucionaria. Las oligarquías europeas no aceptan un proyecto de izquierda. Léase por izquierda o progresismo, cualquier modalidad modesta y recatada de retorno al Estado de bienestar keynesiano.
El reformismo es la alternativa política de la izquierda.
La población europea no desea transformaciones anticapitalistas. Y no existe izquierda, “para contra-restar la beligerancia destructiva del rampante populismo de derechas”.
La contradicción fundamental es la de reformismo-apocalipsis: “Hagamos lo que podamos; nunca menos… en Europa sólo puede haber una revolución de derechas.”
De acuerdo con este engorroso credo político reformista, se impone desplazar y sustituir:
La crisis estructural del capitalismo tardío por la vida eterna del capital.
El combate de los pueblos por la dictadura de las finanzas.
La consolidación de los nuevos fascismos por la denuncia de las políticas anticapitalistas.
Las alternativas ecológicas por el capitalismo verde.
La esperanza radical, a contrapelo del reformismo, se fundamenta en las contradicciones globales constitutivas del capitalismo tardío.
Lo que efectivamente tenemos es:
Un tiempo mundial desquiciado por la crisis estructural “sin fondo” del capitalismo, el todo social capitalista extremadamente desequilibrado y errático.
Un proceso de reconfiguración del orden mundial.
El absoluto desencuentro entre las diversas modalidades de democracia y la lógica del capital global.
Trabajo precarizado, desempleo, y explosión de olas de inmigrantes, que resultan del proceso de explotación y desposesión de los bienes comunes, dada la caída de la tasa de ganancia y el posicionamiento de la rentabilidad financiera como eje de la acumulación del capital.
Crisis humanitaria y ecológica.
Y el desarrollo de la estrategia imperial de guerra sistemática y permanente.
La esperanza radical construye su novedad (no exenta de puntos de inflexión y contramarchas) topada con la naturaleza de este tiempo, de este mundo “fuera de foco”, y las contradicciones espoleadas por el desempeño del capital global.
La historia de Grecia, de los gobiernos democráticos-revolucionarios de América del Sur, y del conjunto de movimientos anticapitalistas, es una trayectoria de luchas populares, de gente combatiendo en la calle y de los logros tangibles, en el campo de la teoría luchadora, para transformar los ejes constitutivos y las líneas de flotación de la lógica del capital.
Que en la coyuntura, no estemos ante la consolidación de alternativas populares, democráticas de izquierda, que aseguren visualizar, inmediatamente o a corto plazo, posibilidades reales de transformación del capitalismo, para nada significa que la cuestión política está signada por el tiempo de la banalidad reformista.
Se impone el gesto leninista de marcar la diferencia. En una situación de relativa debilidad de las fuerzas populares, la esperanza radical tiene su definición en, aun en este caso, atreverse, desde una posición política autónoma del capital, a “soñar y actuar peligrosamente”.