La asunción de Alexis Tsipras en enero de este año, representó una importante ilusión para los pueblos de la Europa castigada por la austeridad. Y más allá. Desde América latina recibimos con entusiasmo la posibilidad de un nuevo impulso, ahora proveniente del sur del viejo continente, al proceso de transformación que en la región venimos protagonizando desde inicios de siglo XXI y que hoy está en una encrucijada.
Hay que reconocer que la tarea que tenía por delante el nuevo gobierno y su pueblo era enorme y difícil. Pero tenía todas las herramientas para resistir: el resultado contundente del plebiscito (62% en contra de las medidas que estaba aceptando). Una enorme simpatía de los pueblos a nivel internacional y un estudio que demostraba que la deuda del país, es ilegítima, ilegal y odiosa, realizado por el propio parlamento griego. Sin embargo Tsipras dijo en cadena nacional “No hay otra salida posible”. Desoía el mandato popular, capitulaba y aceptaba imposiciones todavía más severas que las que había rechazado a finales de mayo.
Le daba un golpe feroz a aquel entusiasmo y a aquellas ilusiones desatadas en enero. Y en su adaptación a “lo posible” rompió con las heroicas tradiciones de lucha de su propio pueblo. Por eso recibió la felicitación de Merkel, Hollande y los otros “mandatarios” europeos que gobiernan para el capital financiero internacional.
Lamentablemente, también fue saludado como “valiente” por el gobierno venezolano.
Nadie niega que el enemigo (el imperialismo europeo) es poderoso, que los bancos a los que ese poder protege, son despiadados. Que es posible que su gobierno hubiera quedado relativamente aislado de otros gobiernos europeos. Que la propia situación para su pueblo se hubiera complicado durante un tiempo. Pero la historia ha demostrado que ese pueblo, siempre, ha levantado orgulloso la bandera de la dignidad a pesar de las dificultades.
Los poderes que enfrentaron Chávez y el pueblo bolivariano, cuando asume en el año 99 no eran menos poderosos ni menos hostiles. El imperialismo norteamericano (aún hoy, a pesar de su crisis, el más poderoso del mundo) y las transnacionales petroleras, junto a una oligarquía local racista y reaccionaria que gobernó el país en los últimos 100 años y que se resistía a perder sus privilegios, hicieron todos los intentos por frustrar esta experiencia: Golpe de Estado, paro patronal, sabotaje petrolero...
Para ver las consecuencias que tuvo que sufrir el pueblo que acompañó a Chávez, diremos que, por ejemplo, la caída del PBI fue entre 2002 y 2003 superior al 25%, que el PBI petrolero se redujo a la mitad, que la fuga de capitales en el año 2002 fue del 80% del total de los ingresos petroleros brutos.
El aislamiento que tuvo su gobierno se pude medir por ejemplo, enunciando quienes eran los presidentes en América latina para entonces: En Bolivia el dictador Hugo Banzer, en Colombia Andrés Pastrana, en Brasil Fernando Henrique Cardozo, en Argentina Fernando De la Rúa, en Nicaragua, Arnoldo Alemán, solo por señalar algunos de ellos, todos neoliberales, todos serviles a BUSH, todos opuestos al sueño bolivariano de la patria grande.
Sin embargo nunca escuchamos a Chávez decir: “No hay otra posibilidad” que capitular al imperio, las petroleras y la oligarquía. Volvió del golpe de la mano de su pueblo, recuperó la industria petrolera del sabotaje, de la mano de su pueblo, luchó por una nueva integración sudamericana desde que asumió hasta que 6 años después, en 2005 caía derrotado el ALCA en las narices de BUSH, de las manos de los pueblos latinoamericanos en lucha.
Las de Tsipras y Chávez son dos formas distintas de hacer política.
La de Tsipras, adaptándose a las circunstancias, para gestionar la crisis del capital con la receta de los poderosos. Como la cara novedosa de una socialdemocracia menos corrupta como un reformismo que en esta etapa mundial es inviable.
Otra es la de Chávez, el hombre que enfrentó las dificultades, un luchador por las transformaciones, un independentista, antiimperialista y revolucionario.
La historia los colocará en lugares opuestos. Para Tsipras aunque sin corbata, reserva el lugar de los asimilados al sistema, para Chávez, aun cuando a veces usaba uniforme, el de los rebeldes que de las manos de su pueblo asumía los riesgos refrendarios.
En este momento de crisis aguda, de inestabilidad política y de incertidumbre que transita el Proceso Bolivariano, el presidente Nicolás Maduro y su gobierno, tienen ante sí estos dos espejos. Ya no hay tiempo para dilaciones. Tiene que elegir entre el “valiente” Tsipras o nuestro Chávez, el revolucionario.
Nosotros, que rechazamos la lógica política de hacer solo lo posible, seguiremos con Chávez citando a Bolívar: “Aunque la naturaleza se oponga, lucharemos contra ellos (los colonialistas y sus aliados) y haremos que nos obedezcan”.