La fábula del Estado Omnipotente

La pretendida omnipotencia del Estado venezolano es uno de los cuentos más populares del país. Seguramente lo propagaba Juan Vicente Gómez como cuento de terror, para que se creyera que sus garras llegaban a todas partes. Pero en los 80 la expresión “Estado Omnipotente” la acuñó y utilizó Granier, obsesionado por imponer la libertad absoluta de los negocios privados, sobre todo los de él.

Lo peor de todo es que mucha gente se lo ha creído. A pesar de la gran evidencia en contrario.

Los sociólogos establecen el “monopolio de la violencia” como rasgo esencial del Estado. En las sociedades primitivas, sin Estado, la violencia se ejercía privadamente. Si Pedro mataba a Juan, la familia de Juan, en venganza, se echaba al pico a Pedro; lo que causaba que la familia de Pedro también saliera a vengar a su deudo. Y el círculo de sangre se hacía interminable.

Entonces apareció el Estado y “monopolizó” la violencia. Ahora, si Pedro mata a Juan, es el Estado el que debe encargarse de castigar al homicida. Y, claro, el Estado declaró delito la venganza privada.

Suficiente de teorías sociológicas. Ahora hagámonos una simple pregunta: ¿En Venezuela el Estado monopoliza la violencia?

Claro que no. Diariamente lo comprueban las páginas de sucesos. La cantidad exacta de armas en manos del hampa es un dato incierto, pero sí estamos seguros de que los malandros poseen incluso armas de guerra, y las utilizan.

El Estado mantiene controlado el precio de algunos productos de primera necesidad. O sea, es delito su venta por encima del precio asignado. Pero todos tenemos en cualquier bodega, a menos de cien metros y en forma pública, la prueba de la incapacidad del Estado para hacer cumplir sus propias disposiciones.

Ahora fue cuando, al fin, se le metió la mano a la frontera. A la línea fronteriza el Estado la controlaba muy poco, dada la magnitud escandalosa del contrabando. Y en las zonas fronterizas vemos al paramilitarismo (que compró hatos y fundó negocios lícitos e ilícitos) interviniendo, vía dinero y terror, en procesos políticos y sociales. Zonas donde el Estado venezolano no ejerce ni control ni soberanía.

Agreguemos esos espacios sin ley, barrios donde la policía no entra ni que le paguen; algunos de las cuales solo han podido ser visitadas por las fuerzas del orden con la OLP.

Los casos de linchamiento popular de los últimos tiempos son sintomáticos y alarmantes. Parece que nos devuelven a la situación pre-Estado de la que hablan los sociólogos.

Vuelvo a preguntar entonces: ¿tenemos un Estado omnipotente? Una cosa es, vía renta petrolera, tener dinero. Y otra distinta ser omnipotente.

Por el contrario: lo evidente es que el Estado venezolano es débil. No cubre el territorio nacional ni logra imponer “el imperio de la ley”. No debería sorprendernos, dado su carácter burocrático e ineficaz.

Ojo: no estoy planteando que el Estado se extralimite e imponga la ley a lo macho. Ni clamando por una dictadura (hay que dejarle esas propuestas atrasadas a la Derecha). Tan necia interpretación de estos planteos sería estupidez o mala intención.

Estoy llamando la atención sobre un fenómeno tan claro como la luz del sol, tan luminoso que parece que encandila, enceguece y hasta deja mudo a todos, puesto que muy extrañamente no se habla de él.

La razón por la cual no se habla sobre la debilidad del Estado venezolano está vinculada a la propaganda neoliberal, empeñada en circunscribir al Estado a su aspecto policíaco y anularlo socioeconómicamente. Crédulos bulliciosos repiten sin pensar lo del supuesto “Estado omnipotente” porque creen que “eliminando los controles” la burguesía saldrá corriendo a traer sus dólares de Miami y se pondrá a trabajar para producir las mercancías que necesitamos en lugar de hacer lo de costumbre: sacar más dólares al exterior y especular más. Son crédulos recalcitrantes.

 

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Orlando Zabaleta

Editor, escritor, articulista, publicista y diseñador gráfico.

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