La primera consecuencia de asumir una democracia radical, la democracia directa y protagónica, es la desconfianza hacia el Estado.
Desconfianza táctica y estratégica. El Estado (en contra de lo que creía el "Socialismo" del siglo XX) no es el instrumento central ni el espacio cardinal de los cambios sociales. Porque el Estado es inseparable de la burocracia, y la burocracia tiene su propia vida (cultura, visión y objetivos propios). Más en Venezuela, donde históricamente el petróleo le permitió al Estado gozar de una gran autonomía con respecto a la sociedad.
Pero no hay que meterse a "hippie" o a sus derivados de los noventa y ponerse a soñar con cambiar la sociedad ignorando al Estado y desdeñando el poder político. La inutilidad de esas posturas está más que demostrada. Vean en qué terminaron los zapatistas y otros movimientos similares que le tenían como "asco" al Poder. Hay que tomar el Poder Político. Pero no perder de vista la situación que el presidente Chávez ilustró diciendo que él era realmente un "infiltrado" en Miraflores. Hay que utilizar el Estado, no dejarse utilizar por el Estado.
Otra consecuencia elemental de asumir la democracia radical es redefinir y limitar el papel de los partidos (lo que intenta hacer nuestra Constitución). Se necesita un nuevo tipo de partido, muy lejos de la tradición de la IV República compartida por la derecha y por la izquierda. Esa tradición autoritaria, verticalista, que sólo entiende la participación de las bases como apoyo y cumplimiento a las líneas trazadas por los dirigentes.
No es tampoco el cacareado y amorfo "horizontalismo". Un partido de nuevo tipo debe tener estructura, organicidad. Sin organicidad es imposible la democracia interna (obvio: no hay espacio para ejercer la democracia): ver el caso del PSUV, su carácter gelatinoso imposibilitó que millones de militantes hayan tenido dónde expresarse, dónde discutir, dónde decidir.
El partido de nuevo tipo, pues, debe ser internamente democrático. Con una democracia rica y viva, con espacios de debate permanentes, con mecanismos de ratificación/revocación de sus dirigentes. Vida interna que vivan todos los militantes. Riqueza de espacios y mecanismos: desde los organismos para encontrarse, hasta medios de comunicación: boletines y periódicos internos, grupos virtuales sobre diferentes aspectos.
Un partido de nuevo tipo sabe que la Política ya no es el monopolio de los partidos. Los colectivos, los grupos sociales organizados, las mesas técnicas, los sindicatos, los gremios, cualquier tipo de organización popular tiene derecho a ejercer actividades políticas sin la mediación de los partidos. Es lícito que un partido de nuevo tipo trabaje por tener influencia en una organización social: se supone que llevando su política a esa organización (es decir, que tiene política para todos los miembros de la organización: sea un colectivo de producción, un sindicato, un órgano estudiantil). Pero el asunto no es controlar la organización social, es dirigirla democráticamente.
Los partidos en Venezuela ni siquiera asumen los elementos de democracia radical que están en la Constitución Bolivariana. Menos los han desarrollado. Los partidos están calcados sobre los modelos de la IV República.
El PSUV, el mayor partido, fue colonizado por el Estado prácticamente desde su nacimiento. Chávez cometió el error fatal de nombrar a ministros, gobernadores y alcaldes como los "constructores" o directores del partido en todos los niveles. Ministros, gobernadores y alcaldes utilizaron los recursos de los que disponían para construir su hegemonía sobre el partido. La burocracia del Estado infectó a la estructura partidista en formación, y la burocratizó desde su infancia.
El PSUV, lejos de ser expresión de millones, acabó convertido en caja de resonancia del gobierno y en aparato electoral. Su autonomía es precaria. Su vida interna (para millones de inscritos), nula. Por eso no alertó sobre la burocratización y la corrupción creciente. Ni reflejó el descontento de sus propios inscritos. Por eso es sorprendente la sorpresa del 6D: no es poca cosa perder más de dos millones de militantes y no notarlo.