El oso cuando camina se le ven las bolas conspirativas.
Miguel Ángel Capriles, cuando los amos del valle le clavaban banderillas y lo espoleaban, decía sarcásticamente y con dejo de amargura, “En Venezuela hay tres vacas sagradas, la Electricidad de Caracas el aeropuerto de la Carlota, y el Country Club”. Con ese rodeo, gráfico e irónico, ilustra las recurrentes pugnas inter-burguesas que caracterizan el proceso del capitalismo venezolano e ilumina, por rebote, la endeblez o debilidad de un poder cuya naturaleza y calidad no asegura la efectiva hegemonía del bloque oligárquico-burgués.
Tal lastre pesa, con fuerza y rigor, en el actual momento de clase del grupo polar.
Polar se instaló como una evidencia, modeló la imagen de especie rara, de grupo empresarial ajeno a trapacerías y marramucias: de incomoda, inmune y hasta anómala presencia, en un escenario atestado por pequeños ganancieros, de ricos turbios, sedimentos de ambiciones desbocadas.
Exprimió con provecho desmedido el simulacro de su soledad; ante el descalabro de la oligarquía del dinero, con y sin alcurnia, erigió la fortaleza de una fortuna que “crece sin parar”, mientras se desplomaron bastiones emblemáticos de la burguesía penosa y estéril
Topado polar con su límite cero y situado en su encrucijada de clase, sujetos oscuros avanzan una fuga insurreccional para impedir su caída libre, el barranco de un grupo económico absolutamente desechable; desentendidos de que el mal de polar viene de lejos y algo está roto, suficientemente.
Visualicemos con cierta amplitud la cuestión planteada, para calar la sedición del último sobreviviente de los amos del valle. En tres coyunturas históricas, la burguesía se auto-niega como clase dominante sólida y consistente, a pesar de estar en la “jugada” política y económica, y participar, concurrentemente, del poder del Estado
Primera. Coyuntura de la sucesión presidencial del tirano Gómez pactada por una elite (militar, política, económica y religiosa); integrada, sobre todo, por banqueros, terratenientes, comerciantes, obispos, monseñores, y propietarios de incipientes industrias…Vicente Lecuna, Pedro Tinoco, Henrique Pérez Dupuy…. Y gestionada por el Departamento de Estado y la Unión Panamericana (el antecedente institucional inmediato de la OEA).
Si no media y se impone, en la conjura elitista, la idea del factor militar López Contreras “como único garante de la estabilidad política post-gomecista”, Pedro Tinoco (el hombre de las compañías petroleras, representante del Chase Manhattan-Banco de Venezuela, Ministro del Interior y asesor económico del tirano Gómez), hubiese sido el presidente sucesor. Ese entendimiento de elites, que tanto fascina a los factores que actualmente movilizan el dialogo conspirativo y sibilinamente apoyan la impresentable renuncia del presidente Nicolás Maduro, es considerado por Domingo Alberto Rangel como el primer “Pacto de Punto Fijo”.
El gobierno del general López Contreras tiene el alcance de un gabinete liberal, configurado por Alberto Adriani, Pedro Tinoco, Esteban Gil Borges, Arturo Uslar Pietri y Manuel Egaña (la crema liberal de la primera mitad del siglo XX). Al margen de filigranas academicistas, en la coyuntura se posiciona una política orientada por el liberalismo económico y político. Adriani (gestor gubernamental de la política liberal) y su tren ministerial diseñan una política económica impactada por una mezcla de intereses de empresas petroleras, el estado intervencionista keynesiano y el muy peculiar liberalismo político-económico del bloque oligárquico-burgués.
En la perspectiva de Adriani, la construcción del “Estado venezolano moderno” tiene como base el eje de la diversificación económica y sus ideas en torno de “las limitaciones del nacionalismo económico”: cuestiones desdeñadas para siempre por el liberalismo retórico de la burguesía estéril.
En el periodo emergen y adquieren fuerte dinamismo, un conjunto de contradicciones inter-burguesas, cuestión que desde entonces configura la creciente incapacidad del liberalismo (en su conjunto) para dotarse de una visión homogénea y decidir el rumbo de la sociedad venezolana; para presentar y asumir determinada visión del interés general: se hace evidente como avanza el proceso de consolidación de una clase burguesa contradictoria en sí misma, carente de un centro que la unifique y la dirija. Al viejo estilo, la ausencia de eso que Nicos Poulantzas denomina “la egida de una fracción de clase que produzca la hegemonía burguesa”.
Segunda. La coyuntura de 1945-1958. La serie de acontecimientos de 1945 a 1958, significan un periodo mediado por golpes de Estado y efímeros gobiernos democráticos; eventos que designan no la sociedad estigmatizada como “un cuero seco” o “país levantisco”, sino que describen el emplazamiento de un bloque de clases que avanza sin resolución positiva de sus contradicciones y querellas; bloque anclado en la operación gananciera que resulta de una visión utilitaria, instrumental y estrecha del Estado y del usufructo de los ingresos petroleros, y que da lugar a un proceso incoherente como limitado de desarrollo capitalista.
Un par de contradicciones dinamizan esa lógica liberal-burguesa: la oposición entre democracia y dictadura y entre proceso democratizador del pueblo venezolano y el proyecto de democracia representativa. De esta manera, entre la política de la sujeción del pueblo y la política de emancipación.
Con la caída de la dictadura de Pérez Jiménez adviene una coyuntura caracterizada por un nuevo momento de clase burgués. Los pequeños ganancieros son posicionados ante una exigente prueba del ácido: el gobierno del Vice-Almirante Wolfang Larrazábal estructura un gabinete ministerial y un tren ejecutivo con miembros directos de los amos del valle y del poder de la banca. Oscar García Velutini, Arturo Sosa, Oscar Palacio Herrera y Oscar Machado Zuloaga Blas Lamberti y Eugenio Mendoza: son los burócratas-jefes del Estado inmediato post-dictadura.
El bloque oligárquico burgués, independiente del sostenido desarrollo capitalista (cuestión que no está en duda), carente de potencialidad y perspectiva hegemónica, durante el periodo post- dictadura no supera, en términos políticos, el estatus de subordinación respecto del Estado y, por tanto, la relación subalterna respecto de la clase política. Al contrario, tal relación se fortalece: la oligarquía del dinero se limita a medrar en los estrechos márgenes del lucro que depende del “pequeño gananciero”, noción más que ilustrativa de Orlando Araujo. Araujo enuncia como sigue esta cuestión:
La oligarquía comercial estructurada en el siglo XIX se transforma “…en una oligarquía de comerciantes y banqueros…una burguesía que no es productora…que defiende e intenta imponer su concepción peculiar del liberalismo económico y del papel del Estado… Es la historia de la burguesía infecunda, llena de oscuros pasadizos, de tortuosos caminos y de hábiles maniobras, con su parte jugada en los episodios decisivos de un siglo de historia económica y política…” (Orlando Araujo, Venezuela Violenta, BCV, p 103).
Esto es, una clase que auto-postula política y económicamente como liberal; pero que se ampara, después de todo, en el apalancamiento del Estado (exigencia permanente de créditos- financiamientos, subsidios-exoneraciones, y salvamento de sus quiebras empresariales-financieras); en el contubernio con dictadores y partidos políticos que renueva y solidifica la relación de dependencia que enriquece sus arcas dinerarias.
Al comienzo de los sesenta, ya inserta en una regulación keynesiana (generación de demanda o consumo, mediante una política redistributiva y el papel económico del Estado), en su documento fundamental, “Carta Económica de Mérida” (1962), el estamento burgués define que la solución de los problemas económicos y políticos, hay que “buscarla en la producción y no en la distribución de las riquezas, porque en Venezuela no hay alta concentración de capital y la propiedad territorial”. Al respecto, Domingo Alberto Rangel precisa que “La misión Shoup hizo en 1958 hallazgos interesantes…El 12% de las familias se adjudicaba el 40% de los ingresos…el 45% disponía del 9%. Esa desigualdad tan pavorosa, tiene pocos casos similares en escala internacional…No hay cojinetes que suavicen la aspereza del contraste”. (“Proceso del capitalismo contemporáneo en Venezuela”, UCV, p 167).
Tenemos, entonces, una clase estéril además de su banal y dudoso origen, inserción en el mercado mundial, ambiguo e incierto liberalismo, expropiadora de los ingresos petroleros y agente de alta concentración de capital, está dotada de una visión ultra-conservadora, del interés nacional:
UNA CLASE CON RELATIVO PODER ECONÓMICO Y ATIBORRADA DE PRIVILEGIOS, QUE DESIGNA MINISTROS Y SE ENRIQUECESE AL AMPARO DE LA COSA PÚBLICA, PERO QUE NO ES PROTAGÓNICA, REALMENTE HEGEMÓNICA.
Tercera. Entre la crisis económica de 1974-1976 y la crisis financiera de los noventa. Desde fines de la década de los setenta, el capitalismo venezolano experimenta los primeros signos de su naufragio; “siniestro” que emerge con fuerza entre 1982-1983 y explota (destructivamente) en el desenlace financiero de 1994: contratiempos mediado por el “Caracazo” y la impronta de Hugo Chávez.
EN ESTA COYUNTURA, EL PODER DEL BLOQUE BURGUÉS SE EXTRAVÍA:
“A fines de 1981, la crisis del país ya era inevitable. Las contradicciones habían adquirido nuevas formas…La economía venezolana, sumergida esta vez en el marasmo… se acentúa la tendencia recesiva que desde 1979 afecta la economía venezolana…A comienzos de 1983…se incrementa la fuga o evasión de capitales…La venta de divisas alcanza la cifra de 128 millones de dólares semanales entre 1983 y 1984…y el endeudamiento externo es de 126.000 millones de dólares…” (Héctor Malavé Mata, “Los extravíos del Poder”, UCV, p 398).
Interpelado por la crisis, el poder político-económico, en vez de reactualizar y relanzar la formación capitalista, un nuevo modo de acumulación y rentabilidad, avanza una política económica que endosa una gravosa deuda a la nación y deriva en un Tesoro Nacional sin fondos, en “la botija vacía”. En 10 años (1984-1994) se hacen más que visibles, palpables, las debilidades, insuficiencias y carencias (político-ideológicas y económicas) de la burguesía venezolana.
El marasmo se instala consistentemente y es dinamizado por un proceso auto-destructivo y destructivo. La turba, el “malevaje” de los “pequeños ganancieros”, con base de sus negocios efímeros e infructuosos de la Bolsa de Caracas y el lucro (de largo aliento, y en algunos casos para siempre) que resulta de la cuantiosa fuga de capitales y deuda externa: se licúa y diluye en los segundos gobiernos de CAP II y Caldera II. En los más que trágicos escenarios de la Gran Venezuela y el Gran Viraje.
La crisis fractura el poder económico y el liderazgo político. Al punto tal, que Juan Carlos Zapata (el periodista que quería ser rico a la sombra de las fortunas de viejo y nuevo cuño) se permitió escribir en Los ricos bobos “El país está desmoronándose…La elite del poder carece de capacidad de consenso…La mitad de los banqueros entierra la otra mitad”; graficando asi el barranco de los pequeños ganancieros con la imprecisa y ambigua noción de “masturbación financiera”.
Adviene el interregno de:
Consolidación y aceleramiento de las pugnas inter-burguesas y de divisiones en el bloque del poder.
Quiebra de grupos económicos y los bancos más importantes, de ricos con y sin ralea.
Liquidación de capitales, proceso localizado en la volátil y siniestra Bolsa de Caracas.
Suspensión de la convertibilidad del Bolívar y medida de control de cambio.
Inclemente saqueo de divisas y fuga sin piedad de capitales.
Injerencia directa y tutelaje del Fondo Monetario Internacional.
Creciente descontento y rebelión del pueblo.
Tres factores claves posicionan y aceleran la fragmentación y descomposición del bloque banqueros-grupos económicos:
Primero. Su incapacidad para reconvertirse, y en consecuencia asumir un desempeño del capitalismo venezolano, más alla de la retórica ocasional y oportunista en torno de “conquistar un nicho de mercado para las exportaciones no tradicionales y aprovechar las ventajas competitivas de nuestra economía”.
Segundo. Su exclusivo y único anclaje neoliberal, la perversión privatizadora del Fondo de Inversiones de Venezuela (FIV) que suspende cualquier diferencia (si alguna vez la hubo) entre políticos corruptos y empresarios delincuentes. Carlos Bernárdez Lozada de presidente del Banco de Venezuela a mandamás del FIV, ente privatizador de empresas estatales (CANTV y demás) que se constituye como la institución para salvaguarda y supervivencia de los ganancieros de todo tipo.
Tercero. La rebatiña de los Títulos de los bancos y grupos empresariales, en la ruleta que es la Bolsa de Caracas: la compra-venta reciclada de los siempre menguados activos, una oferta extremadamente escasa de papeles y acciones que resulta de una base económica que no va más allá de un simulacro impúdico entre grupos económicos-financieros, que disipan, abundantemente, el dinero que jamás crearon y estafan los fondos de ahorros familiares y de los depositantes.
Anclada en su supremacismo, la burguesía no percibe el sinfín y amplísima diversidad de alarmas que iluminan un arraigado y masivo descontento popular y prefiguran la desarticulación de “la ilusión de una armonía” que resulta de un sistema de dominación, crecientemente inhabilitado para dotar de un horizonte promisorio al pueblo venezolano.
El momento de clase del grupo polar.
En la debacle de la burguesía, se posiciona el mito del grupo Mendoza, el lustre del grupo “people beautiful”: el relato del esfuerzo emprendedor de una familia que hizo correctamente las cosas, que su negocio es producir, y nada tiene que ver con los mayorazgos y prerrogativas que tienen por fuente el poder del Estado y su alcurnia de larga data. De la especie especialísima. en el concierto obsceno y escabroso del capitalismo venezolano. La fiel imagen del poder que no apabulla, la creencia (si la hay) del “éxito empresarial sin los humos a la cabeza”.
Dicen que “La rapiña es más rentable que asumir responsabilidades”. A contrapelo de esta conseja, polar implantó la imagen, creencia, de que no es asimilable a un Cisneros o un Scotett: la bola conspirativa del lobo presume que tiene la estirpe del empresariado “esforzado, probo y recto”; y de su vigencia por siempre, asegurada por el junior Mendoza, el “juicioso e intachable heredero”.
FALTA POR SABER SI LAS TIENE BIEN PUESTA.
En la actualidad, para el grupo polar se decanta el dilema de su nuevo y propio momento de clase. Lorenzo Mendoza se moviliza en la guerra de clases. Se impone comprender los términos que deciden este desplazamiento centrado y movilizado como una operación financiera y en la desterritorialización de polar, como el requisito que demanda y pretende implantar el proto-burgués, para producir en Venezuela.
El grupo polar se moviliza en una dirección que articula la deslocalización de su producción (movimiento que decide el parámetro de los precios mundiales, como condición para producir en Venezuela) con una operación financiera, cuyos costos pretende endosar a la nación. El gananciero de siempre, espoleado por la urgencia de los montos de inversión en dólares que exige la inserción de polar en el mercado mundial (después de todo, el oso no tiene grande las bolas y comparativamente son minúsculas) y por un proceso de descapitalización, avanza una fuga desesperada, que puede tener consecuencias perdurables y culminar en una hecatombe empresarial- financiera.
El heredero gananciero ha diseñado y avanza como soporte de su “nueva onda expansiva interna y externa”, la estafa apalancada por el FMI de un rescate financiero por 56.000 millones de dólares; inactual operación financiera, ya que Venezuela no tiene crisis de deuda, no experimenta una situación de insolvencia. Con más fuerza, la deuda externa actual de la nación es más que exigua y más que manejable.
Tres requisitos son indispensables, para que la estafa tenga lugar:
El improbable cambio de régimen, que el “Modelo político-económico de Chávez implosione”.
La participación del sector privado en la negociación del rescate, condición infranqueable para el FMI.
La suspensión del principio “riesgo moral”, que faculta al capital privado usufructuar el mayor beneficio por los préstamos del FMI y salir airosos y extremadamente bonificados en caso de quiebra e insolvencia, esto es, cargando el pago absoluto de la deuda a la nación, a la tan horrorosa “cosa pública”.
En la actualidad, la arquitectura financiera flota con el esquema de que bancos y empresas son muy grandes para quebrar, entonces es menester cargar el peso de las deudas a los pueblos e imponer políticas de privatización y austeridad. El FMI y la comunidad financiera mundial (Wall Street y London City) como prestamistas de última instancia, se reserva un deudor de última instancia, los pueblos. E impone el pago de tasas de interés disuasorias; y “garantías obligantes para el monto de sus rescates financieros”, la prenda de bienes públicos y comunes, que en situaciones de crisis de deuda se venden por los irrisorios “precios de pánico”.
Quizás en este marco sea suficientemente comprensible la importancia y trascendencia de la Agenda Económica y los 15 motores que avanza el presidente Nicolás Maduro: la diferencia radical entre dos salidas de la crisis. Es decir, como se desempeña, sin polvo ni paja y al margen de toda estridencia izquierdista, el proceso real de lucha de clases. Efectivamente, el emblema de última instancia del capitalismo venezolano en su nuevo momento de clase pasa por la encrucijada de ser “vanguardia” golpista del bloque imperial-oligárquico:
Entonces, es sacrificable el pequeño gananciero, acto de justicia perentorio y necesario, se decide el momento de clase de la burguesía o del pueblo; extirpación imprescindible:
ES LA COYUNTURA DE LA GOTA FRÍA: SE LA LLEVA ÉL O ME LO LLEVO YO, PARA QUE SE ACABE LA VAINA.