El imperialismo, pese a sí mismo, ha homenajeado a nuestra región en estos últimos años. Este homenaje consiste en la búsqueda urgente de la paz. Mientras en otras regiones del mundo los dirigentes del imperio más guerrerista de la historia intentan crear el caos y aprovecharse de él, aquí en la región norteña de América Latina –Colombia, Venezuela, Cuba– quieren paz desesperadamente. ¿Por qué? Porque temen nuestra capacidad de lucha, nuestro legado de lucha.
En verdad es un legado temible que siempre hemos subestimado… Antes de morir, el legendario cuadro cubano Raúl Valdés Vivó (1929-2013) se entregó a investigaciones que lo apartaron algo de la corriente del marxismo que había enseñado durante tantos años en escuela de formación del PCC. En una charla que dio aquí en Tierra Firme, el cubano anunció uno de los sorprendentes resultados que se desprendían de sus indagaciones: la injerencia de Estados Unidos en Venezuela no es tanto para controlar el petróleo criollo sino para borrar el legado de Bolívar.
Esta afirmación es aparentemente descabellada, pero luce más verosímil vista desde la perspectiva de otro de los ejes de investigación de Valdés Vivó en sus últimos años. Nos referimos a su investigación sobre la geopolítica contemporánea, el capitalismo como sistema mundial. Efectivamente, el capitalismo es un sistema global que divide y polariza el planeta. La polarización mundial es un hecho olvidado por la mayoría de los marxistas que buscan aquí una clase obrera con la misma centralidad que la de la clase obrera norteña; esta búsqueda es tan fútil como la de El Dorado.
El sistema mundial capitalista mantiene una paz rousseauniana en sus fortalezas del norte, pero pone las grandes regiones del sur en un estado hobbesiano de tumulto y atraso. Por eso las masas del sur, a diferencia de sus hermanos más pasivos del norte, buscan superar el sistema perennemente. La caracterización científica de este grupo sureño llamado al cambio es la de ejército de reserva mundial. Es un sujeto muy heterogéneo. En la Segunda Declaración de La Habana fue descrito tentativamente como “las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierra, de obreros explotados… los intelectuales honestos”. Pero detrás de la descripción yace una pregunta: ¿qué puede unificar una agrupación tan diversa para una lucha larga y repleta de obstáculos?
¿Cómo aglutinar un sujeto diverso bajo una sola bandera?
Aquí entra el legado Bolivariano. Porque, a diferencia de Francisco de Miranda que solo pudo ver un bochinche, Simón Bolívar reconoció que el sujeto diverso y harapiento de América Latina tuvo capacidad de organizarse: capacidad de unidad, lucha y batalla. En verdad fue un salto de fe muy parecido al de Marx en su contexto cuando se colocó –mucho antes de tener una explicación científica sobre el asunto– al lado del naciente proletariado. Pertrechado con los lentes del socialismo y anarquismo francés, el joven Marx vislumbró en esta clase emergente la capacidad de autopraxis.
Así que, en nombre del prócer criollo que lo reconoció primero, decimos que aquí el sujeto histórico capaz de hacer la revolución venezolana es un sujeto bolivariano. Y también que el bolivarianismo vivo coincide con el marxismo más avanzado por ser un pensamiento consciente del capitalismo como sistema mundial y de los retos que enfrentamos en términos de la organización en la transición al socialismo desde la periferia.
Lo anunciado arriba como tesis teórica –la importancia del bolivarianismo en el plano del pensamiento revolucionario– subyace en la conciencia popular desde hace tiempo. Es tan así que la clase oprimida venezolana se autoconcibe como “Hijos de Bolívar”. Sabemos que una clase social no es un producto automático del aparato productivo: más bien, como nos enseñó el marxista inglés E. P. Thompson, una clase se construye a sí misma a través de la historia. Así pues, la clase de los oprimidos en nuestra región se construyó, en un proceso de larga lucha, como bolivariana.
Una necesidad existencial: ser bolivariano
Todos los intentos de identificar y posicionar al sujeto del cambio de otra manera –independientemente de sus intenciones– se arriesgan no solo a desarmarlo sino también a negar su existencia. En un libro de 1969, Germán Carrera Damas se empeñó en desmontar el culto a Bolívar y encontrar en él un mero político realista. Según este historiador, el bolivarianismo es solo un “recurso ideológico”, una proyección de “las aspiraciones más urgentes y sentidas” del pueblo y “la contrapartida de un saldo adverso a las aspiraciones de las masas populares”. Frente a esta historiografía “objetiva”, que confunde la ciencia con ser au-dessus de la mêlée, hay que preguntar si estas aspiraciones urgentes aún existen o no, y si el historiador las comparte.
Un anhelo puede pertenecer a todo un pueblo como necesidad existencial. América Latina es probablemente la región del mundo más dispuesta a dar vivas. Vitoreamos a los próceres, a mandatarios, a países, a gobiernos, al pueblo... a todo menos la muerte. ¡Indudablemente es la gran expresión de la voluntad de vivir en un continente cuya existencia depende de la lucha! Ahora, ¿quién puede y quién quiere apartarse de estas “aspiraciones urgentes y sentidas” de luchar y de vivir? Solo los teóricos comprometidos con un modelo de ciencia que es mero repaso de hechos objetivos (lógicamente, un método promovido por los grupos y las naciones que ya tienen la existencia asegurada).
El nombre de nuestra voluntad continental de vivir –que equivale a la voluntad de asumir el largo y obstaculizado camino a la superación socialista– no es otro que el bolivarianismo. Eso porque el bloque diverso de cambio se unifica y se forma bajo esta bandera de su propia construcción, identificado con Bolívar y sus luchas, consciente de que de eso depende su existencia. Es por esta razón que en el Norte trabajan día y noche para que el espíritu bolivariano y luchador duerma en paz…
Chris Gilbert es profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.