Elecciones municipales. Venezuela, un plebiscito al revés

Este domingo, 10 de diciembre, los venezolanos vuelven a acudir a las urnas. Menos de dos meses después de las elecciones a gobernadores regionales, el país caribeño se enfrenta a una nueva cita electoral, esta vez para elegir a los alcaldes de 335 municipios.

Tratándose de Venezuela, unos comicios son mucho más que la designación de determinados cargos. La derecha venezolana y su potente batería mediática nacional e internacional presentan cada elección como un momento clave que definiría la suerte del chavismo. Según su relato –con más eco fuera del país que dentro-, un resultado positivo precipitaría la caída de Nicolás Maduro y, con él, de la Revolución Bolivariana.

La derecha viene intensificando este planteamiento plebiscitario desde la muerte de Hugo Chávez. La victoria de Maduro en abril de 2013 por apenas 200.000 votos reafirmó a la dirigencia opositora en su convencimiento de que el derrumbe del chavismo, una vez desparecido el hiperlíder, era cuestión de tiempo.

Sin embargo, la realidad empezó a contradecir esta hipótesis a la primera ocasión que tuvo. En las elecciones municipales de diciembre de 2013, tan sólo ocho meses después del exiguo triunfo de Maduro, el chavismo se alzaba con un triunfo incontestable: nueve puntos de ventaja –casi un millón de votos de diferencia- y dos tercios de las alcaldías en su poder. La figura de Henrique Capriles, rival de Maduro en las presidenciales y que había sido el dirigente más empeñado en posicionar los comicios en clave plebiscitaria, quedó enormemente erosionada.

El siguiente asalto en la estrategia plebiscitaria fueron las elecciones parlamentarias de 2015. La derecha ganó sus primeros comicios a cargos electos desde la llegada del chavismo. Pertrechada en su victoria, la oposición volvió a anticipar el final del Gobierno de Maduro.

Dos años después de este único triunfo, el vaticinio sigue sin cumplirse. Entre medias, un nuevo episodio de agitación callejera que se saldó con más de 140 personas muertas y que, a tenor de los resultados de las elecciones gubernamentales del pasado mes de octubre, ha terminado por volverse en contra de la propia oposición. Tan sólo ganó en cinco de los 23 estados. Pero además, el proceso electoral implosionó a la ya de por sí frágil alianza opositora, tanto en los momentos previos como en los posteriores. Previamente, porque la coalición se dividió entre aquellos partidos que optaron por presentarse a las elecciones y aquellos que prefirieron no concurrir, argumentando que no existían garantías de unos comicios limpios. Y con posterioridad, dividiendo a los cuatro gobernadores electos que juraron su cargo ante una Asamblea Nacional Constituyente no reconocida por la derecha –los cuatro pertenecían a Acción Democrática, partido que los expulsó tras el juramento- del ganador de las elecciones en el estado del Zulia, perteneciente a Primero Justicia. Éste se negó a la juramentación, motivo por el cual fue desposeído de la victoria. El Consejo Nacional Electoral dictaminó nuevos comicios en ese estado, que se celebrarán también este 10 de diciembre.

En este contexto y con los dirigentes opositores reprochándose mutuamente la derrota de octubre, la estrategia plebiscitaria parece difuminarse de cara a las elecciones del domingo. O quizás habría que preguntarse si en esta ocasión el juicio plebiscitario no recaería sobre el Ejecutivo sino sobre la propia oposición. ¿Podrían los resultados servir como medida para calibrar si la derecha constituye una alternativa válida de gobierno después de todo lo sucedido o por el contrario cabe darla ya por finiquitada como vehículo político de los sectores que adversan al chavismo?

Esta pregunta es más acuciante dado el estado en el que la derecha afronta la cita del domingo y no sólo por el precedente de los resultados de las elecciones regionales. La alianza opositora anunció un boicot a la cita municipal. Sin embargo, la propuesta ha distado mucho de ser acogida con unanimidad. Si bien es cierto que tres de los grandes partidos de la derecha –Acción Democrática, Primero Justicia y Voluntad Popular- abanderan el absentismo electoral, otros no menos importantes como Un Nuevo Tiempo y Copei (aunque éste último abandonó la coalición hace dos años) sí presentarán candidaturas. Por otra parte, muchos dirigentes locales, renuentes a perder su representación municipal, se han cobijado bajo las siglas de formaciones de poco fuste para poder así competir.

Resta por saber la reacción del electorado ante la ya indisimulable división opositora. Podría registrarse una hipotética pérdida de votos por sus dos extremos: la base más radical y un votante más tibio.

La base radical opositora se ha caracterizado por una animadversión constante hacia su dirigencia. Desde una presunta independencia de criterio –el "maverick" estadounidense que tan bien encarnó Donald Trump y que se caracteriza por una desconfianza atávica hacia los políticos- fustiga al liderazgo de la derecha por haber sido incapaz de acabar con el chavismo. Esta desconfianza interna explica por qué los líderes opositores obtienen siempre en las encuestas una peor valoración que los chavistas (algo que los medios de comunicación hegemónicos ocultan de manera sistemática, informando tan sólo los índices de aprobación de Maduro). Mientras que la base chavista expresa una opinión positiva sobre su dirigencia, la base opositora suspende a los suyos.

Parte de este núcleo duro, enfadado por la deriva de estos últimos meses, podría optar por la abstención, máxime en unas elecciones como las municipales en las que entiende que no es tanto lo que está en juego como podría ocurrir en unas presidenciales.

La otra fuente de fuga de votos opositores se situaría en el extremo opuesto, en una franja votante menos ideologizada y cuyas motivaciones están relacionadas con la salida de la crisis económica. El grueso de este sector dio su apoyo a la oposición en las elecciones legislativas de 2015, pero le ha ido retirando su confianza a medida que comprobaba cómo las promesas de trabajar para mejorar la economía no se cumplían. Es más, la agenda de movilizaciones de calle de este 2017 y su reguero de violencia parece que les ha reafirmado en su escepticismo ante la apuesta opositora. La derecha perdió en las regionales de este mes de octubre, tres meses después del nuevo ciclo de protestas, 2,8 millones de votos con respecto a los comicios parlamentarios de hace dos años.

El chavismo, por su parte, afronta por primera vez desde hace mucho tiempo, unas elecciones con relativa tranquilidad. Más allá de los resultados que coseche, la calma viene de la certeza de que estas elecciones no se afrontan en los términos de "todo o nada" o de "el principio del fin" que la oposición había conseguido instalar en comicios anteriores gracias a su tremenda batería de fuego mediático. De hecho, esta vez no ha habido el habitual desembarco de enviados especiales para certificar la llegada del Día D, una profecía que hasta el momento no se ha cumplido. La sensación es que el lunes la vida seguirá desenvolviéndose con normalidad, con independencia del resultado.

Así las cosas, el chavismo testeará si esos cinco millones de votantes duros –una cifra nada desdeñable y que refuta la construcción mediática de que el chavismo se reduce a una cúpula gobernante- permanecen fieles aún ante una convocatoria que está despertando tan poco entusiasmo. Su interés también está centrado en ver si puede aprovechar la oportunidad para romper la tendencia de los últimos años en los que el voto chavista se concentra en las zonas rurales mientras que la oposición se ha hecho fuerte en el entorno urbano.

En cuanto a las batallas concretas que librará el chavismo, la atención se centra en la Alcaldía de Caracas –en rigor, el municipio Libertador, dada la compleja división administrativa de la capital, que incluye hasta cinco municipios-, tradicionalmente regida por alcaldes bolivarianos. Desde las filas chavistas se presentan dos candidaturas, una avalada por el PSUV, hegemónico dentro del conglomerado de partidos y movimientos que conforman el chavismo, y la otra respaldada por formaciones de menos peso. Aunque el riesgo de división del voto es evidente, lo cierto es que por parte de muchos sectores se ha saludado la confrontación interna como un debate crítico del que el chavismo siempre se ha alimentado.

Maracaibo, la otra gran conurbación venezolana y "capital" del petróleo, se abre como una nueva posibilidad para el chavismo. La repetición de las elecciones a gobernador del Estado del Zulia, del cual es capital Maracaibo, puede tener un efecto de arrastre de voto. En el ambiente se detecta una gran indignación por parte de una base dura opositora hacia la decisión del gobernador electo de no juramentarse ante la Asamblea Nacional Constituyente, perdiendo por tanto su cargo. Esta base sostiene que lo primordial era haber asegurado ese poder institucional. Este enfado puede provocar una fuga de votos opositores hacia la abstención lo cual beneficiaría las opciones chavistas.

Resta por saber el comportamiento de la abstención. Tradicionalmente, las elecciones municipales han registrado bajos índices de participación. Hace cuatro años votó un 58% del electorado, un porcentaje elevado en otras latitudes pero relativamente pobre en un país como Venezuela donde se alcanza con facilidad el 80%. Todo apunta a unos guarismos bajos, dadas las circunstancias que concurren en estas elecciones y que se han explicado a lo largo de este informe, a las que cabe añadir el descenso de la masa votante debido a la emigración que ha propiciado la crisis económica.

Todas las miradas se centran en el papel de esos dos millones y medio de votos que desde la conjunción de la muerte de Chávez y el inicio de la crisis viajan a toda velocidad de un polo a otro -o hacia la abstención-, y que ya ningún partido puede reclamar como suyos. En esta bolsa de sufragios radica el éxito o el fracaso y lo más que se puede aventurar es que sus motivaciones para orientar el voto se focalizan en lo económico y en la estabilidad y tranquilidad en las calles.

En cualquier caso, el lunes 11 de diciembre poco o nada habrá cambiado en Venezuela en términos de disputa del poder. Nada presagia que estos comicios supongan un paso decisivo. La verdadera batalla serán las elecciones presidenciales de 2018. Todos los actores lo saben, por más que la campaña mediática anuncie una y otra vez la llegada del momento final. Por tradición, Venezuela es uno de los países más presidencialistas del mundo. También por su peculiar sistema económico. Quien tiene la lleva del petróleo tiene la llave del poder. Y ésta recae en manos del presidente de la República.

 



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Alejandro Fierro


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