Lo que diferencia a la UPP 89 del PSUV: El ejercicio ético y responsable de la política

Es bastante aceptado en el mundo que los temas de las elecciones y de la democracia están estrechamente ligados, al igual que se conviene, sin mayores objeciones, que no se puede reducir el contenido de la democracia al solo hecho del acto de votación. No suele profundizarse sobre cuáles serían esos elementos que le darían mayor contenido a la democracia y, más bien, lo que prevalece es una tácita o pasiva aquiescencia de una realidad que pareciéramos no somos capaces de cambiar. En Venezuela, con el triunfo del Presidente Hugo Chávez en el año 1998 y con la promulgación de un nuevo texto constitucional, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999, por vía de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, se estableció un nuevo concepto de democracia, la democracia participativa y protagónica, que parecía responder a un estado más avanzado, de mayor relación directa de los individuos con el proceso de producción de su propia vida social y, por lo tanto, también de mayor relevancia ética.

Sin embargo, el resultado ha sido decepcionante. El interesante concepto de la "participación protagónica" no ha pasado de ser una atractiva consigna política. Más allá de que existan las llamadas "Leyes del Poder Popular", la participación popular no se ha materializado realmente. La forma y los métodos del ejercicio de la democracia y de las campañas electorales siguen siendo los mismos. El individuo sigue siendo el gran relegado o el gran ausente. En el período político actual que va del año 1998 a la fecha, un lapso de 19 años donde se han celebrado 23 procesos electorales en Venezuela, posiblemente más que en cualquier otro país en el mundo, no ha habido cambios substanciales en cuanto al ejercicio ético y responsable de la política.

En Venezuela, desde la UPP 89, hemos querido "nadar contra la corriente". Haciendo nuestro lo que bien dijera el filósofo español Ortega y Gasset: "Existir es resistir, hincar los talones en tierra para oponerse a la corriente. En una época como la nuestra, de puras «corrientes» y abandonos…". El resultado que obtuvimos, en las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018, no fue el más alentador si solamente nos remitimos a la cuantificación numérica: apenas 36.000 votos, lo cual tan solo representa el 0,39% del padrón electoral. Si, por el contrario, al fin electoral le anteponemos un fin moral y aceptamos que toda lucha, desde esa perspectiva, sólo puede ser valorada a mediano y largo plazo, entonces la interpretación de los resultados puede ser otra, más esperanzadora.

La Unidad Política Popular 89 (UPP 89) es el partido político más nuevo en el espectro electoral venezolano, su legalización data apenas de enero de 2016. Desde nuestra creación establecimos varios parámetros, productos de nuestra reflexión crítica sobre la política mundial y la nuestra propia, sobre los cuales fundamentamos nuestra acción política:

  1. La concepción de la política. Hemos señalado que debemos reencontrarnos con la dimensión ética de la política, a la cual le contraponemos, la dimensión tradicional de la política, del poder por el poder en sí mismo. En la primera, el centro y la motivación predominante es el ser humano, en la segunda lo que prevalece es la necesidad de mantener el poder.

  1. La concepción del partido político. Decimos que el partido no puede estar por encima de la sociedad, de las comunidades y de las personas sino es un mero instrumento de ellas. Es decir, no es la organización política social la que debe buscar las masas para crear su base social, sino, por el contrario, son las fuerzas sociales quienes deben buscar crear su propia herramienta política para intervenir en las cuestiones del poder. Es el individuo por encima del partido, y no al revés. De nuevo, una consideración de carácter ético.

  1. La concepción del ejercicio de la función pública. Antes de asumir algún cargo de elección popular, es necesario dejar asentado que el ejercicio de la función pública está solamente concebido en correspondencia con el interés colectivo, y los fondos públicos, en ningún caso, ni medida, deben ser utilizado en beneficio personal o de la proyección del propio partido político. En países, como Venezuela, de menor tradición institucional, de ineficientes controles legales, con una independencia precaria de los poderes públicos y con escaso equilibrio entre ellos, esta consideración que en otras circunstancias pareciera obvia o hasta innecesaria, es una necesidad perentoria para mantener la acción política en el plano ético.

  1. La concepción del poder en sí mismo. Si no hay una reflexión permanente sobre ello, que nos lleve a desacralizar y desmitificar el poder en las propias acciones cotidianas y que nos involucre directamente, a nosotros mismos, como individuos y actores políticos, es poco probable que la valoración ética de la política pueda prevalecer.

Todos estos cuatro elementos establecen un vaso comunicante entre la dimensión ética de la política y el sujeto de dicha acción política, el individuo. Dicha valoración al centrarse en el ser humano, en el concepto de "persona", requiere que el ejercicio ético y responsable de la política establezca otro vínculo esencial: el necesario equilibrio entre el "espacio público" y el "espacio privado". En uno se expresa la ciudadanía, la vida colectiva, en el otro, la personalidad, la vida individual. Ambos espacios son imprescindibles para el ser humano y, en modo alguno excluyentes, cada uno debe tener sus propios límites, lo cual hace imperativo que el "espacio público" no pueda, ni deba subordinar, ni anular al "espacio privado". Esto, de nuevo, contradice el curso usual de la política. La "corriente" indica que el "espacio público" suele anular al "espacio privado" que es el espacio irrenunciable de la vida íntima. El espacio, siguiendo al escritor mexicano Octavio Paz, donde redescubrimos "el misterio que es cada uno de nosotros", donde tomamos conciencia "de la singularidad y la identidad de cada uno… visión que vea a cada ser humano como una criatura única, irrepetible y preciosa". Y ese distanciamiento de la política del concepto de "persona", es quizás lo que explica el alejamiento, y la escasa identificación, muy común en la mayoría de los países del mundo, de muchos individuos con relación a la política, a los partidos políticos y a los políticos.

El ejercicio ético y responsable de la política no es posible si no hay respeto, comprensión y conciencia del concepto de "persona" y de su importancia en la vida misma, al igual que si el dinero, el marketing publicitario y la maquinaria electoral siguen prevaleciendo sobre las ideas. Hoy día, es ya casi un lugar común decirlo, los eventos electorales se asemejan más a la escogencia de una reina de un concurso de belleza que a un acontecimiento social de gran trascendencia. Mucha gente coincide en señalarlo, desde los sectores intelectuales hasta los propios factores políticos, pero se hace muy poco para enfrentarlo, como si se tratase de una fatalidad o del mismísimo castigo de Sísifo, condenado a repetir una y otra vez el mismo proceso. ¿Por qué no se pueden, desde las propias autoridades electorales, regular los procesos electorales? ¿Desde las propias esferas políticas? No pareciéramos tener respuesta. Prevalecen las «corrientes» y los «abandonos». El «dejarse llevar» que es contrario a la esencia misma de la «singularidad humana».

En el caso actual de Venezuela, durante las elecciones presidenciales de mayo 2018, las inmensas cantidades de dinero invertidas por casi todos los candidatos presidenciales – todos salvo uno – contrasta con la grave crisis económica que afecta dramáticamente al país y a su población. No hay manera de conciliar ese descomunal derroche de dinero, propaganda y publicidad, con la valoración ética y el ejercicio responsable de la política. Y todo sigue igual, después de finalizada la contienda electoral, salvo algunas voces aisladas de protesta.



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Reinaldo Quijada


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