Nicolás Maduro ha invocado frecuentemente la figura señera de Salvador Allende, muerto en Santiago de Chile en 1973 en un golpe apadrinado por los Estados Unidos. Como alguien que trabajó con el presidente socialista chileno durante los últimos meses de su gobierno, imagino así los consejos que Allende le dirigiría a su díscolo colega venezolano desde el otro lado de la muerte:
Señor Presidente Nicolás Maduro:
Ud. ha jurado que nunca será derrocado como me sucedió a mí cuando el General Pinochet liquidó la democracia en mi país y estableció una larga dictadura de diecisiete años que dejó tras sí una secuela de sangre, dolor e injusticia.
Entiendo su deseo de enfatizar las similitudes entre su situación y la mía. Aunque hay incómodas y embarazosas diferencias entre nosotros, también existen paralelos alarmantes. Tal como en Venezuela hoy, el Chile revolucionario de 1973 estaba ferozmente dividido en dos campos beligerantes, con los líderes del Congreso clamando sediciosamente para que los militares intervinieran contra el gobierno constitucional, acicateados por los sectores más pudientes de la sociedad que no aceptaban que intentáramos construir una sociedad que beneficiaba a las grandes mayorías ciudadanas de la patria en vez de intereses minoritarios.
El experimento chileno –llegar al socialismo por medios pacíficos– se encontraba asediado, padeciendo formidables problemas económicos, aunque nada en comparación con el desastre humanitario que aqueja a Venezuela hoy. Y tal como Nixon y Kissinger y las multinacionales yanquis conspiraron contra Chile en 1973, Trump, Pence, Pompeo y los consorcios petroleros alientan la campaña contra Venezuela, una arrogante repetición de las innumerables intervenciones de Washington realizadas incesantemente en los asuntos internos de países de todo el mundo. De hecho, Trump acaba de exceder incluso a Nixon (¿quién pensaría que tal cosa fuese posible?), pidiendo desfachatadamente un golpe militar y amenazando a los soldados de Venezuela con “perderlo todo” si no lo llevan a cabo.
Pese a estas semejanzas entre Chile en 1973 y Venezuela en 2019, siento que Ud. le hace un flaco servicio a la causa revolucionaria al equipararse conmigo. Durante toda mi vida fui un ardiente defensor de la democracia: mi gobierno nunca restringió los derechos de asamblea y prensa, ni menos encarceló a opositores, aunque algunos abusaron de esta libertad con atentados terroristas y mentiras descomunales, ayudados por millones de dólares de la C.I.A.. Y acepté el resultado de cada elección durante mi mandato, sin tomar en cuenta si me eran favorables. Una disparidad adicional: Ud. cuenta con profuso apoyo de Rusia y China, mientras que a mí, cuando le pedí ayuda a lo que era entonces la Unión Soviética, no me prestaron ni un peso (tal vez una revancha por haber condenado yo las invasiones soviéticas de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en 1968). En cuanto a China, tenía reservas acerca de nuestra revolución libertaria, hasta el punto de que Mao rehusó romper relaciones con el régimen de Pinochet.
Vuestra crisis se ve complicada: si bien se encuentra Ud. amenazado con una revuelta militar financiada y coordinada desde el extranjero, al mismo tiempo despliega tendencias fuertemente autoritarias con las que definitivamente no me identifico. Tiene razón al rechazar la interferencia foránea en Venezuela y razón al denunciar las funestas consecuencias de que las Fuerzas Armadas se alcen contra un gobierno constitucional. Pero se equivoca al socavar, con sus acciones represivas, la democracia que dice estar protegiendo, y se equivoca cuando persigue a ciudadanos cuyo patriotismo y amor por los derechos humanos no puede ser disputado. Y quién puede dudar de que su gobierno exhibe niveles preocupantes de corrupción e ineficacia. Debo agregar que, para mis compatriotas que sufrieron un exilio masivo bajo Pinochet, es angustioso observar los vastos contingentes de sus propios ciudadanos que se sienten compelidos a huir de su tierra natal.
Como declara que soy su héroe y modelo, permítame ofrecerle un consejo acerca de cómo salvar a Venezuela de una guerra civil y, a la vez, conservar algunas de las reformas bolivarianas que han favorecido a los sectores desaventajados de su país. Cabe observar que muchos de los que ahora azuzan un motín contra vuestro gobierno en nombre del pueblo sufriente mostraron en el pasado escasa preocupación por la situación desmedrada y, en efecto, sufriente, de los venezolanos más desamparados.
Cuando Chile se encontraba paralizado por una oposición dispuesta a todo para derrocarme, tomé la decisión de anunciar el 11 de septiembre de 1973 la convocatoria a un plebiscito para que el pueblo decidiera el rumbo futuro de la patria. Si yo perdía, renunciaría a la Presidencia y se llevarían a cabo nuevas elecciones. Al conocer los golpistas mis propósitos – ¡qué sorpresa!,– adelantaron el día de su asonada, probando que, lejos de querer resguardar la democracia, deseaban destruirla.
No sé si Ud. está dispuesto a impulsar un referéndum como el que yo iba a plantear hace más de 45 años en Chile, una consulta que hubiera preservado tanto la democracia como la soberanía nacional.
Este tipo de solución, además de ahorrarle tanto sufrimiento y sangre al pueblo venezolano, tendría un efecto benéfico en el resto de América Latina. Aunque es verdad que muchos de los problemas que acosan a vuestro país se deben a USA, que ha boicoteado y saboteado vuestra economía, como lo hizo con la nuestra, es incontestable que su mal gobierno está dañando a las fuerzas progresistas del continente, donde se lo presenta a Ud. como un cuco, el hombre del saco y del saqueo. Varios movimientos de derecha, incluyendo en Colombia, Argentina, Brasil y Chile, han tenido éxito al proyectarse como los únicos capaces de salvar a sus patrias de instaurar “otra Venezuela”. En Chile, tal campaña del terror llegó al absurdo de que la derecha de raíces pinochetistas acusó a la centro izquierda que había terminado con la dictadura de querer convertir al país en “Chilezuela”. Hasta Trump ha dicho, ridícula y maliciosamente, que solo él podrá impedir que su país caiga en el “socialismo” de Maduro.
Tales insidias han contribuido al auge de un populismo conservador y ultranacionalista que demoniza a quienes batallan por las profundas transformaciones que Nuestra América sigue necesitando.
No me extrañaría que me hiciera ver que mi creencia en las negociaciones y una revolución que valoraba los derechos de mis contrincantes llevó a mi muerte y al desmoronamiento de “la vía chilena al socialismo.” Mi respuesta desafiante es que ahora, tantas décadas más tarde, mi decisión de sacrificar mi vida por la democracia y una revolución pacífica es un ejemplo leal y luminoso para los pueblos sedientos de libertad y justicia social.
Me cabe la esperanza de que Usted, al meditar mis palabras, sepa hallar una salida de esta crisis que, junto con prevenir una conflagración fratricida, facilite la lucha de los hombres y mujeres de nuestra Tierra que buscan una existencia digna y decente, libre de miseria, opresión y mentiras, las grandes alamedas de que hablé cuando me despedí de este mundo.
Lo saludo, desde el otro lado de la muerte y de la historia,
Salvador Allende