Desde hace cierto tiempo, en especial después del “Caracazo”, asistimos a la despedida definitiva del país portátil. Y está en juego, las capacidades y potencialidades de la nación para reconfigurarse con arreglo a un nuevo sentido, de apropiarse de sus posibilidades históricas y producir un desplazamiento estructural efectivo. En ese límite, en esa querella vital nos encontramos. .
En este terreno, el cobre se bate al rojo vivo, y ello es efectivo, al margen de la demagogia política de la derecha y la charlatanería mediática. La decisión de no ser más un país portátil, ese significativo reordenamiento de la sociedad venezolana en movimiento no es un acto social y político efímero y sin trascendencia. Está claro, para todas las fuerzas y campos sociales ( tanto de izquierda como de derecha) que no se trata de un arreglo de poca monta.
No vivimos en un tiempo “ligth”, y no hay que lamentarse por ello. Estamos en presencia de fuertes efectos (políticos, sociales y militares) que son resultado de una tensión real, de ese dato propio de los ordenes sociales: que buscan reestructurase, reinventar los vínculos sociales y renovar los sentidos de la vida, la puesta común de la vida.
Del sentido y la envestidura de la sociedad venezolana se trata y ello define la naturaleza y calidad del conflicto. En este aprieto insoslayable, no hay lugar para visiones estrechas, ilusiones comedidas y esperanzas recatadas. No tenemos tiempo para el tiempo sin historia y sin la historia.