La “Bicha” se bate durísimo: parece que esa señora quiere provocar vergüenza ajena. ¿Será que no tiene un familiar o una amistad que le sugiera un buen consejo? Su perorata matutina por RCTV es la propia autoflagelación ¿No hay quién detenga ese suicidio público y a gotas, de lunes a viernes y por cinco minutos? ¿No hay entre sus allegados y compañeros de trabajo quien le diga ¡carajo pana, detente y agarra mínimo!? Amigos sicólogos y siquiatras me han manifestado que “esa señora raya en la vesania y es un caso extremo de disociación psicótica”, que el impresentable Granier y su sucedáneo granielito “no tienen perdón por el uso y abuso que hacen de la Bicha.”. En la calle tirios y troyanos (esto es, chavistas y antichavistas) preguntan ¿qué demonios pasa por la cabeza de esa mujer? Y los compasivos (que en nuestro país, a dios gracias hay por demás) exclaman: dios ampare y proteja de la locura a esa pobre señora.
Es imposible someter el discurso matutino de Berenice Gómez a un análisis exclusivamente político. Y ello es así, independientemente de que su intervención es política y obedece a las razones políticas de Marcel Granier, el gestor de RCTV. A la banalización perversa e idiotizada de la política sólo se le corresponde una fuerte denuncia ética. A la periodista Gómez le toca no el trabajo sucio ( de eso se encarga granielito) sino el rastrero y vil, ese que no se para en paja ni se cuida de guardar las apariencias y para el cual hay que despojarse de toda dignidad. Trabajo que no llega a la categoría de esquirol o patronal, lo que ya es bastante: abyección pura es lo que exige tal periodismo de mala muerte y ese mundo sombrío de los mass media, mundo donde se manipula la verdad y los hechos reales con un placer obsceno. Berenice Gómez simula (muy mal), apelando a una sarta de rumores, que juega o representa a uno de los héroes desafiantes de un régimen dictatorial. En la medida que se acerca la fecha de vencimiento de la concesión que no será renovada, su patrón le impuesto que sea más “héroe”, esto es exageradamente furibunda, locuaz y estrafalaria (“¡Carajo sí es posible tal vaina, a esa tipa se le fueron los tapones!”, así lo dijo el taxista).
Granier, atorado como está y atorrante como es, le inyecta a la señora Gómez el veneno de: “no tenga pepitas en la lengua, no te pares ante nada”. Esto es, que un triste espectáculo de por si no actual ni auténtico, adquiera de forma absoluta, las características de la desvergüenza y el descaro extremo: nada de guardar las formas, no importa el contenido, no interesa que tal o cual cosa sea cierta y menos aún que seamos responsables de lo que se dice o se hace: “al fin y al cabo esta planta es mía y yo puedo hacer lo que me da la putísima gana” (así es este lord inglés, cuando Chávez “me saca la piedra y se mete con lo mío”)
A contrapelo de la canción, ciertamente la vida no es un carnaval. Tiene sus carnavales (unos duran más, otros menos, y hay hasta los hay que son flor de un día como el “golpe del 11 de abril o “carmonazo”). Lo que no hay es carnavalización total y eterna de la vida: señora Gómez, puedes darte duro cuanto quieras, puedes batirte con la furia y el odio que te queda, sabemos que vives en y eres parte de un mundo imaginario repleto de alucinaciones, sabemos que tu apego personal funciona como la risa enlatada (esa que no permite reír y a la vez, se permite reír por otros). Ahora bien, cuenta bien los días, y cuantos cinco minutos te quedan, a todo cochino gordo le llega su noche buena. De otra manera y sin rodeos: siempre (no hay pele) está cercano el día final del inexplicable y absurdo permiso de hacer lo que plazca con un bien público.
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