Venezuela, la cara más importante de la crisis: La silla vacía del sujeto popular

La pugna política actual en Venezuela es, fundamentalmente, dominio de las élites. Los sectores populares discuten, se encolerizan y, en medio de la profunda crisis existente (cuyo origen data de fines de los años 70 del siglo XX), se concentran (comprensiblemente por lo demás) en la sobrevivencia biológica. Hasta el momento, el protagonismo sobre las opciones globales se encuentra en las élites, de izquierda y derecha. Estas élites en su mayor parte proceden de las capas medias (aunque en el campo de la derecha la tendencia cada vez más evidente es que sean los empresarios quienes se colocan al frente de Las organizaciones políticas de ese sector). Cierto es que hay protestas frecuentes (en particular por la pérdida del poder adquisitivo del salario y el deterioro de los servicios públicos) pero no se expresan –todavía al menos- en el terreno ético-político, es decir, en el espacio de la disputa por la dirección de la sociedad civil y del Estado.

Los de abajo siempre han luchado, pero se trata sobre todo de luchas dispersas que (a pesar de algunos combates estelares que han tenido lugar en nuestra historia contemporánea), no alcanzan a reunir una masa crítica ni, menos aún, confluyen en un solo torrente. Somos quizás el país latinoamericano en el que la fragilidad del sujeto popular es más notoria. El origen de esa debilidad obedece a un condicionamiento histórico de largo plazo, ejercido por el sistema económico rentista petrolero que surge en Venezuela hace noventa y cinco años (iniciado simbólicamente en 1926 cuando las exportaciones petroleras desplazan por vez primera al modelo agroexportador). El petróleo configuró una economía desarticulada, dependiente e importadora (una realidad común a Latinoamérica), pero al mismo tiempo (y esa es una especificidad venezolana), un Estado clientelar con prerrogativas conciliadoras cuya base fue la fantasía rentista. Entorno este que favoreció el surgimiento de una mentalidad popular que oscilaba entre el arrime, la picardía y el acuerdo. Una realidad económica, sociopolítica y cultural que (aún hoy, en medio de la tremenda crisis que sacude al país), neutraliza el alcance de la lucha social y la profundidad de la acción política autónoma de los sectores populares.

Ciertamente, la democracia liberal en general, corre pareja con una tendencia a la profesionalización de la actividad política, que se transforma en un asunto de "expertos": los demás, millones de personas, carecen de agenda propia, glosan lo que hacen los expertos y, en algunas ocasiones los sacan del gobierno. Es un círculo vicioso: los expertos dirigen el Estado, los de abajo los desalojan con el voto (la famosa democracia de los cinco minutos) y colocan en su lugar a otros expertos. No obstante, allí donde la organización social tiene raíces, tradición y fuerza convocante, la tendencia elitista inherente a la democracia liberal puede ser contrarrestada.

En Venezuela (en un sentido fuerte, profundo), no hay un sujeto popular constituido; para la derecha –a la que sólo le gusta lidiar con individuos sueltos o pequeños grupos impotentes- no hay nada de malo en eso. Es sobre todo mejor que sea así. La democracia entonces se reduce a la maniobra palaciega y los escándalos mediáticos. Para la izquierda sin embargo, la silla vacía del sujeto popular es una tragedia: la aísla, la predispone a ser dogmática y sectaria, o a ser presa de un reformismo sobrecogedor y extraviarse en el camino. El destino de proyectos como el MAS y Causa R, así como otros tantos que huyeron en completo desorden para recaer en el bando de la política-sólo-para-expertos, debe su suerte, fundamentalmente, al vacío que hace el sujeto popular en Venezuela.

Con Chávez hubo una gran efervescencia popular, una gran expansión de la organización social. Se trataba de "masas", que amaban a su líder, pero que carecían de fuerza y disposición para ser "sujetos", interlocutores de igual a igual para presionar a favor de una estrategia política propia. Eran masas que aclamaban, aplaudían y "recibían" recursos, leyes, servicios sociales, inclusión en el consumo y también simbólica. Con Chávez se desataron procesos sí, pero (más allá de él mismo) se inhibieron otros, en particular los que podían haber conducido a la formación del sujeto popular autónomo. Demasiado protagonismo en un lado (el líder), acentuada dependencia en el otro (las multitudes entusiastas que hoy se hunden entre el desaliento y el desconcierto).En resumen, un proceso de organización y participación social predeterminado desde arriba, en sus contenidos y alcances, en términos -diría Gramsci- de una revolución pasiva.

Ahora nos encontramos en medio de una crisis severa, que es a la vez: económica, estructural y de hegemonía (es decir, en el marco de una crisis global, orgánica). La crisis, que nos posiciona ante un cambio de época (un quiebre integral del modelo iniciado hace 95 años), nos pone de manifiesto, con fuerza, que la silla del sujeto popular sigue vacía. Las salidas a la crisis la dirimen, de nuevo, los expertos. Son ellos los que proponen la agenda: el diálogo, el cese de la guerra económica unilateral sostenida por el imperio norteamericano, ambas necesarias sin duda alguna pero insuficientes para encarar un futuro complejo, ahora que el capitalismo neoliberal ya no puede ocultar su fracaso, en el marco de una crisis sistémica, latinoamericana y mundial. La calle sin embargo, aún carece de cualidad para presionar a un cambio de rumbo en el gobierno. Los expertos discuten y se insultan-o conversan- entre ellos, delante de una silla vacía. Mejor para ellos por supuesto, a costa de reducir el campo del debate a la esfera de sus posibilidades de influencia y de ejercer control social sobre las grandes mayorías.

La constitución del sujeto popular (organizado, autónomo, plural, respondón, en movimiento, con la capacidad de proponer su propia versión de proyecto de país), es la necesidad más importante que tiene la izquierda y- nos atrevemos a decir-, la sociedad venezolana. Es la única manera en que la izquierda política coja mínimo, no se recluya en sí misma, ni se raje. Como dice Frei Betto,"fuera del mundo de los pobres y de su protagonismo político los progresistas siempre correrán el riesgo de sostener el violín con la izquierda y tocarlo con la derecha". O transformarse en burócratas (y en "expertos"), lo que es más o menos la misma situación.

Esa necesidad, para convertirse en propósito estratégico, implica trabajar con humildad y paciencia activa. Lo primero, al admitir que no hay programa político partidista que pueda solucionar por decreto ese vacío. Para la izquierda la ausencia de ese sujeto popular es un agujero en su ser- la Nada sartreana- que no se puede compensar con declaraciones de prensa o meras consignas, por atractivas y necesarias que sean. Paciencia activa por otra parte, porque la configuración del sujeto popular es zigzagueante, con altibajos, aciertos y fracasos, en medio de un proceso cuyo desencadenamiento no se puede forzar a capricho. De allí, por supuesto, que es necesario estar atento, encontrarse preparado, reconocer por otra parte que la autoproclamación antes de tiempo puede conducir a caminos solitarios. Parte considerable de la constitución del sujeto popular es, por otro lado, una historia interna. Se trata de un despertar, lento o explosivo, que, asimismo, puede o no ocurrir en el tiempo deseado. En el marco del esfuerzo constante, optimista, expectante, bajo líneas de acción provisionales, permanezcamos atentos a la irrupción de la complejidad y su capacidad de deparar sorpresas; como dijera Edgar Morin, preparados para "el surgimiento de lo inesperado y la aparición de lo imposible".

SI SE PUEDE

Iniciativa por una democracia profunda/ sustantiva/ real.



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César Henríquez Fernández


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