Digamos que la canción se detuvo antes de los cuarenta y cuatro años. Digamos que se conserva intacta su voz rumbo al siglo de serenatas. ¿Será que el exceso de amor es la fuente de la juventud o el camino misterioso a la eternidad?
Se ha hablado de una siembra. ¡Vaya siembra fértil, carajo!
Por ahí dicen que una golondrina no hace verano. Será por allá lejos, allende los mares y los sueños. Por aquí cerquita una sola semilla de canto doquier florece y fructifica sin cesar como primavera de siempre. Los campos se han vestido de la jugosa solidaridad y la dulcita conciencia. ¡Hasta lo xerófilo se volvió sublime paisaje del frenesí!
El verso chamánico viaja en el aire, entra por la piel sanando olvidos, fluye en las arterias como pájaros liberados del pentagrama, para tocar con su enigmática panacea el corazón de la tierra sufriente. El odio queda neutralizado por esa ancestral caricia auditiva de alto impacto.
La canción es la creación más esencial y perfecta del alma. Sólo ella sabe juntar la poesía y la música en un abrazo etéreo que no deja neurona sin besar.
Recordar a Alí Primera a sus ochenta años es imaginar la aventura de un niño que descalzo sobre las cálidas y salitrosas arenas de una península sensual, que comienza a levitar como poseído por los vientos del Caribe que, dentro de su caja sonora, su poderosa garganta, trasmutan las ilusiones infantiles en silbido de turpiales con alas de cóndor. El sorprendente amornauta, bate su melena de relámpagos, seduce trombas marinas que van bañando de azules los crepúsculos, reinventa las utopías y vuelve a las orillas a convocar el cardumen del futuro.
Sus augurios universales se impregnaron en la historia de la palabra Bolívar: fusión espiritual de la venezolanidad.
Digamos que he mencionado un ideal indestructible.
