En Venezuela, desde el agotamiento de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez no se había vuelto a vivir, formalmente, en dictadura, aunque sí con sus resabios en una democracia maltrecha de aprendices y corruptos, hasta volver a este estado de oprobio y pérdida de las elementales libertades y de derechos humanos, ahora con la usurpación y dictadura de Nicolás Maduro Moros, quien en complicidad de los rectores del Consejo Nacional Electoral (CNE), la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y del Fiscal General de la República (FGR), Tarek William Saab, se robaron -de manera vulgar- las elecciones del pasado 28 de julio del 2024, apelando a una razzia represiva desde muy temprano del día siguiente, cuya enumeración caótica se podría resumir en los siguientes hechos:
encarcelamiento de menores de edad y de cualquier transeúnte inocente; palizas brutales contra la población civil; asesinatos por parte de cuerpos parapoliciales contra civiles desarmados; encarcelamiento selectivo de periodistas, políticos, profesores universitarios, dirigentes políticos y sociales; amenazas directas y veladas por parte del gobierno, con suspensión de toda garantía constitucional y del debido proceso; estado de sitio con cerco a la movilización de masas, cierre de medios radiales, electrónicos y audiovisuales; administración de la pobreza colectiva como mecanismo de letargo y control social, sobre la base del hambre administrada.
Todo esto configura una sumatoria de delitos de crímenes de Lesa Humanidad, cuyos autores intelectuales y materiales deben ser procesados, juzgados y sentenciados, a lo interno de la República Bolivariana de Venezuela y en las cortes y tribunales internacionales, como el de la Haya, con la urgencia necesaria.
Por otra parte, el hecho de que Nicolás Maduro Moros y sus cómplices -mediante la represión brutal y el silencio impuesto- hayan tomado juramento para otro período desde el pasado 5 de enero del 2025, no significa que el fraude electoral cometido haya sido olvidado o que no existió.
Todo lo contrario, el fraude electoral fue un hecho público, notorio, comunicacional, material y concreto, porque está sustentado en la sumatoria de cada boleta o rollo que arrojaron las máquinas de votación y que Nicolás Maduro y sus cómplices se han negado a totalizar, porque hacerlo, significaría reconocer el fraude cometido como megadelito de autogolpe de Estado o golpe contra la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV: 1999) y contra la mayoría de los venezolanos.
La derrota electoral de Nicolás Maduro, que lo llevó a robarse las elecciones y gobernar, ahora, como dictador bravucón, fue aplastante, si tomamos en cuenta que, desde el año 2014, el éxodo de venezolanos, cuyo pico máximo empezó el ascenso en el 2017, hasta alcanzar un pico en el 2019, que ahora, después del 28J del 2014, hasta este 2025, vuelve a alcanzar un nuevo zénit y representa en total, un poco más de los siete millones de venezolanos esparcidos por todo el mundo (muchos de los cuales, salieron caminando, cruzando trochas, de polizontes, etc.), a los que no permitieron votar en el exterior, gracias a los subterfugios del CNE y de los consulados y embajadas venezolanas, al tiempo que en Venezuela, de una población que con las crisis político económica, está diezmada a poco menos de 30 millones de habitantes y que, a duras penas, llegó a 18 millones de votantes registrados en el CNE, el 70% de esta población votó contra Nicolás Maduro, más que en favor del candidato con favoritismo mediático opositor, es decir, al votar por los candidatos opositores, esa mayoría nacional estaba votando movida por un sentimiento de rechazo a Nicolás Maduro, hecho que se evidenció en las bases del principal partido de gobierno, el Partido PSUV y de los socialistas e izquierdistas, cuyos votos se sumaron a los de los tradicionales opositores. En fin, como pocas veces en la breve historia republicana de Venezuela, en 195 años de existencia, todo un Pueblo manifestó su rechazo al gobierno corrupto de Nicolás Maduro y sus cómplices.
Por decirlo en otros términos, desde las pasadas elecciones del 28J, se evidenció que la profunda crisis de gobernabilidad en Venezuela, ya no se trata de una pugna de chavismos – oposiciones, ni de derechas e izquierdas. Ahora, se trata de un rechazo a la corrupción, contra el autoritarismos y dictadura encabezada por Nicolás Maduro y su camarilla de civiles y militares que lo secundan y sustentan, por supuesto, de manera crematística (de vez en cuando, esgrimiendo un "socialismo de palabra o de consignas", para complacer a bobos y congraciarse con algún gobierno), mientras haya por dónde robar, de dónde coger algo, hasta que esta dictadura se agote y entre ellos empiecen a traicionarse, con poses de dignidad y de demócratas, aunque ese es un largo camino de desgaste económico en un país petrolero y de recursos materiales y minerales inmensos, al mismo tiempo que los muertos y prisioneros rehenes de Nicolás Maduro siguen en aumento, muriendo de mengua, los unos, mientras otros servirán como fichas de canje y chantaje, a nivel nacional e internacional.
Tenemos, por ahora, un silencio obligado, porque en la República Bolivariana de Venezuela, quien denuncie, reclame y enfrente el fraude cometido por Nicolás Maduro el pasado 28 de julio del 2024, más la usurpación del poder y del gobierno, junto con sus desmanes anticonstitucionales y violaciones de los más mínimos derechos humanos, es secuestrado y encarcelado, como también, asesinado por los cuerpos de seguridad del Estado o por sus organismos paramilitares, además de ser perseguido, hasta lograr acallar toda denuncia o protesta, obligando a un silencio colectivizado, a partir del Estado de terror, que ha impuesto Nicolás Maduro, en complicidad con el Fiscal General de la República, Tarek William Saab (otrora, exhibicionista o florero defensor de los Derechos Humanos), el alto mando militar, los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), la Asamblea Nacional (AN) y el resto de la totalidad de instituciones controladas por el dictador, autodenominado (a falta de epopeya o trayectoria personal), Súper Bigote.
Después de esta relatoría caótica, hemos vuelto al estado de "dictaduras agotadas", como las que nos antecedieron en Venezuela con los gorilas Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, protegidas y a la sombra imperial de los respectivos gobiernos de los Estados Unidos de Norteamérica (EEUU), al igual que sucedió en otras dictaduras en otras latitudes, como en Chile con Augusto Pinochet y el resto de dictaduras latinoamericanas, ligadas al Plan Cóndor, ideadas desde EEUU, parecidas, en lo de agotadas, a la larga dictadura de Francisco Franco en España, de 1939 hasta 1975; como también, Khorloogiin Choibalsan, líder supremo de Mongolia; Enver Hoxha, en Albania y muchos tantos en el mundo.
Las dictaduras agotadas siempre están en crisis de gobernabilidad, es decir, que sus gobernados no están dispuestos a seguir siendo gobernados por su dictador o verdugo y el gobernante dictador ya no está en condiciones de seguir gobernándolos, pero, es allí en donde nace y se consolida el "Estado de Terror" en todas sus formas posibles y hasta inusitadas, logrando que cualquier oposición sea liquidada o cuando no, arrinconada con pérdida de capacidad de respuesta, más los mecanismos de control social, por la vía económica, en la que se administra el hambre y la pobreza que hagan a las masas dependientes de la magnanimidad o limosna del dictador, porque mientras de manera individual y colectiva, cada trabajador o cada ciudadano no logre superar sus necesidades primarias de alimentación, jamás estará en capacidad de pasar a niveles superiores de dignidad, como la búsqueda de libertad o de lo que se conoce como valores democráticos, porque, además, un pueblo con hambre, con salud menguada, es un pueblo macilento e incapaz de emanciparse e ir contra su verdugo.
Este tipo de "dictadura agotada", se caracteriza porque el dictador no es derrocado, sino que, por la erosión y desgaste anímico de sus dictadores, por cálculo político y salvavidas de impunidad, por su muerte natural o por la soledad de su gobierno, sus capitostes y verdugos empiezan a preparar el camino, de manera interesada, para que sus víctimas u oprimidos los legitimen haciendo parte de un nuevo gobierno gatopardiano, a cuenta de una supuesta transición democrática, que alivie el status quo y preserve la impunidad y sus intereses particulares, no solo de la cabeza principal como dictador, sino de sus cómplices, sobre todo, de la burguesía que se ha forjado en dicha dictadura, como una forma audaz de legitimación de sus capitales robados.
De estas dictaduras agotadas, por lo general, nacen remedos de democracia o democracias tan frágiles, que siempre están en tensión político social, con la amenaza de una fractura institucional y la restauración formal del estado de cosas padecidos en el pasado.
En Venezuela, a la muerte del General Juan Vicente Gómez, sus sucesores, los generales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, allanaron el camino para la transición gatopardiana, que devino en una incipiente democracia de un gobierno compartido con los militares herederos del gorilismo, los que, nuevamente, se cogieron el poder político económico de Venezuela, arrebatando a la fuerza, como lo hizo el General Marcos Pérez Jiménez.
Pese a las eufóricas loas hechas a la gesta democrática de líderes civiles y militares que supuestamente "derrocaron a Marcos Pérez Jiménez", la verdad verdadera (no la reseñada en libros y prensa escrita), es que este dictador, hastiado por el desgaste de su gobierno autocrático y militar, se sintió incapaz de seguir y preparó su huida ante cualquier posibilidad incierta a la que no estaba dispuesto a arriesgarse, mientras que una cúpula militar ante lo inminente del abandono del gobierno del dictador, se dispusieron a mostrarse como lo más demócrata y montaron con los adecos y copeyanos la otra gran farsa democrática cuartorrepublicana, traicionando a estudiantes, a los partidos nacionalistas y de izquierda, mientras que el pueblo en su euforia, no se percataba del nacimiento de esta democracia maltrecha, que sirvió para exonerar de culpa a cómplices que más adelante se mostraron como los adalides de la democracia y de la libertad.
Con esta vasta experiencia de traiciones y de traidores, hoy, el actual dictador Nicolás Maduro, flanqueado por una cúpula militar corrupta y unos civiles de la misma podredumbre, herederos de los peor de la clase política venezolana, apuesta a mantenerse en el poder, mientras haya inmensos recursos petroleros, minerales y de tierras raras, cuyo mejor aliado es, a la calladilta, el presidente de EEUU, Donald Trump, quien seguirá extendiendo -mediante prórrogas- las licencias de explotación petrolera a la Chevron, al mismo tiempo que será el exclusivo comprador de tierras raras como coltán, plutonio, uranio, hierro, coque, entre otros tantos recursos, habida cuenta de que China, además de practicar el principio de reciprocidad por los aranceles del 34% que le impuso el gobierno estadounidense, también decidió paralizar toda venta de tierras raras y minerales a EEUU.
Corresponde, entonces, a los venezolanos -sin esperar por falsos mesías, ni confiados en esos opositores que el mismo Maduro se forjó a su imagen, semejanza y conveniencia- hacer posible que la salida de Nicolás Maduro no sea como la de las anteriores dictaduras agotadas y gatopardianas.
Nicolás Maduro y sus cómplices deben salir del gobierno y pagar por sus crímenes de lesa humanidad y por todo lo que han robado a la nación. Los venezolanos no olvidamos que en las cárceles venezolanas están personas de carne y hueso, con nombres y apellidos, como Enrique Márquez, Williams Dávila Barrios, los refugiados en la Embajada de Argentina, los jóvenes hijos del Pueblo pobre, periodistas, estudiantes y trabajadores honestos, tratados como prisioneros de guerra o fichas de recambio y sin respeto por la Convención de Viena, mientras que en la calle están los trabajadores del sector público y privado, esclavizados con salarios simbólicos, migajas de control social, sin derechos laborales de ningún tipo y sobreexplotación, en jornadas de 12 y más horas de trabajo, con una economía dolarizada e hiperinflacionaria, cuyo único crecimiento económico es el de Nicolás Maduro, sus socios del gobierno y un nuevo sector comercial especulativo (no productivo), de capitales sucios a los que les ha entregado zonas para la maquila, como lo han hecho con los antiguos aliados de Tarek El Aissami, los que ahora, le rinden tributo a los hermanitos Rodríguez, en representación de Nicolás Maduro. No podemos dejar que la dictadura de Nicolás Maduro se desgaste por el paso de muchos años y devenga en una transición gatopardiana, para que todo siga igual.