Sigamos entonces el diálogo. Según veo en el artículo La normatividad política (30/07/07), el tema de ética y política se reduciría al final a la cuestión de moralidad y legalidad, en terminología liberal o kantiana. Pienso que el asunto es más complejo.
Si tomamos un ejemplo, que por ser de Karl Marx espero sea válido para Arnaldo y para mí, observaríamos que el autor de El capital indica que los "contratos [momento del derecho ...] se imponen por la fuerza a los individuos mediante la intervención del Estado. [... Algo] es justo en cuanto corresponde al modo de producción capitalista" (El capital, III, 5; III/6, Siglo XXI, p. 435). En este sentido sería un acto legal, y estaríamos en el nivel de la mera moral burguesa, en cuanto se cumplen los requerimientos de un orden práctico vigente (por parte de la economía o la política burguesa).
Pero Marx ejerce una crítica de la moral del sistema y del sistema capitalista mismo como totalidad. En ese caso, aun el que cumpla con el derecho burgués se hace acreedor de todas maneras a la crítica de Marx. A esa crítica de la moral burguesa es lo que yo llamo ética. En este caso, el robo de la leña de los agricultores de Westfalia era ilegal e injusta con respecto al sistema del derecho burgués, pero Marx reclama que no es tal, ya que "el Estado debe ver en el infractor [del derecho] que recoge leña, además de eso, un ser humano, un miembro vivo de la comunidad [...], un testigo cuya voz debe ser escuchada en los tribunales" (artículo del 27/10/1842). Es decir, Marx se sitúa más allá y antes del derecho. A eso llamo yo crítica ética. Es en nombre del "ser humano" que Marx critica la injusticia del plusvalor (trabajo impago) del capital (acumulación de ese robo) y al derecho capitalista (que encubre fetichistamente esa injusticia). Pero esa injusticia ya no es con respecto al derecho capitalista (como "la esclavitud [que] dentro del modo de producción capitalista es injusta", en el texto citado de El capital), sino con respecto a otro nivel, universal, el del "ser humano". Es en ese nivel en el que la afirmación de la vida humana en comunidad se enuncia como principio ético o normativo universal para Marx -¡"Mi querido Enrique, eso no tiene nada de ético", se nos dice!- La afirmación de la vida humana en comunidad es el criterio ético (subsumido en la economía política, en la visión de Marx) desde donde se juzga la injusticia del criterio del aumento de la tasa de ganancia (que funda la capital).
En política, analógicamente, la moral liberal individualista, interiorista y privada puede perfectamente coexistir con una política sólo respetuosa externamente del sistema del derecho, en estado de derecho, bajo la coacción monopólica del Estado -cuya culminación formalista sería la posición de Kelsen. El acto justo político sería legal. La legalidad sería la normatividad política en cuanto tal.
Contra ello se ha levantado, en este punto con razón Carl Schmitt, demostrando que el liberalismo ha vaciado a la política, haciendo de ésta un frío cálculo legalista, y perdiendo toda convicción, toda pasión o voluntad de vida, cayendo en un procedimentalismo formalista. Además, no pueden solucionar ciertas cuestiones fundamentales. Por ejemplo. Si una Constitución está avejentada, ¿quién podría cambiarla? Si una institución se ha tornado inadecuada, ¿cómo podría transformarse? El conservadurismo -y en este caso kantiano- no tiene otra fuente anterior a la Constitución, a la soberanía del rey en la monarquía, o al estado de derecho para poder modificarlos.
Si contamos con principios universales anteriores (por ejemplo: el principio universal de la afirmación de la vida de la comunidad; la validez transformada en la legitimidad del consenso, etcétera) podremos desde ellos, y desde las luchas por el reconocimiento de los nuevos derechos (que siempre parten de necesidades materiales anteriores al derecho), cambiar una Constitución o transformar las instituciones.
Esos principios son políticos; constituyen la normatividad de la política. Y aquí hay un nuevo malentendido. Los principios éticos (no hablo de los valores, y menos de una moral que corrobora un sistema político vigente, criticada por Marx) son subsumidos en la política y se transforman en principios políticos. No son ya principios éticos (en el sentido fuerte de Marx) en la política, sino principios éticos subsumidos en la política y por ello principios normativos políticos. Por ejemplo. El principio de validez en ética se enuncia: son éticamente validos los actos o instituciones que sean fruto de una decisión acordada por una participación simétrica de los afectados a partir de razones y no por violencia. Esta "pretensión de validez ética" es subsumida en la política como el principio que funda la "pretensión de legitimidad política", llamado el "principio democrático" (que es mucho más que legalidad). El principio normativo político democrático es el que orienta subjetivamente a los ciudadanos a tener la convicción que los acuerdos públicos institucionales (es decir, mediante de organizaciones y leyes promulgadas) deben alcanzarse por medio de una participación en igualdad por parte de los ciudadanos afectados, procediendo de tal manera que sean las razones y no la violencia lo que les permita llegar a dichos consensos. El principio de validez ético se ha transformado en principio de legitimación política. La legalidad no exige convicción subjetiva (es sólo formal; la legitimidad exige también convicción subjetiva de los ciudadanos (es formal + material, es real, diría Marx).
Y la cuestión de fondo es entonces que, en la posición liberal extrema, a) la moralidad individualista interiorista (la ética para algunos, meramente moral para Marx y para mí) coexiste con b) la legalidad formalista y puramente coactiva externa (el derecho como única normatividad de la política). En este caso, la política ha perdido todo contenido normativo (es decir, ha perdido obligatoriedad o legitimidad en el fuero también interno del político): es un puro legalismo que puede aceptar que un ciudadano pueda ganar 7 mil millones de pesos en locales de apuesta (y en otros menesteres de igual catadura) y al mismo tiempo presentarse como candidato al ejercicio de un cargo político. Ese político no ganará nunca legitimidad entre los ciudadanos. La opinión pública debería exigir una mínima coherencia ética al candidato, de manera que debería ser descalificado para ser representante, ya que corrompe a la juventud con empresas que a ojos vista no promueve actitudes que ennoblezcan a la comunidad.
Sin embargo, para el que escinde la moral de la política, nadie debería juzgar negativamente ese hecho, porque aunque en su fuero interno moral pudiera ser un depravado, mientras cumpla las leyes vigentes, puede ser un gobernador legal. Creo que Marx (que criticó al capital en nombre de la vida humana universal), que Hidalgo (que criticó a los "gachupines" por el amor a la patria que fundaba con su muerte), y que un tal Joshua de Nazaret (que criticó a los fariseos de su tiempo como los sepulcros blanqueados: perfectos legalistas por fuera y podridos éticamente por dentro) no estarían de acuerdo con este cinismo.