“Conozco al monstruo
porque viví en sus
entrañas”
José Martí
En el marco del proceso de revisión, rectificación y reimpulso, el deporte nacional se confronta nuevamente con la disyuntiva de seguir bajo los viejos esquemas o empezar a participar de la revolución de una vez por todas. En este escenario parecen probables sólo dos caminos: o se desmonta la estructura existente, invirtiendo la pirámide deportiva elitista que se lleva más del 75% del presupuesto deportivo (más de 500 millones de bolívares fuertes por año) para atender a casi 1000 atletas de alto rendimiento, de los cuales aproximadamente solamente de 60 a 90 logran asistir al máximo evento mundial y que lamentablemente en la arena olímpica produce de 1 a 3 medallas (independientemente si es oro, plata o bronce) según datos de los Juegos Olímpicos de Atenas, o se sustituye por un nuevo paradigma deportivo en el que la actividad física y la salud llegue a toda la población, donde se fortalezcan los aspectos: educativo (basado en valores que desarrollen cualidades como la lealtad, cooperación, disciplina, honestidad, respeto y compromiso social), sanitarios (ideados en función de la salud pública, creando hábitos saludables que mejoren la calidad de vida de los individuos), sociales (organizando e integrando las comunidades, generando espacios de participación con sentido de pertenencia e identidad), culturales (estudio de las particularidades y realidades desde una perspectiva antropológica, rescatando lo tradicional, como producto de la identidad nacional y la soberanía y, recreativo (reivindicando el elemento lúdico y hermoso de esta actividad física).
Por otra parte, un diagnóstico sintetizado de la actual situación del deporte en Venezuela nos lleva a concluir que se ha puesto en evidencia el fracaso y derrumbe del modelo deportivo clientelar, populista y medallero; heredado de la cuarta república y que se ha mantenido en los últimos nueve (9) años, caracterizándose por una profunda crisis estructural, atendida y conservada únicamente con inyección de sumas astronómicas de dinero como las señaladas anteriormente, en referencia a el alto rendimiento. Por otra parte, es indudable que nuestro deporte y sus estructuras organizativas (IND-COV), se encuentran en una situación de atraso y colapso respecto de las necesidades y aspiraciones de todas las comunidades deportivas del país. Esta crisis no es coyuntural, sino estructural, fundamentada en un punto de partida erróneo que tiene un acumulado de medio siglo de improvisaciones, ausencia de políticas deportivas, bajo nivel de preparación en la dirigencia y entrenadores, una creciente corrupción y burocracia.
Estos problemas tienen su raíz en los valores propios de la sociedad capitalista, con conductas basadas en el clientelismo, la explotación del atleta, el individualismo, el facilismo, la trácala y el mercantilismo, los cuales se mantienen incólumes en la estructura deportiva nacional. En definitiva, todo parece indicar que las instituciones deportivas (particularmente las de alto nivel), no han sido trasformadas en lo más mínimo por el proceso revolucionario que vivimos. Lo que no parece tener respuesta es ¿cuándo vendrá la reforma del deporte nacional? Si hasta la iglesia misma tuvo su reforma en su momento, ¿Por qué no pueden los organismos competentes impulsar estos cambios tan necesarios en esta área? Muy por el contrario, en esos entes es práctica común seguir aplicando las mismas políticas gatopardianas, rechazadas a nivel de discurso pero, que debido a la compleja red que sostiene las estructuras, finalmente terminan alimentando al modelo segregacionista, burocrático, selectivo y elitista de la Cuarta República. Este es, a mi modo de ver, el balance de la gestión deportiva mal llamada “revolucionaria”.
En este sentido, es el Estado venezolano quien está en la necesidad y en la obligación de atender y cambiar el viejo paradigma de su deporte. Es preciso pensar en la contribución que proporciona esta actividad en la construcción del hombre nuevo. Ese sería el papel fundamental de la institución deportiva, la de crear centros formativos de verdaderos deportistas-ciudadanos sanos y útiles a la patria, recordando que un pueblo activo y saludable, vale más que cualquier medalla olímpica. No desmerito del deporte de alta competencia, simplemente intento destacar la desigualdad, en términos de políticas públicas que caracterizan a un sector y a otro dentro del deporte, lo cual es contradictorio con los valores de la sociedad socialista bolivariana impulsada por el Comandante Chávez, y su nueva estrategia de las 3R, al cual le agregaríamos una cuarta R de radicalización del proceso.
Es por ello que considero imperante profundizar el proceso revolucionario en esta materia, abriendo espacios y canales de participación a través de los consejos comunales. Se hace urgente un cambio de rumbo en el deporte nacional, incorporando a las mayorías en la toma de decisiones y realizando la contraloría social. Sólo así podemos romper esos nudos gordianos de atrasos y crear las condiciones para que irrumpa el modelo alternativo del deporte humanista y socialista que todos queremos que se desarrolle en nuestra amada patria. De esta manera, la concepción revolucionaria del desarrollo deportivo estaría apoyada en la primicia de la masividad con calidad humanista, trasformadora, revolucionaria y liberadora, así como en los valores éticos y morales de sus dirigentes, entrenadores y deportistas, no únicamente en el Ministerio del Poder Popular para el Deporte o el IND; sino fundamentalmente en la gente. Esto respondería a los principios del socialismo, con una ideología respaldada y apoyada con la participación del pueblo en la defensa de sus conquistas, con un deporte como parte de la vida y de la lucha, del hacer y el crecer, del ser y el sentir.
pedro_garciaa@yahoo.es