La transnacional del deporte, el campeón como mercancía y el caso venezolano

“…El deporte para nosotros no es una actividad comercial, en nuestro país no se concibe al deporte como un negocio, porque esto rebaja la calidad moral y humana de esta actividad…” “…el deporte cultiva los músculos, educa el carácter, desarrolla la inteligencia, hace ciudadanos más saludables y más preparados en todos los sentidos…” Fidel Castro.

La importancia de las reflexiones que se proponen reside en que se tratará de abordar el fenómeno deportivo del campeón dentro del contexto de la realidad nacional y su inserción en el Movimiento Olímpico Internacional (COI), maquinaria que mueve al mundo organizado del deporte a través de las diversas federaciones internacionales. Esta trasnacional monopólica, única a nivel mundial, representa un vasto complejo industrial integral; formado por el COI, las federaciones, los medios de comunicación, empresas de bienes y servicios, empresas de artículos e implementos deportivos, los Comité Olímpicos Nacionales (CON) y equipos profesionales.

El COI estaba y está constituido por una camarilla (menos de 10 presidentes en los últimos 100 años) autoritaria y hermética, ese carácter autoritario y vertical se profundizo con Samarach (según James Petrás, el presidente del COI, Juan Antonio Samarach copió la estructura y el estilo de los antiguos sindicatos verticales de la dictadura, y lo trasplantó al COI) y la pandilla que lo rodeo; permitió y alentó la corrupción y el soborno entre los delegados del COI: comisiones, viajes, privilegios, favores de las grandes multinacionales, becas y conchupancias con las autoridades de las ciudades preolímpicas.

Esta situación comenzó a ser pública con casos tales como la caída de Kim-Un Yong, uno de los vicepresidentes más influyentes del COI, quien fuera encarcelado por corrupción y soborno y la asignación de Salt Lake City como sede de los Juegos Olímpicos de Invierno. Lo último concluyó con la expulsión de 24 miembros del COI, una vez comprobada su posición parcializada en la elección de esta ciudad como sede olímpica, a cambio de viajes gratis a Disneylandia o vacaciones generosamente pagadas a países exóticos. Asimismo, el presidente de la Federación Internacional de Tae- won-do, fue juzgado por tráfico de influencias en el Comité Olímpico Coreano.

No conformes con eso, la elección de Londres para los Juegos del 2012, por encima de Madrid, Paris, Moscú y Nueva York puso al descubierto otro escándalo en agosto del 2004. La BBC de Londres grabó al presidente del Comité Olímpico del Bulgaria, uno de los más connotados miembros del COI, en el momento que negociaba su voto en favor de la ciudad inglesa. Estos casos permiten vislumbrar los arreglos políticos, económicos y el reparto de regalías por derecho de transmisión por televisión y marketing que están detrás de la asignación de sedes, evidenciando el fortalecimiento de la alianza entre políticos y empresarios, no sólo en los juegos olímpicos, sino en eventos regionales de más corto alcance, pero en las cuales billones de dólares y euros están en juego. Allí, evidentemente, salen sobrando los intereses del deporte y los deportistas pasan a ocupar un papel secundario.

En adición a los problemas antes mencionados, dentro del seno del COI unos pocos socios comerciales de “primera línea” (Entre los que se cuentan Coca Cola, Atos Origin, Kodak, Mc Donald’s, Panasonic, Samsung, Sport Illustrated, Swatch, Visa Internacional, Xerox, Hiunday, Nike y Adidas), constituyen la columna vertebral de la estructura financiera del organismo. Sus aportes en los últimos años rebasan con creces los miles de millones de dólares. En este punto cabe preguntarnos si comprar productos con el logotipo de los cinco anillos o utilizar cualquiera de los bienes ofertados por estas trasnacionales, es en realidad una manera efectiva de favorecer al deporte de alta competencia o más bien estamos contribuyendo al enriquecimiento de unos pocos, que no son más que iconos del mercado globalizado del siglo XXI, que sigue privilegiando al mercantilismo, sin importar el destino de los seres humanos (en este caso, deportistas olímpicos) que estén en medio de sus negocios.

Por todo lo antes expuesto, el COI es considerado un Monstruo Mercantil en tanto que, tan sólo en la organización de los Juegos de Atenas movilizó 6000 millones de euros, invertidos por las más poderosas empresas del mundo. Este gasto bárbaro resulta grosero al pensar que el planeta tiene infinitas necesidades y que mueren millones de seres humanos de hambre y enfermedades en el desdichadamente llamado “Tercer Mundo”. Tal cantidad de recursos podría, si no resolver, al menos paliar esa situación.

Deberíamos preguntarnos si por el solo hecho de convocar cada 4 años a Juegos Olímpicos y regionales para una participación deportiva de élite, se cumplen los altos objetivos educativos y formativos del deporte. Nosotros respondemos que no. Esos grandes eventos deportivos sirven para demostrar únicamente la superioridad científico-tecnológica de los países desarrollados (el llamado grupo de los siete: EE UU, Francia, Japón, Inglaterra, Italia, y Canadá, además de los invitados Rusia y China) su buena alimentación y el desprecio que sienten hacia nuestros indios, negros, amarillos y mestizos. Por otra parte, estas potencias industrializadas son las más beneficiadas política y económicamente por el espectáculo deportivo, mientras que sus atletas acumulan el mayor número de medallas.

Con este panorama de corrupción externa y desigualdad interna, donde se dan la mano la segregación, el clasismo, la asignación de derechos por la vía de vulgares y obscenas subastas de prebendas, las Olimpíadas actuales muestran una doble moral: ni son juegos de la paz ni son deportes aficionados, ni mucho menos fiesta de la amistad entre los pueblos. Los ideales de justicia, solidaridad, compañerismo y valores éticos fueron olvidados, pervertidos y canjeados por una maquinaria de hacer dinero.

Esta perversión del olimpismo no debe extrañar a un observador crítico desde la perspectiva histórica del sistema económico-social en el se hallaba inmerso, es decir el capitalismo. El lema olímpico “más fuerte, más alto, mas lejos” se corresponde con el más genuino espíritu capitalista y era de esperar que sus efectos negativos terminarían por salir a la superficie. Lo que impera en el olimpismo capitalista es la doble moral de la competición, caracterizada por esfuerzo, sacrificio y violencia. El sistema deportivo detecta, selecciona y manipula a las futuras estrellas, imponiéndoles valores propios de esa sociedad como el elitismo, la sumisión, la obediencia y la privación.

Como espectáculo y mercancía, el campeón es un artículo más que se fabrica, se comercializa e intercambia cuando ya no produce los dividendos que de él se esperan, ya que se ha establecido que el máximo rendimiento de estos campeones es cortos, por lo que estor comerciantes del deporte no dudan en explotarlos tanto como les sea posible, aunque ello implique riesgos para la salud y la vida del deportista. Después de haberse sacrificado por monstruo devorador que es el deporte de alto nivel, su destino es incierto, en espera de algún favor o en último caso que recuerden sus hazañas. La estrella ha concluido su viaje desde la fama y la gloria hasta la triste espera de misericordia.

El deportista es asalariado de su club y de firmas comerciales, sometiendo su cotización en el mercado deportivo a su capacidad de proporcionar beneficios económicos o publicitarios a través de sus éxitos y a las leyes de la oferta y la demanda de dicho mercado. En ese sentido, el deportista que es considerado como profesional en su formación y en su posterior consolidación dentro del sistema capitalista, es una inversión empresarial, respaldada económicamente para proporcionarle tanto los mejores técnicos (entrenadores), como los últimos adelantos científicos y tecnológicos para su preparación. Sin embargo, hoy es una realidad que una institución o un país le resulta más rentable comprar a un atleta que formarlo en su país natal, lo que conlleva invertir en la infraestructura necesaria y formar especialistas (entrenadores y científicos) para tener campeones olímpicos o mundiales. Ya el capitalismo, no se conforma con impulsar y estimular la fuga de cerebros de los países subdesarrollados, ahora se encargar de comprar los futuros talentos a tempranas edades y darles la nacionalidad, para que compitan por su nueva patria.

En Venezuela la realidad no difiere mucho de este contexto internacional, nuestros noveles atletas son firmados y desde tempranas edades convertidos en mercancía deportiva comprada por universidades extranjeras o empresas (ligas, asociaciones, etc.) comerciales. Muy poco hace el Estado por proteger a estos jóvenes, a pesar de que el Instituto Nacional de Deportes (IND) es el ente que debe ejercer el tutelaje, protección y preparación de nuestros deportistas. Ejemplos de esto se pueden encontrar en la Ley del Deporte vigente, que resulta además arcaica o anacrónica, siendo incapaz de dar una respuesta adecuada para promover el deporte humanista, solidario y socialista acorde con la orientación transformadora que se vive en la actualidad política-social-económica y cultural de nuestra nación.

Pero resulta que, en vez de resolverse la problemática para beneficio de toda la población en general y de los deportistas en particular, unas declaraciones recientes del organismo representante del ente internacional en Venezuela, el Comité Olímpico Venezolano (COV), alertaron a la comunidad deportiva sobre las pretensiones que tiene este ente, que pretende encargarse del alto rendimiento y su comercialización. Las afirmaciones de los altos jerarcas del COV, parten de un pretexto increíble “liberar al Estado de esa pesada carga y dolor de cabeza”, sospechándose más bien de un intento ideado por algunos factores, con el objeto de mantener su cuota de poder y beneficiarse indebidamente de los frutos de años de formación de los deportistas bajo la tutela del IND. Estas afirmaciones de los representantes del COV, coinciden con las de un editorial del periódico estadounidense New York Times, donde señalaban que las grandes corporaciones privadas deberían jugar un papel más importante para reformar el COI y llegar más directo a los atletas, lo que es lo mismo, “pedirle al zorro que vigile el gallinero”.

No se hace un buen servicio al país siendo ingenuo. Las funciones tanto del IND (ente público representante del Estado venezolano) como del COV (institución privada que promueve los intereses de organizaciones trasnacionales), están bien delimitadas en leyes y reglamentos y las instituciones venezolanas están en la obligación de velar por su cumplimiento. Por ello, el Estado venezolano no puede delegar sus responsabilidades en ningún ente privado (ni nacional, ni mucho menos extranjero), pues equivaldría prácticamente a privatizar el deporte, cerrar el paso a la trasformación deportiva, renunciar a la utilización del deporte como aparato ideológico-formativo del Estado, para la consolidación del modelo de país que se desea lograr, y constituiría, en último término, una simple y llana traición al modelo socialista. Queremos finalizar estas reflexiones con las palabras del rector magnifico:

“… Nos preocupa hondamente que el deporte nuestro se sumergía más y más en un letargo, del que no podía salir si no se la atendía con solicito cuidado y sobre todo, si no se consideraba al deporte como una expresión de la cultura del pueblo y no como un filón de política cualquiera. Es decir, que el deporte, como manifestación de las comunidades humanas debe merecer en todo país que se aprecia de estar enrumbado hacia un destino mejor, una atención preferente…”

JESÚS MARÍA BIANCO, 1968.

pedro_garciaa@yahoo.es


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Pedro García Avendaño


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