Esa noche la fui a buscar al lobby del Caracas Hilton. Tenía pocos días en la ciudad y queríamos disfrutarnos por tarde que saliera de su curso. Después de recibirme con una mirada castigadora de mi mal vestir como para cenar con sus colegas, salimos caminando con paso apretado hacia la estación del Metro.
Avanzábamos temiendo algún infortunio de esa oscuridad solitaria y escondida por algunos árboles y la mala iluminación. Al doblar la esquina, ya era muy tarde para esquivar al hombre inescrutable que repentinamente apareció caminando hacia nosotros. El susto se subió a nuestra mirada esquiva y parpadeante. A pocos pasos del inesperado encuentro, aquel hombre resolvió agacharse como preparándose para abalanzarse sobre nosotros con su zarpazo nocturno. Nuestros corazones latían con fuerza. En un giro reflejo para sobrevivir saltamos al borde de la acera, mientras ella alcanzaba a distinguir, con una sonrisa nerviosa, la suerte de aquel indigente que recogía una tarjeta telefónica con empaque y todo.
Escapando de ese instante de inminente fatalidad comenzamos a dejar atrás al que parecía un recojelatas. Mientras caminábamos entre mis suspiros de alivio y sus murmullos por aquel merecido hallazgo, escuchamos aquel hombre que algo nos decía desde la distancia. Nos volvimos hacia él sin detenernos y vimos su dadivosa mano extendida ofreciendo su suerte como la nuestra: -tengan, es de ustedes- decía. Después de intercambiar con ademanes y palabras algunos no, que sí, que no, nuestros pasos ya más serenos y confiados terminaron por detenernos, para atender lo que era casi una súplica de quien estábamos seguros era un mendigo.
Caminó hasta nosotros y volvió afirmar: -es de ustedes-, refiriéndose a la tarjeta magnética. -No, tú la encontraste, es tuya-, replicó ella en tono bondadoso y apenada por ese injusto desprendimiento. Creo que nunca se me olvidará la frase que terminó por doblar nuestras vergüenzas y que era difícil no sucumbir ante ella: -ustedes la necesitan más. ¡Yo no tengo a nadie a quien llamar, ustedes sí!, ¡A quién puedo llamar yo!, ¡Yo soy de la calle!.-, dijo con una pereza melancólica pero no demasiada, aderezándola entre sonrisas como para liberarnos de toda culpa lastimosa aunque su frase lapidaria fuera profunda y nos quedara incrustada.
Luego de recibir el inmerecido tesoro de quien cede algo que nada tiene y de entregarle a cambio una simbólica gratificación, lo vimos retirándose agradecido. Nosotros compungidos caminamos a lo que parecía una arepera repitiendo su conmovedora verdad con el corazón un poco arrugado: ¡A quién puedo llamar yo si soy de la calle!.
Hoy acabo de terminar de participar en un taller de motivación para la creación de empresas de esos en los que se empeñan en infundirle a uno un optimismo casi religioso mezclado con recetas para una frenética y fanática autoestima. Me siento imbatible y sería casi un estúpido si no consigo dar con una fructífera idea de negocio. Entre las muchas que he tenido y otras que he descartado hay una idea que me suena algo menos que genial, vea usted. Estoy planeando montar mi propio número 900, al estilo de los que salen por televisión promocionando los Miracle Blade II o el Ervamatín. Cada vez que lo pienso agradezco a la motivación al logro con que salí de aquel taller. Se imagina usted uno de esos comerciales con la voz de Popy o la de Winston Vallenilla con pose de perfil y todo y que diga algo así como: ¡Llame a su familia ahora!, ¡Y si no la tiene, aquí se la ofrecemos! ¡Toda completamente gratis! ¡Si usted se siente una piltrafa humana, un escupitajo desolado, un poco menos que un ácaro, es alcohólico, mendigo, recojelatas, no tiene hogar y duerme en las riberas del Guaire, es con usted! ¡Qué espera! ¡Llame ya! ¡Si nadie se acuerda de usted, qué importa! ¡Llame ya! ¡Si llama ahora al teléfono que ve en pantalla le regalamos el arrullo de una madre, la voz piadosa de un padre, la bendición de un hijo y el susurro de una tierna esposa! ¡Pero eso no es todo! ¡Si llama en los próximos 30 minutos lo felicitaremos por ese cumpleaños que ya pasó y que ni siquiera lo recuerda! ¡Todo completamente gratis! ¡No pierda esta oportunidad!. ¡Prepare su tarjeta telefónica!
¡En ProKompra 2002 lo abrazaremos! ¡Llame ya!
Después de todo la libertad de empresa no es tan mala como la pintan por estos días. Siempre quise ser un empresario con verdadera sensibilidad social. Las crisis sociales y económicas esconden ricas oportunidades de negocio, como me decían en el curso. Sólo falta de alguien que sea lo suficientemente inteligente, optimista y con una autoestima robusta para descubrirlas.
Hoy me aguarda un futuro promisorio, pero debo ir ya pensando si seré esa cosa rara que el gobierno llama ahora “burgués revolucionario” o simplemente un “oligarca” a secas. ¿Inscribiré mi empresa en Fedecámaras o en Empresarios por Venezuela?, ¿Me sumaré a UNT o seguiré siendo del extinto MVR?, ¿Me convertiré en sociedad civil o seguiré siendo horda? Por cierto, ¿qué será de la vida de los millardos del Telemaratón para los niños de la calle que tienen años organizando RCTV y Venevisión? ¡Carajo! Ese si fue un tronco de negocio. ¡Jamás se me hubiera ocurrido!
heiberdario@yahoo.es