Arturo Uslar Pietri: corrupción, golpe y petróleoi*ii
“Quien no está del todo conmigo es mi enemigo, y al enemigo con el palo (…) Mal inveterado de nuestra política ha sido ese de no ver en los que nos rodean sino amigos y enemigos; amigos a quienes favorecer y enemigos a quienes perseguir, amigos que son los buenos y enemigos que son los malos”.
Arturo Uslar Pietri
La divergencia política (1949)iii
“Venezuela, entre 1973 que subieron los precios del petróleo y 1998, recibió por concepto de la explotación petrolera la suma de 250 mil millones de dólares o un poco más. En una población de 15 millones de habitantes, 250 mil millones de dólares son casi 20 planes Marshall. El Plan Marshall con el que se reconstruyó Europa fueron 13 mil millones de dólares en cinco años y Venezuela se tiró 250 mil millones de dólares en el lomo para desembocar con las dos terceras partes de la población con pobreza crítica y sin ningún problema resuelto y con la mayor dependencia del petróleo que tenemos hoy”.
Arturo Uslar Pietri.
El primer comunicador social de Venezuelaiv
-
Una cultura de la corrupciónv
Desde hace una veintena de años en Venezuela se ha venido extendiendo una verdadera cultura de la corrupción. Se llama corrupción el proceso de descomposición, destrucción, putrefacción y aniquilamiento que se produce en los organismos vivientes cuando ha cesado la fuerza vital que les daba ser y propósito.
En el terreno de la moral se da también un fenómeno semejante cuando el individuo o la sociedad entran, por muchas causas, en un proceso de desintegración, de descomposición y de putrefacción, en el que los valores morales y los principios éticos comienzan a desaparecer y a ser sustituidos por abyectos y elementales apetitos.
Este mal ha destruido muchas sociedades en la historia y está activo y presente en toda organización humana, si no se ejerce en ella una actividad continua de vigilancia, prevención, saneamiento y una eficiente profilaxia moral.
Los hombres no somos virtuosos por naturaleza pero podemos llegar a serlo, en algún grado, por convicción profunda. Como decía Lord Acton: «Todo poder corrompe», y mucho más cuando la tentación demoníaca de poderlo todo no encuentra freno ni cortapisa.
Para principios de este siglo Venezuela era un pequeño país atrasado y pobre en el que súbitamente brotó una inmensa riqueza, para cuya comprensión y manejo las gentes no estaban preparadas. Para colmo de males, esa riqueza cayó totalmente en manos del Estado y, por consiguiente, de las personas que lo representaban, con todas sus limitaciones. No se hubiera podido esperar que los hombres que han ejercido el poder en este país a lo largo del último cuarto de siglo hubieran podido entender y decidirse a actuar para evitar las consecuencias negativas de esa riqueza súbita y para haberla canalizado sensatamente hacia el desarrollo sano de la sociedad y de la economía del país. Eso lo llamé yo, hace ya muchos años, la política de «sembrar el petróleo».
No solo no se hizo eso así sino que, por una especie de proceso fatal de debilidad, de tentación de poder y lucro, de limitación intelectual, la clase dirigente y, con ella, la mayoría de la sociedad se lanzaron al frenesí de aprovechar aquella fortuna en todas las formas posibles.
El país se convirtió en una inmensa feria de bobos en la que todos, como alucinados, participaban, esperando alcanzar alguna parte en la gran oferta de beneficios personales. El gobierno se hizo irresponsablemente dispendioso, cundió un estilo de vida de ostentación y prodigalidad, de consumismo patológico, un apetito de tener cosas, de aparentar grandeza, que penetró todas las formas de la vida social.
De esta manera, no solo se pervirtieron los patrones normales de una conducta moral y de una utilización sensata de la riqueza, sino que se dio amplia oportunidad a la proliferación de todas las formas imaginables de robo, de apropiación indebida, de viveza insolente, de enriquecimiento ilícito y de aprovechamiento indebido del poder.
El país entero pareció sumergirse en un carnaval de apetitos, se formaron patrones de conducta y de vida, de gasto y de ostentación, que se reflejaban, según los grados de la escala social, en mansiones al estilo de Hollywood, flotas de automóviles de lujo y de aviones privados, apartamentos en las grandes ciudades, empresas artificiales y negocios rocambolescos y todas las formas de gozo y aprovechamiento del poder político y económico.
La mayoría no quedaba excluida de este carnaval de riqueza fácil. Con el ahínco que ha debido poner en la educación o la salud, el Estado se dedicó a patrocinar y promover todas las formas inimaginables del juego, de la riqueza azarosa y del menosprecio del trabajo y del ahorro. El estado tahúr promovió, por todos los medios de comunicación, todas las formas del juego, desde las carreras de caballos y las loterías, hasta siniestras organizaciones clandestinas de juego, como los «terminales», que no podrían existir sin una vasta complicidad de funcionarios. A todo esto hay que añadir la casi completa impunidad de todos los delitos de enriquecimiento ilícito.
Esa cultura de la corrupción está corroyendo las entrañas del país y no podrá ser enfrentada y corregida con meras proclamaciones vanas de propósitos de enmienda o gestos aislados de arrepentimiento. Hay que llegar más a fondo, hay que acabar con el Estado tahúr y empresario felón y hay que establecer normas efectivas y ejemplos reales de conducta moral y cívica. Hay que educar para el trabajo, ahorro y el servicio y no para el disfrute de la riqueza azarosa y la viveza.
De este tamaño es el desafío que tiene planteado Venezuela, si quiere verdaderamente enmendar el rumbo, curar los vicios y alcanzar su verdadero destino.
-
Yo lo que dije fue que aquí iba a llover… y llovióvi
En una entrevista que Ignacio Ramonet le realizara al Arañero de Sabaneta, recogida con gran minuciosidad y publicada en 2013 bajo el título Hugo Chávez: Mi primera vida encontramos la anécdota poco conocida de la conversación que entablara Arturo Uslar Pietri en 1992 con aquel Comandante de la victoriosa derrota triunfal con un Por Ahora.
-
Ignacio Ramonet: Afirma Arturo Uslar Pietri: «El venezolano está sediento de historia». ¿Comparte usted la idea?
Sí, ya lo creo. Uslar fue —usted lo conoció—, un hombre de la clase alta. Pero un gran patriota. Autor precisamente de Las lanzas coloradas sobre la gesta de los llaneros, y de La isla de Robinson, una maravillosa novela sobre Simón Rodríguez. Un hombre muy recordado y respetado, el doctor Uslar Pietri, quien, en los años 1940, cuando gobernaba el general Isaías Medina Angarita, habló de la necesidad de «sembrar el petróleo». Yo también lo conocí porque, primero, lo leí mucho, y luego, después de nuestra rebelión del 4 de Febrero de 1992, estando en prisión, comenzaron las especulaciones acerca de los «autores intelectuales» de aquel alzamiento, como si nosotros no pensáramos… Y trataron de implicar a Uslar en aquello. Lo cierto es que hizo unas declaraciones justificando, en el fondo, nuestra acción… y le allanaron la casa. Entonces Uslar, por supuesto, se puso mucho más firme contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez y declaró: «Yo lo que dije fue que aquí iba a llover… y llovió».
Dos años después, en 1994, salí de la cárcel, busqué contacto con él y me recibió en su casa del caraqueño barrio de La Florida, en su biblioteca. Hablamos un rato largo; ya había enviudado. Nunca se me olvida lo que me dijo cuando le pregunté por qué no seguía escribiendo una columna que mantuvo durante cincuenta años en el diario El Nacional y que había dejado de escribir… Me contestó: «Mire, Comandante, uno tiene que saberse ir antes de que lo echen».
Tenía los ojos azules claros y una voz muy ronca, modulada, sobrecogedora; impresionaba el tono de su voz, la claridad, la forma de expresión; yo quedé muy impactado. También lo había visto en televisión, él tenía un programa semanal en Radio Caracas Televisión, «Valores Humanos», excelente.
Personalmente me deslumbró la inteligencia de aquel hombre que me recibió con mucho afecto. Recuerdo que me dijo: «Comandante, la vida es como una obra de teatro, unos actores están en el primer plano, otros en el fondo del escenario; unos escriben la obra, otros la dirigen; y otros son espectadores. Cuando a uno le toca ser actor sobre las tablas debe tener sumo cuidado en dos momentos especiales: el momento de entrar en escena, y el momento de salir de la escena». Y añadió: «Yo lo vi a usted entrar con una boina roja y un fusil, ahora debe usted ver cómo sale…».
3. Esto se veía venir desde hace tiempovii
Lo que ha ocurrido en Venezuela el 4 de febrero de 1992 se veía venir desde hace tiempo. El más superficial observador no podía dejar de darse cuenta del disgusto creciente que la mayoría de la población, particularmente la clase media y los trabajadores, para no nombrar los marginales y los desempleados, venía manifestando en muchas formas ostensibles con respecto a la gestión del gobierno (…)
La insurrección militar del 4 de febrero de 1992 no debe ser vista aisladamente, como un caso más de intentona golpista por parte de militares ambiciosos, sino que hay que considerarla, si se quiere entender su verdadera significación y comprender mejor la situación real del país, en el contexto del cuadro general de la vida venezolana y de la forma como en los últimos años se ha venido conduciendo el gobierno.
Sería un craso error pensar que la tentativa de los jóvenes oficiales se ha producido en el vacío y, menos aún, que en alguna forma corresponda a una inclinación generalizada a favor de un gobierno autoritario. La inmensa mayoría del pueblo venezolano —me atrevería a añadir que también la de los oficiales de sus Fuerzas Armadas— es partidaria de un régimen democrático, respetuoso de las libertades y de los derechos humanos. La insatisfacción y la actitud crítica hacia el gobierno actual han sido provocadas por los errores y las deficiencias de la política nacionalviii (…)
Fue en ese ambiente de frustración y de angustia, que se planteaba de la manera más elocuente ante la indiferencia del gobierno, que ocurrió el alzamiento militar del 4 de febrero de 1992. Era, sin duda, un gesto de desesperación el que movió a un grupo numeroso de oficiales de las Fuerzas Armadas a sentirse obligados a actuar para llenar, en alguna forma, aquella ausencia de respuesta ante el clamor nacional (…)
La tentativa del 4 de febrero sirvió, por lo menos, para plantear claramente ante los ojos del país y del mundo la realidad venezolana y la necesidad perentoria de que el gobierno y el Congreso reconocieran sinceramente la grave situación de emergencia y procedieran a tomar las medidas y a realizar las reformas necesarias para enmendar el rumbo y poner fin al desastre económico, al caos administrativo y a la falta de orientación políticaix (…)
Los aspectos más visibles de esa crisis los constituyen, en primer lugar, el inmenso déficit fiscal, que amenaza con mayor inflación y que desajusta todas las relaciones del mercado financiero. Hay que citar también la presencia de una corrupción generalizada que se ha manifestado de manera sistemática a todos los niveles de la administración pública y frente a la cual no ha habido ninguna respuesta efectiva de prevención y de castigo, más bien hay la impresión de que se ha formado un clima general de tolerancia hacia muchas formas de corrupción.
En ese orden de prioridad habría que anotar, también, la necesaria reforma a fondo del sistema judicial (…) la reforma del sistema electoral (…) y las modificaciones legales necesarias para señalar y castigar el enriquecimiento ilícitox (…)
Nadie ha propuesto soluciones de violencia, ningún sector ha asomado siquiera la posibilidad de patrocinarlas y, como las voces de un coro unánime, lo que surge de todo el conjunto es el firme deseo de que, por un acuerdo nacional, se evite la ruptura violenta y se llegue a la adopción de medidas prontas y eficaces de efectiva rectificación.
Si los dirigentes políticos no se percatan de la excepcional significación (…) que esta situación representa (…) estarían asumiendo la inmensa responsabilidad de las soluciones de fuerza, que pudieran surgir si este estado de cosas se prolongara peligrosamentexi.
i/ Arturo Uslar Pietri nació en Caracas en 1906 donde falleció en 2001. Doctor en Ciencias Políticas en 1929, fue ministro de Educación (1939-1941); secretario de la Presidencia de la República (1941-1943); ministro de Hacienda (1943); ministro de Relaciones Interiores (1945). Fue además redactor de la Ley de Educación de su país conocida como «Ley Uslar Pietri» (1940). Con el derrocamiento del presidente Medina fue encarcelado y desterrado a Estados Unidos. A su regreso a Venezuela, en 1958, de nuevo fue detenido por el dictador Pérez Jiménez. En 1963 fue candidato a presidente de la República. Autor, entre otros, de La visita en el tiempo (novelas); Barrabás y otros relatos, Cuentos de la realidad mágica (cuentos). La novela histórica Las lanzas coloradas (1931) representa a la perfección sus primeras obras. Cultivó también el ensayo literario, Fachas, fechas y fichas (1985), Godos, insurgentes y visionarios (1986), Los venezolanos y el petróleo (1990), Golpe y estado en Venezuela (1992) y Del Cerro de Plata a los caminos extraviados (1994), entre otros textos.
ii/ El título que en esta oportunidad encabeza nuestra columna Arturo Uslar Pietri: corrupción, golpe y petróleo, es un intento por editorializar –si cabe la expresión– esta entrega en la que incorporamos fragmentos seleccionados de otros ensayos del autor así como reflexiones anecdotarias como las del presidente Hugo Chávez Frías en los diálogos que llegara a entablar con Uslar Pietri.
iii/ El artículo La divergencia política fue publicado en la compilación de ensayos que integran su reconocido libro De una a otra Venezuela, publicado por primera vez en 1949.
iv/ Este fragmento pertenece a la entrevista que a Arturo Uslar Pietri le realizaran José Rafael Revenga y Emilio Figueredo. Nosotros lo tomamos del artículo publicado por F. Javier Duplá s.j en julio de 2006 en la Revista SIC del Centro Gumilla, titulado Cien años del nacimiento de Arturo Uslar Pietri.
v/ El ensayo Una cultura de la corrupción fue tomado de uno de sus últimos libros publicados bajo el título Golpe y Estado en Venezuela (1992), en el que también nos apoyamos para la anterior reseña biográfica del autor.
vi/ Ignacio Ramonet (2013). Hugo Chávez: Mi primera vida. Conversaciones con Ignacio Ramonet. Vadell Hermanos. Caracas.
vii/ En Esto se veía venir desde hace tiempo presentamos un conjunto de fragmentos seleccionados de Golpe y Estado en Venezuela, que nos revelan la angustia de Uslar Pietri por invitarnos a esa urgencia de comprendernos societalmente los venezolanos, acicateado por la insurrección militar del 4 de febrero que estremeció al país.
viii/ Arturo Uslar Pietri (1992). Golpe y Estado en Venezuela (1992). Introducción. Editorial Norma. Caracas.
ix/ Ob., cit, Sección VII.
x/ Ob., cit, Capítulo La crisis venezolana y sus salidas.
xi/ Ob., cit, Capítulo Un acuerdo nacional.