Tremenda oportunidad y un gran privilegio la que nos deparó la divina providencia, no la desperdiciemos ni un solo instante, la tenemos aquí mismito, ante nuestros ojos, vivamos y disfrutemos a plenitud el ensueño de su temprano amanecer, es una suerte sentirla y tenerla, nuestra revolución es única en su estilo y naturaleza, ella nos invita a desfilar sobre el alfombrado escalón de su radiante “Umbral”, un paso al frente y nos convertiremos en uno de los mas grandes y espectaculares accionares, que nos comprometen a marcar la pauta en la historia contemporánea y moderna de nuestra Bolivariana Patria Venezolana, Oasis de Libertades…
En la postrimería del siglo veinte, una nueva estrella resurgió en el estriado y extenso firmamento para regalarnos su luz, no permitamos que se apague jamás, convirtamonos en sus custodios, atizándola con el fuelle del trabajo fecundo y productivo, con el verbo y la pluma de la tinta indeleble que le escribe los mas hermosos poemas, con las esquirlas idealistas incrustadas en nuestros acorazados pechos, que indetenibles nos acercan al futuro, con la cepa ideológica capaz de pulverizar el muro de los signos utópicos que nos sonríen desde el horizonte azul.
Si un día, esa divina luz de nuestra adolescente revolución se llegase a extinguir, bien sea por la desidia o fragilidad de nuestras disposiciones, irremisiblemente inertes quedaríamos como la derretida cera de los cirios sobre el sagrado altar, cuando a consumido su llama, igual suerte correría el semillero que recién brota en la tierra fértil del resto del continente Hispanoindioafroamericano. Esa llama que hoy aviva el ascua de nuestras esperanzas, tardaría siglos en reencenderse de nuevo.
En las ráfagas del viento y en los tempestuosos mares del tiempo, subordinada al naufragio permanecería una nave con su preciosa carga, ese embalaje al garete no es otra cosa que nuestra intrépida revolución, que un día pretendió erigirse a la venezolana con sus propios elementos, sobre todo con sus propios recursos humanos, porque ningún tesoro por si solo, podría materializar el latir de una patria.
Todo esto tan funesto no nos puede suceder a los venezolanos, ya que ningún miedo por mas terrorífico que se nos presente, no podría sobreponerse a nuestra entereza, ninguna acción temeraria puede limitar ni coartar el mas sagrado principio de soberanía de un pueblo, que a su modo saborea su propia revolución.
Todos, Hombres y Mujeres de espíritu revolucionario, que nos tocó la difícil tarea de sembrar la semilla sobre los surcos de nuestros propios pasos, sabiendo de donde vienen los tiros, bajo ninguna de las mas adversas circunstancias, podemos permitir, que las ácidas lluvias que arrastran los vientos del norte, impunes lleguen hasta nosotros y viertan su oscura hemorragia sobre la luz del sol que nos provee el pan nuestro y el día de cada día de nuestros hijos y la posteridad.
Si llegasen a soltarse los mil demonios, un millón de ángeles revolucionarios les saldrían al paso, si después de fallar en el intento de que vale lamentar, levantémonos de nuevo en combate profundo, para que no seamos simples espectadores, pero si protagonistas en el escenario donde se libran las grandes batallas, es allí en ese áspero terreno, donde se aprecia la real belleza de la gloria en acción que antecede a la victoria final.
Al pasar el tiempo, cuando ya estemos viejitos, por ahí en algún lugar de esta tierra bendita, debajo de un árbol, acostados en un chinchorro, arrullando en nuestro regazo la carita angelical de un nietec ito, ese día en calma meditación, mirando por entre las verdes hojas al cielo, con dignidad podamos decir en santa paz, GRACIAS SEÑOR valió la pena, una patria, una gran nación, una revolución socialista a la venezolana.
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