La revolución inconclusa y las tesis de Gamal Abdel Nasser

El padre del socialismo árabe, Gamal Abdel Nasser, fuente de inspiración de las revoluciones argelina, libia y saharaui, y estímulo poderoso para el asalto al cuartel Moncada que prendió la chispa de la revolución en Cuba y para los procesos anticoloniales en la Ghana de Nkrumah, en la Guinea de Sekou Touré o en el Mali de Modibo Keita, entre otros, dejó para la posteridad un extraordinario pensamiento antimperialista, panarabista y panafricanista.

Ese pensamiento se expresó en diferentes momentos desde que el líder egipcio fundó junto a otros compañeros de armas en 1949 el movimiento de Oficiales Libres y luego, el 22 de julio de 1952, derrocaron al rey Faruk I y su sistema monárquico para “desembarazarnos de los restos del pasado, del imperialismo y del despotismo, de los restos de la ocupación extranjera y del despotismo interior”, exclamó Nasser en su discurso a la nación el 26 de julio de 1956 cuando dio a conocer la nacionalización del Canal de Suez.

Una revolución profunda como la nasserista, en nuestra época, debe enfrentar y desembarazarse de la herencia caduca y dañina proveniente del exterior y propia, generada por siglos y siglos de explotación de unos pocos sobre las grandes mayorías.

Sobre esa premisa expuesta por Nasser al iniciar aquel histórico discurso y que lo situó definidamente en el lado de los libertadores del mundo, el padre del socialismo árabe construyó y expuso sus principales tesis, que caracterizaron su pensamiento político revolucionario, y que hoy, a casi cincuenta y cinco años, tienen una total vigencia para las generaciones actuales y la tendrán para las futuras.

Mantendré el orden expositivo de Nasser que caracteriza su planteamiento ideológico y su exposición, que trascendieron las fronteras y el tiempo.

En primer término y luego de presentar los argumentos del por qué de sus luchas en los cuatro años transcurridos, Nasser da el sentido necesario de autoestima con que todo líder debe impregnarse y debe tratar de llevar a sus seguidores, basado en la obra realizada. “Al recibir el quinto año de la revolución -dijo Nasser- somos más fuertes que nunca y nuestra voluntad es cada vez más fuerte. Hemos luchado y hemos triunfado”.

Seguidamente reconoce las capacidades propias e identifica con claridad de donde ellas provienen y hacia donde apuntan, es el sentido de continuidad histórica. Por ello, la historia en el pensamiento de Nasser es una temática imprescindible para la formación política de sus cuadros. “No contamos más que con nosotros mismos y lo hacemos con voluntad, fuerza y potencia para la realización de objetivos proclamados por la revolución, por cuyo triunfo lucharon ya nuestros padres y se sacrifican nuestros hijos”.

Para Nasser, ética, libertad y poder van unidas en el combate por la independencia. Sostiene que “luchamos y sentimos que triunfaremos, siempre para consolidar nuestros principios de dignidad, de libertad y de grandeza, a fin de establecer un Estado independiente, de una independencia verdadera, tanto política como económica”.

Y aquí, el líder árabe ilumina al mundo y más adelante amplía con una tesis marxista, aplicada a las condiciones concretas de Egipto pero también reconoce -como sagaz estratega- los obstáculos que debe evadir o eliminar. “No resulta fácil edificar nuestra potencia en medio de los objetivos imperialistas y de los complots internacionales (...) Tenemos ante nosotros una larga perspectiva de combates, si es que queremos vivir dignamente”.

Como preámbulo al anuncio de la nacionalización dice Nasser: “Hoy tenemos la ocasión de sentar las bases de la dignidad y de la libertad y en el futuro nuestro objetivo será consolidar estas bases y hacerlas todavía más fuertes y más sólidas”. Ambas tesis muestran -a la luz de los acontecimientos actuales donde afloran las traiciones al pueblo y la entrega al capital transnacional- lo inconcluso de la revolución nasserista.

“El imperialismo ha intentado -reveló Nasser al mundo- por todos los medios posibles, atentar contra nuestro nacionalismo árabe. Ha intentado dispersarnos y separarnos y por eso ha creado el Estado de Israel, obra del imperialismo”, una tesis audaz y esclarecedora para comprender el modus operandi que ha marcado a los gobiernos estadounidenses desde que en 1823 el presidente James Monroe expusiera su luego conocida Doctrina Monroe.

Ante tales intentos imperiales expuestos por Nasser, este precursor del socialismo del siglo XXI, insiste frente a su auditorio: “No hemos olvidado la independencia económica porque estamos firmemente convencidos de que es un hecho que la independencia política no puede realizarse más que por la vía de la independencia económica. Es por eso que hemos prestado toda nuestra atención a la producción y a su desarrollo, contando únicamente con nosotros mismos y con nuestros propios medios”. Es el lenguaje de los libertadores, el mismo que nos hace recordar partes de la definición de “revolución” dada por el líder cubano Fidel Castro comenzando el siglo XXI.

Su visión de la coexistencia pacífica y su identificación con los principios de Bandung, enraizados en los antiguos principios del Pansha Shila imperantes en las milenarias relaciones sinohindúes, le permitieron a Nasser constituirse en uno de los sólidos pilares del llamado No Alineamiento, junto a Kwame Nkrumah, Ahmed Sukarno y Jawalaharl Nehru, cada uno de ellos líderes regionales, también con Josep Broz Tito, y más tarde, compartir una duradera amistad con Fidel desde aquel día en que estando los dos asistiendo a la Asamblea General de la ONU en 1960, Nasser se fue a visitar al joven líder de la Sierra Maestra quien se alojaba en el hotel Teresa del barrio negro de Harlem.

He aquí su tesis acerca del país y su entorno: “Egipto olvida el pasado y tenderá la mano a cuantos sean pacíficos con él y será hostil a los que lo sean con él. Yo he proclamado también que la política de Egipto ha salido del corazón mismo de Egipto, no de Londres o de Washington o de otro sitio cualquiera. Yo he dicho también que nosotros estábamos del todo dispuestos a cooperar con quien sea, a condición de que ello no redunde en perjuicio de Egipto y de sus intereses”.

En esas pocas proposiciones se encierran las experiencias de varios milenios de historia egipcia escrita, desde que el faraón Ramsés II firmó el tratado de paz con los hititas en el siglo XIII a.c. en una ciudad situada en lo que es hoy Líbano y en aquellos tiempos zona limítrofe del imperio Egipto, hasta las propias experiencias en el siglo XIX del sultán Mehmed Ali Pasha, el líder egipcio que logró independizarse de Francia.

Para Nasser al igual que para el Che Guevara, con quien conversó personalmente en ocasión de la visita del líder argentino-cubano a El Cairo, el éxito del combate al imperialismo depende de los pueblos que entablen las batallas por la liberación. Reconocerlo y difundirlo alienta y refuerza la moral de los combatientes y de los pueblos.

“La lucha está por todas partes en el mundo árabe”, reconoce Nasser en su discurso. “Estas luchas en Jordania, Siria, Sudán, Argelia y en todas partes de los países árabes, nosotros no podemos decir que no nos conciernen porque todos nosotros, los países árabes, estamos vinculados íntimamente unos a otros y no aceptaremos jamás que tengamos que ir tras las potencias extranjeras, que recibamos instrucciones de tal o cual potencia (...)”

Hechas estas aseveraciones que en pocos minutos recorrieron el mundo entero, ya globalizado a través de la radio, el telégrafo y los correos aéreos, marítimos y terrestres, Nasser expone la histórica decisión: “Nosotros volveremos a tomar todos nuestros derechos, porque todos esos fondos son los nuestros y este canal es propiedad de Egipto”. Y refiriéndose a la empresa constructora y sus trabajadores dice: “La Compañía es una Sociedad Anónima egipcia y el canal fue excavado por 120.000 egipcios que murieron durante la ejecución de los trabajos. La Sociedad del Canal de Suez, con sede en París, no es más que la tapadera de una pura explotación.(...) Nosotros construiremos una alta presa y obtendremos todos los derechos que habíamos perdido. Nosotros mantendremos nuestras aspiraciones y nuestros deseos. Los treinta y cinco millones de libras que cobra la Compañía, nosotros los cogeremos en interés de Egipto”.

Y así concluyó su declaración.

Sus tesis trataron de ser borradas de la memoria popular con la invasión que meses después ejecutaron coordinadamente las dos potencias que explotaron al pueblo egipcio en el siglo XIX y XX: Inglaterra y Francia, opuestas a la nacionalización nasserista.

Pero la existencia de la Unión Soviética (URSS), con la que Nasser sostenía conversaciones para construir la gran represa de Assuan, impidió que la agresión hiciera daños mayores a Egipto. El jefe de Estado soviético Nikita Krushov al enterarse de la invasión a Egipto y luego de llegar al respectivo acuerdo con sus autoridades militares y partidistas, envió un telegrama urgente a los gobiernos de Francia e Inglaterra, amenazándolos de bombardearlos si no detenían la agresión a El Cairo. En menos de 48 horas las tropas europeas detuvieron la agresión y Nasser y su pueblo lograron, con apoyo del socialismo soviético, un sonado éxito.

A la postura de la URSS se sumó -con una visión de aliado a las dos potencias europeas- los EEUU, reticente en hacer peligrar el paso por el canal de Suez de sus naves cargadas de petróleo para su pujante economía. Además, la total dependencia de Francia e Inglaterra hacia EEUU mediante el Plan Marshall fue otro factor en el retiro de sus tropas de Egipto, máxime cuando París transitó dos años antes, en 1954, por la peor derrota militar de su historia, a manos de los patriotas vietnamitas en Dien Biem Phu.

Nasser sostuvo sus tesis hasta que la vida lo abandonó repentinamente en 1970 en un acontecimiento que impactó a todos los pueblos del mundo y “significó un golpe irreparable para Egipto” recordó recientemente Fidel.

Hoy se recuerda en muchas partes del globo terrestre. Desde la Revolución Bolivariana y su líder Hugo Chávez, se le lanzan vivas a Nasser. Se aclama y venera en todo el mundo árabe, desde Alejandría hasta Saná, que aún sigue esperando a que las tesis nasseristas den continuidad a la revolución inconclusa.

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Ernesto Wong Maestre


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