Cuanto bien le haría a la izquierda colombiana que las FARC, emulando al IRA y la ETA, declarara unilateralmente un cese de actividades armadas y mostrara su disposición a asumir la lucha de masas, en lenguaje revolucionario; el camino democrático, en términos más comunes.
En algún momento el presidente Chávez hizo pública una reflexión que circula mucho en la opinión de la izquierda latinoamericana: Las FARC están muy lejos del obtener una victoria en Colombia.
Las razones son varias: han perdido la iniciativa política, se han empantanado en mecanismos que le han hecho perder atractivo en el seno de la juventud colombiana y carecen de un programa político que responda a la realidad de su país. Por añadidura, se han convertido en el pretexto de la oligarquía colombiana para desarrollar políticas represivas contra el movimiento popular y las fuerzas de izquierda.
Total que las FARC, lejos de ser una alternativa de progreso, son un elemento que alienta a lo más retrógrado de la sociedad del vecino país. Se han convertido en un freno para el desarrollo de opciones frente a la derecha.
Álvaro Uribe encontró en la lucha contra la FARC el motivo más eficiente para sumar afectos a su causa. Tanto acumuló que fue reelecto una vez, no logrando serlo en la segunda oportunidad por una reacción de las instituciones ante los abusos de poder y arbitrariedades cometidas en su gobierno. Sin embargo, el actual presidente Juan Manuel Santos, fue uno de sus ministros de mayor confianza, solo que una vez en la presidencia, ha decidido jugar su propio juego, zafándosele a Uribe. El triunfo de Santos hizo aparecer una Colombia volcada hacia la derecha.
De allí la importancia del triunfo de Gustavo Petro en la alcaldía de Bogotá, el segundo cargo político de más jerarquía dentro del sistema político de Colombia.
Petro es un ex militante del M-19, movimiento guerrillero que se pacificó, incorporándose a la lucha democrática. Fue guerrillero y por ello estuvo preso. Formó parte del senado y fue candidato en las elecciones presidenciales pasadas, donde eligieran a Santos, alcanzando un lejano tercer lugar. En esa ocasión apoyado por el Polo Democrático, pacto que agrupaba a las fuerzas de la izquierda no insurrecta.
En esta ocasión su propuesta no contó con el respaldo de fuerzas políticas organizadas ni otros factores influyentes, tales como ex presidentes. Su propuesta fundamental fue el combate a la corrupción, oferta que logró cautivar a los sectores populares y parte importante de la clase media baja.
Petro fue el candidato anti estatus. La oligarquía y sectores dominantes hicieron esfuerzos por derrotarlo, solo que en su prepotencia no lo valoraron en todo su potencial; cuando se dieron cuenta, ya era tarde, Petro había tomado vuelo. Ahora se propone proyectar su éxito de estos días hacia la conformación de un esfuerzo político que se constituya en alternativa ante la hegemonía de la derecha y la terquedad de los violentos.
Un cambio político en Colombia; una alteración de la correlación de fuerzas que han permitido que ese país sea cada vez más dependiente de los políticos de Departamento Estado, es muy importante para América Latina en la onda de ir creando obstáculos a quienes pudieran pretender ejercer acciones colonizadoras y de dominio en la región. Frenarían, además, esa tendencia aun dominante de convertir a Colombia en un Estado títere, capaz, no solo de permitir la instalación de bases militares extranjeras, sino proyectarse como una amenaza para todos sus vecinos.
Esta victoria de Gustavo Petro en la alcaldía de Bogotá puede ser el inicio de una nueva era en el vecino país, claro está, una ayudita de los violentos, asumiendo lo extemporáneo y equivocado de su postura, sería muy bueno.
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