2011: La Indignación tomó las plazas

“Estamos en presencia de la crisis terminal de un patrón civilizatorio
antropocéntrico, monocultural y patriarcal, de crecimiento sin fin y
de guerra sistemática contralas condiciones que hacen posible la vida
en el planeta Tierra. La civilización de dominio científico tecnológico
sobre el conjunto de la llamada naturaleza, que  identifica el
bienestar humano con la acumulación de objetos materiales y el
crecimiento económico sin límite -que tiene al capitalismo como
su máxima expresión histórica- está llegando al límite.”
Edgardo Lander

2011. LA INDIGNACIÓN TOMÓ LAS PLAZAS

Cuando en Diciembre del 2010 en Sidi Bounzi (Túnez) un hombre se inmoló después de ser golpeado por la policía tunecina nadie podía imaginar que ese hecho aislado, por sí mismo, se convertiría en la antesala de la revolución tunecina primero y de la primavera árabe después. El año 2011 será, sin duda, un año para recordar. Un año donde las revueltas en la ribera sur del mediterráneo, sobretodo en Túnez y Egipto, han impulsado, contagiado y catalizado las resistencias en Europa, con las huelgas de Grecia y Portugal, las protestas estudiantiles en Inglaterra, pero también en Chile y llegando hasta el movimiento Okupy en EEUU. En esa dinámica de removilización global se inserta lo que se ha venido a conocer como el movimiento de los indignad@s en el estado español. Una nueva expresión de lucha colectiva que con sus propias dinámicas, sus formas y características específicas confluye con las demás en una causa común: la reapropiación de la política por parte de la población, el rechazo a la subordinación de lo político a los intereses del capital financiero, o como se ha venido imponiendo como una frase hecha y que sintetiza en buena manera todas las luchas, el basta ya a la dictadura de los mercados.

Si el ciclo del movimiento alterglobalización tuvo su inicio simbólico con el levantamiento zapatista el 1 de Enero del 1994 y su máxima explosión en las protestas contra la cumbre de la OMC en Seattle (noviembre de 1999), su dimensión incidía más en la crítica a la globalización capitalista, o a la desregulación sin límite de los mercados financieros, que en la concreción de acciones en el ámbito local. Esa es la primera diferencia en este nuevo ciclo de resistencias que ahonda aún más y cuestiona de una manera más profunda el sistema capitalista. Desde la especificidad de cada territorio, se señalan las cada vez más profundas contradicciones del neoliberalismo y sus límites en el norte occidental rico, sin olvidar su dimensión internacional. El sistema no da para más. Contraponer hoy en día los términos de Norte-Sur, económicamente hablando, se ha convertido en un juego de palabras inútil. La dialéctica, en occidente, se mueve entre una clase política burocratizada al servicio de los mercados, una claudicación de la socialdemocracia sin ninguna alternativa para la población, un modelo de democracia representativa totalmente agotado frente a una toma de conciencia al alza por parte de la ciudadanía. ¿Vuelve la lucha de clases o es que nunca se había ido? Quizá los términos sean lo de menos, pero la idea que subyace de esta nueva removilización se encuadra en un nuevo paradigma de colapso económico, social y ecológico, cuyo desarrollo, aún incierto, se enmarca en la lucha entre el poder capitalista financiero y l@s que creemos que la única salida a esta crisis sistémica pasa inexorablemente por fuera del sistema capitalista.

Desde que estalló la crisis en agosto del 2008 el estado español ha vivido en una especie de anestesia colectiva que a medida que pasaban los meses se hacía exasperante para much@s de los que esperábamos una traslación en la calle de la crisis financiera. Un “causa-efecto” entre crisis y contestación social automático. Gran parte de la izquierda transformadora sabíamos que las grandes centrales sindicales y la izquierda parlamentaria ni querían ni podían canalizar el descontento social, por ser ellas mismas parte del problema, más que de la solución. La razón es bien simple. Una década de izquierda gestionaria en el poder, la cual no había dudado en participar de las plusvalías de una burbuja inmobiliaria que parecía no tener fin.

Sin embargo, el estallido se había cimentado en una frustración latente que arrastraba grandes dosis de impotencia entre las clases populares. Dos años y medio de crisis no habían tenido una respuesta social acorde con la situación, pero sí había indicativos de que algo podía pasar en cualquier momento. La huelga general convocada el 29 de setiembre del 2010, una vez firmada la primera reforma laboral entre el gobierno y los sindicatos mayoritarios, se convocó tarde y mal. A pesar de ello, esa huelga tuvo una incidencia nada despreciable, sobretodo en la organización de piquetes en los barrios y en la confluencia de muchos jóvenes organizad@s desde unas incipientes asambleas territoriales y/o sectoriales al margen de los grandes sindicatos, confluyendo con grandes sectores de trabajadores en lucha. Esa confluencia se visualizó en un gran piquete por el centro de Barcelona de miles de personas que se daban cita ante un gran edificio de una sede bancaria en desuso. Un banco ocupado una semana antes y que pasó a llamarse “la casa de la vaga” (la casa de la huelga). Sin embargo esa válvula de escape del 29S no cristalizó entonces en una movilización sostenida en el tiempo. Después de la huelga y hasta el estallido del movimiento en mayo del 2011, el miedo y la apatía aún predominaron sobre la indignación y la contestación social.

Otra vez, de la misma manera como empezó en Túnez, un hecho aparentemente aislado, esta vez el desalojo de una acampada por unas decenas de jóvenes después de una manifestación en la Plaza del Sol, prendió por fin la llama de la indignación. El 15 de mayo del 2011 (día de la manifestación y acampada) y el 16, al día siguiente del desalojo de la Plaza del Sol por la policía, miles de jóvenes sin referentes políticos identitarios, con lemas que habían corrido durante semanas por las redes sociales, “democracia real ya”, “no nos representan”, “si se puede”, etc. irrumpieron de forma inesperada en decenas de plazas de todo el estado español. Sobretodo en Barcelona y Madrid donde miles y miles de jóvenes al grito de “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros” empezaron a ocupar y a acampar en las plazas. De una forma intempestiva (otra vez Bensaid venía a muchas de nuestras mentes), como si alguien finalmente hubiera apretado el botón de la indignación que much@s andábamos meses buscando el movimiento del 15M o de los indignad@s comenzó a caminar. O mejor dicho a ocupar las plazas céntricas de las principales ciudades del estado español, y de cientos y cientos de pequeñas plazas en ciudades y pueblos del todo el territorio. El descontento latente durante meses estallaba de la forma menos pensada y volvía a tomar forma un nuevo movimiento de contestación que cuestionaba de manera frontal las bases mismas del sistema. Reapropiándose del espacio público para hacer política!!!! Un nuevo movimiento con sus propios códigos, sus propias herramientas y con un imaginario simbólico común, la plaza Tahrir.

Como señala Daniel Bensaïd, “La indignación es un comienzo. Uno se indigna, se levanta y después ya verá”. Esa es la forma con la que el movimiento funcionó en su fase de pernoctación permanente en las plazas. Autoorganización, horizontalidad y autogestión fueron las características del movimiento en sus primeras semanas. Aunque las plazas no constituían un fin en sí mismas funcionaban como un polo de atracción mediático por un lado y de desafío al poder establecido por otro. A la vez, eran la base de operaciones y la palanca para impulsar nuevas propuestas de movilización; de organizar las luchas y enfrentar la crisis de manera colectiva, una crisis que nacía del propio carácter del sistema y que el estado y los mercados querían hacer pagar a la población. Ya sea a través de la reforma laboral, que retrocedía en años los derechos de l@s trabajadores, la reforma de las pensiones o los recortes en los servicios públicos, camuflando una deuda privada en pública. “Esto no es una crisis, es una estafa” sonaba como lema recurrente entre asamblea y asamblea.

Muy importante es señalar la gran simpatía que generó el movimiento en grandes capas de la ciudadanía, que veía una nueva generación que actuaba de manera pacífica, pero radicalmente determinada a tomar la iniciativa de manera colectiva. El hecho simbólico de la reapropiación del espacio público, despreciando toda la construcción del imaginario individualista neoliberal, en ciudades, como Barcelona, convertida en un gran centro comercial, dejaba en total desconcierto a los agentes sociales y políticos en general, y a la izquierda clásica en particular. Nadie quedó indiferente, la ciudadanía en general se adhería (según encuestas de la prensa oficial hasta un 70% daba legitimidad a la ocupación de las plazas), mientras los poderes públicos no sabían muy bien como actuar ante este nuevo fenómeno contestatario.

Durante algunas semanas las acampadas en las plazas, en especial las de Madrid y Barcelona, constituían pequeños ecosistemas que se interconectaban a través de las redes sociales a la vez que funcionaban como una gran ágora de propuestas, comisiones de trabajo, logística y agenda de movilizaciones; teniendo su punto álgido en la asamblea general, que de manera casi diaria, se desarrollaba al anochecer, y donde se tomaban las decisiones de cómo seguir adelante en las movilizaciones y en todo aquello que suponía mantener la acampada como un espacio de permanente actividad política.

Sectores de la sanidad pública en lucha, educación, grupos de personas hipotecadas y a punto de ser desahuciadas de sus casas, colectivos de apoyo a los inmigrantes, el grupo de las feministas indignadas, debates sobre la deuda, la comisión de contenidos que intentaba consensuar un manifiesto de mínimos, la comisión de medio ambiente y muchos otros grupos se mezclaban de manera autónoma a cualquier hora del día o de la noche para llevar las propuestas a la asamblea, que iba avanzando en un calendario de reivindicaciones sin tregua. Tanto o más importante que eso era el mensaje que se lanzaba al conjunto de la sociedad mediante esa actividad febril. Un mensaje bien claro y explícito que caló en muchas mentes. Se había perdido el miedo, la apatía, la inmovilidad; y se rechazaba de manera radical la política institucionalizada, los aparatos de la política profesional tradicional y las cúpulas sindicales. Como se reproducía en muchas movilizaciones el “no nos representan” iba claramente dirigido a los poderes públicos, instituciones y a todo el arco político parlamentario. Una mensaje similar al “que se vayan tod@s” en la Argentina del “corralito”.

Durante la estancia permanente en las plazas hubo momentos inolvidables. La simpatía inicial de algunas fuerzas políticas que lanzaban guiños al movimiento se tornó cada vez más distante. De ciertos intentos de acercamiento, se pasó al ninguneo y de ahí a las diferentes estrategias de desactivación del mismo. Cuando el Ayuntamiento de Barcelona intentó desalojar la plaza con la excusa de una posible victoria del equipo local de fútbol, que las festejaba de manera tradicional por el centro de la ciudad, y ante la negativa de dejar la plaza por parte del movimiento, las brutales cargas policiales dejaron imágenes que dieron la vuelta al mundo. Tres horas después de intentar desalojar la plaza a golpe de porra, la policía se replegaba. Nunca los poderes públicos se habían encontrado un escenario de ese tipo. Resistencia pasiva, frente a golpes para todos los gustos. De manera táctica y como una respuesta de inteligencia colectiva puesta a punto en el momento oportuno, el movimiento aguantó el chaparrón hasta que pasó. Los medios de comunicación hicieron el resto. No se podía ocultar la evidencia, y aunque en muchos casos se intentara, las nuevas formas de comunicación, las redes sociales, y los canales alternativos de información daban cuenta de lo acontecido en una jornada con sabor a victoria. Esa noche las plazas de Catalunya en Barcelona y del Sol Madrid, se quedaban pequeñas ante las miles y miles de personas que querían y se sentían parte de l@s indignad@s.

El mes de junio llegó y se planteaba una nueva fase para afrontar el gran desgaste que suponía el mantenimiento de las plazas, así como expandir un movimiento ya consolidado allá donde no había llegado. El reto era mantener una dinámica coordinada de lucha con fechas centrales de movilización, al mismo tiempo que desplazarse a los barrios organizando asambleas en cada uno de ellos, y de esta manera hacer frente a las nuevas luchas que el movimiento tenía en la agenda. Parar los desahucios de las personas hipotecadas, apoyar a los CAP (Centros de Salud Primaria) mediante su ocupación en aquellos barrios donde se preveía su cierre, establecer mecanismos de apoyo mutuo con la población inmigrada, etc…y lo más importante, poner a prueba la capacidad de convocatoria que de manera interesada se ponía en tela de juicio por parte de los medios de comunicación de masas. El 19 de junio coincidiendo con el Pacto del Euro, bajo el lema “Contra el Pacto del Euro y contra la crisis y el capital”, más de 50 manifestaciones recorrieron las principales ciudades del estado español con movilizaciones en Madrid y Barcelona de más de 200.000 personas. El movimiento ya no era simpático ni para los poderes públicos, ni para los grandes intereses del capital, sin embargo, estaba marcando la agenda política del país. Se había dejado constancia que las semanas de las plazas eran la punta del iceberg de un nuevo movimiento que se expandía y que iba desarrollando una agenda propia. Nada iba a ser igual. El movimiento había llegado para quedarse.

Pasado el verano la siguiente demostración de fuerza, incorporaba la internacionalización del movimiento de l@s indignad@s con los demás movimientos a escala mundial. Hacía falta una movilización global para enfrentar la ofensiva del neoliberalismo en su faceta más dura. El 15 de Octubre fue la fecha escogida y coordinada internacionalmente. Centenares de miles de personas volvieron a salir a las calles en más de 80 países. En el estado español las manifestaciones de Madrid y Barcelona sacaron a las calles centenares de miles de personas bajo el lema “ De la indignación a la acción”

Poco podía esperar Stéphan Hessel cuando publicó su pequeño libro ¡Indignaos! que ese título daría pié a un nuevo movimiento que va mucho más allá de los planteamientos básicos del propio libro. Los tiempos lineales en la movilización social están llenos de incertidumbres. Unos cuantos meses de este año han hecho avanzar la luchas probablemente más que todo el último lustro. A pesar de la falta de victorias y de las dificultades que enfrenta un movimiento tan heterogéneo que huye de cualquier patrón clásico tenemos un consenso común. No queremos seguir viviendo en este sistema. Y hemos perdido la apatía y el miedo desmovilizador. La repolitización de grandes capas de la sociedad han sacudido no sólo a las generaciones más jóvenes sino que el movimiento se ha convertido en intergeneracional. El “vamos despacio porque vamos lejos” que se repetía durante los primeros días en las plazas es un hecho. Sólo quiero añadir como actor privilegiado de este intenso tiempo de agitación social, que vamos lejos porque el fantasma de la indignación que recorrió las plazas durante el 2011, sabe donde va. De la indignación a la acción, de la acción a la victoria.

 


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